Hasta hace unas semanas, el futbol se vio
envuelto en una controversia a nivel nacional. Y es que las televisoras
mexicanas querían transmitir un partido de futbol a la misma hora que el debate
presidencial. Obviamente, esto despertó sospechas y preguntas: ¿por qué
transmitirlo precisamente a la hora del primer debate entre los candidatos a la
presidencia de la república? Sabemos muy bien que en México la afición popular
por el futbol es indiscutible y vehemente – la gente se emociona, brinca,
canta, se pinta las caras de sus equipos preferidos, hasta se golpean los unos
con los otros con tal de defender a sus equipos o imponerlos. Por lo tanto, en
un país como el nuestro, donde la corrupción es parte intrínseca de la
política, esta transmisión parecía una estrategia: distraer con un juego de
futbol al pueblo más inclinado por el futbol que la política, desviándolo así de
conocer a ciertos candidatos indeseables para un grupo o benéficos para los
otros, uno de los cuales, se rumora, concedería privilegios a las televisoras
si es que llega a ganar las elecciones. Al final el debate tuvo más rating que
el futbol, lo cual es una victoria para la democracia. Sin embargo, la pregunta
del por qué el futbol es tan importante en México aún pende en el aire.
Max Horkeimer dijo que “la religión es el
registro de los deseos, nostalgias y acusaciones de un sinnúmero de
generaciones”. Es decir, la religión es, en muchos casos, un universo imaginado
donde los deseos insatisfechos de los seres humanos son cumplidos. Por esta
razón, por ejemplo, encontramos en la Biblia un pasaje como el siguiente: “Bienaventurados
los que padecen persecución por causa d la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos” (Mateo 5:10). En este ejemplo, la persecución injusta
encuentra una recompensa en el Cielo, así como la pobreza, el hambre, el dolor y
un sinnúmero de desdichas también pueden encontrar su justa recompensa.
Por su parte, Juan Villoro en su libro Dios es Redondo hace un comentario rescatable
acerca del futbol. Villoro dice que
Las multitudes
llenan los estadios ilusionadas por algo que no sólo pasa en la cancha. Gracias
al graderío, un partido de carga de supersticiones, anhelos, deseos de
venganza, complejos mayúsculos, intricadas leyendas. El fútbol ocurre en la
hierba y en la agitada conciencia de los espectadores.
Comparados, tanto los deseos y nostalgias
de Horkeimer como los deseos y anhelos de Villoro son de la misma naturaleza:
ambos buscan obtener una recompensa por una historia y pasado tanto complicados
como, ¿por qué no?, dolorosos. A través del, distintas culturas con conflictos
entre sí se encuentran, se enfrentan, se asestan golpes duros que una multitud
aclama desde el otro lado de la cancha, y cualquiera de ellos puede obtener una
victoria cerrada y clara. Por ejemplo, países con un largo conflicto entre
ellos pueden enfrentarse amistosamente, un país colonizado puede enfrentarse a
su colonizador, etc.. Por lo tanto, teniendo en cuenta lo que dijo Villoro,
podemos afirmar que México también tiene anhelos, deseos de venganza, complejos
mayúsculos e intricadas leyendas. Pero ¿cuáles son estos anhelos, deseos y
complejos, y por qué México los tiene? Un breve análisis de nuestra historia,
cultura e identidad puede arrojar algunas respuestas.
