martes, 30 de noviembre de 2010

"Closer", de Mike Nichols: Un estudio del amor moderno

“Closer”, dirigida por Mike Nichols, es la película que define el amor de nuestros tiempos. Estrenada en 2004, con un guión escrito por el dramaturgo inglés Patrick Marber está basada en su obra de teatro homónima “Closer, lo cual explica por qué la obra, a pesar de ser cautivadora y estimulante, sea complicadísima y profundísima al mismo tiempo. Patrick Marber lleva al cine elementos propios de la dramaturgia para crear una obra en la que la trama y la psicología de los personajes, en combinación con los símbolos presentados en la obra, definen eficientemente los roles más comunes que hay, en este tiempo, en relaciones complicadas y difíciles.

PERSONAJES

Los personajes están delimitados y se complementan unos a otros. Sus profesiones son de importancia crucial en la película.

Daniel Woolf – el escritor/periodista.

Daniel Woolf es el egoísta y cínico de las relaciones en la obra. Es escritor, lo que significa que tiene una relación con el lenguaje que los demás personajes tal vez no tengan, y que puede usarlo a su antojo para conseguir lo que quiere. Se interpreta a Dan como egoísta por dos razones. La primera es el hecho de que él mismo se lo confiesa a Alice al confesarle, también, que le ha sido infiel con Anna (13). La segunda es la forma en la que cambia de relaciones constantes – al principio de la película, Dan tiene una relación con una lingüista llamada Ruth, a quien deja para tener una relación con Alice; Dan eventualmente deja a Alice para tener una relación con Anna y, cuando ésta le deja, vuelve con Alice. Al fondo de cada relación, Daniel siempre ve por sí mismo. Su cinismo se demuestra en repetidas ocasiones durante la película (4). Primero, al comentarle a Alice que, efectivamente, tiene una novia, lo cual no es impedimento para él para relacionarse con Alice (5). Segundo, cuando le confiesa a Anna que vive con Alice, y también, más adelante, cuando le insiste a Anna, en la exhibición de ésta última, a involucrarse sentimentalmente, a pesar de que Larry está en el lugar contiguo (11). Tercero, cuando le confiesa brutalmente a Alice que ha tenido una relación clandestina con Anna. Cuarto, cuando le pide a Larry “regresarle” a Anna, quien le ha dejado después de acostarse con el dermatólogo (24). En todas las ocasiones, Dan puede elegir entre mentir o decir la verdad, aunque él dice siempre la verdad y aún así consigue lo que quiere.

Anna Cameron – la fotógrafa.

Anna es la depresiva con complejo de culpa en la película. A lo largo de la obra Anna se muestra soportando situaciones de maneta estoica que revelan su continua tristeza. Larry, en la escena 24, al confrontar a Dan, le explica que Anna es depresiva. Anna, en la historia, es abandonada por su primer esposo, quien se va con, según ella, alguien más joven. Además, en la sesión fotográfica con Dan, al confesarle éste después de besarse que vive con Alice, le dice “Men are crap” (5) por – está implícito – egoístas e interesarse solamente por sexo, como Larry al confesarle que le fue infiel con una prostituta (16). Anna es el personaje más sensible en la obra; resiente mucho las infidelidades por las que pasa, lo que le da razón a Larry cuando, enfrentándose con Dan, le comenta que Anna es una depresiva y que “They want to be unhappy to confirm their depression. If they were happy, they couldn't be depressed anymore. They'd have to go out into the world and live, which can be depressing” (24). Anna, durante toda la obra, tiene la idea que siempre saldrá lastimada en las relaciones, aunque esto no es ningún impedimento para tenerlas. Esto ocasiona su culpa – en la escena 14, el regreso de Larry de su viaje, éste le entrega un par de zapatos y una postal con una foto tomada por ella, y se puede notar claramente en su rostro el remordimiento que siente por esto. Además, Larry mismo le dice que ella se ha bañado, ya que ha tenido sexo con Dan y no quiere sentirse culpable. Este acto de “lavarse de la culpa” se encuentra también cuando Larry, inmediatamente de llegar del viaje, sube rápidamente las escaleras para besarla y Anna, al bajarlas, se limpia los labios.

Alice – la stripper.

Alice es la mentirosa y fiel de las relaciones, y es el personaje más profundo y paradójico de la obra. Desde el principio, ella pone un escudo entre el mundo y ella. Su nombre real es Jane Jones, el cual adopta al verlo en una placa en el parque, al principio de la película. Esto se debe a que Alice, al igual que Anna, tienen la opinión de que el mundo les puede lastimar y entristecerlas, debido a su sensibilidad. Define su filosofía en la escena 12, al explicarle a Larry, con respecto a las fotografías –

It's a lie. It's a bunch of sad strangers photographed beautifully, and all the glittering assholes who appreciate art say it's beautiful 'cause that's what they want to see. But the people in the photos are sad, and alone, but the pictures make the world seem beautiful. So the exhibition's reassuring, which makes it a lie, and everyone loves a big fat lie.

En esta escena, las fotografías se interpretan como una alegoría de las relaciones sentimentales, lo que explica que Alice se sienta sola y triste en las relaciones. Además que su trabajo es desnudarse ante los hombres, lo que le da una idea de que lo que es el mundo y el lugar que tiene ella en él.

No obstante, a diferencia de Anna, ella toma un rol más activo en las relaciones y, en lugar de deprimirse, afronta al mundo con mentiras en las cuales ella puede refugiarse. En la escena 20, con Larry y ella en el club, ella le confiesa que “Lying's the most fun a girl can have without taking her clothes off, but it's better if you do”.

Esto da a entender que Alice tiene una dualidad en su personalidad – es un personaje que usa la mentira para usarla en su diversión, pero es el personaje sensible que sufre la soledad y tristeza en las relaciones. En repetidas ocasiones, en la obra, se hace referencia a sus sentimientos: en la escena en la que ella y Dan van hacia el trabajo de éste, y ella le dice que si ama a alguien, no lo dejaría aunque tuviera problemas. Segundo, cuando le confiesa a Anna que ha escuchado la conversación entre ella y Dan a sus espaldas, ella llora y sufre, pero mantiene la relación con Dan (6). Tercero, cuando, en la confrontación entre Dan y Larry, éste último le comenta la ubicación de Alice y, además, le dice que Alice le ama ‘más allá de su comprensión” (20). Solamente cuando ya no ama a alguien, es cuando ella parte de las relaciones (volveré a esto más adelante).

Larry – el dermatólogo.

Larry es el típico macho de la las relaciones, pero el del amor primitivo y sincero. Él ve a las mujeres como objetos sexuales – le es infiel a Anna con una prostituta; se encuentra con Anna, por casualidad, en el acuario porque solamente quiere sexo; va al club en el que Alice trabaja, para obvias razones. Anna le dice que la hace sentir como prostituta cuando tienen sexo (16). Dan, aparentando ser Anna en el chat, le llama “Sultan of Twat”, lo que simboliza un hombre que tiene, a sus pies, un repertorio de mujeres solamente para tener sexo.

El hecho de que sea dermatólogo es muy importante, ya que él es el único en la obra que puede notar los motivos ocultos de los demás personajes – al comentarle a Anna que Alice “sly” (ladina), al final de su exhibición, algo de lo que Anna no puede darse cuenta, ya que le responde que Alice le parece muy abierta (12). Cuando le comenta a Dan la personalidad de Anna como depresiva (24) y el hecho de que Alice aún le ama – ambas son cosas de las cuales él se percata por ser analítico. La profesión de dermatólogo es una en la cual está obligado a ver y estudiar la piel, y esto se aplica también en la gente.

Su machismo se demuestra también cuando actúa como animal, literalmente, al tratar de marcar territorio con Dan – le dice a Anna que si Dan se llega a entrometer en la relación, le pegaría (12). En la confrontación con Dan, le advierte que si se acerca a Anna de nuevo, le mataría (24). Sin embargo, la escena en la que se acentúa su machismo es cuando discute con Anna (16). Continuamente él le cuestiona acerca de su vida sexual con Dan, hasta el punto de gritarle que es un “Caveman”. Las imágenes que tiene mentalmente de Alice y Dan teniendo sexo son demasiado dolorosas, ya que le hacen sentir humillado de que alguien más – un macho que no es él – tenga sexo con su “hembra”.

Es, además, el único que siente un amor sincero por Anna, incluso hasta llegar a la humillación. En la escena 22, le repite a Anna que regrese con él, aunque ella se niega. En la escena 20, llora por la infidelidad de Anna, estando en el club con Alice. Ya que es un “hombre primitivo”, se entiende que su amor es “primitivo” también – ama de manera sincera, simple, sin mentiras, aunque sea, a la vez, torpe y tosco.

