Por F.B.L.M y Sputnik, sweetheart de Murakami
En el universo los astronautas se
enamoran de estrellas de distintas constelaciones y se lanzan en cohetes a la
conquista de éstas. Las estrellas también se enamoran de los astronautas pero
ellas, por naturaleza (o por lo menos eso se cree), no pueden bajar hasta los
planetas; son los astronautas quienes tienen que ir por ellas. Esto todo mundo sabe
y acepta, excepto Estrella, en la constelación de Orión, cerca de la de Tauro. Hermosa,
arrogante y competitiva, Estrella detesta que los astronautas encuentren tan fácil
llegar a las otras estrellas, como ella; los astronautas sólo tienen que poner
sus ojos en una para obtenerla., Estrella no quiere caer en este juego; se
siente merecedora de mayor esfuerzo, quizá porque, en el fondo, detesta ser
como las demás y desea sobresalir. Como respuesta, Estrella comienza a brillar
con una luz más intensa; se aleja a una galaxia más lejana y recóndita:
solamente los dignos de poseerla, piensan, Se atreverán a ir tan lejos. Es un
reto lanzado al universo.
Astronautas de la Tierra,
fascinados por aquel brillo inusual despegan en cohetes rumbo a la gloria. Muchos
claudican al cabo de ciertos kilómetros luz de recorrido y regresan a la Tierra;
a otros les toma más tiempo. Muchos astronautas, ansiosos de alcanzar cualquier
estrella, se desvían por una más cercana y accesible aunque menos brillante; se
olvidan del objetivo que una vez se trazaron. Otros desisten por el temor de
quedarse ciegos si se acercan demasiado. Otros se pierden en el camino para
llegar hacia ella... Cuando un astronauta está a punto de alcanzarla, Estrella,
Maliciosa, deliberadamente se aleja aún más. El astronauta piensa en retirarse
pero Estrella aumenta su brillo, de manera que no se puede resistir, mas nunca
logra llegar a ella. Estrella, divertida y orgullosa, se divierte al ver la
miseria romántica y el espectáculo que inspira su brillo intrínseco. Poemas de
ella se escriben allá abajo. Dentro de sí espera al astronauta indicado que
llegue hasta ella.
Joven astronauta, apuesto y
valiente, encantado por el brillo que Estrella emite, acepta el reto. La ha
visto mil veces desde su ventana, escuchado los rumores sobre su lejanía
deliberada, pero lo golpean fuertes deseos de poseerla. Parte hacia ella. Cruza
galaxias, deja atrás constelaciones, hace suspiras a las otras estrellas. Ojalá
sus astronautas tuviera el ímpetu de éste. Parece un meteoro. Estrella
impresionada; jamás ha visto a alguien así. Titubea en detenerse y dejarse
alcanzar. Se aleja un poco más, lo suficiente para comprobar que aquel
astronauta es el indicado. Y sí, el astronauta parece ser el indicado, el único
digno: su ímpetu no disminuye, va en aumento. Vamos, astronauta, vamos, sólo un
poco más, no desistas, que tu valentía desenmascara mi soledad, sí, sí, ya
estás muy cerca, siento la calidez de tu valor, llega a mí, llega ya. No llega;
está lejos aún. Su cohete falla, la luz abrasadora de Estrella lo ciega de
inmediato. Falla, cae al vacío, muere por falta de oxígeno, su cuerpo se pierde
en el universo. Estrella entristece. Se siente triste, solitaria; no sabía que
se encontraba tan separada de los demás. De qué sirven su brillo y orgullo si
no tiene lo que quiere. Quiere acercarse, no puede; no sabe cómo… Pero quién
sabe. Puede que algún día, no muy lejano, otro astronauta, con valentía y
arrojo semejante al anterior, pase todas las pruebas, llegue hasta ella, y la reclame para sí mismo.