domingo, 27 de mayo de 2012

¿Por qué el futbol es tan importante en México?


Hasta hace unas semanas, el futbol se vio envuelto en una controversia a nivel nacional. Y es que las televisoras mexicanas querían transmitir un partido de futbol a la misma hora que el debate presidencial. Obviamente, esto despertó sospechas y preguntas: ¿por qué transmitirlo precisamente a la hora del primer debate entre los candidatos a la presidencia de la república? Sabemos muy bien que en México la afición popular por el futbol es indiscutible y vehemente – la gente se emociona, brinca, canta, se pinta las caras de sus equipos preferidos, hasta se golpean los unos con los otros con tal de defender a sus equipos o imponerlos. Por lo tanto, en un país como el nuestro, donde la corrupción es parte intrínseca de la política, esta transmisión parecía una estrategia: distraer con un juego de futbol al pueblo más inclinado por el futbol que la política, desviándolo así de conocer a ciertos candidatos indeseables para un grupo o benéficos para los otros, uno de los cuales, se rumora, concedería privilegios a las televisoras si es que llega a ganar las elecciones. Al final el debate tuvo más rating que el futbol, lo cual es una victoria para la democracia. Sin embargo, la pregunta del por qué el futbol es tan importante en México aún pende en el aire.

Max Horkeimer dijo que “la religión es el registro de los deseos, nostalgias y acusaciones de un sinnúmero de generaciones”. Es decir, la religión es, en muchos casos, un universo imaginado donde los deseos insatisfechos de los seres humanos son cumplidos. Por esta razón, por ejemplo, encontramos en la Biblia un pasaje como el siguiente: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa d la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10). En este ejemplo, la persecución injusta encuentra una recompensa en el Cielo, así como la pobreza, el hambre, el dolor y un sinnúmero de desdichas también pueden encontrar su justa recompensa.

Por su parte, Juan Villoro en su libro Dios es Redondo hace un comentario rescatable acerca del futbol. Villoro dice que

Las multitudes llenan los estadios ilusionadas por algo que no sólo pasa en la cancha. Gracias al graderío, un partido de carga de supersticiones, anhelos, deseos de venganza, complejos mayúsculos, intricadas leyendas. El fútbol ocurre en la hierba y en la agitada conciencia de los espectadores.

Comparados, tanto los deseos y nostalgias de Horkeimer como los deseos y anhelos de Villoro son de la misma naturaleza: ambos buscan obtener una recompensa por una historia y pasado tanto complicados como, ¿por qué no?, dolorosos. A través del, distintas culturas con conflictos entre sí se encuentran, se enfrentan, se asestan golpes duros que una multitud aclama desde el otro lado de la cancha, y cualquiera de ellos puede obtener una victoria cerrada y clara. Por ejemplo, países con un largo conflicto entre ellos pueden enfrentarse amistosamente, un país colonizado puede enfrentarse a su colonizador, etc.. Por lo tanto, teniendo en cuenta lo que dijo Villoro, podemos afirmar que México también tiene anhelos, deseos de venganza, complejos mayúsculos e intricadas leyendas. Pero ¿cuáles son estos anhelos, deseos y complejos, y por qué México los tiene? Un breve análisis de nuestra historia, cultura e identidad puede arrojar algunas respuestas.

México es un país con gran potencial y herramientas para sobresalir internacionalmente. Nuestros atributos y cualidades son numerosos. Mas somos, como dice ese dicho, “candil de la calle, oscuridad en la casa”. Muchos de nuestras riquezas tanto materiales como culturales son ignoradas y despreciadas en nuestra casa, por nosotros mismos, pero cuando un extranjero las percibe y hasta las codicia, ahí se vuelven trascendentes. En este sentido, por ejemplo, podemos citar muchos aspectos de nuestra cultura y territorio que nos hacen un país con gran potencial para sobresalir. Según la UNESCO, México cuenta con 31 lugares designados como Patrimonio de la Humanidad, tanto culturales como naturales. Según el INALI, en México se hablan 37 lenguas aparte del español. Y según PEMEX, México era, hasta el 2006, el sexto mayor producto de petróleo en el mundo. A pesar de esto, nuestra educación es deficiente; nuestra economía es baja a comparación de países desarrollados; los recursos naturales no se utilizan para el desarrollo de la nación; en el país hay casi 55 millones de pobres; y el país en general, así como nuestra raza e identidad, no han alcanzado el prestigio que pensamos que deberían tener en el mundo moderno.