CIGARRO

La razón principal por la que los personajes en la película se relacionan entre sí es por la tentación, la cual es representada por el consumo del cigarro en puntos clave y sutiles. El consumo del cigarro es una metáfora de la tentación (tal vez porque el cigarro, en realidad, es una tentación, tanto para los consumidores, como para quienes le han dejado). Todos los personajes se ven tentados por los personajes que fuman y todos los personajes fuman, excepto Anna quien consume Vodka (Volveré a esto después).

En la escena después del hospital, Dan y Alice salen y ella enciende un cigarrillo: en ese momento, Alice se convierte una tentación para Dan, quien sucumbe, dejando a Ruth por Alice.

En la sesión fotográfica, Dan está a punto de ser una tentación para Alice cuando le pide permiso de fumar, aunque ella no se lo da. No obstante, al llegar Alice, Dan enciende un cigarro e inmediatamente se convierte en una tentación para Anna – hay que notar que Dan es una tentación para Alice solamente cuando él está con Alice, lo que vuelve mentira el hecho de que ella no es una “ladrona”, como le dice a Alice cuando ésta le confiesa que escuchó la conversación de su novia y la fotógrafa: Anna es una “ladrona” que se ve tentada con hombres que tienen una relación ya.

En la escena del chat, Dan finge ser Anna y habla con Larry. Dan, al estar hablando con Larry, se encuentra fumando – hay incluso una toma para sus cigarrillos, cenicero y encendedor. Ya que él finge ser una “Anna” erótica, esta “Anna” inmediatamente se vuelve una tentación para Larry, quien habla con Dan desde su trabajo.

En la escena doce, en la exhibición de Anna, Larry llega con Alice, quien se encuentra viendo su propia fotografía y está fumando, siendo una tentación para Larry. Ambos compaginan muy bien, ya que Alice es nudista y tiene un antecedente de relaciones con hombres machistas – se puede interpretar –, tal y como lo es Larry. Incluso, Alice le ofrece un cigarro a Larry – le ofrece a Larry ser una tentación para ella misma –, pero éste se niega. En la obra original, Alice le pregunta a Larry “Qué se siente ser bueno”, lo que explica por qué éste no acepta la tentación: se encuentra muy enamorado de Anna.

Dan se encuentra fumando cuando le insiste a Anna tener una relación, en su exhibición. Anna constantemente le dice que no está interesado en él, pero él insiste que sí. Ella finalmente acepta (se puede entender, ya que no se ve de manera directa en la obra). La razón por la que acepta es que Anna le gustan los misterios y los extraños, así como los cuales toma fotos. Ella incluso, en la escena 8, le comenta a Larry que Dan le parece “interesante” y, en el momento en el que Dan le dice que él mismo es el “extraño” de Anna, ella finalmente accede a o que Dan quiere.

En la escena 20, en el strip club, Larry, en el privado con Alice, enciende un cigarrillo y, por lo tanto, se convierte en una tentación para Alice, con quien se acuesta más adelante (sólo se menciona esto). Larry actúa de un modo machista y le explica que no le interesan los sentimientos de Alice y solamente quiere verla desnuda, cosa que a Alice le atrae mucho – se puede interpretar esto debido a su personalidad.

En la escena 25, cuando Alice y Dan se encuentran en el hotel, Dan se encuentra fumando, siendo aún una tentación para Alice. No obstante, después de discutir, él sale de la habitación para ir por cigarros (más tentación para Alice), pero regresa y le da una rosa, símbolo de amor incondicional que Alice rechaza, ya que Dan ya no es una tentación para ella.

VODKA

El vodka, en el caso de Anna, es un símbolo de depresión, en el cual ella se pierde. No es una alcohólica – parece –, pero los momentos en lo que consume vodka es cuando se encuentra más triste: al ofrecerle vodka a Alice en la escena 6, ella le comunica a Alice que está dispuesta a compartir la tristeza y dolor que siente, ya que Dan le fue infiel con ella hace algunos momentos. En la ópera, después de acostarse con Larry, Dan le compra vodka, lo que significa que le ofrece tristeza, ya que se siente culpable y desilusionada, además de confundida, por haberle sido infiel a Dan. En el café con Larry, éste le compra vodka también, lo que significa que el acuerdo entre ellos de acostarse para terminar la relación, le hace sentir culpable y triste.

PECES

Al igual que el cigarro, los personajes tienen una relación con los peces muy importante y simbólica en la película, ya que son una metáfora de los seres humanos. Dan, en la escena del hospital, le pregunta a Alice que si le gustan sus sándwiches de pescado, lo que quiere decir que es un consumidor de peces, lo que ya se ha demostrado por su egoísmo. También su nombre debe tomarse en cuenta – Daniel Woolf – Woolf – lobo, depredador.

Ya que Anna, es una depresiva, para ella los peces son “terapéuticos”, como le comenta a Dan en la sesión fotográfica. Anna también tiene un cierto grado de egoísmo, ya que ella utiliza a las personas como “analgésicos” de su depresión o para su trabajo – su trabajo como fotógrafa implica utilizar las personas para avanzar en su carrera.

Larry ve a los peces con respeto. En la escena del acuario, él le dice a Anna que él le tiene un respeto a los peces, ya que los peces fueron la base de la cadena evolutiva de los humanos hasta llegar al hombre moderno (esta metafísica de Larry es lo que atrae a Anna, ya que nunca se explica por qué ambos se relacionan sin haber de por medio un cigarro). Esto también es paradójico, ya que Larry ve a los peces como un eslabón en la cadena evolutiva, aunque él mismo se define como “cavernícola”. Esto se debe a que Larry tiene un amor inmenso que le permite perdonar ofensas de quienes ama: en la confrontación con Dan, él le explica a éste último que ha perdonado a Anna, ya que sin perdón, las personas son “salvajes”.

Alice es quien ve a los peces – seres humanos – como absurdos. Al preguntarle Dan que si quiere comer sus sándwiches, ella responde que no, porque los peces orinan el mar – referencia a que los seres humanos complican la vida.

RUPTURA DE ALICE Y DAN

Esta ruptura, como desenlace de la película, es perfecta. Dan, al confesarle a Alice que sabe que se ha acostado con Larry, le dice que sin la verdad, los seres humanos son salvajes – nótese el contraste filosófico con Larry –. Alice, desde un principio, se interesó por Dan de manera genuina (Dan no fuma en las primeras escenas). Esto se debe a que Alice se fijó en Dan por la dulzura que tenía dentro, la cual se deja ver hasta el final de la película cuando le entrega la rosa. Alice, al ver que los sándwiches de Dan no tienen los bordes, se entusiasma. Más adelante, Dan le explica que su madre le cortaba los bordos (ella incluso confiesa que le escogió porque él mismo cortó los bordos de su comida). En los bordos, se encuentra la conexión entre la dulzura interna de Dan (que obtuvo de su madre muerta, por quien llora en las noches) y el cinismo que tiene al mentir. El puente entre estos dos aspectos de Dan, se encuentra, también, la mentira: mientras Dan mienta, Alice seguirá interesado en él. Cuando Dan deja de mentir, Alice ya no se interesa en él, ya que el mundo de las mentiras – el mundo en el que Alice se divierte y se siente triste y sola (aunque con Dan, tiene con quien compartir su tristeza) – es el mundo que ella prefiere; Dan, al decirle que él es adicto a las mentiras, ha abierto un agujero por el cual el mundo real, el de las mentiras dolorosas, entra a su pequeño mundo y se diluye con él, lo que le hace suponer a Alice que el amor que siente por Dan se ha diluido en el mundo de las mentiras dolorosas también. Alice adopta un nombre falso para relacionarse con Dan, ya que Alice Ayres fue una mujer que murió tratando de salvar vidas ajenas, lo que le enternece y le hace suponer que ése es el tipo de persona que Dan merece (no Jane Jones, que se desnuda por dinero). Dan, al querer la verdad, destruye esta fantasía, destruyendo también el amor de Alice hacia él. Es por eso que ella le dice que le ha dejado de amar, lo cual es cierto. El amor, para Alice, prevalece a pesar de las mentiras; cuando la verdad prevalece, el amor deja de existir.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Carta a una señorita con compromiso



Por Bécquer y Cortázar


It's way too late to be this locked inside ourselves

– C'mere, Interpol

Antes de comenzar quisiera asegurarle que nunca hice algo parecido, señorita, nunca. Desde que tengo conciencia he evitado mentir y engañar y omitir: cualquier tipo de tergiversación de la verdad. He evitado caer precisamente en este tipo de situaciones dramáticas y complicadas. Tal vez porque en mi infancia tuve buenos modelos a seguir, o tal vez porque hasta conocerla a usted comprendí que mentir a veces es necesario para que ocurra el amor.