México es un país con gran potencial y
herramientas para sobresalir internacionalmente. Nuestros atributos y cualidades
son numerosos. Mas somos, como dice ese dicho, “candil de la calle, oscuridad
en la casa”. Muchos de nuestras riquezas tanto materiales como culturales son
ignoradas y despreciadas en nuestra casa, por nosotros mismos, pero cuando un
extranjero las percibe y hasta las codicia, ahí se vuelven trascendentes. En
este sentido, por ejemplo, podemos citar muchos aspectos de nuestra cultura y
territorio que nos hacen un país con gran potencial para sobresalir. Según la
UNESCO, México cuenta con 31 lugares designados como Patrimonio de la
Humanidad, tanto culturales como naturales. Según el INALI, en México se hablan
37 lenguas aparte del español. Y según PEMEX, México era, hasta el 2006, el
sexto mayor producto de petróleo en el mundo. A pesar de esto, nuestra
educación es deficiente; nuestra economía es baja a comparación de países
desarrollados; los recursos naturales no se utilizan para el desarrollo de la
nación; en el país hay casi 55 millones de pobres; y el país en general, así
como nuestra raza e identidad, no han alcanzado el prestigio que pensamos que
deberían tener en el mundo moderno.
Además, hay aspectos de nuestra historia
en la que aún nos encontramos en duelo, como la Conquista de parte de los
españoles de la cual aún no podemos recuperarnos. Esto a su vez ha provocado
una gran ansiedad existencial en el mexicano en el sentido que somos por
naturaleza solitarios y que negamos ser indios y españoles, en palabras de
Octavio Paz, “hijos de la nada”. Los territorios perdidos ante Estados Unidos,
por otro lado, también son otro aspecto de nuestra historia difícil de tratar.
México, antes de la Guerra contra Estados Unidos, tenía el doble del territorio
de lo que tiene ahora, además de que estos territorios eran ricos en petróleo
(Texas) y en oro (California). Al quedarnos sin la mitad de nuestro territorio,
los mexicanos nos sentimos, más que ultrajados, impotentes, ya que, de nuevo,
tuvimos una herramienta más, un gran territorio, para alcanzar el paraíso
terrenal con el que desde hace años hemos soñado pero que hasta ahora no hemos
alcanzado. Cada vez que el mexicano lamenta estas pérdidas, lamenta su
salvación perdida, tanto que incluso las intenta recuperar de un modo por lo
menos simbólico. Elena Poniatowska dice, por ejemplo, que la inmigración de
parte de mexicanos hacia Estados Unidos es una “reconquista”. Poniatowska dice
explícitamente que "México va recuperando los territorios cedidos a
Estados Unidos con tácticas migratorias".
Sin embargo, estos ejemplos no tienen
sentido si no tenemos en cuenta el factor de la venganza. México intenta
vengarse en contra de sus enemigos: los extranjeros que nos discriminan, los
países que nos explotan, las culturas que nos intentan imponer la suya – en
resumen, los países que no nos aprecian ni respetan. Como el mexicano siente
que no tiene grandes victorias de las cuales jactarse, recurre a victorias más
particulares y simbólicas al mismo tiempo. Por ejemplo, la frase “Viva México,
cabrones [o hijos de la chingada]” o “como México no hay dos”. Octavio Paz ha
hecho un profundo análisis de la primera frase en El Laberinto, pero la segunda frase es digna de analizarse. En la
canción “como México no hay dos”, encontramos el verso, “en el extranjero
cuanto más yo quiero a mi nación” es muy significativo. Si el mexicano
desprecia a su país o tiene un complejo de inferioridad manifestado en su
vocabulario con términos como “Chafamex” o si continúa dándole el significado
de “indio” (es decir, una de sus ascendencias) a una, este verso le da a México
un carácter de unicidad, de importancia: los mexicanos podemos ser todo lo que
ustedes quieran, pero tenemos espíritu fiestero, le ofrecemos al mundo tequila (“Pero
yo prefiero un tarro de tequila / Como México no hay dos”) y bellos paisajes y
arquitecturas, somos un país lleno de tradición y cultura (aunque por dentro la
despreciemos, ignoremos y nos avergoncemos de ella); y solamente por esto
“México no hay dos”. Con esto el mexicano se siente vengado de su propia
situación de país en vías de desarrollo, desamparado por sus propios políticos
– aunque en su mente sigue estando, en su mente, por debajo de países
desarrollados. Por otra parte, los versos, “San francisco, Hollywood y sus
artistas / Casi fue nuestra nación”, refuerzas la interpretación respecto a los
territorios perdidos. Con estos versos, México recuerda, con nostalgia y con
dolor, que el país estuvo cerca de poseer símbolos de “éxito”, riqueza y
prestigio nacionales, propios de un país desarrollado y poderoso como los
Estados Unidos, pero que desafortunadamente perdió.
