Not at first sight, nor
with a dribbèd shot,
Love gave the wound, which, while I
breathe will bleed;
But known worth did in mine of time
proceed,
Till by degrees it had
full conquest got.
–Astrophel and Stella, Sir Philip Sidney
El domingo
fue una noche fría y vergonzosa. Porque, a la exposición de fotografías a la
que me había invitado Nadia, también asistió Victoria. Llegué justamente cuando
se había terminado. Estaba a unos cuantos metros de la entrada de la galería cuando
vi a Melisa salir junto a Victoria entre la multitud. Ah caray, qué sorpresa, me
preguntó la primera en cuanto me vio. Así es, contesté, abrazándola. Hola, le
sonreí a Victoria. Ésta apenas levantó la mano, sonriendo sin abrir la boca. ¿Qué
haces por acá? En eso Nadia salía de la puerta. Le dirigí la mirada, con lo
cual Melisa comprendió de inmediato, y sonrió. ¿Quieres un cigarro?, ofrecí, ¿tú
quieres uno, Victoria? Sí, gracias, respondió, y cada una tomó un cigarrillo. Nadia
llegó con nosotros al cabo de un momento y nos saludamos fríamente. Tal vez sintió
cierta incomodidad de mi parte. Conversamos un poco acerca de la exposición; a Melisa
y a Nadia no les gustó mucho que digamos, pero a Victoria sí. Ya estábamos por
encender otro cigarrillo cuando Nadia y Melisa decidieron entrar por última vez
para ver una fotografía cuyo autor no recordaban. Victoria y yo nos quedamos incómodamente
solos. No habíamos estado así hasta hacía apenas dos días, en la fiesta de graduación
de Melisa. Esa vez terminamos acostándonos después de embriagarnos con vodka y
whiskey en las rocas. Ella no decía nada; se cruzó de brazos y se limitaba a
mirar hacia la noche. Yo aparenté perder la mirada para hacerle creer que
pensaba en otra cosa, y de reojo pude ver que sus pies apuntaban hacia mí, mas
no quise hacerme de ilusiones vanas. Nadia y Melisa llegaron al cabo de un
momento; ésta última y Victoria a pagaron las colillas de sus cigarros y
decidieron finalmente partir. Nos vemos al rato, Damián, me abrazó Melisa. Con
cuidado, le respondí. Adiós, le dije a Victoria. Adiós, farfulló ella, dándome
la espalda. Yo resentí su frialdad mientras la vi perderse en la oscuridad de
la noche azul. Suspiré. Nadia me preguntó algo; no la escuché. ¿Qué dijiste?,
perdón. ¿Que por qué suspiras? distraído. Ah, eso. Nos habíamos quedado solos y
en silencio, como ínfimos puntos de la inmensa noche de invierno. El frío ya no
me importaba.
Mi historia con Victoria data de
hace cuatro extraños y particulares años. La conocí por Alejandra quien, junto con
Melisa, estudiaba publicidad; en un semestre, ambas, me dijo Ale, tomaron una
clase optativa, arte clásico, algo así, donde que conocieron a Victoria, quien
estudiaba historia del arte. Una noche, en la que Melisa y yo nos fuimos a
beber tranquilamente, me dijo que tenía a alguien a quien presentarme – una
amiga con la que tenía muchas cosas en común.
¿Como qué?, pregunté.
También le gusta leer
¿Y también tiene complejo de
escritora?
¡Sí! La otra vez escribió un
ensayo acerca de la importancia del arte romano y griego
Vaya, ¿y le hablaste acerca de
mí?
Alejandra me dijo que sí y que su
amiga se veía muy interesada en conocerme.
¿Está soltera?, pregunté.
Respondió que también.
Entonces no se diga más, reí.
¿Cómo se llama?
Victoria
Al día siguiente Alejandra me
dio su número de teléfono. Una semana después hablamos, mas porque la tal
Victoria me marcó a mi casa.
Hola, buenas noches, escuché del
otro lado del auricular, ¿está Damián?
Sí, soy yo, respondí.
Ah hola, me dijo, soy Victoria
Su llamada me tomó por sorpresa;
la verdad, no me la esperaba.
¿Interrumpo?, preguntó.