Me sucede que estoy enamorado de usted. Esto ya lo sabe; ya me lo escuchado con anterioridad. Pero el lenguaje, señorita, es una fuente de malentendidos, y así como mesa o silla o noche o amor significan algo para mí, pueden encerrar otro significado, ajeno a mi definición, para usted. Le digo esto porque en nuestra particular y desdichada situación, las palabras pueden – o se quieren, tal vez – malinterpretar. Puede sucedes que, por ejemplo, usted piense que me es un juego, una aventura; que soy un donjuán cuya vanidad no conoce límites; que soy un envidioso, un ser triste y amargado que no soporta ver felicidad de sus semejantes, y por lo cual desea destruirla a toda cosa, para sobrellevar así su barata existencia. Mas por esto le escribo esta carta: para aclararle mis intenciones; para que mis verdaderos sentimientos salgan a flote, y pedirle comenzar una relación siquiera clandestina conmigo.

En cierta ocasión me comentó – casi reprochó – que usted sabe muy poco acerca de mí, y que esto es una barrera, que nos aleja el uno del otro. Bueno, creo que comenzaré por ahí.  Primero, me considero un ser solitario y desdichado; desde niño fui así. Mis padres fallecieron al ser yo muy  chico: mi padre, cuando apenas tenía cinco años, mi madre, cuando tenía once. Desde entonces, vago por el mundo, llevado por las corrientes caprichosas de la vida: casas de tíos, abuelos, familiares lejanos, incluso amigos: siempre sin rumbo fijo, viviendo al día, esperando nada del mañana. Y aunque ésta ciertamente no fue la mejor manera para un hombre de vivir su infancia, llegó un punto en que tanto desorden e inestabilidad se me convirtió en una especie de rutina, la cual a que al cabo de un tiempo llegué a disfrutar porque se hizo una parte indeleble de mí. Es por lo cual cualquier intento de imponerme orden resulta pura pérdida: soy como un resorte, que, al sentirse aplastado, rebota con furia, llevándose consigo la mano que lo aplasta y todo lo que encuentre a su paso. Y es que sí, señorita: hay algo podrido o desgarrado en mí, que me hace huir y despreciar la monotonía y resequedad de la vida rutinaria, ésa de trabajos de oficina, diversiones programadas los fines de semana, espera frívola del dinero, cuerpo esclavizado al consumo. Razón por la cual también tiendo a alejarme de las gentes, de las masas, las modas y lo novedoso, para quedarme a solas conmigo mismo y explotar al máximo mi imaginación, consuelo de mis celos, y sacar de ahí un mundo nuevo, mágico y especial y lleno de infinitas posibilidades, que siempre está abierto a quien guste compartirlo, pero que siempre ve su mano rechazada y preferida a cambio por las cosas más nimias y simples y vacías que se pueden encontrar tras la vitrina de cualquier centro comercial o una pantalla de cine o televisión.

No obstante, le confieso que el único orden que he conocido y respetado en mi vida es el amor. Yo sólo soy feliz cuando me enamoro y mi búsqueda por la felicidad me ha traído a usted. Mas la conocí en un tiempo inadecuado, ya que cuando entramos mutuamente a nuestras vidas, usted ya cultivaba su amor para alguien más. Mas el trato frecuente es el traidor de los amantes imposibles. Usted no quería quererme, yo tampoco tenía intereses de unirme a la cosecha, ya que usted es hermosa, por supuesto, pero la belleza física no es lo único que existe. Yo comprendí esto cuando usted se acercó a mí, subestimando mis sentimientos, los suyos de pasada, viéndome sólo como un amigo, el misterioso compañero de la oficina. Una comida a la semana no significaba nada; dos tampoco; tres, simpatía; cuatro, compañerismo; cinco, amistad. Mas seis era compatibilidad; siete, verse fuera del trabajo; ocho, la sinécdoque de un amor templado; nueve, besos en la oscuridad. ¿Mas diez? ¿Diez qué es, señorita? Yo se lo diré. Diez es esconderse. Porque usted es una señorita del orden del mundo, usted es una señorita con compromiso. Y el compromiso es algo real y tangible: es ascenso laboral, fotografía de la boda en el periódico, casa en fraccionamiento privado y vacaciones cada verano en la playa, dos carros del año, y los chicos en el colegio inglés: no es un extraño sentimiento de felicidad y tranquilidad al fumar desnuda acostada sobre mi cama mientras le susurro poesía mía al oído a las dos de la mañana. Usted sabe muy bien lo que quiere, cómo lo quiere y cuándo; entre sus planes no estoy yo, aunque sus sentimientos la traicionen cada vez que se encuentra cerca de mí: cuando le comento, por ejemplo, escucharla teclear en su escritorio es escuchar el sonido de la lluvia; cuando hace calor y yo inesperadamente le traigo una botella con agua para que se refresque, y usted se alegra; cuando la hago sonreír cuando se encuentra triste o estresada; cuando me dice que le fascina platicar conmigo, porque siente que yo soy el único que la escucha y la comprende, algo que ni siquiera su novio hace. Y esto me mata, señorita. Porque yo he despertado algo en usted que dormía y no quería ser despertado, que usted tachaba de inaceptable en su rígida vida de éxito. Se puede decir que yo la he condenado al sufrimiento, ya que ahora que ha probado el otro lado de la vida, ha resuelto que le gusta. Es insoportable serle un gusto culpable. Además de que yo tengo mis propias dolencias secretas. No se las comparto porque no quisiera perturbarla. Usted extendida sobre la cama, saciada de mi cuerpo, plácida en su cansancio, leyendo escritos míos, tal vez observa mi rostro y lo encuentra compungido, y me pregunta si algo me sucede. Yo, sentado a la orilla de la cama, le acaricio la pierna y le respondo que no, que suceden sólo mis usuales tristezas. Usted se incorpora y me alcanza y me abraza y me besa. Pero las tardes mueren, las lunas suben, los grillos cantan la noche: usted tiene que irse ya. Recoge sus ropas, se mete a bañar para que el aroma de su cuerpo no despierte sospechas, y se va y me deja a la deriva de su amor, adoleciendo por usted. Porque soy hombre, sí, pero también soy un ser humano, y que usted me dé su cuerpo cada noche dos veces por semana porque su novio se va a beber con sus amigos o al gimnasio, se siente bien, oh sí, algunos podrían pensar que con eso es suficiente para conformarme. Pero no puedo, porque usted es más que solamente un cuerpo hermoso y suave y caliente y aquiescente: usted es mi señorita: la que me embruja las tardes con la imagen de su sonrisa enervante, la que me fabrica un sentimiento cálido en el pecho al hablarme, la que con sus abrazos me hace sentir parte de este mundo, la que puede cerrarme los ojos con las manos y hacerme confiar en ella. Por eso tener que compartir su amor con un segundo es doloroso. Cada partida suya por las noches es un golpe de martillo a mi pecho, que quiebra mis entrañas, pero deja intacto el cascarón de mi cuerpo. Porque yo siento todo el amor del mundo, mas no puedo expresárselo libremente. Su celular a ciertas horas está apagado, el teléfono de su casa está prohibidísimo, salir juntos del trabajo es ya un riesgo y tomarla de la mano es impensable. Las veces que le he insistido reciprocidad, usted se exaspera y me trata groseramente. Me dice que no quiere más problemas, que si no me gusta como son las cosas ya sé dónde está la puerta. No crea que se lo reprocho – en absoluto. Yo ya sabía lo que me esperaba de usted el día en que crucé el transparente umbral hacia su vida íntima. Yo firmé el contrato sabiendo de antemano las letras pequeñas.
Aún así, amarla a usted es un milagro. Y aunque sienta que usted y yo no llegaremos a nada, sepa que después de mí usted ya no será la misma. Me he compenetrado tanto en usted que me he vuelto parte de usted, así como usted se ha vuelto para de mí. Adonde vaya yo irá usted, y adonde vaya yo irá usted. Porque somos dos espíritus afines que tuvieron la bendita desdichha de encontrarse en el momento equivocado a la hora equivocada. Si le damos la espalda al amor, tal vez no lo volvamos a encontrar una segunda oportunidad. 

martes, 23 de noviembre de 2010

Nicotina

Quiero dejarte olvidada en el paquete,
Quiero que mis labios no pronuncien ya tu nombre,
Quiero sentir que por primera vez soy hombre
Al tratar de desacostumbrar mis dedos de tu cuerpo.

Eres en verdad adictiva. Y no encuentro
Cura alguna a tus femeninos encantos.
Parches y parches me pongo sobre el brazo
Y aun así no logro despojarte de mi mano.

Gauloises, Camel, Marlboro blancos y rojos:
En todos tú apareces; en todos yo te absorbo,
Y cuando el excesivo humo se condense ante mi rostro
Sabrá la vida que recuerdo nuestra infancia.

