Hacía tiempo pensaba que El Gran Gatsby era la película definitiva sobre la fiesta excesiva, la fiesta salvaje, la fiesta que no conoce límites. Si no saben a qué me refiero, se los explicaré rápidamente: El Gran Gatsby, protagonizada también por Leo DiCaprio, es una película estrenada en 2013, que trata, entre otras cosas más interesantes, sobre Jay Gatsby, un magnate dueño de una casa de $30 millones de dólares, un hidroplano de 2 millones, un Rolls Royce de casi $400, 000, 2 botes de $200,000, un tren de $100,000, que contrata un surtidor de ropa por más de $400,000, un jardinero de $20,000; y hace fiestas de más de $250,000 cada una, en las cuales hay licor y comida y música en vivo, completamente gratis para sus invitados. Una vez terminada la fiesta, los ocho sirvientes de Gatsby, contratados por $800,000 dólares en total se encargan de limpiar todo el lindo cochinero de los amables invitados. Las fiestas de Gatsby son como fiestas de rockstars, los eventos lúdicos y concurridos sin consecuencias. El puro desastre.
Me equivocaba.
El Lobo de Wallstreet es otro nivel. El Lobo de Wallstreet es una película
que hace ver a Gatsby como niño de kínder que festeja sus cumpleaños en
MacDonalds. Inclusive a Jordan Belfort, el protagonista de El lobo, se le llama el gemelo malvado de Gatsby. ¿Por qué? Sólo
hace falta echarle un vistazo somero a la película para comprender por qué.
Jordan Belfort, exitoso corredor de bolsa en la ciudad de Nueva York, no sólo
es dueño de una fortuna similar a la de Gatsby (o quizá mayor), sino que tiene
algunas cositas que aquél no tiene: sexo desenfrenado y desenfrenado consumo de
drogas y licor y desenfrenado gasto de dinero. En Estados Unidos lo llamarían El sueño americano, pero este tipo de
vida excesivo, esta vida que más bien parece un sueño que realidad, es
universal: ¿Quién no quisiera vivir de esa manera, ir por la vida pensando
haciendo y deshaciendo y gastando y consumiendo, como si no hubiese un mañana?
En México ya existen ilustres personajes de hábitos ejemplares. Sin ir más
lejos, la hija del líder sindical de trabajadores de Pemex (cuyo nombre no
mencionaré). Y después de ver El Lobo de
Wallstreet algo resonó en mí. Veamos algunas de las actitudes y hábitos de Jordan
Belfort.
Al principio de la película, después de mencionarnos
algunas de sus propiedades, entre las que se encuentran un yate de más de 170
pies, Belfort nos dice lo siguiente sobre él mismo: “También apuesto como un
degenerado, bebo como un pescado, tengo sexo con prostitutas tal vez cinco o
seis veces por semana… y amo las drogas”. Añade lo siguiente: “a diario consumo
drogas como para sedar a Manhattan, Long Island y Queens… por un mes… [también]
tomo analgésicos de 10 a 15 veces por día… cocaína para levantarme de nuevo y
morfina porque es asombroso”. Desde luego hay otros ejemplos de este tipo a lo
largo de la película, pero el punto es básico: Jordan Belfort y su séquito son
un puñado de gulosos y lujuriosos, pozos sin fondo que por más que consuman no
tienen llene. Un avaro. Erich Fromm, psicoanalista alemán, en su libro El Miedo a la Libertad, dice que en el
Renacimiento, época de poder y riqueza de las clases altas, permitieron a los
ricos nobles más libertad, debido a su poder y su dinero, pero también fueron
más solitarios, ya que el individuo fue absorbido por un “egocentrismo
pasional, una avaricia insaciable por poder y dinero” que tuvieron como
consecuencia para el individuo una relación consigo mismo, su seguridad y
estima, contaminadas, ya que su persona se tornó en un objeto de manipulación
para sí mismo. Fromm dice, sobre los poderosos del capitalismo Renacentista,
que la nueva libertad que el dinero les trajo fue una mayor sensación de poder
pero al mismo tiempo una mayor soledad, duda, escepticismo y – como resultado
de todo esto – ansiedad.