¿Qué? No, para nada, me alegra que hayas
llamado; el trabajo me ha absorbido mucho últimamente
Sí, es que Alejandra y Melisa me hablaron tan
bien de ti que me dio curiosidad saber quién eras
Eres; aún no he muerto
Eres, sí, rió. Perdón
Pues soy Damián, mucho gusto, ¿qué tan bien
te caigo hasta ahora?
¿Qué?
Nada, olvídalo, mala broma
Ah, ya entendí, rió.
No te rías si no te dio risa
No no, sí me dio risa, es que me pareció inopinada
tu broma
Qué palabra tan exacta
¿Cómo?
Es que esa palabra…se me hizo muy precisa
etimológicamente. Soy escritor, entonces el manejo apropiado y exacto del
lenguaje me gusta
Melisa me dijo que eres poeta
Sí
Qué interesante…
A mí me dijo que estudias historia del arte,
¿cierto?
Así es
Eso se me hace mucho más interesante que mi
trabajo
¿Por?
El color es lo más hermoso que existe. Para
apreciar la literatura se necesita haber adquirido un lenguaje, saber leer y
escribir y tener cierta sensibilidad estética. En cambio el color: la sensación
que despierta es instantánea y natural; hacer del color un arte pues es sublime
Ahora tú eres el interesante, Damián
¿Qué?
Lo que oíste
Gracias, y ambos reímos.
Y hablamos durante toda la
noche. Fue una conversación verdaderamente plena, puesto que ella me hablaba
acerca de pintores, de lienzos, de movimientos artísticos, del Romanticismo, del
barroco, me dijo también muchas acerca de la simbología y la teoría semiótica –
en verdad cosas intelectualmente estimulantes.
Sí, ahorita trabajo en un ensayo
acerca de los orígenes la poesía pastoril, para entender The Hireling Shepherd, una pintura del pintor prerrafaelista
William Holman Hunt. ¿Sabes que a esta poesía también se le conoce como 'bucólica',
que viene del griego Bukolos, que a su vez significa 'pastor'?
Vaya, no, no lo sabía, respondí
encantado.
Es realmente interesante
No lo dudo
Sin embargo, no exagero ni soy
vanidoso al decir que, más que interesarme yo por ella, fue ella quien se
interesó por mí. No sé por qué. Victoria me preguntaba, por ejemplo, acerca de mí,
de mi vida, de mi oficio, de mis influencias literarias. Incluso me pidió, si
aceptaba, mandarle algunos de mis poemas para leerlos. Acepté; le mandé algunos
por correo electrónico esa misma noche, y, a juzgar por su reacción, le
gustaron muchísimo. Son muy buenos, me dijo, realmente me impresionaste.
Gracias, le respondí. Cuando nos dieron las tres de la mañana, Victoria terminó
la llamada, diciéndome que al día siguiente debía trabajar. Está bien,
contesté.
Pero mañana hablamos, me dijo, ¿te
parece? ¿a qué hora estás en tu casa?
Como a las cinco
Entonces a esa hora te marco, ¿está
bien?
Le dije que sí.
Me dio las buenas noches y me
mandó un beso.
Yo lo recibo, respondí; "En
un beso sabrás todo lo que he callado", escribió Pablo Neruda
Ay eres tan interesante
(¿?) Gracias
Y colgamos
Al día
siguiente, a las cinco de la tarde en punto, sonó el teléfono. Contesté, y ese
día, de nuevo, hablamos hasta bien entrada la madrugada. Sin embargo, nuestro
encuentro cara a cara no tuvo lugar hasta después de un mes. Durante dos
semanas Victoria se fue a acampar con sus primos, y luego un viaje a visitar a
su Abuela, en Chihuahua. En cuanto ella llegó, yo tuve que ir a una conferencia
de literatura a Guanajuato, y después a Veracruz; duré también dos semanas.
Pero cada día hablamos por teléfono, siempre por iniciativa suya, porque era
ella quien siempre me hablaba a mí. Me contaba acerca de su vida: sus viajes,
que su último ex novio la dejó por la muchacha que ella creía su mejor amiga.