Y sabrá que cuando voy preocupado por la calle,
Ansioso, loco y mirando a todos lados,
Es porque un cerillo es lo que en verdad estoy buscando,
Pues te llevo a todas horas, olvidando los pretextos…

¿Una recreación para olvidar tal vez que existes?
Claro: si vieras lo que hasta ahora he hecho:
Caminar, dormir, salir, mirar al techo,
Pero cuando volteo son cenizas lo que veo.

Hace una semana intenté dejarte (habrás oído los rumores).
Pero no pude; fui débil, y corrí a buscarte;
Te encendí y fue en ese momento, ese desquiciado instante
Que me di cuenta de lo bajo que he caído:

En un cenicero, y a lo lejos, te consumabas en mil cigarrillos…
Te lancé lejos, lo más lejos que pude,
Cerré mis ojos y bajo mis lágrimas fúnebres
Me pregunté amargamente qué será de mis pulmones.

La colegiala

Yo te diré, niña hermosa,
Eso que debías saber,
Ya que tu cuerpo de diosa
Siento en mis brazos yacer.

Tu carne tan frágil es blanca,
Como la nieve y la lis
Tu pecho de venas moradas
Tiene dos arcos sin fin;

Tu boca, flor exquisita,
Enciende miles de besos,
No obstante, entre tus camisas
Esperan algunos más tersos.

Con esto, ya colegiala,
Serás, te garantizo,
Docta licenciada
En el arte del amor íntimo.

un lugar al que nunca he ido, experiencia

un lugar al que nunca he ido, experiencia
sin igual alguno, son tus ojos con voz propia:
en tu delicado más gesto hay un no sé qué que me cierra
o que no puedo palpar porque está muy cerca

tu más ínfima mirada fácilmente me cierra
aunque me haya yo cerrado cual puño,
tú me abres siempre como abre la Primavera
tocando misteriosa y hábilmente su primera rosa

o si cerrarme tu deseo fuese, yo mi vida y mi consciencia
nos cerraríamos de repentina y bella forma,
cual imagen del corazón de esta rosa
soñando que la nieve cae por todos lados y gozosa

ninguna sensación se compara en este mundo
a la fuerza de tu fragilidad poderosa: su forma
me obliga con la pintura de sus patrias
a cerrarme y a morir con cada leve respiro

(no sé qué es lo que tienes que me abres y me cierras;
sólo entiendo que tus ojos tienen voz muy propia
y que es más profunda que cualquier tipo de rosa)
nadie, ni la lluvia, tiene manos tan hermosas

sábado, 20 de noviembre de 2010

Juro que te fui infiel

It is Margaret you mourn for
Spring and Fall, Gerard Manley Hopkins

Donne, for not keeping of accent deserved hanging
– Ben Jonson

Nunca creí que llegaría a decir estas palabras, amor, pero te fui infiel, te juro que te fui infiel. Habíamos hablado de esto en alguna ocasión hace mucho tiempo, antes de comenzar lo nuestro, que nunca lo haría porque… Pero también te dije que no me gustaría que de pronto, así de la nada, hubiera un súbito… Aunque no sea esto una justificación; no quiero que lo sea – no porque quiera sentirme culpable, para que comparta tu dolor y así sentirme peor de lo que me siento ahora, como penitencia – sino porque en realidad no lo es. Aunque si lees bien comprenderás que yo en realidad no… En fin. Tal vez creas que miento, que me conoces tan bien que sabes de antemano que yo sería incapaz de haber hecho lo que hice, pero es la verdad. Y para comprobarlo te referiré la crónica de mis infidelidades. Sé que te será doloroso, sobretodo porque eres tan adicto a la verdad y a los detalles, aunque en este caso encontrarás los detalles crueles y absurdos e innecesarios. Pero mereces una explicación. Todos la merecemos. Yo la merecí. Oh, te amé tanto, fui tan feliz contigo, pero repentinamente tú…, y esto no lo puedo perdonar.

No te puedo explicar, aunque te parezca absurdo, desde cuándo te he sido infiel, amor. Tal vez fue con un cierto tipo de besos tuyos, una mirada dulce antes de dormir y después de despertarnos, un abrazo, una nota en el estudio; porque claro, tienes que entender que yo, con lo mal que me siento, te fui infiel muy a pesar mío; incluso, casi te puedo culpar total y agriamente por orillarme a esto, porque yo no quería y fue involuntario, ¿Comprendes? involuntario. Y no me percaté que te era infiel hasta cuando comprendí que te veía, a veces, con cierta indiferencia patética, como si fueras un estorbo, porque quería estar a solas con El Otro (Su nombre no es importante porque, aunque si piensas detenidamente comprenderás que…). Pero creo que me estoy desviando un poco del tema. Empezaré de una vez.
La primera vez fue una mañana en la que te quedaste a dormir en el departamento. Te habías ido al trabajo en cuanto despertaste, y yo me quedé en la cama durmiendo, arrellanándome en mi pereza y en las sábanas impregnadas con el aroma de tu cuerpo y la estela de tu esencia. Siempre tenías la bonita costumbre de dejarme un desayuno preparado en la cocina. A veces me lo llevabas a la cama, cuando tenías tiempo, pero esa vez no fue así. Últimamente, habías estado muy ocupado y no tenías cabeza, me dijiste, para otra cosa que no fuese el trabajo. Lo acepté, y no te dije nada al respecto. Cuando me desperté, bajé a la cocina y no encontré nada ni nadie. Lo que encontré fue una nota tuya sobre la mesa. ‘Perdona, no tuve tiempo otra vez, me quedé hasta tarde con los muchachos, tú sabes, cosas de hombres, no quería llegar aún más tarde a la oficina, espero entiendas. Te quiero’ Cosas de hombres: nunca me habías dicho eso. Sentí como si de pronto de la noche a la mañana – literalmente – hubieras levantado un muro entre tu vida y mi vida, discriminando lo que es de hombres de un lado, lo que es de mujeres del otro. De pronto me sentí avergonzada y ajena a ti y, al regresar a la cama, sola. Sí, sí, una exageración por no hacerme un triste desayuno, una nota que no significa nada, has de estar pensando; pero me gustaría que entendieras que, para mí, la vida está llena de símbolos que representan algo más de lo que vemos a simple vista, algo más profundo que la superficie hosca y engañosa alcanza a revelar, y que sólo necesita un pequeño rasguño, un leve despegue, para jalar el pliegue y que toda la fachada caiga y se nos muestren las cosas tal y como son. En esa ocasión la falta del desayuno y la nota significaban que tú…, ya sabes. No necesito decírtelo. Regresé a la recámara y El Otro ya estaba ahí para acompañarme un rato mientras no estabas. No hicimos nada; solamente me hizo el desayuno en la forma en la que tú me lo solías preparar…, me cantó, le canté, reímos, hablamos, comimos y se fue, y de nuevo me quedé sola, amor, sola…
La segunda vez fue meses después, cuando te dije emocionada que quería pintarme el cabello de negro, ¿Tonto serte infiel por eso, eh? Me dijiste que sería innecesario porque Tu cabello es de un café muy oscuro y nadie notaría el cambio, tan lógico tú, amor. De todas maneras quería hacerlo. Me contestaste que Bueno, aún así se me hace innecesario…y además no te queda, reíste, te verías, no sé…, fea… rara, déjatelo así, amor, te ves bonita así. No supe qué responderte. Te fuiste al trabajo y yo me fui a la recámara. Nunca te dije algo así cuando querías hacer cosas que yo consideraba absurdas pero que finalmente respetaba porque eran cosas tuyas, gustos tuyos. Y yo te respetaba, amor, esto fue lo que más me dolió, ¿sabes? que yo te respetaba pero tú a mí no. No era la primera vez que me decías algo así; hubo otras ocasiones, pero no las tomé en cuanto. Fui a pintarme el cabello de todas maneras a la estética, y cuando regresé El Otro ya estaba ahí, esperándome, tal y como lo imaginé… En cuanto lo vi, llorando corrí hacia él, abrazándome a su cuerpo con mis brazos de ancla como en una tormenta. Le pregunté con desesperación si me veía fea, fea, ¿verdad que no? El Otro, en un tono muy amable, me dijo que no, que no era cierto, que me veía hermosa, que nunca me había visto tan hermosa como en ese momento. Me abrazó toda la tarde, desmintiéndote, aunque a pesar de sus palabras no pude sentirme mejor.
La tercera vez fue cuando hicimos una cena para tus amigos. Compré comida, mucha comida, compré vino y refrescos, postres, pasteles, dulces, muchas cosas, incluso una vajilla nueva, amor. Ya en la cena una de tus amigas me preguntó cómo había sido nuestra primera cita. Entusiasmada, le respondí y al parecer le gustó cómo me expresé de ti; todos te veían con una sonrisa aprobadora. Tú sonreíste por compromiso. Amor, me dijiste, ya no hables de esas cosas; a nadie le interesan esas cursilerías. No creí lo que dijiste. Pero alcancé a bosquejar una sonrisa, por compromiso también, y me traicioné a mí misma al decirte Tienes razón, amor, qué cosas las mías, ¿alguien más vino? voy por más vino a la cocina si gustan, está bien, por favor, gracias, amor, ¿me ayudas?, pregunté, y ambos fuimos. Solos, en la intimidad de los platos propios, te encaré amablemente y te comuniqué que el comentario que habías hecho fue algo grosero, ¿Por qué lo dices?, me preguntaste ingenuamente – ¡En verdad ingenuamente! –. Te respondí que esas memorias no eran cursilerías, sino importantes…por lo menos para mí. No exageres, amor, respondiste. No exagero, objeté, pero en verdad no me gustó lo que dijiste. Fuiste cruel y… desagradable. Al oír esto frunciste el ceño, tu cara se endureció, apretaste los dientes y me miraste con enojo. ¿Sabes?, me escupiste, lo que pasa es que eres bien dramática…sí, dramática…y ¡exagerada! nadie nada te puede decir nada porque todo lo tomas a mal y te ofendes por todo, ¡por Dios, amor, ya no seas así, ¡caramba! Asentí, dándote a entender que tenías razón, pero ven, me abrazaste, no discutamos que nuestros invitados esperan. Volví a asentir. No resentimientos, ¿verdad?, me preguntaste tomándome el rostro con tus manos, esas manos que tan suaves fueron en un tiempo ahora lejano… No, negué con la cabeza. Me besaste y salimos. No olvides el vino, dijiste desde lejos, ya sentado junto a tus amigos, y regresé por él y por las copas también, ¿Sí, amor? Sí amor…