Podemos, pues, decir que en El Lobo de Wallstreet los personajes se manipulan a sí mismos para
obtener el máximo placer que puedan de la vida. A costa de su cuerpo y salud, y
a través del sexo y drogas, Jordan obtiene un placer más allá de lo imaginable,
pero placer que al mismo tiempo es su autodestrucción, su muerte. Por esto no
estaría de más decir que Jordan Belfort (y muchos de los otros personajes de la
película) es un personaje dividido. Es decir, por un lado, se encuentra su
mente, quien toma decisiones y busca, como perro hambriento, el placer, y por
otro lado se encuentra su cuerpo, el envase que alberga su mente, encargado
únicamente de proporcionar dicha a la mente. Esto explica también la razón por
la cual las prostitutas abundan en el mundo ficticio de Jordan Belfort: existen
únicamente en función de su sexualidad: dan placer sexual a los hombres. Una
vez que lo proporcionan, son prescindibles y desaparecen de la vida de Jordan y
sus secuaces. Hay que notar que esto mismo sucede con los clientes de su
compañía: los inversionistas sólo existen en función de su dinero. Una vez que
Jordan obtiene dinero de ellos, el resto importa poco (hay que notar que
después que un inversionista le ha dado el sí a una transacción, por teléfono,
Jordan hace un gesto que comunica, básicamente, “me lo he cogido”, como a las
demás prostitutas). En el universo ficticia de El Lobo de Wallstreet, todos los personajes y sus cuerpos, e
incluido el suyo, son juguetes que existen en función de alimentar la verde
avaricia de Jordan Belfort, respetable corredor de bolsa.
Volviendo al tema de la ansiedad que trata Fromm, hay
que notar la conversación que tiene Jordan con su jee, otro corredor de bolsa,
al principio de la película, Mark Hanna. Hanna es un corredor de bolsa que tiene
que echar la cocaína y las prostitutas para poder realizar su trabajo (esto él mismo
lo dice) y tiene que masturbarse dos veces al día, todo esto para relajarse,
liberarse del estrés, no perder su balance, no hacer implosión. Para Hanna lo importante es engañar a la mente a través
del cuerpo y producir una falsa sensación de sosiego que en algún momento se
llenará de nuevo de estrés y caos y peligro de implosión. Respecto a la
sexualidad, Fromm dice que este tipo de hombres “han perdido la habilidad para
diferenciar entre una sensación falsa y un verdadero sentimiento”, lo cual
tiene como resultado una actividad sexual compulsiva, que se “consume como
licor o droga, que no tiene un gusto en particular pero hace al individuo
olvidarse de uno mismo”. Me parece que esta explicación se ajusta perfectamente
al tipo de vida que lleva Hanna y que con el paso tiempo adoptará como propia
el buen Jordan. Es necesario notar que la eyaculación es generalmente vista
como una explosión, un arrojamiento hacia
afuera, mientras que la implosión es concebida como un colapso violento que
sucede hacia adentro. Implosión, curiosa versión del infierno.
A propósito del egoísmo, Fromm dice que el hombre
egoísta “nunca está satisfecho, siempre encuntra sesasogiego, empujado por una
aprehensión de no tener suficiente, de perderse de algo, de la privación de
algo… tiene envidia de que alguien pudiese tener más” (43). Esto es cierto con
respecto a La Duquesa, Naomi, la esposa de Jordan, a quien roba de otro
personaje en una de esas fiestas extremas y por quien abandona a su esposa,
Teresa, quien inclusive, al quedarse Jordan desempleado, estaba dispuesta a
empeñar su anillo de compromiso para poder comer los dos. En una época en la
cual las mujeres han perdido algo de humanidad y en cambio han ganado
características de objetos, el éxito y poder también se manifiestan en la
posesión de una mujer bella, casi increíble. Recordemos que, al principio de la
película, explicando por qué el dinero es la mejor droga de todas, Jordan dice
que el dinero permite comprar mejores mujeres. Al igual que el yate, las casas
y los carros, las mujeres no solamente se rentan, como las prostitutas, sino
que se compran, como la Duquesa. ¿Por qué? La respuesta quizá nos la dé Octavio
Paz, cuando dice que “el siglo XX ha sido el siglo… en que se ha convertido
[al] cuerpo en publicidad”. Si el cuerpo bello de Naomi es, entonces,
publicidad, ¿qué es lo que está comunicando esta publicidad? En este caso, la
Duquesa, al ser esposa de Jordan, comunica al mundo lo poderoso y rico, lo
especial y único, que debe ser Jordan para tener a su lado a una mujer tan
bella como ella misma. Citando a Rachel Bowlb, sobre Dorian Gray, Naomi es,
pues, “publicidad andante”. Sin embargo, a pesar de su belleza, Naomi no es suficiente
para Jordan, ya que Jordan sigue acostándose con prostitutas y siéndole infiel
en cuanto la situación se presente. En pocas palabras, la Duquesa se convierte,
dentro de la película, en un objeto desperdiciado. Qué pena: tan agradable que
se ve.
