miércoles, 16 de marzo de 2011

Mi última derrota ante Victoria


Not at first sight, nor with a dribbèd shot,
      Love gave the wound, which, while I breathe will bleed;
      But known worth did in mine of time proceed,
Till by degrees it had full conquest got.
Astrophel and Stella, Sir Philip Sidney

El domingo fue una noche fría y vergonzosa. Porque, a la exposición de fotografías a la que me había invitado Nadia, también asistió Victoria. Llegué justamente cuando se había terminado. Estaba a unos cuantos metros de la entrada de la galería cuando vi a Melisa salir junto a Victoria entre la multitud. Ah caray, qué sorpresa, me preguntó la primera en cuanto me vio. Así es, contesté, abrazándola. Hola, le sonreí a Victoria. Ésta apenas levantó la mano, sonriendo sin abrir la boca. ¿Qué haces por acá? En eso Nadia salía de la puerta. Le dirigí la mirada, con lo cual Melisa comprendió de inmediato, y sonrió. ¿Quieres un cigarro?, ofrecí, ¿tú quieres uno, Victoria? Sí, gracias, respondió, y cada una tomó un cigarrillo. Nadia llegó con nosotros al cabo de un momento y nos saludamos fríamente. Tal vez sintió cierta incomodidad de mi parte. Conversamos un poco acerca de la exposición; a Melisa y a Nadia no les gustó mucho que digamos, pero a Victoria sí. Ya estábamos por encender otro cigarrillo cuando Nadia y Melisa decidieron entrar por última vez para ver una fotografía cuyo autor no recordaban. Victoria y yo nos quedamos incómodamente solos. No habíamos estado así hasta hacía apenas dos días, en la fiesta de graduación de Melisa. Esa vez terminamos acostándonos después de embriagarnos con vodka y whiskey en las rocas. Ella no decía nada; se cruzó de brazos y se limitaba a mirar hacia la noche. Yo aparenté perder la mirada para hacerle creer que pensaba en otra cosa, y de reojo pude ver que sus pies apuntaban hacia mí, mas no quise hacerme de ilusiones vanas. Nadia y Melisa llegaron al cabo de un momento; ésta última y Victoria a pagaron las colillas de sus cigarros y decidieron finalmente partir. Nos vemos al rato, Damián, me abrazó Melisa. Con cuidado, le respondí. Adiós, le dije a Victoria. Adiós, farfulló ella, dándome la espalda. Yo resentí su frialdad mientras la vi perderse en la oscuridad de la noche azul. Suspiré. Nadia me preguntó algo; no la escuché. ¿Qué dijiste?, perdón. ¿Que por qué suspiras? distraído. Ah, eso. Nos habíamos quedado solos y en silencio, como ínfimos puntos de la inmensa noche de invierno. El frío ya no me importaba.
Mi historia con Victoria data de hace cuatro extraños y particulares años. La conocí por Alejandra quien, junto con Melisa, estudiaba publicidad; en un semestre, ambas, me dijo Ale, tomaron una clase optativa, arte clásico, algo así, donde que conocieron a Victoria, quien estudiaba historia del arte. Una noche, en la que Melisa y yo nos fuimos a beber tranquilamente, me dijo que tenía a alguien a quien presentarme – una amiga con la que tenía muchas cosas en común.
¿Como qué?, pregunté.
También le gusta leer
¿Y también tiene complejo de escritora?
¡Sí! La otra vez escribió un ensayo acerca de la importancia del arte romano y griego
Vaya, ¿y le hablaste acerca de mí?
Alejandra me dijo que sí y que su amiga se veía muy interesada en conocerme.
¿Está soltera?, pregunté.
Respondió que también.
Entonces no se diga más, reí. ¿Cómo se llama?
Victoria
Al día siguiente Alejandra me dio su número de teléfono. Una semana después hablamos, mas porque la tal Victoria me marcó a mi casa.