Al día siguiente, con El Otro, hablé de las citas que habíamos tenido, las cosas que habíamos hecho, dicho, visto, oído. Me recordó todas las cosas con lujo de detalle, incluso mejor que yo; tiene tan buena memoria. Hasta me platicó de cosas que yo ni siquiera había notado: el color de las bancas, lugares cercanos, el clima, palabras, chistes, la hora, mis zapatos, todo. Reímos mucho, y solamente cuando ya nos dolía el estómago de tanto reí, comprendí lo mucho que me había enamorado de Él. Nos dimos el primer beso, la sinécdoque de la desilusión… No me arrepiento ni me arrepentí, pero ya cuando nuestros labios no los unía más que la estela de los aromas bucales del vino tinto que bebíamos, me sentí, nuevamente, mal. Y sola. No culpable, sola. Nos quedamos abrazados en la cama hasta que tú llegaste y Él se tuvo que ir. No me preguntes cómo se fue porque…
La cuarta vez – espero que no me odies más por esto, amor – fue cuando finalmente nos acostamos. Tú habías llegado cansado del trabajo pero con hambre de piel y yo también. Nos quitamos la ropa y comenzamos a amarnos. Ah, te necesitaba tanto, te ansiaba tanto, te deseaba tanto. Tu piel derretía la mía como hielo al calor porque hacía tiempo que no me tocabas. Quedé hecha un líquido y quise empaparte de mí y comencé a experimentar cosas nuevas, poses nuevas, cosas que a ambos nos gustarían, pensé. Te pedí que aún no terminaras para disfrutar más (Sólo quería que disfrutáramos, ¡eso era todo!), pero me dijiste que no, que ya querías terminar, que querías esto pero estabas cansado y sólo querías el final. Te dejé terminar, pero mientras dormíamos, allá en el lejano mundo de los sueños, no me quitaba la sensación moral de haber sido usadas, y más que eso, de que nuestras vidas divergían en líneas paralelas, irreconciliables, continuas, hasta el infinito, la sinécdoque del rompimiento.

No lo pude soportar, ¿sabes, amor?, y al día siguiente corrí nuevamente a los brazos de El Otro, a su cuerpo, a su sexo. Le hice lo que no te pude hacer a ti, lo que no querías te hiciera. Le susurré al oído las más consoladoramente sucias que se me pudieron ocurrir, las fantasías que guardaba en el baúl de mi mente que alguna vez usé, ¿te suena familiar? El Otro me tomó por la cintura y me dio vueltas en la cama, como a un bistec en la plancha. Me hizo todo lo que se le antojó y yo lo disfruté inmensamente. Me vine ¡sí! y muchas veces, en su sexo, en su boca, en sus dedos de fuego y miel, y yo a él también le hice venir, cual indómita manguera: agité como a un biberón, lamí como a una paleta, chupé como a una naranja, mastiqué como a un chicle… y varias veces, amor, varias veces. Lo hicimos en la sala en la recámara en el baño en el jardín en la cochera la cocina el recibidor el cuarto de lavada sobre la lavadora en el carro, y no conforme con eso, también en baños públicos el cine el retrete del baño olvidado del departamento de mujeres en el centro comercial donde tú solías acompañarme, alegre y divertido, a comprarme ropa, sí, sí, todo esto te debe sonar familiar, lo hicimos en todos los lugares posibles que se nos ocurrieron y antojaron, más esto último que aquello. Si preguntas, estoy segura que te dirán que no, el portero te dirá que nunca vio a nadie más y posiblemente la chismosa de la vecina dirá que nunca vio a nadie conmigo por su ventana cuando me espiaba, sólo por costumbre, fíjese. Pero es la verdad: te fui infiel.

Otra vez fue después de mi exposición en la galería. Quería que me acompañaras a la celebración con mis amigos. No, me contestaste, tus amigos artistas son muy raros, hablan de cosas que yo ya no entiendo; mejor ve tú, yo me voy con mis amigos y nos vemos en la noche, voy a tu casa, o hacemos algo otro día. Es que es importante para mí que vayas, te dije, pero, amor, en serio, no me gustan esas cosas, ¿quieres que esté todo incómodo ahí, sentadote, sin tener nada de qué hablar? No, claro que no, y no vas a estar así, te prometí, yo te voy a incluir – además, mis amigos te incluirán, te harán preguntas sobre cosas que te gusten, se interesarán por ti, son muy amables, ¡vamos! Pero no quisiste. Quise decirte muchas cosas; mas lo único que me atreví a decir fue que no creí que el amor era separarse en las cosas que no nos gustan. Pero ahora si te las puedo decir con todas y cada una de las letras con que deben de ser dichas: yo fui a tu cochino partido de futbol que tanto querías ver, en medio de cervezas y comida que no me gusta y hombres de rostros pintados con los colores de sus equipos preferidos pintados, apostando, emocionándose cada vez que tal equipo metía un gol, ya que quienes le van al equipo son ¡viejas! ¿escucharon? ¡viejas!, y yo ahí presente, presenciando cómo ellos y tú también usaban un término despectivo con el cual se refieren a las mujeres para insultarse y ofenderse, solamente para sentirse hombres, superiores, triunfadores; aunque claro, las mujeres no se quedaban atrás, ya que ellas voluntariamente en la cocina, preparándoles la comida a sus “hombres”, chismeando o riéndose o presumiendo de lo mucho que les gusta la ropa de tal tienda o hablando mal de ciertas personas a sus espaldas o de lo bien que les habían dejado el cabello en la estética o su vida privada, comparando, al igual que hombres, tamaños y formas y poses. Pero es que eso sí era importante para mí, dijiste, mis amigos y yo siempre nos reunimos para ver el futbol y – ¿Y esto no es importante para mí? pregunté, ¿cómo piensas que me sentiré compartiendo mi triunfo con una silla vacía, amor? Me fui con tu Te amo, amor, nos vemos luego, como consuelo.
Al llegar al restaurant, amor, El Otro ya estaba ahí, esperándome. Se sentó a mi lado y se integró perfectamente a la conversación. Reímos, conversamos, de vez en vez, fuimos al baño para darnos un beso o dos o tres o diez, incluso nos amamos en la cocina cuando ya sólo quedábamos mis amigos él y yo y el dueño. Si les preguntas a mis amigos ellos lo negarán: cómo no negarlo, si en realidad…, pero te fui infiel. Como siempre, regresé a la casa, sola, vacía. Lloré tu desamor en las escaleras hasta que me quedé dormida.
Como lees, amor, te he recontado las veces en las que te fui infiel. Te juro y te vuelvo a jurar que te fui infiel. Debo añadir que en ningún momento me arrepentí ni me sentí culpable, porque nunca en realidad… Pero siempre, después de estar con El Otro, me sentí muy mal y más desolada que nunca. Y ayer, justo ayer, fue cuando finalmente comprendí que ya no podía seguir así, contigo, mientras te veía de pie junto a la mesa, en la cocina, y pensaba en El Otro, sabiendo que tú y El Otro…, y que ya no puedo seguir así, ya no ya no.

