Gabriel
García Márquez ha muerto; sin embargo, nos sobrevive su obra. Pero no escribo
esto, amables lectores, para hablar sobre su obra, la cual siempre hay que
discutir y releer, sino del pensamiento del propio García Márquez.
Hace poco, compartió
en su perfil de Facebook Aristegui
Noticias un video titulado Gabriel
García Márquez contra la Ortografía complicada del Español, en el cual
García Márquez pronuncia un valiente discurso – algunos lo llamarían así – en
Zacatecas, durante 1997, en el cual García Márquez básicamente propone “jubilar
la ortografía” – es decir, simplificarla. Dice Gabo en el video: “simplifiquemos
la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros… que
al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá
revolver con revólver”.
Desde
luego, a Gabo llovieron críticas de parte de gramáticos y lingüistas al
respecto, a quienes no agradó la propuesta plantedas en aquel entonces. A
propósito de esto, dice Gabo, para el periódico El País, que no esperaba que
los gramáticos y lingüistas estuvieran de acuerdo con él, ya que “sería absurdo
que los que guardan la virginidad de la lengua estuvieran contra sí mismos”.
Desconozco el consenso del público lector sobre esta propuesta. Para muchos –
estoy seguro – es buena, porque quizá para el estudiante, con estas “leyes
marciales”, el estudiante ordinario termine odiando al idioma, como dice Gabo, y
aceptando con gusto y hasta ilusión el argumento de una autoridad literaria y
cultural como lo es Gabriel García Márquez. Y hasta cierto punto es entendible:
cuán felices serían muchos estudiantes, sobre todo los de pésima o por lo menos
mala ortografía, si ya no tuvieran que preocuparse por las excepciones de las
palabras graves que sí llevan acentos o escribir crucifixión con c o con s o
doble c. Todo sería más feliz: todo mundo escribiendo como se le diera la gana,
sin tener al típico profesor especialito que gusta de humillar a los
estudiantes faltos de ortografía y recalcarles los iletrados que son. Quizá
hasta la escuela llegase a ser divertida. Porque, en el aspecto pragmática de
la lengua española, ¿a quién realmente le importa lo que digan los lingüistas y
gramáticos, los “señores puristas’, como dice Gabo? Si la comunicación es el destino
final y el vehículo para llegar al destino final es el lenguaje y la gramática
y ortografía son una serie de vidrios y topes y baches gigantes como los de
Ciudad Juárez, ¿por qué, entones, conservar lo inútil y hasta contraproducente?
Ignoro la
verdadera intención de García Márquez con este discurso. Algunos críticos, como
inclusive su propio biógrafo, Gerald Martin, han visto en Gabo actitudes
populistas y demagogas, y al leer aquel discurso pronunciado en Zacatecas
durante 1997 me hace preguntarme si el argumento de Gabo no es un argumento, en
esencia, demagogo, con el cual Gabo busca darle al público aquello que el
público quiere escuchar. Lo que sí sé es que yo no estoy de acuerdo con Gabo –
sus argumentos no me convencen del todo. No estoy seguro que la gramática de la
lengua española – y en ese sentido, de ninguna lengua – deba reformarse, aunque
sea para “bien”, aunque sea para simplificarse y hacer de su uso más fácil, más
accesible.
Y no es que
yo sea un purista del lenguaje, como los lingüistas y gramáticos que no están
de acuerdo con Gabo: Soy de Ciudad Juárez, es decir, soy de la frontera, y,
como todos los que son o han vivido en la frontera saben, en las fronteras lo
único real son las barreras físicas y las garitas y los agentes aduanales que
exigen visa y pasaporte para cruzar, puesto que, en realidad, artificiosas resultan
ser las fronteras, con el lenguaje y sus usos, como bandada de pájaros
rebeldes, volando de un lado a otro, importándoles un carajo las normas y políticas
nacionales. Y si en el resto del país dicen refresco, aquí decimos soda; y si
en el resto del país dicen vulcanizadora, aquí decimos desponchadora; y si en
el resto del país ignoran la palabra parquero, que viene de parking (estacionarse, en inglés), aquí
parquero es palabra de uso tan común que ignorarla podría interpretarse como
señal de ser extranjero. Es decir, yo comprendo que, en el caso particular de
Juárez (como en el caso de cualquier idioma en cualquier parte del mundo,
inclusive si es frontera o no) la lengua española termina por empaparse de la
lengua inglesa, creando así un dialecto único y rico, que responde, como bien
dice García Márquez, a las necesidades comunicativas de nuestro siglo y desde
luego la región. Inútil y tonto sería ver el lenguaje como la esposa monógama
que debe fidelidad, el árbol que nació recto y recto debe crecer hasta el final
de los tiempos. No. El lenguaje es un río de caudal poderoso que, indomado e
indomable, pasa por donde debe pasar, por donde la historia y la sociedad, ya
sea por gusto o azar, capricho o historia, lo lleven, lo conduzcan.