Hola, buenas noches, escuché del otro lado del auricular, ¿está Damián?
Sí, soy yo, respondí.
Ah hola, me dijo, soy Victoria
Su llamada me tomó por sorpresa; la verdad, no me la esperaba.  
¿Interrumpo?, preguntó.
¿Qué? No, para nada, me alegra que hayas llamado; el trabajo me ha absorbido mucho últimamente
Sí, es que Alejandra y Melisa me hablaron tan bien de ti que me dio curiosidad saber quién eras
Eres; aún no he muerto
Eres, sí, rió. Perdón
Pues soy Damián, mucho gusto, ¿qué tan bien te caigo hasta ahora?
¿Qué?
Nada, olvídalo, mala broma
Ah, ya entendí, rió.
No te rías si no te dio risa
No no, sí me dio risa, es que me pareció inopinada tu broma
Qué palabra tan exacta
¿Cómo?
Es que esa palabra…se me hizo muy precisa etimológicamente. Soy escritor, entonces el manejo apropiado y exacto del lenguaje me gusta
Melisa me dijo que eres poeta
Qué interesante…
A mí me dijo que estudias historia del arte, ¿cierto?
Así es
Eso se me hace mucho más interesante que mi trabajo
¿Por?
El color es lo más hermoso que existe. Para apreciar la literatura se necesita haber adquirido un lenguaje, saber leer y escribir y tener cierta sensibilidad estética. En cambio el color: la sensación que despierta es instantánea y natural; hacer del color un arte pues es sublime
Ahora tú eres el interesante, Damián
¿Qué?
Lo que oíste
Gracias, y ambos reímos.

Y hablamos durante toda la noche. Fue una conversación verdaderamente plena, puesto que ella me hablaba acerca de pintores, de lienzos, de movimientos artísticos, del Romanticismo, del barroco, me dijo también muchas acerca de la simbología y la teoría semiótica – en verdad cosas intelectualmente estimulantes.

Sí, ahorita trabajo en un ensayo acerca de los orígenes la poesía pastoril, para entender The Hireling Shepherd, una pintura del pintor prerrafaelista William Holman Hunt. ¿Sabes que a esta poesía también se le conoce como 'bucólica', que viene del griego Bukolos, que a su vez significa 'pastor'?
Vaya, no, no lo sabía, respondí encantado.
Es realmente interesante
No lo dudo

Sin embargo, no exagero ni soy vanidoso al decir que, más que interesarme yo por ella, fue ella quien se interesó por mí. No sé por qué. Victoria me preguntaba, por ejemplo, acerca de mí, de mi vida, de mi oficio, de mis influencias literarias. Incluso me pidió, si aceptaba, mandarle algunos de mis poemas para leerlos. Acepté; le mandé algunos por correo electrónico esa misma noche, y, a juzgar por su reacción, le gustaron muchísimo. Son muy buenos, me dijo, realmente me impresionaste. Gracias, le respondí. Cuando nos dieron las tres de la mañana, Victoria terminó la llamada, diciéndome que al día siguiente debía trabajar. Está bien, contesté.
Pero mañana hablamos, me dijo, ¿te parece? ¿a qué hora estás en tu casa?
Como a las cinco
Entonces a esa hora te marco, ¿está bien?
Le dije que sí.
Me dio las buenas noches y me mandó un beso.
Yo lo recibo, respondí; "En un beso sabrás todo lo que he callado", escribió Pablo Neruda
Ay eres tan interesante
(¿?) Gracias
Y colgamos

Al día siguiente, a las cinco de la tarde en punto, sonó el teléfono. Contesté, y ese día, de nuevo, hablamos hasta bien entrada la madrugada. Sin embargo, nuestro encuentro cara a cara no tuvo lugar hasta después de un mes. Durante dos semanas Victoria se fue a acampar con sus primos, y luego un viaje a visitar a su Abuela, en Chihuahua. En cuanto ella llegó, yo tuve que ir a una conferencia de literatura a Guanajuato, y después a Veracruz; duré también dos semanas. Pero cada día hablamos por teléfono, siempre por iniciativa suya, porque era ella quien siempre me hablaba a mí. Me contaba acerca de su vida: sus viajes, que su último ex novio la dejó por la muchacha que ella creía su mejor amiga. Su admiración por mí: Damián, eres muy inteligente, eres muy interesante, me gusta mucho tu oficio – ella sabía que poeta era un oficio –, tus poemas son hermosísimos, ¿ya te dije que me pareces muy lindo?, eres un amor, en este corto viaje que realicé pensé todo el tiempo en ti, quiero conocerte, ¿cuándo nos veremos? Tú eres una razón para sonreír. Ahora: estas palabras, fuera de hastiarme o ahuyentarme, me revitalizaron. Porque fueron como un puñado Rock and Roll, después de una serie de nocturnos melancólicos. Durante ese tiempo me sentía un poco solitario. Hacía más de un año en el que, debo decirlo, buscaba una mujer especial, y que de pronto se me presentara Victoria fue como si me hubiese ido a dormir a mi fiel lecho de invierno y en la mañana despertara en un soleado día de verano. Poco a poco, creo, sin saberlo, le fui tomando cariño. Ya que Victoria se introdujo a la casa de mis sentimientos, pero por la puerta de atrás, paso a paso, sigilosamente, entre las sombras, para robarse mis pensamientos, mis nostalgias, mis deseos, hasta que no me quedó nada porque todo era ya su propiedad. Creo que ésa es la razón por la cual no me extrañé ni me asusté cuando me dijo las siguientes inopinadas palabras.
Damián, ¿te digo algo?
Adelante
Te quiero. mucho