Su admiración por mí: Damián, eres muy inteligente, eres muy interesante, me
gusta mucho tu oficio – ella sabía que poeta era un oficio –, tus poemas son
hermosísimos, ¿ya te dije que me pareces muy lindo?, eres un amor, en este
corto viaje que realicé pensé todo el tiempo en ti, quiero conocerte, ¿cuándo
nos veremos? Tú eres una razón para sonreír. Ahora: estas palabras, fuera de
hastiarme o ahuyentarme, me revitalizaron. Porque fueron como un puñado Rock
and Roll, después de una serie de nocturnos melancólicos. Durante ese tiempo me
sentía un poco solitario. Hacía más de un año en el que, debo decirlo, buscaba
una mujer especial, y que de pronto se me presentara Victoria fue como si me hubiese
ido a dormir a mi fiel lecho de invierno y en la mañana despertara en un
soleado día de verano. Poco a poco, creo, sin saberlo, le fui tomando cariño. Ya
que Victoria se introdujo a la casa de mis sentimientos, pero por la puerta de
atrás, paso a paso, sigilosamente, entre las sombras, para robarse mis
pensamientos, mis nostalgias, mis deseos, hasta que no me quedó nada porque
todo era ya su propiedad. Creo que ésa es la razón por la cual no me extrañé ni
me asusté cuando me dijo las siguientes inopinadas palabras.
Damián, ¿te digo algo?
Adelante
Te quiero. mucho
No supe qué decir. En otro caso,
me hubiese carcajeado hasta las lágrimas, por lo menos en la mente. Mas guardé
silencio; los sentimientos correspondidos del amante no inspiran más que un
legítimo respeto en el amado. Tan así nos compenetramos en esas nocturnas conversaciones
que, ilusionados, nos develamos las marcadas cicatrices de nuestras más
terribles heridas. Yo le confesé mi perpetua culpa al evocar a mis pobres y
fallecidos padres, cuyos orígenes nunca le revelé, ya que sentía que no era
feliz, que por mi oficio lanzaba mi vida y juventud por la borda, tal y como a
ellos les habría decepcionado totalmente. Ella, en cambio, me confesó sentimientos
igual de profundos. Una vez rompió en llanto en el teléfono.
No sé qué pasa con mi vida, me
dijo. Me siento tan vacía y sola. Siento que nadie se preocupa por mí. A veces
me dan ganas de lanzarme de un sexto piso para terminar con este dolor
No estás sola, le contesté. Me
tienes a mí, y a mí me preocupas. Me interesas. Mucho. Más de lo que te
imaginas
¿En serio?, preguntó como niña
pequeña
En serio, respondí seguro.
¿Por qué?
Porque me gustas
Y ambos, estoy seguro, sonreímos
detrás de los cables y los altavoces, dichosos por habernos encontrado el uno
al otro. Quedamos de vernos el lunes en cuanto yo llegara de mi viaje de
trabajo; a la noche, fui a su departamento. Toqué la puerta. Victoria salió al
poco tiempo, sonriendo; abrió la puerta y me invitó a pasar.
El departamento de Victoria era
deslumbrante. Moderno y elegante, me recordaba las casas de las chicas
adineradas del colegio que visitaba cuando tenía que juntarme para hacer algún
trabajo en equipo. Los interiores de casas que solamente veía en revistas de
muebles caros o en películas. Era limpio, ordenado, espacioso y olía bien,
tanto que recuerdo haberme sentido sucio al entrar. Cada pieza, cada mueble,
fino y hermoso hasta el último detalle, parecía ser una extensión de Victoria,
de su mente, sus gustos y su vida, muy diferente a mi departamento y muy remota
a mi vida. Entré, y me sentí cómodo, alegre, y pensé: en un lugar así es donde
me gustaría estar.
Aquella noche me quedé sin habla.
Victoria era bella, mas en un sentido muy diferente al que hasta ese entonces
había visto. No era belleza rara, sino algo más especial aún: una belleza
elegante. Porque la manera en la que Victoria servía el vino en la copa, en la
que tiraba la ceniza del cigarro en el cenicero, en la que se echaba hacia
atrás el pelo: todo exudaba una fineza innata, como si frente a mí estuviese
una señorita con modales del siglo pasado, pero con tenis Converse y falda
negra con rojos cuadros. ¡Y yo le gustaba! ¡Ella me quería! ¡Yo a ella también!
Sólo quería verla y tocarla y respirarla y degustarla, mas no escucharla ni
hablarle, o algo que rompiera esa habitación de silencio en la que nos
encontrábamos, alejados del mundo. Victoria no necesitaba vendérseme porque yo
ya la había comprado. Y, yo pensé, yo tampoco necesitaba ofrecerme, porque ella
ya me había aceptado. Y así, en silencio, tocándola y besándola y abrazándola, pasamos
toda la noche. Antes de irme, a la puerta de su casa, le dije
Tú también eres para mí lo que
una vez dijiste que yo era para ti
¿Qué?