Además, hay aspectos de nuestra historia en la que aún nos encontramos en duelo, como la Conquista de parte de los españoles de la cual aún no podemos recuperarnos. Esto a su vez ha provocado una gran ansiedad existencial en el mexicano en el sentido que somos por naturaleza solitarios y que negamos ser indios y españoles, en palabras de Octavio Paz, “hijos de la nada”. Los territorios perdidos ante Estados Unidos, por otro lado, también son otro aspecto de nuestra historia difícil de tratar. México, antes de la Guerra contra Estados Unidos, tenía el doble del territorio de lo que tiene ahora, además de que estos territorios eran ricos en petróleo (Texas) y en oro (California). Al quedarnos sin la mitad de nuestro territorio, los mexicanos nos sentimos, más que ultrajados, impotentes, ya que, de nuevo, tuvimos una herramienta más, un gran territorio, para alcanzar el paraíso terrenal con el que desde hace años hemos soñado pero que hasta ahora no hemos alcanzado. Cada vez que el mexicano lamenta estas pérdidas, lamenta su salvación perdida, tanto que incluso las intenta recuperar de un modo por lo menos simbólico. Elena Poniatowska dice, por ejemplo, que la inmigración de parte de mexicanos hacia Estados Unidos es una “reconquista”. Poniatowska dice explícitamente que "México va recuperando los territorios cedidos a Estados Unidos con tácticas migratorias".

Sin embargo, estos ejemplos no tienen sentido si no tenemos en cuenta el factor de la venganza. México intenta vengarse en contra de sus enemigos: los extranjeros que nos discriminan, los países que nos explotan, las culturas que nos intentan imponer la suya – en resumen, los países que no nos aprecian ni respetan. Como el mexicano siente que no tiene grandes victorias de las cuales jactarse, recurre a victorias más particulares y simbólicas al mismo tiempo. Por ejemplo, la frase “Viva México, cabrones [o hijos de la chingada]” o “como México no hay dos”. Octavio Paz ha hecho un profundo análisis de la primera frase en El Laberinto, pero la segunda frase es digna de analizarse. En la canción “como México no hay dos”, encontramos el verso, “en el extranjero cuanto más yo quiero a mi nación” es muy significativo. Si el mexicano desprecia a su país o tiene un complejo de inferioridad manifestado en su vocabulario con términos como “Chafamex” o si continúa dándole el significado de “indio” (es decir, una de sus ascendencias) a una, este verso le da a México un carácter de unicidad, de importancia: los mexicanos podemos ser todo lo que ustedes quieran, pero tenemos espíritu fiestero, le ofrecemos al mundo tequila (“Pero yo prefiero un tarro de tequila / Como México no hay dos”) y bellos paisajes y arquitecturas, somos un país lleno de tradición y cultura (aunque por dentro la despreciemos, ignoremos y nos avergoncemos de ella); y solamente por esto “México no hay dos”. Con esto el mexicano se siente vengado de su propia situación de país en vías de desarrollo, desamparado por sus propios políticos – aunque en su mente sigue estando, en su mente, por debajo de países desarrollados. Por otra parte, los versos, “San francisco, Hollywood y sus artistas / Casi fue nuestra nación”, refuerzas la interpretación respecto a los territorios perdidos. Con estos versos, México recuerda, con nostalgia y con dolor, que el país estuvo cerca de poseer símbolos de “éxito”, riqueza y prestigio nacionales, propios de un país desarrollado y poderoso como los Estados Unidos, pero que desafortunadamente perdió.

Debido a esto los mexicanos nos encontramos frente a una vitrina impenetrable, tras de la cual se encuentra nuestra victoria y, ¿por qué no decirlo?, nuestra salvación como ciudadanos y país, individuo y colectividad. Esto a su vez ha convertido al mexicano en un ser resentido y desesperado. Buscamos conseguir la victoria a toda costa y lo más rápido posible – pero no cualquier victoria: queremos una victoria mundialmente notable, que sea digna de recordarse y que se celebre y cante por todo el mundo. Una victoria simbólica, espiritual, que le regrese a México el prestigio que durante años se le ha negado y tal vez la fe y seguridad en sí mismo. Y es aquí donde entra el futbol. El futbol es el único deporte practicado por todo el mundo que tiene una copa mundial celebrada cada cuatro años, donde, en la misma cancha y a la misma hora, se pueden ver las caras países con un gran historial de conflictos y sinsabores. El mexicano inconscientemente anhela su salvación espiritual en la copa mundial.

Sin embargo, el tiempo claramente no se ha detenido aún. El mexicano aún puede rescatarse a sí mismo y a su país no de manera simbólica, sino material. El tiempo aún fluye y, por lo tanto, aún existe la posibilidad de un futuro distinto al que tenemos. Pero ¿por qué aún no lo hemos hecho? Antes de seguir con el análisis del futbol, es necesario también un breve análisis de la identidad mexicana para responder esta pregunta.