No supe qué decir. En otro caso, me hubiese carcajeado hasta las lágrimas, por lo menos en la mente. Mas guardé silencio; los sentimientos correspondidos del amante no inspiran más que un legítimo respeto en el amado. Tan así nos compenetramos en esas nocturnas conversaciones que, ilusionados, nos develamos las marcadas cicatrices de nuestras más terribles heridas. Yo le confesé mi perpetua culpa al evocar a mis pobres y fallecidos padres, cuyos orígenes nunca le revelé, ya que sentía que no era feliz, que por mi oficio lanzaba mi vida y juventud por la borda, tal y como a ellos les habría decepcionado totalmente. Ella, en cambio, me confesó sentimientos igual de profundos. Una vez rompió en llanto en el teléfono.

No sé qué pasa con mi vida, me dijo. Me siento tan vacía y sola. Siento que nadie se preocupa por mí. A veces me dan ganas de lanzarme de un sexto piso para terminar con este dolor
No estás sola, le contesté. Me tienes a mí, y a mí me preocupas. Me interesas. Mucho. Más de lo que te imaginas
¿En serio?, preguntó como niña pequeña
En serio, respondí seguro.
¿Por qué?
Porque me gustas

Y ambos, estoy seguro, sonreímos detrás de los cables y los altavoces, dichosos por habernos encontrado el uno al otro. Quedamos de vernos el lunes en cuanto yo llegara de mi viaje de trabajo; a la noche, fui a su departamento. Toqué la puerta. Victoria salió al poco tiempo, sonriendo; abrió la puerta y me invitó a pasar.

El departamento de Victoria era deslumbrante. Moderno y elegante, me recordaba las casas de las chicas adineradas del colegio que visitaba cuando tenía que juntarme para hacer algún trabajo en equipo. Los interiores de casas que solamente veía en revistas de muebles caros o en películas. Era limpio, ordenado, espacioso y olía bien, tanto que recuerdo haberme sentido sucio al entrar. Cada pieza, cada mueble, fino y hermoso hasta el último detalle, parecía ser una extensión de Victoria, de su mente, sus gustos y su vida, muy diferente a mi departamento y muy remota a mi vida. Entré, y me sentí cómodo, alegre, y pensé: en un lugar así es donde me gustaría estar.

Aquella noche me quedé sin habla. Victoria era bella, mas en un sentido muy diferente al que hasta ese entonces había visto. No era belleza rara, sino algo más especial aún: una belleza elegante. Porque la manera en la que Victoria servía el vino en la copa, en la que tiraba la ceniza del cigarro en el cenicero, en la que se echaba hacia atrás el pelo: todo exudaba una fineza innata, como si frente a mí estuviese una señorita con modales del siglo pasado, pero con tenis Converse y falda negra con rojos cuadros. ¡Y yo le gustaba! ¡Ella me quería! ¡Yo a ella también! Sólo quería verla y tocarla y respirarla y degustarla, mas no escucharla ni hablarle, o algo que rompiera esa habitación de silencio en la que nos encontrábamos, alejados del mundo. Victoria no necesitaba vendérseme porque yo ya la había comprado. Y, yo pensé, yo tampoco necesitaba ofrecerme, porque ella ya me había aceptado. Y así, en silencio, tocándola y besándola y abrazándola, pasamos toda la noche. Antes de irme, a la puerta de su casa, le dije