Una razón para sonreír
Ah
¿Entonces vamos mañana a tomar
un café?
Respondió que sí.
Propuse a las siete de la noche
y ella me dijo qe sí.
Hasta mañana, pues. Dame un beso
y buenas noches
Me subí al camión que me llevaba
a la avenida Bolívar, emocionado del trayecto que me disponía a recorrer…
Mas al
siguiente día me mandó un mensaje, explicando que se sentía enferma y que no
podía cumplir nuestra cita. Yo le contesté que no había problema; otro día
sería. No contestó. Porque entre nosotros ya todo había cambiado para nunca ser
lo que aquella noche únicamente fue.
Después
de ese día hablamos seguimos hablando por teléfono, pero ahora debido a mi
iniciativa. Le hablaba para saludarla, para saber cómo estaba, para platicar,
invitarla a salir, cosas así. Pero ella se comportaba ahora de manera muy
extraña y diferente.
¿Qué haces?, me preguntó cierta
noche.
Escribo, contesté.
Ah
Pero no me sale nada
¿Y eso?
No sé, no tengo imaginación
Qué flojera me das, neta, ¡por
qué eres así!
Sí:
desconcertante. Uno de esos días contiguos hablé con Melisa respecto a lo que
pasaba con su amiga. Ella, reticente y apenada, me dijo que, platicando una
tarde en la escuela, Victoria le comentó que se encontraba indecisa entre yo y alguien
más que le gustaba. Y es que ahorita se junta mucho con una morra que es bien
puta, Ana Laura, quien le dice Ay pues si te gustan sólo acuéstate con ellos y
ya. Y yo le dije Victoria, la verdad, si no te gusta Damián, habla con él,
porque la neta él no se merece que le hagas esto
Sí, yo
hablaré con él, respondió. Mas nunca me dijo nada; solamente me dio a entender,
con su silencio e indiferencia, que quería bajarse del tren idílico al que
recientemente nos habíamos subido. Mas nunca contó con que yo no me bajaría. Esa
misma semana la cité en un café para platicar frente a frente.
En el
café platicamos de la escuela, de libros, de cine, de nuestros trabajos y cosas
así. Ella compró un café, su favorito, un expreso doble, y yo solamente me
limité a fumar y a adolecer al verla disfrutar de su caliente bebida. Horas más
tarde una llamada de teléfono que contestó me dio a entender que tenía poco
tiempo y que debía exponerle la razón de nuestro encuentro.
Titubeé. Te hablé – te cité –
porque, no sé qué tienes, pero te noto un tanto elusiva
Sí, bueno, es que… he estado
pensando… y mejor hay que dejar las cosas como están; ahorita me siento muy
contenta y quiero tener tiempo para mí sola…
Oh. está bien. Entiendo, dije,
pero por dentro el corazón se me hacía añicos.
Perdón
¡Qué! no me pidas perdón, por
favor, cosas así a veces pasan…
No obstante, te agradezco el
interés que… Tú eres un buen…
Ni lo digas. Me voy, ya está
oscuro
Y nos pusimos de pie
Antes de irme, me dijo, ¿te digo
una cosa? Esa noche que hablamos por teléfono, en la que dije que me quería...
¿Sí?, contesté esperanzado.
Tú me recitaste algo así como Amiga, no te mueras, escúchame estas cosas
que te digo, un poema: ¿cómo va?
AMIGA,
no te mueras.
Óyeme
estas palabras que me salen ardiendo,
y que
nadie diría si yo no las dijera…
[Yo
soy] el que cruzó los brazos por esperarte, ahora.
El que
quebró sus arcos. El que dobló sus flechas...
El que
cortó jacintos para tu lecho, y rosas.
¡Tendido
entre las hierbas yo soy el que te espera!
¿De quién es?
Pablo Neruda
Es hermoso. Me gustó. En verdad
me ayudó. Gracias
Por nada
¿Sabes? yo de chiquita quería
ser poeta. Incluso aún tengo los cuadernos en los que escribí mis versillos, rió.
¿Y qué sucedió?, pregunté.
Rembrandt me atrajo más
¿Y decides terminar lo nuestro?
¿Perdón?