Identidad mexicana: su sufrimiento

Como hemos visto, el mexicano busca salvar al país y verse a sí mismo como un igual frente a los ciudadanos de países desarrollados. Sin embargo, después de años de estar en esta situación, el mexicano ya pudo haber intentado hacer algo, por lo menos algo chico, por el país. Pero no lo ha hecho. ¿Por qué no lo ha hecho? En parte porque el mexicano ve de manera fatalista la situación de México. Michel de Montaigne, en su ensayo “Sobre la Experiencia”, hace una reflexión clave sobre la situación del mexicano y el sufrimiento. Montaigne dice que “la primer enseñanza que los mexicanos imparten a sus hijos cuando, al salir del vientre de sus madres, les dan la bienvenida con las siguientes palabras: “hijo, tú has venido a este mundo a tolerar: entonces soporta, sufre y cállate”. Esta reflexión es clave para comprender nuestra historia en todas sus facetas, ya que Michel de Montaigne es un escritor del Renacimiento: siglo XVI: México aún no existe; apenas es una colonia, y ya un intelectual hace una observación clave acerca de la realidad mexicana: que debemos aguantar nuestra realidad como debemos aguantar un defecto indeleble en la cara. Por lo tanto, si los mexicanos creemos que hemos venido a este mundo a sufrir, es claro pues que, como colectividad y también como individuos, no haremos un esfuerzo por mejorar, porque el sufrimiento, como dice Montaigne, es parte de nuestras primeras enseñanzas: es parte de nuestra realidad. No obstante, esta reflexión no debemos tomarla a la exageración: el país obviamente ha tenido grandes progresos y gente que ha desafiado esta enseñanza. Sin embargo, cuando vemos de cerca algunos casos, veremos que la enseñanza de Montaigne sigue vigente. Pasemos a una reflexión que hace Patricia Llaca, una actriz mexicana, respecto a las muertas de Ciudad Juárez en Chihuahua:

Yo creo que la tragedia de las mujeres de Juárez es una metáfora dolorosa de la realidad del país. De un país que ha sido secuestrado, golpeado, torturado y violado durante décadas de malos gobernantes. Y creo que tristemente, a diferencia de las mujeres de Juárez, nosotros no tenemos un grupo de apoyo que busque justicia… Creo que se nos ha hecho un poco un alma de teflón y estamos acostumbrados desde hace años ver en las noticias que se destruyen manglares y bosques, que los políticos se enriquecen de forma ilícita, que se venden las costas …, que se vende el patrimonio nacional, y hemos generado una tolerancia al respecto, y creo que eso es lo grave, creo que es esa actitud la que permite que sucedan cosas como las de Juárez. A diferencia de honrosas excepciones, casi todos nos limitamos a enojarnos y a indignarnos de forma pasiva en nuestras casas y nos hemos acostumbrado como mexicanos a vivir con ese sentimiento: una mezcla de rabia, indignación, impotencia e indiferencia al respecto.

Esto lo podemos ver a diario. Recuerdo una vez, hablando acerca de la manera anticonstitucional que oficiales de tránsito y de policía detienen a los conductores de vehículos para revisarlos, un amigo dijo: “pues esto es México, las autoridades hacen lo que quieren, y ni tú ni yo lo vamos a cambiar”. Los mexicanos somos un pueblo que queremos y, en cierta medida, buscamos la salvación de las cosas a las que alude Patricia Llaca. Sin embargo, debido a la enseñanza que describe Montaigne, nos hemos vuelto muy cínicos. Y pensamos que cualquier intento por pequeño que sea para salvar a nuestro país es un intento inútil con el cual lograremos nada: somos como un barco que no termina de hundirse: si algún iluso o idealista intenta sacar por la ventana un balde lleno de agua, estaría perdiendo su tiempo. Pensamos esto porque descongelar las olas de las que habla Fuentes y llegar a la playa tomaría mucho esfuerzo: requeriría romper una pared psicológica que tenemos como sociedad. Y ciertamente rescatar al país tomaría mucho esfuerzo: necesitaríamos una buena educación, oportunidades laborales, una economía sólida que pueda competir en el mercado, pero para esto necesitamos gobernantes honestos que quieran ver por México; pero como los políticos para el mexicano son intrínsecamente corruptos (porque, en la mentalidad mexicana, en la que sólo se puede chingar o ser chingado, los políticos escogen chingar al pueblo), ninguna de las primeras premisas se puede cumplir: la salvación del país es un circulo vicioso y caótico que no tiene comienzo y mucho menos fin. Y es aquí donde entra el futbol y la Selección Nacional.