Me voy. Cuando leas esta carta yo ya me habré ido muy, muy lejos, adonde no puedas seguirme. Porque si te doy siquiera la más mínima oportunidad, lo harás, y aunque lo quiera no lo haré porque tú, Dios, tú… y tan súbitamente. Adiós, no hay más por decir. Excepto que – y esto sí te lo aseguro – no seré feliz; no importa adonde vaya, nunca me abandonará la medalla de nuestra derrota. Te lo digo no por consuelo ni para que no me odies tanto, sino porque es la verdad, ya que al partir me llevo sólo una cosa, tu recuerdo y El Otro, únicamente una cosa, ¿ENTIENDES? tu recuerdo de cuando eras amoroso, cariñoso, sensible, y El Otro, amor.

Somos dos tigres

We dance round in a ring and suppose,
But the Secret sits in the middle and knows.
The Secret Sits, Robert Frost.

Alfredo – me cagas. Te detesto. Me caga cómo eres, lo que dices, lo que haces, lo que no dices, lo que no haces, cómo piensas, cómo te comportas hacia mí. Pareces mocoso, eres tan infantil, si te viera con un babero amarrado al pinche cuello uno de estos días no me sorprendería, eres increíble. Siempre fuiste así, aunque yo nunca te dije nada. Pero hasta aquí. Se acabó. Al carajo. Necesito decirte todo esto que he estado cargando como pendeja desde que te conocí, aquel día que nos presentaron y claro oh sí, hola, cómo estás, mucho gusto, muy atento al principio, pero parece que en cuanto nos dijimos me gustas un mes después – sellamos un trato, un pacto, de niñerías, de desconfianza, de ir de un lado a otro en este estúpido vaivén en el cual me encuentro gracias a que no he podido comunicar lo que quiero y necesito de ti desde un principio. Debí decirte que no me gusta el desdén, la indiferencia. La falta de constancia, la mediocridad. Las máscaras y apariencias. Las mentiras, los ocultamientos. Las traiciones – pero no hacia mí, hacia ti. En este momento has de estar extrañado, pensando que tú no haces las cosas que menciono y en verdad tienes razón – estoy describiendo una persona que no eres…aunque en apariencia. Porque si te analizas bien a ti mismo – y yo te he analizado hasta el cansancio, créeme – encontrarás que tú has hecho todas estas cosas y otras peores. Y lo peor de todo es que no lo haces porque estés corrompido o deshonesto – muy al contrario: eres un romántico y un sentimental; eres como Julio Cortázar, que llora en el cine al ver algo que le conmueve, pero que sale disimulando la cara porque le da vergüenza que lo vean porque se muestra tal cual es. Sí. Porque cuando llegas a las encrucijadas conmigo – de las que, estoy segura, has tenido muchas veces – tomas el camino fácil, restringes tus sentimientos, los ocultas.
Cuántas veces, echados en el parque, viendo las nubes lentas en verano, me tomas de la mano y la acaricias, te pregunto ¿Qué tienes?, y tú, como siempre, respondes Nada. ¡Te odio! No eres sincero, no expresas lo que sientes, no compartes tus adentros. Y yo sé que los hay, sí –tu lengua miente, pero tus pupilas no. Veo perfectamente claro palabras empapadas de sentimientos, que se acomodan en oraciones lógicas, que buscan ser dichas, pero que son traicionadas porque piensas que al decírmelas me otorgas, también, poder sobre ti; que la confesión de vuelve vulnerable; que en algún momento podría usarlo en tu contra. En cambio dices algo así como Estoy cansado, Qué calor hace, ¿No? O Tengo hambre o El verano es lo mejor o algo así de estúpido.
A veces, cuando nos llega la noche y hay una posibilidad de vernos y tienes la perfecta oportunidad para invitarme a estar contigo, dices No sé, no tengo planes, no tengo muchas ganas de hacer algo, pero a ver qué sale, puede que algo en casa de Meme o ver películas en casa de Luis, quién sabe, tal vez, a lo mejor – y por lo general no terminamos haciendo nada, cada quien se va a su casa. ¡Te odio, te odio! ¿Por qué mientes? ¿Por qué no me dices la verdad? ¿Por qué no me dices que quieres estar conmigo (porque yo sí quiero estar contigo? ¿Piensas que por decírmelo te vas a ver desesperado, rogón, sin dignidad? Ahogas tus deseos y lo único que queda a flote es el orgullo. Pero se ven las burbujas de los ahogados, sus cadáveres brillan bajo el agua; puedo saber, por alguna razón, que quieres algo más: a veces me llamas horas después al teléfono, para platicar, siquiera, chiquilla. Y si terminamos muchas veces juntos la velada fue porque de alguna manera una piedra olvidada en el camino o cierta insinuación de palabras hicieron que sin proponerlo directamente nos quedáramos juntos, tal y como tú querías.

La primera vez que salimos, hazme el favor, tirados en tu cama, nos besábamos, lento, en el silencio de la noche, y te pregunté ¿Qué quieres de todo esto, qué buscas? Sabes lo que te iba a decir yo si tú me lo hubieras preguntado? Que yo sí quería algo, algo bien, no estupideces, algo verdadero, que tocara hasta la más recóndita de mis fibras, que quería conocerte como debe conocer una mujer a un hombre, que te quería a mi lado, y yo al tuyo. ¿Y tú qué me respondiste? No quiero nada, no espero nada, no busco. ¡Idiota! ¡Claro que esperabas algo, mentiroso de mierda! ¿Entonces por qué carajos me besabas? Bien podías estar con tus amiguitas hediondas, ésas que te dan las nalgas cada vez que se las pides, y que piden las tuyas cada vez que están borrachas. Por qué hablarme de Dios, de música, de la niñez, de Benedetti, de amor. Cuando escuché tu estúpida respuesta, me dolió, en serió me dolió. Me dieron ganas de quitarme de tus piernas y decirte Si no quieres nada, entonces hasta luego, yo también bien dramática. Incluso imaginé la última frase que te diría por esa noche: ¿Qué no escribió Benedetti, un verso que dice, No te duermas sin sueño…? ¡Mentiroso!

Las conversaciones con tus amigos son nefastas. Si tenemos alguna cita a las cuatro y media y al ver tu reloj te emocionas porque ves cuatro y diez, y les dices Ya me voy, y si te hacen burla, diciéndote mandilón o cosas similares, tú contestas que tienes que ir por mí para que me pegue el aire, para sacarme un poco al sol porque estoy muy pálida, o que tienes ciertas urgencias que ya no puedes contener, aquí a la vuelta nomás, llego en un rato, ¿En cuánto? ¡Cinco horas! Y todos estallan de la risa y hacen gestos y muecas y tú les sigues el juego e incluso los superas en bromas, bromas crueles. ¡Tu puta madre que estoy pálida! Si morías por verme; tú acudes a tus amigos cuando no puedes estar conmigo, cuando mi presencia te falta, cuando trabajo o tengo algún compromiso o responsabilidad. Y si el señorito se hace el muy chingoncito frente a sus amiguetes, es porque no tiene el pinche valor para reconocer frente a esa bola de pendejos que me ama sin medida, que no puede estar sin mí, que el más sutil recuerdo del aroma de mi piel lo enloquece y lo trastorna, hasta matarlo, hasta revivirlo; que mi sonrisa lo apacigua y mis brazos lo reconfortan. Aparte de mentiroso e hipócrita, eres un poco hombre.

En resumen – eres un cobarde, un miedoso, un contradictorio – un pinche niñato de mierda que tiene miedo de apostarle a la vida por mí porque no quiere arriesgar sus sentimientos; que en el fondo tiene unas ganas locas de querer y ser querido, pero se detiene por el temor al fracaso; que se abstiene de mí por el temor a mí. ¿Adónde vamos a parar con esta mentalidad tan estúpida? Al leer esto estoy segura que te has de sentir identificado con todas y cada una de mis descripciones, en la intimidad de tus pensamientos, estoy segura; y a tu interior no le puedes mentir porque es como tratar de enterrar un cuerpo en una cubeta de agua: por su masa, en algún momento va a salir a flote: no puedes ocultar el sol con un dedo ni pretender que algo no existe solamente porque no lo ves.

¿Y sabes por qué te digo esto?

Porque soy igual que tú.