Que no me gusta mucho el
invierno
Ah. A mí tampoco, y sonreía al
verme con esa mirada que tanto me desarmaba e inspiraba al mismo tiempo. Salimos
del café; el hermano de Victoria, Gonzalo, ya la esperaba en el carro. Nos
despedimos fríamente: con la mano, y de lejos; yo me quedé solo, parado, en el
frío, mientras ella se subía al carro de su hermano, a su vida que ella absurdamente
no quiso compartirme, a la lejanía de mi amor afligido.
Ésa fue
la ocasión en la que más cerca estuve de sus sentimientos. Me sentía fatal. La
extrañaba. Quería verla. Tocarla. Escucharla. Estar cerca de ella. Hacerla feliz.
Victoria y yo éramos como dos cachorros abandonados en una gasolinera, dos
huérfanos esperando el regreso de sus padres. Siento como si después de caminar
años por el desierto, por fin llegara al oasis que a lo lejos se veía; bebiera
una sola gota; y luego el oasis se alejara y perdiera en el horizonte…ante mis
ojos. Era doloroso. En verdad sentí que una oportunidad única en la vida se me
iba de las manos, y que no podía hacer nada para recuperarla. Por lo cual durante
un año entero me dediqué a languidecer por ella, en la tristeza y soledad de mi
departamento. No quería salir; no quería ver a nadie. Las pocas veces en las
que salí fue cuando había una oportunidad de topármela, aunque me doliera
saberla lejana, ajena a mí, aunque su reminiscencia fuese aguda, penetrante y dolorosa.
Recuerdo que una vez, cuando Melisa cumplió años, fui a su fiesta en el antro
Aroma. Ahí estaba Victoria. Me saludó como si hubiese querido eludirlo, pero no
pudo al final: no me acerco a darte un beso porque me da flojera, rió. Incluso
su voz, al decirme Con permiso, era punzante; casi sentía que me castigaba por
verla con ojos de amor. En ese instante las emociones le ganaron al intelecto y
tuve que irme para no seguir viéndola con su novio; no lo soportaba; salí emperrado
del antro. Alex ofreció llevarme a mi casa en su carro, y en cuanto me propuso
irme, salí emperrado del antro, sin despedirme de nadie. Al cabo de unos
minutos, Alex salió, y seguramente percibió la desesperación en mi mirada al
relatarle lo que entre Victoria y yo había surgido a pesar de suceder tan poco,
y de lo que aquella noche me había enterado en tan pocas imágenes. Entiendo, me
dijo Alex, una mujer que te deja así, tan a medias…, pues es difícil, pero
tranquilo, luego vendrán otras mujeres así de especiales, el punto no es
cerrarte, así que ánimo. Pero en mi derrota nadie me podía decir nada que me
hiciera cambiar de perspectiva, porque si algo con lo cual no se puede razonar es
con los sentimientos. Y en esa situación me sentía justificado de revolcarme en
la inmundicia de mi desamor.
No
obstante, y quién sabe con qué ganas, decidí probar el consejo de Alex, y me di
la oportunidad de conocer a otras mujeres. Pero fue para pura pérdida. Ya que la
renovación de mi vida sentimental fue un fracaso total. Conocí a una muchacha,
Claudia. Ni siquiera se fijó en mí; no pude despertar su atención. Sólo salimos
una vez. Después me presentaron a Sara. Creo que el único interés que tuvo
hacia mí fue cuando me dijo, ya muy ebria, en una fiesta Me gusta tu chaleco,
¿tienes novia? Justo al preguntarme esto, una amiga suya vino y la jaló y se la
llevó, y a la siguiente vez que la volví a ver ni siquiera me recordaba, en
serio recuerdo tu nombre, me decía, ¿cómo te llamas? Estuve en derrota tras
derrota, sin verle fin a mi desdicha. Era ridículo y patético al mismo tiempo.
