The rest is silence
– Hamlet,
Shakespeare
Muy
estimada chica con la que he pasado un par de horas de placer,
Durante
media hora he vacilado en escribirte todo esto, ya que tú no me conoces, yo no
te conozco, ambos sabemos del otro no más que el tipo de cosas que se dicen las
gentes en los antros para cortejarse y dar al otro una idea superficial o vaga
o incompleta, para hacerle comprender que no estamos locos ni somos
asesinos o psicópatas o algo parecido, ya que para ofrecer nuestros cuerpos
desnudos, aunque sea sólo por una
noche, a quien se lo damos debe ser por lo menos normal, lo que generalmente se conoce como normal, y escribir algo a alguien del propio puño y letra es algo muy personal, no a cualquiera se lo haríamos, no ciertamente a un extraño que se conoce en un bar, aunque lo que se escriba se haga en una de esas libretitas que se encuentran en los
cuartos de los moteles de paso para el uso de sus huéspedes, como sucedió contigo y conmigo en esta madrugada calurosa de junio. En este caso no sé más de
ti más que tu nombre es Miriam y tienes más o menos mi edad y eres contadora y
trabajas dando clases en una preparatoria pública y en un despacho contable
cerca del centro, tu padre murió hace ocho meses (lo siento), tu madre aún vive
y tu persona favorita es tu tía Margarita y te gustan los gatos aunque ya no
tienes ninguno porque el último que tuviste escapó hace un par de meses y ahora
vaga perdido y solitario en la inmensa y despiadada ciudad sin que nadie
vea por él, sin que nadie sepa que él tiene un hogar pero está perdido, y no quieres
que suceda lo mismo con otro gatito y yo entiendo. Eres la primer mujer en la vida que conozco que me habla de sus mascotas perdidas.
La razón por la cual te escribo esta nota (y la
razón por la cual te escribo no es lo mismo que la razón para la cual te escribo) es que desde hace mucho tiempo me ha atormentado esos puntos de intersección y convergencia en los caminos que solemos llamar encrucijadas. Desconozco contigo qué sucede pero a mí siempre me ha intrigado hasta el punto de la
náusea el tipo de gente o la gente que me he topado hasta ahora en mi camino,
habiéndome podido encontrar con otro tipo de gente u otra gente en primer
lugar. ¿Te gusta leer? ¿Conoces la historia de Edipo? Quizá
no estará de más recordarte lo siguiente: Edipo fue un personaje de la literatura griega que mató a su
padre en la encrucijada de camino a Delfos, alejándose – o más bien, tratando
de alejarse – justo de aquel destino que se le vaticinó desde el nacimiento. Y sin embargo en aquella encrucijada Edipo se encontró
precisamente con su padre y terminó matándolo. Es decir, me ha intrigado saber por qué cierta persona conoce a cierta otra - por qué, por ejemplo, tú te has topado conmigo habiendo
podido toparte con otra persona, alguien distinto, alguien más atractivo o más
interesante, alguien que en vez de dejarte sola a mitad de la madrugada puedas
encontrar en la cama al día siguiente y quizá, no sé, ir a desayunar huevos con jamón o tocino o chorizo o salchicha o carne y a lo
mejor verte después de manera casual y a lo mejor seguirse viendo con mayor
frecuencia para que la noche que pasaron juntos no sean horas que el viento barra
hacia el olvido para siempre. Es decir, ¿por qué tu camino se cruzó con el mío?