Tú también eres para mí lo que una vez dijiste que yo era para ti
¿Qué?
Una razón para sonreír
Ah
¿Entonces vamos mañana a tomar un café?
Respondió que sí.
Propuse a las siete de la noche y ella me dijo qe sí.
Hasta mañana, pues. Dame un beso y buenas noches

Me subí al camión que me llevaba a la avenida Bolívar, emocionado del trayecto que me disponía a recorrer…

Mas al siguiente día me mandó un mensaje, explicando que se sentía enferma y que no podía cumplir nuestra cita. Yo le contesté que no había problema; otro día sería. No contestó. Porque entre nosotros ya todo había cambiado para nunca ser lo que aquella noche únicamente fue.
Después de ese día hablamos seguimos hablando por teléfono, pero ahora debido a mi iniciativa. Le hablaba para saludarla, para saber cómo estaba, para platicar, invitarla a salir, cosas así. Pero ella se comportaba ahora de manera muy extraña y diferente.
¿Qué haces?, me preguntó cierta noche.
Escribo, contesté.
Ah
Pero no me sale nada
¿Y eso?
No sé, no tengo imaginación
Qué flojera me das, neta, ¡por qué eres así!

Sí: desconcertante. Uno de esos días contiguos hablé con Melisa respecto a lo que pasaba con su amiga. Ella, reticente y apenada, me dijo que, platicando una tarde en la escuela, Victoria le comentó que se encontraba indecisa entre yo y alguien más que le gustaba. Y es que ahorita se junta mucho con una morra que es bien puta, Ana Laura, quien le dice Ay pues si te gustan sólo acuéstate con ellos y ya. Y yo le dije Victoria, la verdad, si no te gusta Damián, habla con él, porque la neta él no se merece que le hagas esto

Sí, yo hablaré con él, respondió. Mas nunca me dijo nada; solamente me dio a entender, con su silencio e indiferencia, que quería bajarse del tren idílico al que recientemente nos habíamos subido. Mas nunca contó con que yo no me bajaría. Esa misma semana la cité en un café para platicar frente a frente.
En el café platicamos de la escuela, de libros, de cine, de nuestros trabajos y cosas así. Ella compró un café, su favorito, un expreso doble, y yo solamente me limité a fumar y a adolecer al verla disfrutar de su caliente bebida. Horas más tarde una llamada de teléfono que contestó me dio a entender que tenía poco tiempo y que debía exponerle la razón de nuestro encuentro.
Titubeé. Te hablé – te cité – porque, no sé qué tienes, pero te noto un tanto elusiva
Sí, bueno, es que… he estado pensando… y mejor hay que dejar las cosas como están; ahorita me siento muy contenta y quiero tener tiempo para mí sola…
Oh. está bien. Entiendo, dije, pero por dentro el corazón se me hacía añicos.
Perdón
¡Qué! no me pidas perdón, por favor, cosas así a veces pasan…
No obstante, te agradezco el interés que… Tú eres un buen…
Ni lo digas. Me voy, ya está oscuro
Y nos pusimos de pie
Antes de irme, me dijo, ¿te digo una cosa? Esa noche que hablamos por teléfono, en la que dije que me quería...
¿Sí?, contesté esperanzado.
Tú me recitaste algo así como Amiga, no te mueras, escúchame estas cosas que te digo, un poema: ¿cómo va?
AMIGA, no te mueras.
Óyeme estas palabras que me salen ardiendo,
y que nadie diría si yo no las dijera…
[Yo soy] el que cruzó los brazos por esperarte, ahora.
El que quebró sus arcos. El que dobló sus flechas...
El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas.
¡Tendido entre las hierbas yo soy el que te espera!
¿De quién es?
Pablo Neruda
Es hermoso. Me gustó. En verdad me ayudó. Gracias
Por nada
¿Sabes? yo de chiquita quería ser poeta. Incluso aún tengo los cuadernos en los que escribí mis versillos, rió.
¿Y qué sucedió?, pregunté.
Rembrandt me atrajo más
¿Y decides terminar lo nuestro?
¿Perdón?
Que no me gusta mucho el invierno
Ah. A mí tampoco, y sonreía al verme con esa mirada que tanto me desarmaba e inspiraba al mismo tiempo. Salimos del café; el hermano de Victoria, Gonzalo, ya la esperaba en el carro. Nos despedimos fríamente: con la mano, y de lejos; yo me quedé solo, parado, en el frío, mientras ella se subía al carro de su hermano, a su vida que ella absurdamente no quiso compartirme, a la lejanía de mi amor afligido.