Aunque las
cosas eventualmente cesaron. Tal vez fue cuando conocí a una muchacha, Isabel. Nos
presentaron en una reunión en la casa de Alex, y de inmediato me gustó, ya que,
digo, tiene un cuerpo espectacular: alta, con un busto exuberante e
imponente, y unas largas piernas casi
siempre descubiertas. Yo a ella supongo que también le gusté. Y ya cuando nos
conocimos un poco más, intentamos tener algún tipo de relación sentimental. Mas
al final las cosas no se dieron. Porque mientras Isabel me platicaba que en un
antro hay un mesero que sabía su bebida favorita, Ginebra holandesa, muy cara y
exclusiva, yo pensaba cuando Victoria me dijo que durante un año tuvo que
trabajar el doble para pagar la escuela, pero muy serena y tranquila y segura,
viéndome a los ojos, como si fuese normal, nada denigrante; mientras Isabel me
hablaba de los miles de amigos que tenía por todo el mundo, muchos de los
cuales estaban interesados sentimental y físicamente en ella, yo pensaba la
ocasión en la que Victoria me dijo que su mejor amiga fue la muchacha por la
que un ex novio suyo la dejó; o mientras Isabel argumentaba que el latín era un
idioma inútil en esta época, porque un profesor, conocido suyo, muy sabio y
culto, le dijo que así era, yo evocaba cuando Victoria me dijo nunca tuvo la
oportunidad, pero le encantaría aprender latín, solamente para conocer las
raíces del español; mientras Isabel me comentaba, de manera tan natural, que le
gustaba que yo la llevara a exposiciones de pinturas y fotografías, porque le
gustaba codearse con gente famosa e interesante, y porque le gustaba presumir a
su círculo de amigos que su novio era un poeta talentosísimo, el próximo Gustavo
García Márquez.
¿Qué no es Gabriel García
Márquez, güey?, la rectificó Mónica, amiga suya, en una noche ruidosa de antro.
Aparte García Márquez es novelista, no poeta.
Todos rieron.
Qué tonta, güey, le dijo.
Ay bueno pues, como sea. déjenme
en paz, culeros. A ver, tú, sí, tú, pendejo, pásame la botella, que me beberé esta
pinche birria de fondo – tómate una conmigo, Moni. A ver, tómennos una foto,
putos, ¡cula si no, cula si no!
Vinieron
más años, y yo, igual de solitario y errante, ya me había curado de mi decepción
Victoriana. Ella misma me ayudó a hacerlo. A veces me hablaba por teléfono y
platicábamos por horas. De vez en cuando me hacía comentarios delicados y
particulares como que le caía muy bien, que era muy simpático, que le parecía,
otra vez, un amor; mas nunca quise esperanzarme por estas palabras huecas,
aunque siempre me tenté a mí mismo con esta posibilidad. Nunca llegamos a salir
de nuevo, pero con frecuencia me invitaba a tomar café o ir al cine. Sus
invitaciones la verdad me parecían absurdas a causa de lo que antes pasó entre
nosotros, así que siempre le di largas al respecto: le decía que sí pero luego
no hacíamos nada. Llegué a topármela esporádicamente, no obstante. Me saludaba
con afecto; no volvió a ser displicente como en aquel tiempo. Incluso recuerdo
una vez en la que me habló por teléfono, avisándome que iba a ir a un café con
unos amigos suyos también amigos míos, y que le gustaría que fuera, anda, sí,
ve, te gustará, ¿Por qué tanta insistencia?, Porque quiero que vayas. Al final
fui. En cuanto entré al pequeño establecimiento ella se puso de pie y vino a
saludarme, abrazándome. Se encariñó conmigo. Y yo en cambio le perdí el respeto,
en el buen sentido de palabra. Antes cuidaba de no hacerle bromas pesadas o
groseras, más por timidez o vergüenza; pero a medida que la trataba y la veía,
un sentimiento de camaradería surgía entre nosotros, hasta el grado de
llevarnos como un par de amigos de toda la vida.
¿Qué pasa, Damián?
Mi internet está fallando
¿Por qué?
Es que la antena se cae
constantemente
Ah pues dale un besito y dile
que nunca la vas a dejar, y ya
¿Sí funciona?
¡Sí!
Es porque ya te la han aplicado
así, ¿verdad?, y yo la escuchaba estallar de la risa al otro lado del teléfono.
Incluso cuando una vez la vi con su novio suyo en una fiesta no me incomodó del
todo; un amor muerto quiso eximirse a sí mismo por un momento, pero de
inmediato se regresó al descanso de su sarcófago. ¿Sabes qué nos dijo
Victoria?, me dijo una tarde Melisa en tono de confidencia. ¿Qué?, traté de
disimular mi interés. Que a veces siente que quiere a su novio, pero otras
veces no. Ambos nos quedamos callados.