Te
preguntarás, quizá, por qué escribo por
qué me conociste tú a mí en lugar de escribir por
qué te conocí yo a ti, y la respuesta es fácil. Por mi parte, no hay ningún significado especial tras nuestro encuentro de esta noche. Yo me topé contigo en el bar como bien pude
topar a otra chica, como he conocido a un sinfín de chicas en los bares, sobre todo en este bar, el Sahara, a lo largo de los años (espero y al leer esto no te sientes ofendida; espero que
comprendas que esto del sexo de una sola noche tiene que ver, sí, con el gusto
y la preferencia y la elección pero también con la disponibilidad y si tú o yo no hubiéramos estado disponibles este encuentro no se habría dado). Salí de mi casa rumbo al Sahara después del trabajo; la oficina hoy estuvo tranquila – quizá porque
fue viernes – y durante varias horas estuve en casa sin hacer más que mirar la
televisión, pero tras cambiar canales inútilmente - no encontré nada bueno
que ver - intenté leer y hasta escribir un poco, pero por alguna razón no me
pude concentrar y tampoco encontré nada bueno sobre qué escribir. Así que así sin más me bañé y vestí y decidí salir solo a un bar, sin ninguna
idea en la cabeza, sin la esperanza de divertirme y emborracharme y conocer
nuevas personas o terminar en la cama con alguna chica guapa; simplemente salir
por salir, para no quedarme solo y encerrado y muerto en casa. Pero te vi y me
viste y te sonreí y me sonreíste y me acerqué a ti y coqueteamos y horas
después estabas desnuda y rendida entre mis brazos, bajo el techo de este motel barato y medio limpio de afueras de la ciudad. Obviamente para mí siempre existió la
posibilidad de no tener sexo durante la noche; si yo no te hubiera conocido o a nadie más, no habría sido la primera vez que regresaría a
casa con el tanque lleno y las manos vacías, pero algo hubo en ti que accedió a
que te llevase a un hotel para tener intimidad. ¿Qué fue? No sé, dime tú. Y, sin
más qué hacer, me paré, me vestí y me fui, ni contento ni triste ni enojado ni
preocupado, sin sentir algo en particular más que una hambre de mi cuerpo satisfecha, era hora de volver a casa, a mi vida, mi solitaria y monótona
vida. Sabes, antes, hace mucho, en mis años de mayor juventud y vulnerabilidad
(como escribió Nick Carraway, narrador de El
Gran Gatsby justo al principio de la novela), la vida no era así, yo no era así. Antes, hace mucho, yo
salía de casa cada viernes con las manos y el corazón llenos de esperanza.
Soñaba con ver la noche, vivirla, sentir la emoción y excitación de encontrarme
en un bar, rodeado de personas, de mujeres lindas a quienes hablarles, la
posibilidad infinita de un encuentro. Así que te imaginarás la emoción que
sentía al encontrarme en algún duelo de miradas con alguna guapa y desconocida
mujer, ver al cabo de insistencia sus labios abrirse como roca en una sonrisa tímida,
señal para acercarme y hablarle. Era un juego, el mejor de todos, y al principio sólo jugarlo era ya una victoria, pero si terminaba con alguna
chica en la cama al final de la velada era la mejor de todas las victorias, era la victoria suprema. Y así, visitando bares y antros y fiestas, acercándome a extrañas, hablándoles,
seduciéndolas, terminando en la cama con ellas, viviendo frecuentemente la victoria, pasé muchos, muchísimos años. Con algunas chicas pasé un
tiempo muy agradable y algunas chicas inclusive quisieron pasar más tiempo
conmigo después de la intimidad, pero con estas chicas nunca llegué a nada; la
serenidad diurna que viví con ellas durante el desayuno nunca llegó a
compararse con la magia sísmica que viví con ellas en la hora nocturna, razón por la
cual desde pasado un tiempo dejé de aceptar invitaciones fuera de moteles y la madrugada.