Ésa fue la ocasión en la que más cerca estuve de sus sentimientos. Me sentía fatal. La extrañaba. Quería verla. Tocarla. Escucharla. Estar cerca de ella. Hacerla feliz. Victoria y yo éramos como dos cachorros abandonados en una gasolinera, dos huérfanos esperando el regreso de sus padres. Siento como si después de caminar años por el desierto, por fin llegara al oasis que a lo lejos se veía; bebiera una sola gota; y luego el oasis se alejara y perdiera en el horizonte…ante mis ojos. Era doloroso. En verdad sentí que una oportunidad única en la vida se me iba de las manos, y que no podía hacer nada para recuperarla. Por lo cual durante un año entero me dediqué a languidecer por ella, en la tristeza y soledad de mi departamento. No quería salir; no quería ver a nadie. Las pocas veces en las que salí fue cuando había una oportunidad de topármela, aunque me doliera saberla lejana, ajena a mí, aunque su reminiscencia fuese aguda, penetrante y dolorosa. Recuerdo que una vez, cuando Melisa cumplió años, fui a su fiesta en el antro Aroma. Ahí estaba Victoria. Me saludó como si hubiese querido eludirlo, pero no pudo al final: no me acerco a darte un beso porque me da flojera, rió. Incluso su voz, al decirme Con permiso, era punzante; casi sentía que me castigaba por verla con ojos de amor. En ese instante las emociones le ganaron al intelecto y tuve que irme para no seguir viéndola con su novio; no lo soportaba; salí emperrado del antro. Alex ofreció llevarme a mi casa en su carro, y en cuanto me propuso irme, salí emperrado del antro, sin despedirme de nadie. Al cabo de unos minutos, Alex salió, y seguramente percibió la desesperación en mi mirada al relatarle lo que entre Victoria y yo había surgido a pesar de suceder tan poco, y de lo que aquella noche me había enterado en tan pocas imágenes. Entiendo, me dijo Alex, una mujer que te deja así, tan a medias…, pues es difícil, pero tranquilo, luego vendrán otras mujeres así de especiales, el punto no es cerrarte, así que ánimo. Pero en mi derrota nadie me podía decir nada que me hiciera cambiar de perspectiva, porque si algo con lo cual no se puede razonar es con los sentimientos. Y en esa situación me sentía justificado de revolcarme en la inmundicia de mi desamor.
No obstante, y quién sabe con qué ganas, decidí probar el consejo de Alex, y me di la oportunidad de conocer a otras mujeres. Pero fue para pura pérdida. Ya que la renovación de mi vida sentimental fue un fracaso total. Conocí a una muchacha, Claudia. Ni siquiera se fijó en mí; no pude despertar su atención. Sólo salimos una vez. Después me presentaron a Sara. Creo que el único interés que tuvo hacia mí fue cuando me dijo, ya muy ebria, en una fiesta Me gusta tu chaleco, ¿tienes novia? Justo al preguntarme esto, una amiga suya vino y la jaló y se la llevó, y a la siguiente vez que la volví a ver ni siquiera me recordaba, en serio recuerdo tu nombre, me decía, ¿cómo te llamas? Estuve en derrota tras derrota, sin verle fin a mi desdicha. Era ridículo y patético al mismo tiempo.
Aunque las cosas eventualmente cesaron. Tal vez fue cuando conocí a una muchacha, Isabel. Nos presentaron en una reunión en la casa de Alex, y de inmediato me gustó, ya que, digo, tiene un cuerpo espectacular: alta, con un busto exuberante e imponente,  y unas largas piernas casi siempre descubiertas. Yo a ella supongo que también le gusté. Y ya cuando nos conocimos un poco más, intentamos tener algún tipo de relación sentimental. Mas al final las cosas no se dieron. Porque mientras Isabel me platicaba que en un antro hay un mesero que sabía su bebida favorita, Ginebra holandesa, muy cara y exclusiva, yo pensaba cuando Victoria me dijo que durante un año tuvo que trabajar el doble para pagar la escuela, pero muy serena y tranquila y segura, viéndome a los ojos, como si fuese normal, nada denigrante; mientras Isabel me hablaba de los miles de amigos que tenía por todo el mundo, muchos de los cuales estaban interesados sentimental y físicamente en ella, yo pensaba la ocasión en la que Victoria me dijo que su mejor amiga fue la muchacha por la que un ex novio suyo la dejó; o mientras Isabel argumentaba que el latín era un idioma inútil en esta época, porque un profesor, conocido suyo, muy sabio y culto, le dijo que así era, yo evocaba cuando Victoria me dijo nunca tuvo la oportunidad, pero le encantaría aprender latín, solamente para conocer las raíces del español; mientras Isabel me comentaba, de manera tan natural, que le gustaba que yo la llevara a exposiciones de pinturas y fotografías, porque le gustaba codearse con gente famosa e interesante, y porque le gustaba presumir a su círculo de amigos que su novio era un poeta talentosísimo, el próximo Gustavo García Márquez.
¿Qué no es Gabriel García Márquez, güey?, la rectificó Mónica, amiga suya, en una noche ruidosa de antro. Aparte García Márquez es novelista, no poeta.
Todos rieron.
Qué tonta, güey, le dijo.
Ay bueno pues, como sea. déjenme en paz, culeros. A ver, tú, sí, tú, pendejo, pásame la botella, que me beberé esta pinche birria de fondo – tómate una conmigo, Moni. A ver, tómennos una foto, putos, ¡cula si no, cula si no!