Siento las mimas cosas, los mismos miedos y frustraciones, impotencias y miedos que tú. Tal vez mucho más. Cuántas veces no he querido a llegar contigo, de sorpresa, y abrazarte por la espalda; he sentido tu corazón latir de emoción y felicidad las veces en las que lo he hecho. Robarte un domingo – pasar a tu casa y decirte que este día me lo dedicarás conmigo porque es lo que quiero. Llegar al café en el que siempre nos vemos con el disco de The Smiths que no has encontrado o una biografía de Marcel Duchamp que encontré en una nueva librería, que tengo arrumbados en el clóset. Gritarle a las igual de mentirosas de mis amigas que no, que en verdad no me dio igual que te me hayas declarado con un mensaje dentro de un frasco de dulces después de la fiesta de navidad de Raúl; que me gustó y mucho. ¿Comprendes? Es por eso que después de días de introspección llego a ti cargada de reproches: porque ya mis miedos y cobardías me los he reprochado a mí misma – ¡Y cuántas veces, Alfredo, cuántas veces! ¡Mira esta carta, por ejemplo! Te lo dejo un recado afuera de tu casa, en los barrotes blancos de la ventana, para que cuando llegues del trabajo puedas verlo – todo porque temo decirte las cosas de frente, no tengo el valor para enfrentarte, tus ojos me dan miedo !Me acribillan!, tus pensamientos son la muerte !No los conozco!, y lo más importante – ahora, por todo esto, soy una presa dañada, y en cuanto te vea, estoy segura, por mi grieta te desbordaré con el agua de mis palabras, mis insultos y reproches – todo para sacar lo que llevo dentro –; pero tú al ser tan parco no dirías nada gran cosa, no sabrías cómo reaccionar, tal vez ni lo harías de todo, te quedarías ahí, parado, perplejo, como árbol, los ojos abiertos, los labios en suspenso – si haces eso verdad de Dios que no sé lo qué haría: ¿Tanto esfuerzo en hacer que broten mis palabras para que salgas con eso? No, no, no va, simplemente inaceptable. De antemano te pido que me perdones mi falta de valor; aunque créeme que incluso esta carta se me hizo tan difícil de escribir; que redactarla era como en verme en un espejo: cada palabra, cada coma, cada acento, cada oración eran miradas que me dolían y avergonzaban y entristecían hasta el grado de querer romperlo, hacer bola el papel y mandar todo al diablo, tú incluido. Sin embargo no desistí, me quedé hasta el final, y el resultado es simplemente la prueba de amor más grande que pude haber hecho porque lo que vi reflejado en este espejo, también, fuiste tú. Porque tú y yo, somos dos tigres, tanteándonos en círculo, estudiándonos en secreto, sabiendo que nos encontramos en una batalla suave, suave, deliciosa y siempre bienvenida: Dime, Alfredo, ¿No te gustaría entrar en tal dulce batalla al por fin atacar?

El sello 52

En esta pequeña biblioteca, no muy conocida, tú has sido el único que ha leído las obras de Julio Cortázar. Lo constata el hecho que por tus manos han pasado todos los libros que de él hay aquí, y varias veces, desde La otra orilla hasta Rayuela, desde Presencia hasta Viaje alrededor de una mesa. Esto da dado un total de 51 fechas selladas en los papelitos pegados a las hojas de los títulos, seguidas de la portada en cada uno de sus libros. Todos estos sellos son tuyos; los tienes contados.

Es por eso que cuando lees en la base de datos de la biblioteca, PQ7797.C7145 A6 2009, apenas y puedes creerlo: un nuevo libro de Cortázar: Papeles inesperados, una colección de textos inéditos publicados recientemente. Te diriges, paso rápido, hacia los anaqueles para sacarlo y leerlo de una vez, no puedes esperar. Subes al cuarto piso, vas hacia el anaquel de literatura argentina, y ¡ah! ahí está él, ahí está Cortázar, inmortalizado en sus libros, inmortalizado para ti, latiendo en un nuevo corazón recién publicado, junto a Borges y Bioy Casares. Tomas el libro, le echas un vistazo, verificando; sonriendo, caminas – casi corres – hacia la bibliotecaria para que lo selle y puedas leerlo – sin sello no se puede sacar del estante – y vas hacia tu rincón preferido, un escritorio junto a los anaqueles de literatura mexicana y una oficina a la que nadie nunca entra. Te sientas y miras – contemplas, más bien – el libro, fijos ambos, uno frente al otro, como estatuas enamoradas. Lees el título en grande y negro; lees el comentario editorial de la contraportada y piensas que es acercado calificar a este reencuentro como el más feliz.

Una vez estudiado, estás listo para leerlo, lo abres. Pero no. No lo lees. Algo ha llamado tu atención. Algo desconcertante: No has sido el primero en leerlo. Alguien leyó el libro antes que tú. Y esto que tocas, que sigues con el dedo, que dibujas como si saliera de tu mano, es la prueba. Es un sello con la fecha estampada del día de ayer, 9 de junio. El sello 52. Bueno, no importa, piensas con desdén. Lo debieron tomar por error; para hacer algún estudio, o para curiosear, no por verdadero interés. Te pones a leer sólo un texto, "Manuscrito hallado junto a una mano". El texto es tan delicioso, que no te gustaría terminar el libro de una sola sentada, sino saborearlo lentamente, retener el sabor fresco de las palabras en el paladar, masticarlas, deglutirlas, y al final pasarlas por la garganta de la mente y que el sabor se quede en la memoria. Una vez llegada la noche, regresas el libro al estante; tu casa se encuentra en reparación, por lo que es inútil llevártelo. Bajas las escaleras con paso lento, sales de la biblioteca y te esfumas.

Aunque al día siguiente ya estás de regreso. De nuevo te diriges hacia el cuarto piso, y esta vez decides leer Ciao, Verona, con lo que te dan ganas de leer el cuento Las dos caras de la medalla.
Vas hacia el estante y tomas la antología de cuentos donde se encuentra publicado, Alguien que anda por ahí. Abres el libro, y éste se desdobla justo en la página en la que comienza el cuento que buscas, porque hay un pequeño separador interpuesto entre las hojas. Abres el libro en la página de los sellos y, de nuevo, te sorprendes. Un nuevo sello con la fecha de ayer, justamente de ayer.

Concluyes que es el mismo lector de Papeles inesperados. Tomas el separador. Es un separador improvisado, una hoja de papel arrancada de un cuaderno. Lo examinas más de cerca y notas que tiene ciertos apuntes. Qué bonita letra, piensas, la caligrafía es delicada y cuidadosa y cursiva, y la forma con la que escribe las s es deliciosa, esa forma con la que tú siempre has querido escribir, pero que nunca has podido perfeccionar porque tienes muy mal pulso y eres muy nervioso. Está escrita, además, una corta lista de palabras desconocidas que seguramente la lectora buscó – o buscará – en el diccionario. Has concluido que debe ser lectora debido a la caligrafía, además de que la hoja desprende de sí cierta esencia ciertamente femenino, que bien puede ser el aroma de su cuerpo o de su cabello o de sus manos, envoltura rica y fina de su cuerpo, tan intensa y fuerte y penetrante, que te jala amablemente la nariz como una soga hacia un paraje desconocido, acelerándote inexplicablemente el corazón, aunque la lectora te sea desconocida.

Qué ególatra eres, piensas, interesarte en el fantasma de una mujer con quien tienes intereses afines, lo que quiere decir que estás interesado por tus mismos gustos, pero reflejados en otras aguas. No importa, piensas, tengo que ser fiel a mí mismo. Y es por eso que no puedes – ni quieres – leer, siquiera empezar “Las caras”; quieres pensar, mejor, en cómo sería la cara de esa medalla que quieres conocer, tal vez por casualidad, mientras ambos concuerden en buscar el mismo libro en los estantes, o tal vez cuando ambos estén esperando ser atendidos por la bibliotecaria en su escritorio, y que tu lectora vea las solapas de los libros y te exclame ¡Cortázar!, y te sonría y te hable y deje que la veas a los ojos aunque baje la mirada porque ella es muy tímida, y tú le digas No la bajes, me gustan tus ojos, y que el halago la sonroje, y el café en la noche aunque tengas que levantarte mañana temprano para ir a la oficina, sintiéndote arder de amor por querer tocarle siquiera la mano de manera inocente, usted sabe, es tan emocionante vivir en este ancho mundo y toparse con usted, una cronopia, y si en cualquier momento usted quiere irse, nos iremos, podríamos caminar un poco por la ciudad, ver una película o una obra de teatro, ¿le gusta el teatro? ¿sí? entonces vayámonos a una obra, y después a algún parque donde podamos estar a solas y en silencio y a oscuras, sólo para ver nuestras voces y olernos con los ojos y repetir esto alguna otra vez, si usted quiere, claro está, otros días.