Debo
confesar que no toda mi vida fue sexo y noche; como cualquier otro yo tuve
novias – dos en total. Con la primera, Selene, fui feliz aunque sólo durante
seis meses. Nuestro rompimiento fue triste para mí puesto que Selene me
gustaba e inclusive pensé en casarme con ella, pero al cabo de un tiempo me dijo
que lo nuestro, como todo en la vida, había expirado y tenía a otro tipo
esperando por ella y adiós y buena suerte. Hasta luego. Yo aún me masturbo
pensando en ella, si debo confesarlo. La segunda, Aurora, me duró dos años. La
amaba, me amaba, planeábamos casarnos, hicimos los primeros preparativos para la voda, pero
no podía imaginar la idea de estar atado a ella durante el resto de nuestras
vidas, con ella no sentía la emoción que sentí con Selene o las otras chicas
desconocidas de los bares, así que con la pena tuve que decirle adiós. Ella me
dijo adiós bañada en lágrimas.
Pasaron los
años, chicas iban y venían de mi lado hacia la nada, hacia el olvido. Y
llegó un momento en que sin saber por qué comencé a pensar en el suicidio. Nota:
pensar en el suicidio no es contemplar el suicido. Comencé a pensar en el
suicidio como una posibilidad en un universo alterno. ¿Qué debe sentirse perder
la vida?, me preguntaba. ¿Qué es la muerte? ¿Qué se sentirá estar muerto, cruzar ese fino umbral que separa la vida de la muerte? La muerte, ese
espacio vacío y negro, ese desbarrancadero al que todos tarde o temprano
tendremos que llegar únicamente para lanzarnos. Pensaba todo esto recostado en mi cama, mirando la lluvia,
viendo pasar camiones y barcos y aviones a través de la ventana, recostado al
lado de una chica o a veces encima de ella, haciéndole el amor. Pero, evidentemente, nunca me suicidé. Con el tiempo dejé de pensar en el suicido y comencé a pensar – espero no te asustes, yo ya no pienso así – en matar a mis amantes. Solía escribirme historias en las que el
protagonista era yo y ese yo vivía una vida como la que vivo ahora y de vez en cuando narraba algo así como: sigo soltero y sigo procurándome la dicha y placer de levantar desconocidas en los bares y matarlas y ya muertas regresar a casa
y bañarme y dormirme horas
después levantarme e ir al trabajo o al gimnasio. Matarlas, como si ése fuera
el paso lógico que sucede al coito. Me imaginaba a mí mismo guardando cadáveres en mi
departamento como Patrick Bateman guardaba los de sus víctimas en el suyo,
borrando huellas y disponiendo de cadáveres como se dispone de la basura o lo
inservible. Hubo noches en que estos pensamientos me asaltaron durante el
coito, en los momentos de mayor excitación sexual y que en
lugar de distraerme sólo exacerbaban mi excitación hasta el punto de
acelerar mi ritmo más y más y más y más, con lo cual mis amantes solían disfrutar más y más y más y más, así
hasta el final. Me alegra decirte que nunca llegué a matar a nadie, sólo fueron ideas.
No sabía lo
que me sucedía. Generalmente yo tenía sobre mí o debajo de mí a una hermosa
chica desnuda que me permitía ir y venir, tocar y retocar, meter y sacar, así
que no había razón por la cual me asaltasen pensamientos e ideas tan lúgubres
como aquéllos. Muchas veces me quedaba dándole vuelta a esas ideas en la
cabeza a costar del segundo round con la chica que me encontrara en aquella
noche. ¿Qué ya no quieres?, me solían preguntar, decepcionadas. ¿Qué ya te
cansaste? No es eso, solía responder. No es eso, y me ponía de pie y me vestía
y me iba tras una breve y parca despedida. Al principio del juego, al principio de todo esto, nunca habría rechazado un segundo o inclusive un tercer round, qué sacrilegio. Pero pensamientos como estos comenzaron a hacerse frecuentes muy a mi pesar.