Vinieron más años, y yo, igual de solitario y errante, ya me había curado de mi decepción Victoriana. Ella misma me ayudó a hacerlo. A veces me hablaba por teléfono y platicábamos por horas. De vez en cuando me hacía comentarios delicados y particulares como que le caía muy bien, que era muy simpático, que le parecía, otra vez, un amor; mas nunca quise esperanzarme por estas palabras huecas, aunque siempre me tenté a mí mismo con esta posibilidad. Nunca llegamos a salir de nuevo, pero con frecuencia me invitaba a tomar café o ir al cine. Sus invitaciones la verdad me parecían absurdas a causa de lo que antes pasó entre nosotros, así que siempre le di largas al respecto: le decía que sí pero luego no hacíamos nada. Llegué a topármela esporádicamente, no obstante. Me saludaba con afecto; no volvió a ser displicente como en aquel tiempo. Incluso recuerdo una vez en la que me habló por teléfono, avisándome que iba a ir a un café con unos amigos suyos también amigos míos, y que le gustaría que fuera, anda, sí, ve, te gustará, ¿Por qué tanta insistencia?, Porque quiero que vayas. Al final fui. En cuanto entré al pequeño establecimiento ella se puso de pie y vino a saludarme, abrazándome. Se encariñó conmigo. Y yo en cambio le perdí el respeto, en el buen sentido de palabra. Antes cuidaba de no hacerle bromas pesadas o groseras, más por timidez o vergüenza; pero a medida que la trataba y la veía, un sentimiento de camaradería surgía entre nosotros, hasta el grado de llevarnos como un par de amigos de toda la vida.
¿Qué pasa, Damián?
Mi internet está fallando
¿Por qué?
Es que la antena se cae constantemente
Ah pues dale un besito y dile que nunca la vas a dejar, y ya
¿Sí funciona?
¡Sí!
Es porque ya te la han aplicado así, ¿verdad?, y yo la escuchaba estallar de la risa al otro lado del teléfono. Incluso cuando una vez la vi con su novio suyo en una fiesta no me incomodó del todo; un amor muerto quiso eximirse a sí mismo por un momento, pero de inmediato se regresó al descanso de su sarcófago. ¿Sabes qué nos dijo Victoria?, me dijo una tarde Melisa en tono de confidencia. ¿Qué?, traté de disimular mi interés. Que a veces siente que quiere a su novio, pero otras veces no. Ambos nos quedamos callados.