Semanas
después terminaron. Fue en este tiempo que conocí a Nadia.
La
conocí por Alex y Melisa, en la fiesta de celebración de mi nuevo poemario. Ahí
me la presentaron. Con ella me pasó algo parecido a lo que me sucedió con Victoria:
ni siquiera la vi como a una posible amante. Sólo recuerdo sentirme atraído hacia
ella. No conversamos mucho aquella noche, pero fue como si aquella chica hubiese
dejado plantado algo en mí que sentí que debía germinar. Le pedí a Alex su
número telefónico, pero él en cambio hizo algo mejor: nos citó, a ciegas, en un
café un sábado por la tarde. Ese día Alex me habló para confirmar la hora y el
lugar al que yo llegué media hora después, ya que, como siempre, mi elegante
retraso ante todo.
Cuando llegué me extrañé de ver
a Nadia ahí, sentada, sola, con las rodillas dobladas hacia adentro,
acariciando su pantalón de mezclilla. Hola, le dije.
Hola
¿No hay nadie?
No; yo tengo esperando a que
venga Alex o alguien durante veinte minutos, pero cada vez que hablo me dicen que
ya viene en camino. De inmediato comprendí lo que sucedía y le expliqué. Al
parecer no le molestó y aceptó gustosa mi compañía.
Nadia
no era bonita, mas lo que más me atrajo ella fueron su sonrisa, su timidez y su
falta de elocuencia. No es que fuese tartamuda o algo parecido; solamente que el
lenguaje, digamos, no era su fuerte. Me daba ternura en cierto modo. A veces,
jugando, la hacía renegar, diciéndole que parecía bebé, comentario con el cual ella
sacaba su lado elocuente. No soy una bebé, exclamaba. Simplemente no tengo la
facilidad para hablar que otra gente tiene, mas eso no quiere decir que sea
tonta, ¿de acuerdo? Grr, le gruñía, jugando y riendo. Ella también reía. A
veces mostraba su lado sentimental espontáneamente. Me decía, por ejemplo, que
le hubiese gustado recordar algo de su mamá, quien falleció cuando apenas era
un bebé. En una ocasión me contó que atropelló a una paloma de camino al
trabajo; pero en vez de darla por muerta y dejarla ahí tirada, la levantó y la
llevó a un veterinario, donde la vendaron, y después la llevó a su casa y le
hizo un nido y le dio alimento y la cuidó hasta que finalmente la paloma pudo
volar. También me decía que no se consideraba la mejor mujer del mundo, pero
hacía el intento diario de ser una buena persona. Trabajaba como secretaria en
un kínder, y me decía que, aunque no se consideraba muy inteligente, sabía que
la educación era…era…
¿Primordial?
¡Sí! eso, primordial, pero… a mí
me hubiera gustado ser maestra, enseñar, pero no puedo. Es por eso que trato de
ayudar como puedo. A veces la gente no aprecia lo que hago, pero lo hago con
cariño. Eso cuenta, ¿no? Y me miraba con sus ojos transparentes, húmedos de
inocencia.
Claro, contestaba conmovido. En
verdad era adorable: ¿cómo no quererla? Al cabo de un tiempo me sentí feliz y
seguro, como si desde una barca en alta mar viese tierra firme a pocas leguas
de mí. Mas en eso regresó Victoria para arrollarlo todo.
Melisa se
graduó, hizo una fiesta en la casa de Alejandra y me invitó. Le pedí a su
novio, Luis, quien también es amigo mío, que pasara por mí. Pero oh sorpresa:
cuando me subí, vi a Victoria en el asiento de atrás. Hola, le dije. Hola, me
dio un gran beso en la mejilla. No le vi ningún problema o dificultad para la
noche; ya habíamos salido juntos tanto tiempo, en compañía de nuestros amigos,
que su presencia casi se me hacía ordinaria. Al llegar a la fiesta nos ofrecieron
tragos y todos bebimos hasta el hartazgo. Ya de regreso, Luis nos llevaría a Victoria
y a mí a nuestras respectivas casas para luego regresarse a la fiesta.
