En domingos
también temprano mi padre amanecía
Para vestirse
en el azul y oscuro frío invierno
Y luego con
agrietadas manos laceradas por el terrible clima
Fogatas de la nada levantaba. Nunca
nadie le dio las gracias.
Yo despertaba
y olía el frío astillarse, resquebrajarse.
Y una vez
cálida la casa, nos llamaba,
Y yo me
levantaba y me vestía,
Temiendo los
crónicos arranques de esa casa,
Para
hablarle con indiferencia,
A él, que
había espantado al fuego de la casa
Y además
boleado sin reclamos mis zapatos.
¿Qué iba a saber yo, qué iba a saber yo
De amores austeros y grises oficinas?