No sé en
qué momento el juego dejó de ser divertido, no sé en qué momento comencé a
salir por la noche y hablar con mujeres por costumbre más que por emoción o
placer. Pero llegaba la noche, los fines de semana, el trabajo en la oficina, y yo sin nada más que hacer, sólo por llenar un espacio vacío, salía a la ciudad. De vez en cuando sentía deseos, más bien antojos de venirme, como se tiene antojo de un dulce o un cigarro o una cerveza, y bien podía seguir mi vida sin venirme, sin tener contacto físico o sexual alguno, pero yo siempre me dejé llevar por ese impulso, ese empuje, y solía pensar: si ya tengo el deseo de venirme, de venirme yo solo a venirme con ayuda de una chica, con su mano - o su boca - alrededor de mi sexo, es mejor una chica, así que en busca de aquella chica salía en los días en cuestión. Y ya estando a solas con ellas, por qué limitarse a una mano en el sexo - por qué no hacerlo todo de una vez, una dos tres hasta cuatro veces si se podía. Al fin y al cabo: no había impedimento alguno; yo tenía todo el tiempo del mundo.
Pero de todas las noches que he vivido recuerdo
una en particular. Aquel día salí inusualmente entusiasmado de mi casa con dirección a un bar (quizá porque era de las últimas veces que me entusiasmaba ir a un bar con el propósito de tener sexo, quizá porque yo en realidad fingía entusiasmo). Al llegar me topé
con una chica hermosa y me acerqué, la chica era joven, muy joven, pero hermosa
y esbelta, y aceptó ir conmigo a terminar la velada a otro sitio. La desnudé,
su cuerpo aún fresco no tenía la marca del paso de los años como el
mío. Me dijo que aquélla era la primera vez que se entregaba a un desconocido y
yo me sentí conmovido y de pronto súbitamente desinteresado. Me vestí,
le pedí a la chica que se vistiera, y le dije que sería mejor irnos, no había
punto de seguir así. No dije más a la chica, ella me preguntó si algo en ella
la molestó y, frío, le respondí que no, que no había problema con
ella, y confundida se marchó, dándome su número de teléfono por si cambiaba de
opinión, y yo lo tomé más por amabilidad que por la intención de llamarla algún día. Regresé
a casa, y, caminando en las calles desiertas, mojadas por la lluvia, en la soledad
oscura de la madrugada, pensé, como si hubiera experimentado una gran epifanía, en lo que escribió aquel filósofo inglés en sus ensayos - que todo placer es el mismo placer y una vez experimentado se le ha experimentado para siempre. Y yo pensé: Entonces el
placer es una batería que con el tiempo se desgasta, y descargada por completo el resto es silencio, es vacío, es soledad, es oscuridad,
es nada, y todo intento de llenarla es fútil,
como fútil es tocar una guitarra esperando que sus cuerdas con música inunden
la noche repleta de estrellas cuyo brillo el universo en algún momento terminará por tragarse en una oscuridad insoportable. La vida es ese espacio vacío salvo por los agujeros negros que se tragan a sí mismos, es la única nota que viaja sola por todo el universo que sólo ella misma escucha hasta hacerse una con el silencio y la nada, es el cigarro que para vivir, debe morir, para respirar, debe consumirse, dejando tras de sí un rastro de humo que por un momento huele pero luego se esfuma y una colilla apestosa y estorbosa que a lo mucho se tira en el suelo para que ya no siga oliendo más.
Estoy aburrido, Miriam - ésa es la razón para la cual te he escrito esta nota esto desde un principio: para decirte que estoy muy muy aburrido y cansado. Y
aburrido y cansado, te escribo desde la nada. Porque de la nada vine y hacia la
nada voy. Y a pesar de que no nos conocemos mucho y no sé de ti un puñado de cosas, como del presente de tu padre y tu madre y tu tía Margarita y tu pobre gatito perdido, me tomo el atrevimiento de decirte lo siguiente: espero que tú no te encuentres igual de aburrida que yo y que por aburrimiento me hayas topado en el bar Sahara, la encrucijada en que corvergieron tu vida y la mía, en esta bonita y tubia noche de efímero verano, espero que haya sido todo menos eso.
Atentamente,
El jugador
PD. Espero que tu gato perdido pronto encuentre su camino de regreso a casa.