¡Los quiero
un chingo!, exclamó Victoria, recostada en su asiento. Y ¡Woo!, gritamos todos
al unísono. Luego, Victoria se inclinó hacia Luis, lo agarró del cuello y le
tronó un beso en el cachete. Después se volvió hacia mí y yo me acerqué para
que me tronara uno. Luego se volvió hacia Luis y de nuevo lo agarró por el
cuello y otro beso. Hizo lo mismo conmigo, mas esta vez yo sentí sus labios muy
cerca de la boca. Y ya se había vuelto hacia Luis otra vez, cuando súbitamente regresó
conmigo y puso un dedo sobre su boca, como queriéndome decir Ahora dámelo aquí.
Y Dios, yo ni siquiera lo dudé. Salté a sus labios como una rana salta a su
estanque. Y durante el trayecto a su casa bebí del agua de sus labios boca como
el viajero del desierto bebe del oasis. Le besé la frente, la nariz, el lunar
de su mejilla derecha, los párpados de sus ojos hermosos. Estaba tan ebrio que
ni siquiera me di cuenta cuando llegamos a casa de Victoria; sólo recuerdo que
el carro ya no avanzaba. Victoria se bajó, y yo también, para subirme al
asiento del frente, pero no sé cómo ni cuándo, pero Victoria y yo ya nos
besábamos de nuevo. Y cuando en mi embriaguez supuse que ya había tenido
suficiente de mí, ya estaba por meterme al carro. Pero Victoria me detuvo. Quédate
conmigo, me susurró al oído, atropellando las letras. La vi. Sus ojos estaban
nublados, se tambaleaba un poco y estaba algo despeinada y un poco pálida. Aún
así se veía hermosa. Yo me quedo, le dije a Luis, apoyándome, creo, en la
puerta. Sentí mi mano caliente; Victoria me sujetaba. ¿Qué? ¿estás seguro,
mamón? Sí, tú vete, yo…me quedo. No sé qué más me dijo, cerré la puerta,
Victoria rió. Creo que Luis me había regañado, no sé, yo estaba ebrio, quería
piel, quería calor, y mi amor por Victoria ardía como arde una llama cuando se
le atiza con aceite. Tuve algo de consciencia cuando subimos hacia la planta
alta. Y algo por ahí me dijo que entramos a una recámara, creo que fue el
rechinido de una puerta de madera. Y, luego, todo se puso negro. Pero un placentero
cosquilleo debajo de mi cintura decía que hacíamos el amor, ella sentada sobre
mi sexo, su boca en mi hombro, sus manos en mi cuello, mi lengua en su mejilla.
No sé cuándo me quedé dormido.
A la
mañana siguiente me levanté cuando Victoria se vestía, supongo que para ir a
trabajar. Yo aún tenía sueño y me dolía mucho la cabeza, así que me recosté de
nuevo. Me dormí, creo, por unos minutos. Me levanté de golpe, como si me
estuviera ahogando. Busqué a Victoria con la mirada. Pero no estaba. Alcé mi
crudo rostro por la ventana y un camión, frente a la casa, arrancaba para irse.
Después, algún carro pasó. Victoria se fue sin decirme nada. Creí que, después
de lo que pasó, me diría algo, que me soltaría una confesión, un secreto
guardado, una consciencia de equivocación hace tantos años; chingado, un ¡Ya me
voy, oye! ¡Siquiera! Pero no. No me dijo nada. Solamente se fue. De nuevo
decepcionado me vestí y salí de la casa. Regresé para cerciorarme de haberle
puesto el seguro a la puerta, todo un perdedor. Pero si eso fue terrible, nada
se comparó al verla de nuevo junto a Nadia.
¿Por
qué te gustó la exposición?, le preguntó Melisa a Victoria. Es alusiva,
respondió. Muchas de las fotografías tienen algo de barroco. Me recuerdan
a Diego de Velázquez. Volteé de inmediato hacia ella: Ah, Victoria…, deletreé
su nombre en mi mente, cómo lamento que hayas terminado conmigo. Mas ¿Quién es
barroco?, preguntó Nadia. Y nadie pronunció palabra.
Cuando
finalmente se fueron yo, al lado de Nadia, sólo escuchaba los murmullos lejanos
de voces declinantes e inasibles. ¿Tienes algo?, me preguntó recargándose en mi
hombro, con su voz que sólo sabe fabricarme aburrimiento. En ese momento volteé
hacia donde se había ido Victoria, la brillante Victoria, la sencilla Victoria,
la hermosa Victoria, la eterna Victoria. Y, suspirando desde el fondo de mi
corazón, Nada, respondí, hoy realmente no tengo nada.