Semanas después terminaron. Fue en este tiempo que conocí a Nadia.
La conocí por Alex y Melisa, en la fiesta de celebración de mi nuevo poemario. Ahí me la presentaron. Con ella me pasó algo parecido a lo que me sucedió con Victoria: ni siquiera la vi como a una posible amante. Sólo recuerdo sentirme atraído hacia ella. No conversamos mucho aquella noche, pero fue como si aquella chica hubiese dejado plantado algo en mí que sentí que debía germinar. Le pedí a Alex su número telefónico, pero él en cambio hizo algo mejor: nos citó, a ciegas, en un café un sábado por la tarde. Ese día Alex me habló para confirmar la hora y el lugar al que yo llegué media hora después, ya que, como siempre, mi elegante retraso ante todo.
Cuando llegué me extrañé de ver a Nadia ahí, sentada, sola, con las rodillas dobladas hacia adentro, acariciando su pantalón de mezclilla. Hola, le dije.
Hola
¿No hay nadie?
No; yo tengo esperando a que venga Alex o alguien durante veinte minutos, pero cada vez que hablo me dicen que ya viene en camino. De inmediato comprendí lo que sucedía y le expliqué. Al parecer no le molestó y aceptó gustosa mi compañía.

Nadia no era bonita, mas lo que más me atrajo ella fueron su sonrisa, su timidez y su falta de elocuencia. No es que fuese tartamuda o algo parecido; solamente que el lenguaje, digamos, no era su fuerte. Me daba ternura en cierto modo. A veces, jugando, la hacía renegar, diciéndole que parecía bebé, comentario con el cual ella sacaba su lado elocuente. No soy una bebé, exclamaba. Simplemente no tengo la facilidad para hablar que otra gente tiene, mas eso no quiere decir que sea tonta, ¿de acuerdo? Grr, le gruñía, jugando y riendo. Ella también reía. A veces mostraba su lado sentimental espontáneamente. Me decía, por ejemplo, que le hubiese gustado recordar algo de su mamá, quien falleció cuando apenas era un bebé. En una ocasión me contó que atropelló a una paloma de camino al trabajo; pero en vez de darla por muerta y dejarla ahí tirada, la levantó y la llevó a un veterinario, donde la vendaron, y después la llevó a su casa y le hizo un nido y le dio alimento y la cuidó hasta que finalmente la paloma pudo volar. También me decía que no se consideraba la mejor mujer del mundo, pero hacía el intento diario de ser una buena persona. Trabajaba como secretaria en un kínder, y me decía que, aunque no se consideraba muy inteligente, sabía que la educación era…era…
¿Primordial?
¡Sí! eso, primordial, pero… a mí me hubiera gustado ser maestra, enseñar, pero no puedo. Es por eso que trato de ayudar como puedo. A veces la gente no aprecia lo que hago, pero lo hago con cariño. Eso cuenta, ¿no? Y me miraba con sus ojos transparentes, húmedos de inocencia.
Claro, contestaba conmovido. En verdad era adorable: ¿cómo no quererla? Al cabo de un tiempo me sentí feliz y seguro, como si desde una barca en alta mar viese tierra firme a pocas leguas de mí. Mas en eso regresó Victoria para arrollarlo todo.