Sin
embargo, hay un aspecto que debemos considerar, el cual no tiene tanto que ver
con la naturaleza conservadora de las negativas rotundas de los detractores de
la propuesta de García Márquez, sino con la naturaleza pragmática e histórica
sobre el lenguaje en general, no solamente a la lengua española. En este caso,
aludo a Writing: Theory and History of
the Technology of Civilization (La
Escritura: Teoría e Historia de la Tecnología de la Civilización) de Barry
Powel, libro que trata sobre la historia de la escritura. En su libro, Powel,
exponiendo el caso del idioma chino, argumenta que por la simplicidad del
chino, Wilhem von Humboldt, político y lingüista alemán, clasificó al chino
como el arquetipo del lenguaje aislante, a diferencia de lenguajes
aglutinantes, como el griego, el latín y el alemán. Según Powel, el esquema de
Von Humbodt es, más bien, un modelo evolucionario, en el cual idiomas
primitivos, como el chino (según el alemán), mudan hacia idiomas “complejos y
avanzados”, como el griego, el latín y el alemán (No hay por qué extrañarse:
Von Humboldt vivió durante la época del neoclasicismo europeo, época en la cual
distintos académicos y pensadores voltearon hacia el arte e idiomas griegos
como los modelos a los cuales sus propios idiomas debían emular; es decir, los
modelos perfectos). Los intelectuales chinos que estudiaron en Europa, continúa
Powel, comenzaron a juzgar su idioma como inferior, a comparación de las
lenguas europeas. Por esta razón,
intentos de reformar el idioma chino y su sistema de escritura surgieron.
Desde
luego, titánicas diferencias existen entre el español y el chino, y las
propuestas de reformas entre ambos idiomas. Powel acierta al mencionar que
reformar o simplificar el sistema de escritura del chino equivaldría a “perder
la sagrada y antigua cultura china encontrada en él, representada por él y
especialmente las oportunidades para la caligrafía y las afirmaciones de goce
estético y superioridad social que justifica la conducta social china”. Esto, evidentemente,
no sucede con el español – a la escritura del español, estéticamente – me
pareces –, no afecta quitar acentos o escribir vaca con b.
Lo que sí
sucede con el chino a través de estas reformas lingüísticas, propone Powel, es
la ininteligibilidad.
Powel
pone el caso de Mao Zedong, líder de China bajo el Partido Comunista, quien
propuso un modelo de caligrafía china. Mao carecía del poder para (descartar)
el torpe antiguo sistema de escritura pero con la ayuda de reformistas pudo
simplificar la escritura, y en 1956 y 1964 el Partido Comunista china promulgó
listas de los caracteres que fueron simplificados al reducir el número de
trazos en los signos. El resultado: Dos sistemas de escritura china, mutuamente
ininteligibles (291). El resultado fue que el Putonghua, el dialecto de Pekín
del mandarín, se estableció como el dialecto oficial detrás del sistema
convencional de escritura, “extinguiendo el académico y artificial “idioma”
chino clásico” como sistema vivo para la comunicación y expresión simbólicas,
como lo fue durante dos mil años”.
Powel
termina esta sección del libro con una lección moral. Según él, “debido a que
la escritura es convencional, “reformas” traen consigo la pérdida de la
legibilidad”. Afirma que “como sistema convencional de escritura, el chino es
aberrantemente complejo, pero profesionistas y hasta gente ordinaria pueden y logran
dominar sus convenciones, [además] de servir a la humanidad de manera noble”.
Por estas
razones, deberíamos preguntarnos si, al igual que los chinos con su sistema de
escritura, prescindir de algunos aspectos y características del sistema de
escritura del español no crearía otro sistema alterno de escritura, que sea
“ininteligible” respecto al otro. ¿Prescindir de algunas convenciones
ortográficas, como propone Gabo, traería mejoramientos a la compresión y uso de
la lengua española? Finalmente, y a diferencia del chino, prescindir de acentos
y letras en el español difícilmente crearía un español escrito totalmente
distinto al original. Quizá sí, quizá. Difícil probarlo, fácil imaginarlo, a
menos de que tomemos la ruta que Gabo propone y nos adentremos en las
misteriosas cavernas de la experimentación lingüística. Gabo tenía razón en una
cosa: la lengua española cambiará. De eso que no quepa duda. Y así como nuestro
‘hacer’ fue, en la época medieval, ‘fazer’, quizá en algún futuro evolucione en
‘haser’ o ‘aser’. Algunos podrían decir que nosotros, en los tiempos que
corren, somos muy conscientes del idioma, a diferencia del pasado. No caeré en
la falacia de desestimar lo que las inquietudes lingüistas de los
medievalistas, que, intuyo, fueron las mismas que las nuestras. Sin embargo,
nosotros, en los tiempos que corren, tenemos algo con lo cual no contaban los
medievalistas: La Real Academia Española, la dizque guardiana del lenguaje y su
“buen uso” y preservación. Pienso que el lenguaje debe adaptarse a los impulsos
de las personas, pero debido a que el lenguaje, como bien señala Powel, es
convencional, y puede que quizá en el intento de simplificar lo complicado,
terminemos complicándolo aún más.
Referencias
García
Márquez, Gabriel. “Botella al mar para el dios de las palabras”. Mundolatino, 2010.
Consultado el 22 de abril de 2014.
Web.
Blackwell, 2009.
Print.