Debido a esto los mexicanos nos
encontramos frente a una vitrina impenetrable, tras de la cual se encuentra
nuestra victoria y, ¿por qué no decirlo?, nuestra salvación como ciudadanos y
país, individuo y colectividad. Esto a su vez ha convertido al mexicano en un
ser resentido y desesperado. Buscamos conseguir la victoria a toda costa y lo
más rápido posible – pero no cualquier victoria: queremos una victoria
mundialmente notable, que sea digna de recordarse y que se celebre y cante por
todo el mundo. Una victoria simbólica, espiritual, que le regrese a México el
prestigio que durante años se le ha negado y tal vez la fe y seguridad en sí
mismo. Y es aquí donde entra el futbol. El futbol es el único deporte
practicado por todo el mundo que tiene una copa mundial celebrada cada cuatro
años, donde, en la misma cancha y a la misma hora, se pueden ver las caras
países con un gran historial de conflictos y sinsabores. El mexicano
inconscientemente anhela su salvación espiritual en la copa mundial.
Sin embargo, el tiempo claramente no se
ha detenido aún. El mexicano aún puede rescatarse a sí mismo y a su país no de
manera simbólica, sino material. El tiempo aún fluye y, por lo tanto, aún
existe la posibilidad de un futuro distinto al que tenemos. Pero ¿por qué aún
no lo hemos hecho? Antes de seguir con el análisis del futbol, es necesario
también un breve análisis de la identidad mexicana para responder esta
pregunta.
Identidad mexicana: su sufrimiento
Como hemos visto, el mexicano busca
salvar al país y verse a sí mismo como un igual frente a los ciudadanos de
países desarrollados. Sin embargo, después de años de estar en esta situación,
el mexicano ya pudo haber intentado hacer algo, por lo menos algo chico, por el
país. Pero no lo ha hecho. ¿Por qué no lo ha hecho? En parte porque el mexicano
ve de manera fatalista la situación de México. Michel de Montaigne, en su
ensayo “Sobre la Experiencia”, hace una reflexión clave sobre la situación del
mexicano y el sufrimiento. Montaigne dice que “la primer enseñanza que los
mexicanos imparten a sus hijos cuando, al salir del vientre de sus madres, les
dan la bienvenida con las siguientes palabras: “hijo, tú has venido a este
mundo a tolerar: entonces soporta, sufre y cállate”. Esta reflexión es clave
para comprender nuestra historia en todas sus facetas, ya que Michel de
Montaigne es un escritor del Renacimiento: siglo XVI: México aún no existe;
apenas es una colonia, y ya un intelectual hace una observación clave acerca de
la realidad mexicana: que debemos aguantar nuestra realidad como debemos
aguantar un defecto indeleble en la cara. Por lo tanto, si los mexicanos
creemos que hemos venido a este mundo a sufrir, es claro pues que, como
colectividad y también como individuos, no haremos un esfuerzo por mejorar,
porque el sufrimiento, como dice Montaigne, es parte de nuestras primeras
enseñanzas: es parte de nuestra realidad. No obstante, esta reflexión no
debemos tomarla a la exageración: el país obviamente ha tenido grandes
progresos y gente que ha desafiado esta enseñanza. Sin embargo, cuando vemos de
cerca algunos casos, veremos que la enseñanza de Montaigne sigue vigente.