Partido de futbol como ritual

Si el mexicano quiere rescatar al país y la política no le ofrece salvación verdadera, entonces la Selección Nacional a través del futbol es el único medio por el cual puede salvar su espíritu. El futbol, a diferencia de la política, no requiere de años ni de un esfuerzo colectivo que involucre millones de personas, toma sólo noventa minutos: en sólo noventa minutos, México puede resultar victorioso, puede subir de categoría, puede recobrar su prestigio y limpiar su nombre. Por lo tanto, al igual que la fiesta, podemos decir que un partido de futbol en México alcanza el grado de ritual. Para  comprobar esto, podemos ver ciertas actitudes de los mexicanos en algunos aspectos que se viven dentro de un partido de futbol. Por ejemplo, el himno nacional. El mexicano se avergüenza de sus raíces indígenas; pero cuando se toca el himno nacional en un estadio previo a un partido de futbol, el mexicano exuda patriotismo inusitado: está orgullo de sí mismo, de ser mexicano, además de sentirse capaz de estar a la par contra países del primer mundo como Estados Unidos, Francia o Alemania, y canta este orgullo al unísono con millones de mexicanos donde quiera que vean el partido de futbol, con la mano en el corazón, pintado de verde, blanco y rojo. Este patriotismo alcanza un nivel de fervor que sólo podemos comparar con los cantos religiosos católicos, con las alabanzas en la misa católica o el rezo del Padre Nuestro, pero de manera más agresiva. Por lo tanto, podemos concluir que un partido de futbol es una batalla de carácter religioso y que los jugadores de la Selección Nacional son los cruzados encomendados con la santa tarea de conquistar tierra santa: el pedazo de Edén, de gloria internacional, que pensamos que siempre nos ha correspondido por derecho. Por lo tanto, cuando el mexicano canta el himno nacional en un estadio de futbol o en su casa viendo algún partido, lo que le está cantando es a los once jugadores en la cancha:  

Mas si osare un extraño enemigo
profanar con su planta tu suelo,
piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo
un soldado en cada hijo te dio.

Un gol es otro aspecto que debemos considerar. Selección Nacional anota un gol el país entero se cubre de gloria. Los mexicanos saltamos, gritamos, cantamos, agitamos la bandera y la besamos – también nuestra camisa con símbolos patrios. No importa que el rival sea Estados Unidos o Francia o cualquier otro país desarrollado: con un gol México ha sido capaz de ver a los ojos a una potencia y asestarle un golpe de frente, un golpe que no requiere interpretación o justificación para ser victoria, como la Reconquista de la que habla Fuentes: un gol es certero, legítimo y por primera vez pone a México, el país parte indígena que se avergüenza de serlo, en un nivel por encima de sus adversarios. Un gol es, en resumen, un golpe válido en lo que Marx llamaba “la lucha de clases”: el pueblo oprimido en contra de quien cree que lo oprime.

Y si la Selección Mexicana ganara el mundial, como canta El Tri, “toda la policía no alcanzaría pa’ aplacar el jubilo nacional”, ya que nos habríamos salvado espiritualmente. Sin embargo, no sabemos si esto sería suficiente motivo para despertar el interés del mexicano para inspirarlo a hacer algo por su país. Finalmente, no importa. Ya que, como dijo Vladimir Lenin, en Socialismo y Religión, no hay cantidad de panfletos y sermones que puedan iluminar al proletariado, si es que el proletariado no se ilumina a sí mismo en la lucha contra, en este caso, el futbol. Un ensayo no cambiará la manera de pensar del pueblo mexicano respecto al futbol, así como un sermón acerca de lo dañino que puede ser el uso de la droga no evitará que gente la consuma. Además, hemos visto que el futbol despierta un aspecto del mexicano que no podemos ignorar: ignorar aspecto en cierta medida es ignorar al pueblo. Lo que necesitamos es iluminar al pueblo, hacerlo despertar de su letargo, y hacer que la gente haga lo que dice Lenin en Socialismo y Religión: que la gente concluya que es más importante un paraíso en la tierra que obtener un paraíso en el cielo. Si atacáramos el futbol, caeríamos en el error de cálculo, la hamartia, de Thomas Paine cuando, tratando de despertar la conciencia crítica del pueblo americano aunque por su propio bien, criticó la religión Cristiana en La Edad de la Razón, por lo cual el pueblo lo reprobó y le dio la espalda. Necesitamos lentamente persuadir a la gente de que pueden enfocar su júbilo y su vehemente fe hacia aspectos más concretos y materialistas que el futbol – el desarrollo del país. Pero esto sólo se puede lograr, desde luego, a través de la educación. Pero una educación que nos haga pensar críticamente: que no solamente se trate de aprender, porque esto hace de alumnos principiantes alumnos muy cínicos. Necesitamos alumnos críticos que discutan, debatan y cuestionen, y que no vomiten información en un examen un día después de haberla absorbido – sin procesarla – como esponja. Ya que, como dijo el filósofo chino Confucio, “el que piensa y no aprende está en gran peligro, pero el que aprende y no piensa está perdido”.