Te vas de la biblioteca, y al siguiente día regresas. Tomas de nuevo Papeles Inesperados, y te das cuenta que Dauphine – por honor a La autopista del sur – ha estado de nuevo por aquí hoy; has encontrado un nuevo separador insertado entre las hojas. De nuevo no puedes leer; pasas las horas pensando en ella, imaginando cómo sería – tanto que no quieres irte solamente por estar cerca de donde ella ha estado, aunque un acomodador de libros te dice, por cuarta vez, que ya es hora de cerrar. Te vas muy a pesar tuyo, y de camino a casa, en la noche, en la calle, en tu recurrente soledad, el fantasma de quien no ha muerto – porque ni siquiera ha vivido – se te aparece equívocamente en cada esquina, en el cuerpo de alguien más: Dauphine usando una gabardina; Dauphine caminando con amigos, riendo; Dauphine caminando sola, pensando; Dauphine entrando a un bar; Dauphine rompiéndote el corazón, besando a alguien más alto que ella en la boca, a un lado de la parada de autobuses; Dauphine yéndose contigo sin saberlo, en tu mente, en tus sueños.

Y así ha sido por varias semanas, incluso meses; no sabes qué exactamente, porque has perdido por completo la noción del tiempo. Obviamente tienes una idea, aunque sea vaga, porque a diario checas las hojas de los sellos de los libros de Cortázar para cerciorarte de que Dauphine ha estado en la biblioteca. Pero justamente hoy notas un detalle muy obvio, que ya debías haber notado antes. Las fechas de los libros corresponden siempre al día que visitas la biblioteca, pero el libro siempre está en el estante: Dauphine no se lo lleva. Lo cual quiere decir que ella ha estado aquí antes que tú; ; pero también quiere decir – o quieres que quiera decir – que tú sigues con dulce emoción los pasos en las huellas de quien al parecer se escurre de ti, como agua entre las manos, maldita búsqueda, maldito juego, no eres un gato, ni ella es un ratón, sal ya.

Algunos días después sabes con toda seguridad que es mujer. Porque en Todos los fuegos el fuego ha dejado un listón de su cabello como separador; en Un tal Lucas, una servilleta con una marca de lo que parece ser un lápiz labial. Un recibo de tintorería por blusas y faldas en La vuelta al día en ochenta mundos. ¡Ah! qué oportuno, piensas, porque tú con ella darías la vuelta al día cuantas veces sea necesario, porque tú con ella darías la vuelta al día cuantas veces lo pidiera, cuantas veces lo quisiera, lo único que hace falta es que lo pida, que salga de esa cueva de identidad desconocida en que se encuentra, a la que regresa cada noche después de la biblioteca, que saliera de la cueva y te dijera Oh Peugeot, aquí estoy, soy yo, Dauphine, la que te ha estado buscando más bien a ti, quien siempre se escabulle, como si rehusara nuestro encuentro, ¿qué no sabes que los cronopios como tú y yo estamos destinados a conocernos? ¿qué no sabes que tenemos como una especie de llaga en la frente, una estigma en las manos? Cortázar es un imán de cronopios, es la fuente de agua de la cual nos hemos desprendido, y a la que, si somos afortunados, algún día regresamos a ella si tenemos suerte, yo ya he regresado, y al parecer tú también, solamente que a deshoras, no nos hemos presentado aún, otras aguas nos han tapado el uno del otro, pero mi olor, mi perfume que he dejado como pequeños huevos de pascua que tú debías encontrar, pues ha salido de su cascarón, lo ha roto, y como vaho te ha seguido, como serpiente en el aire, se ha colado por tu nariz llegándote hasta el corazón y te ha dictado que en esta biblioteca no muy conocida hay alguien que es como tú, y ahora lo único que falta es que me digas tu nombre y que ambos salgamos a tomar algo y después terminemos en tu casa o en la mía, que hagamos el amor con cierta furia, porque nos estaríamos vengando del tiempo y del espacio y del universo, por retener el cuerpo sudoroso que frente abajo arriba al lado de nosotros respira fuertemente, y que cuando terminemos y salga el sol, salgan también nuestras vidas, despierten una al lado de la otra, y se digan mutuamente Buenos días, te veo en la noche, y así sea por tiempo incalculable, y mientras más pronto mejor, porque ¡oh decepción! el superintendente te ha dicho que cerrarán la biblioteca la próxima semana, el lugar es muy chico, se necesita uno más grande y mejor ubicado, usted sabe, joven, lo sentimos mucho.

Por lo que tienes que dar con Dauphine de inmediato, piensas.
Elaboras un plan, algo desesperado, pero la situación te fuerza a esto. Decides esperarla, oculto entre los anaqueles, cuando tome un libro de nuevo. Lo haces hoy, pero Dauphine no ha venido, y tienes que salir a comer algo ya, porque ya no aguantas. Vas, comes un emparedado en la cafetería de enfrente, y cuando regresas, encuentras, ¡oh maldita sea! Prosa del observatorio mal acomodado en el estante; lo checas, y ves que tiene un sello del día de hoy – ¡ella ya vino y se fue! ¡Pero cómo! ¡Si sólo fue una hora! Ya vamos a cerrar, joven, te dice el intendente, así que te vas. Al día siguiente, o sea hoy, la esperas donde mismo, pero esta vez con comida, por si acaso te da hambre. Pero tampoco viene; las horas pasan y la bibliotecaria te dice que ya tienen que cerrar. Cuando pasas por el escritorio de la bibliotecaria, adviertes 62 modelo para armar y Un tal Lucas. Maldita sea, piensas, Dauphine vino solamente para entregarlo. Al día siguiente, hoy, la esperas, sentado, cerca del mostrador; esta vez no se te irá. Pero tampoco viene, y, cansado, subes al cuarto piso y encuentras Último round mal acomodado: de nuevo Dauphine vino, ¡leyó el libro justamente aquí, y se fue!

Todos los libros, excepto Libro de Manuel y Los Reyes faltan de ser sellados. Al parecer, deduces, Dauphine quiere leer todos los libro de Cortázar antes de que cierran la bibliotecaria: perfecto: la tengo que encontrar en uno de estos días. Pero, para estar seguro, le escribes notas en cada uno de esos libros, citándola a verse afuera de biblioteca a las cuatro de la tarde al día siguiente. Pero el día siguiente es hoy, y no hay señales de Dauphine. Subes al cuarto piso y descubres que no ha tomado ninguno de los libros; en cambio Nicaragua tan violentamente dulce, demonios.

Finalmente llega el séptimo día. No sabes qué hacer. Desde la mañana la esperas en el anaquel, pero no aparece. La esperas cerca del escritorio de la bibliotecaria. Tampoco. La esperas junto a la puerta principal. Tampoco. Pero debe de aparecer, piensas, hoy es el último día, debe saberlo, sí lo sabe, y también sabe que existes, que hay un lector con gustos afines, que deben conocerse, que están destinados a conocerse. Y recorriendo la biblioteca por horas, se te pasa el día. Cansado, exasperado, regresas al escritorio de la bibliotecaria. Ya no hay nadie. Las luces casi todas se han apagado, está todo oscuro. No ves nada, sólo sombras. Pero de pronto la silueta oscura de una joven. Voltea a varios lados, parece buscar algo. Luego te ve ¡Sí! al parecer te ve, y se acerca, cada vez más y más ¡y más! Está frente a ti, escuchas un murmullo: ¡va a hablar! ¡sí!¡por fin! Hola ¡¿Dauphine?!...la bibliotecaria. Oh. Pronto cerraremos. ¿Ya? Sí. Pero aún no ¿Qué? Aún no la he conocido. ¿A quién? A Dauphine, y yo…Ya es hora. ¡No! Sí, lo siento. Pero. ¿Qué? La información. ¿Cómo?, ¿Quién sacó estos?, ¿Cómo? Libros, ¿Cuáles?, De Cortázar. ¿De quién? !De Julio Cortázar! ¿quién los sacó? Necesito su nombre. No se puede. Por favor. Es confidencial. ¡No! ¿Disculpe? Si fuera usted tan amable. No hay por qué usar el Ud.; estoy joven. Disculpa, si fueras tan amable. No, lo siento. ¿Por qué? Es contra las reglas. Pero. Lo siento. Afinidad, viaje. ¿Perdón? Es que yo… ¿Qué? La quiero. ¿A quién? ¡A Dauphine! Lo siento, ya es hora. ¿Ya? Sí. Pero. No. ¿Sí? No. Ya es… Lo sé. Está bien. Gracias. Adiós. Adiós. Y te vas, con esa mirada de derrota, porque Dauphine no llegó. Sales por la puerta y te vas, esta vez, por siempre de la biblioteca que cerrarán hoy para ya no abrirla mañana en la mañana, ya no abrirla nunca más. Ah, si supieras qué tan difícil fue para mí decirte que no podías saber quién era yo. Y todavía más cuando vio ese matiz de desesperación en tus ojos. Pero tal vez fue lo mejor. ¡Qué tal si yo no era como tu Dauphine! Me hubieras mandado al carajo, me habrías roto mis sueños, y tanto tiempo de verte desde lejos… No lo habríamos soportado, realmente ni tú ni yo lo habríamos soportado, ¿no lo crees, Peugeot mío?