Pasemos a una reflexión que hace Patricia Llaca, una actriz mexicana, respecto
a las muertas de Ciudad Juárez en Chihuahua:
Yo creo que la
tragedia de las mujeres de Juárez es una metáfora dolorosa de la realidad del
país. De un país que ha sido secuestrado, golpeado, torturado y violado durante
décadas de malos gobernantes. Y creo que tristemente, a diferencia de las
mujeres de Juárez, nosotros no tenemos un grupo de apoyo que busque justicia…
Creo que se nos ha hecho un poco un alma de teflón y estamos acostumbrados
desde hace años ver en las noticias que se destruyen manglares y bosques, que
los políticos se enriquecen de forma ilícita, que se venden las costas …, que
se vende el patrimonio nacional, y hemos generado una tolerancia al respecto, y
creo que eso es lo grave, creo que es esa actitud la que permite que sucedan
cosas como las de Juárez. A diferencia de honrosas excepciones, casi todos nos
limitamos a enojarnos y a indignarnos de forma pasiva en nuestras casas y nos
hemos acostumbrado como mexicanos a vivir con ese sentimiento: una mezcla de
rabia, indignación, impotencia e indiferencia al respecto.
Esto lo podemos ver a diario. Recuerdo
una vez, hablando acerca de la manera anticonstitucional que oficiales de
tránsito y de policía detienen a los conductores de vehículos para revisarlos,
un amigo dijo: “pues esto es México, las autoridades hacen lo que quieren, y ni
tú ni yo lo vamos a cambiar”. Los mexicanos somos un pueblo que queremos y, en
cierta medida, buscamos la salvación de las cosas a las que alude Patricia
Llaca. Sin embargo, debido a la enseñanza que describe Montaigne, nos hemos
vuelto muy cínicos. Y pensamos que cualquier intento por pequeño que sea para
salvar a nuestro país es un intento inútil con el cual lograremos nada: somos
como un barco que no termina de hundirse: si algún iluso o idealista intenta
sacar por la ventana un balde lleno de agua, estaría perdiendo su tiempo.
Pensamos esto porque descongelar las olas de las que habla Fuentes y llegar a
la playa tomaría mucho esfuerzo: requeriría romper una pared psicológica que
tenemos como sociedad. Y ciertamente rescatar al país tomaría mucho esfuerzo:
necesitaríamos una buena educación, oportunidades laborales, una economía
sólida que pueda competir en el mercado, pero para esto necesitamos gobernantes
honestos que quieran ver por México; pero como los políticos para el mexicano
son intrínsecamente corruptos (porque, en la mentalidad mexicana, en la que
sólo se puede chingar o ser chingado, los políticos escogen chingar al pueblo),
ninguna de las primeras premisas se puede cumplir: la salvación del país es un
circulo vicioso y caótico que no tiene comienzo y mucho menos fin. Y es aquí
donde entra el futbol y la Selección Nacional.
Partido de futbol como ritual
Si el mexicano quiere rescatar al país y
la política no le ofrece salvación verdadera, entonces la Selección Nacional a
través del futbol es el único medio por el cual puede salvar su espíritu. El
futbol, a diferencia de la política, no requiere de años ni de un esfuerzo
colectivo que involucre millones de personas, toma sólo noventa minutos: en
sólo noventa minutos, México puede resultar victorioso, puede subir de
categoría, puede recobrar su prestigio y limpiar su nombre. Por lo tanto, al
igual que la fiesta, podemos decir que un partido de futbol en México alcanza
el grado de ritual. Para comprobar esto,
podemos ver ciertas actitudes de los mexicanos en algunos aspectos que se viven
dentro de un partido de futbol. Por ejemplo, el himno nacional. El mexicano se
avergüenza de sus raíces indígenas; pero cuando se toca el himno nacional en un
estadio previo a un partido de futbol, el mexicano exuda patriotismo inusitado:
está orgullo de sí mismo, de ser mexicano, además de sentirse capaz de estar a
la par contra países del primer mundo como Estados Unidos, Francia o Alemania,
y canta este orgullo al unísono con millones de mexicanos donde quiera que vean
el partido de futbol, con la mano en el corazón, pintado de verde, blanco y
rojo. Este patriotismo alcanza un nivel de fervor que sólo podemos comparar con
los cantos religiosos católicos, con las alabanzas en la misa católica o el
rezo del Padre Nuestro, pero de manera más agresiva. Por lo tanto, podemos
concluir que un partido de futbol es una batalla de carácter religioso y que
los jugadores de la Selección Nacional son los cruzados encomendados con la santa
tarea de conquistar tierra santa: el pedazo de Edén, de gloria internacional,
que pensamos que siempre nos ha correspondido por derecho. Por lo tanto, cuando
el mexicano canta el himno nacional en un estadio de futbol o en su casa viendo
algún partido, lo que le está cantando es a los once jugadores en la cancha:
Mas
si osare un extraño enemigo
profanar
con su planta tu suelo,
piensa
¡Oh Patria querida! que el cielo
un
soldado en cada hijo te dio.