Melisa se graduó, hizo una fiesta en la casa de Alejandra y me invitó. Le pedí a su novio, Luis, quien también es amigo mío, que pasara por mí. Pero oh sorpresa: cuando me subí, vi a Victoria en el asiento de atrás. Hola, le dije. Hola, me dio un gran beso en la mejilla. No le vi ningún problema o dificultad para la noche; ya habíamos salido juntos tanto tiempo, en compañía de nuestros amigos, que su presencia casi se me hacía ordinaria. Al llegar a la fiesta nos ofrecieron tragos y todos bebimos hasta el hartazgo. Ya de regreso, Luis nos llevaría a Victoria y a mí a nuestras respectivas casas para luego regresarse a la fiesta.
¡Los quiero un chingo!, exclamó Victoria, recostada en su asiento. Y ¡Woo!, gritamos todos al unísono. Luego, Victoria se inclinó hacia Luis, lo agarró del cuello y le tronó un beso en el cachete. Después se volvió hacia mí y yo me acerqué para que me tronara uno. Luego se volvió hacia Luis y de nuevo lo agarró por el cuello y otro beso. Hizo lo mismo conmigo, mas esta vez yo sentí sus labios muy cerca de la boca. Y ya se había vuelto hacia Luis otra vez, cuando súbitamente regresó conmigo y puso un dedo sobre su boca, como queriéndome decir Ahora dámelo aquí. Y Dios, yo ni siquiera lo dudé. Salté a sus labios como una rana salta a su estanque. Y durante el trayecto a su casa bebí del agua de sus labios boca como el viajero del desierto bebe del oasis. Le besé la frente, la nariz, el lunar de su mejilla derecha, los párpados de sus ojos hermosos. Estaba tan ebrio que ni siquiera me di cuenta cuando llegamos a casa de Victoria; sólo recuerdo que el carro ya no avanzaba. Victoria se bajó, y yo también, para subirme al asiento del frente, pero no sé cómo ni cuándo, pero Victoria y yo ya nos besábamos de nuevo. Y cuando en mi embriaguez supuse que ya había tenido suficiente de mí, ya estaba por meterme al carro. Pero Victoria me detuvo. Quédate conmigo, me susurró al oído, atropellando las letras. La vi. Sus ojos estaban nublados, se tambaleaba un poco y estaba algo despeinada y un poco pálida. Aún así se veía hermosa. Yo me quedo, le dije a Luis, apoyándome, creo, en la puerta. Sentí mi mano caliente; Victoria me sujetaba. ¿Qué? ¿estás seguro, mamón? Sí, tú vete, yo…me quedo. No sé qué más me dijo, cerré la puerta, Victoria rió. Creo que Luis me había regañado, no sé, yo estaba ebrio, quería piel, quería calor, y mi amor por Victoria ardía como arde una llama cuando se le atiza con aceite. Tuve algo de consciencia cuando subimos hacia la planta alta. Y algo por ahí me dijo que entramos a una recámara, creo que fue el rechinido de una puerta de madera. Y, luego, todo se puso negro. Pero un placentero cosquilleo debajo de mi cintura decía que hacíamos el amor, ella sentada sobre mi sexo, su boca en mi hombro, sus manos en mi cuello, mi lengua en su mejilla. No sé cuándo me quedé dormido.
A la mañana siguiente me levanté cuando Victoria se vestía, supongo que para ir a trabajar. Yo aún tenía sueño y me dolía mucho la cabeza, así que me recosté de nuevo. Me dormí, creo, por unos minutos. Me levanté de golpe, como si me estuviera ahogando. Busqué a Victoria con la mirada. Pero no estaba. Alcé mi crudo rostro por la ventana y un camión, frente a la casa, arrancaba para irse. Después, algún carro pasó. Victoria se fue sin decirme nada. Creí que, después de lo que pasó, me diría algo, que me soltaría una confesión, un secreto guardado, una consciencia de equivocación hace tantos años; chingado, un ¡Ya me voy, oye! ¡Siquiera! Pero no. No me dijo nada. Solamente se fue. De nuevo decepcionado me vestí y salí de la casa. Regresé para cerciorarme de haberle puesto el seguro a la puerta, todo un perdedor. Pero si eso fue terrible, nada se comparó al verla de nuevo junto a Nadia.
¿Por qué te gustó la exposición?, le preguntó Melisa a Victoria. Es alusiva, respondió. Muchas de las fotografías  tienen algo de barroco. Me recuerdan a Diego de Velázquez. Volteé de inmediato hacia ella: Ah, Victoria…, deletreé su nombre en mi mente, cómo lamento que hayas terminado conmigo. Mas ¿Quién es barroco?, preguntó Nadia. Y nadie pronunció palabra.
Cuando finalmente se fueron yo, al lado de Nadia, sólo escuchaba los murmullos lejanos de voces declinantes e inasibles. ¿Tienes algo?, me preguntó recargándose en mi hombro, con su voz que sólo sabe fabricarme aburrimiento. En ese momento volteé hacia donde se había ido Victoria, la brillante Victoria, la sencilla Victoria, la hermosa Victoria, la eterna Victoria. Y, suspirando desde el fondo de mi corazón, Nada, respondí, hoy realmente no tengo nada.