Un gol es otro aspecto que debemos
considerar. Selección Nacional anota un gol el país entero se cubre de gloria.
Los mexicanos saltamos, gritamos, cantamos, agitamos la bandera y la besamos –
también nuestra camisa con símbolos patrios. No importa que el rival sea
Estados Unidos o Francia o cualquier otro país desarrollado: con un gol México
ha sido capaz de ver a los ojos a una potencia y asestarle un golpe de frente,
un golpe que no requiere interpretación o justificación para ser victoria, como
la Reconquista de la que habla Fuentes: un gol es certero, legítimo y por
primera vez pone a México, el país parte indígena que se avergüenza de serlo,
en un nivel por encima de sus adversarios. Un gol es, en resumen, un golpe
válido en lo que Marx llamaba “la lucha de clases”: el pueblo oprimido en
contra de quien cree que lo oprime.
Y si la Selección Mexicana ganara el
mundial, como canta El Tri, “toda la policía no alcanzaría pa’ aplacar el
jubilo nacional”, ya que nos habríamos salvado espiritualmente. Sin embargo, no
sabemos si esto sería suficiente motivo para despertar el interés del mexicano
para inspirarlo a hacer algo por su país. Finalmente, no importa. Ya que, como
dijo Vladimir Lenin, en Socialismo y
Religión, no hay cantidad de panfletos y sermones que puedan iluminar al
proletariado, si es que el proletariado no se ilumina a sí mismo en la lucha
contra, en este caso, el futbol. Un ensayo no cambiará la manera de pensar del
pueblo mexicano respecto al futbol, así como un sermón acerca de lo dañino que
puede ser el uso de la droga no evitará que gente la consuma. Además, hemos
visto que el futbol despierta un aspecto del mexicano que no podemos ignorar:
ignorar aspecto en cierta medida es ignorar al pueblo. Lo que necesitamos es
iluminar al pueblo, hacerlo despertar de su letargo, y hacer que la gente haga
lo que dice Lenin en Socialismo y
Religión: que la gente concluya que es más importante un paraíso en la
tierra que obtener un paraíso en el cielo. Si atacáramos el futbol, caeríamos
en el error de cálculo, la hamartia, de Thomas Paine cuando, tratando de
despertar la conciencia crítica del pueblo americano aunque por su propio bien,
criticó la religión Cristiana en La Edad
de la Razón, por lo cual el pueblo lo reprobó y le dio la espalda.
Necesitamos lentamente persuadir a la gente de que pueden enfocar su júbilo y
su vehemente fe hacia aspectos más concretos y materialistas que el futbol – el
desarrollo del país. Pero esto sólo se puede lograr, desde luego, a través de
la educación. Pero una educación que nos haga pensar críticamente: que no
solamente se trate de aprender, porque esto hace de alumnos principiantes
alumnos muy cínicos. Necesitamos alumnos críticos que discutan, debatan y
cuestionen, y que no vomiten información en un examen un día después de haberla
absorbido – sin procesarla – como esponja. Ya que, como dijo el filósofo chino
Confucio, “el que piensa y no aprende está en gran peligro, pero el que aprende
y no piensa está perdido”.