Hablando más sobre el egoísmo, Fromm dice lo
siguiente: “el egoísmo no es idéntico al amor propio, sino su opuesto exacto.
El egoísmo es un tipo de avaricia, y como toda avaricia es insaciable; por lo
cual, nunca existe verdadera satisfacción. La avaricia es un pozo sin fondo,
que exhausta a la persona que la tiende en un esfuerzo sin fin para satisfacer
la necesidad, sin llegar nunca a una verdadera satisfacción”. Esto es evidente
en El Lobo de Wallstreet, en la
escena en la cual Jordan describe su viaje a Suiza. Jordan dice que consume
Ludes a la mañana, a la tarde, a la cena junto con cócteles y un par de Valium,
a la noche un par de más de Ludes, que es cuando pierde todas sus habilidades
motrices, y para las diez no sabe qué o quién es. En esta escena, vemos a
Jordan teniendo sexo con una prostituta en una cama, más bien, a una prostituta
teniendo sexo con un monigote, un muñeco inflable con cara de muerto. Me parece
que es en esta escena, en la que vemos a Jordan teniendo sexo sólo por tener
sexo, teniendo sexo sin realmente disfrutarlo, ya que ni siquiera está
consciente para sentir lo que está haciendo, que podemos comprender la idea de
Fromm de que la avaricia es un pozo sin fondo, que exhausta a la persona por no
poder conseguir la satisfacción que tanto anhelo. Tanto sexo y tanto dinero
para que Jordan siga igual de incompleto que siempre. Pobre tipo.
Ahora, ¿por qué un tipo que lo tiene todo no tiene
llene? Fromm dice que el egoísmo tiene origen en una “falta de amor por sí
mismo”, ya que “la persona que no se ama a sí mismo, que no se aprueba, se
encuentra en una constante ansiedad respecto a sí mismo” y “debe preocuparse de
sí mismo, ávido de obtener todo para sí mismo, debido a que él carece de
seguridad y satisfacción”. ¿Podemos decir que Jordan Belfort cae en esta
descripción que Fromm nos da? Jordan nunca nos habla sobre su autoestima ni su
percepción de sí mismo pero al principio de la película nos dice que él es un
antiguo miembro de la clase media criado por dos contadores en un diminuto
apartamento en Bayside Queen. A pesar de que esto no nos habla sobre su
autoestima o falta de amor propio, no sería exagerado decir que en un mundo
capitalista, en el cual el éxito y valor de una individuo se mide por su cuenta
de banco, Jordan Belfort aprendió a despreciarse desde chico por ser un
integrante de la clase media (igual que, dicho sea de paso, Gatsby se
despreciaba por ser de orígenes humildes) y al verse del tamaño del apartamento
en que creció, en Bayside Queen.
Inclusive también podríamos decir que Jordan ni siquiera sabe que él
alberga esta idea sobre sí misma; él solamente la tiene y esta idea dañina para
sí mismo rige su conducta y actos de manera inconsciente.
De manera general, podríamos decir que, igual que en
El Gran Gatsby y las vidas de muchos rockstars, la fiesta es el elemento
predominante en El Lobo de Wallstreet. Se la viven de fiesta, hasta que el
cuerpo aguante. A propósito de la fiesta, Octavio Paz dice, en El Laberinto de la Soledad, que “en
ciertas fiestas desaparece la noción misma de orden. El caos regresa y reina la
licencia. Todo se permite”, que en la fiesta “se violan reglamentos, hábitos,
costumbres. El individuo respetable arroja su máscara de carne y la ropa
obscura que lo aísla y, vestido de colorines, se esconde en una careta, que lo
libera de sí mismo” y que “a través de la fiesta la sociedad se libera de las
normas que se ha impuesto. Se burla de sus dioses, de sus principios y de sus
leyes” y que “todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños”.
¿Podríamos decir que esto sucede en El
Lobo de Wallstreet? Por supuesto que sí: Jordan Belfort y sus séquitos
parecen sátiros, hijos de Dionisio, que tienen sexo con lo que se mueva y se deje.
Sin embargo, hay una diferencia que deberíamos notar. La mayoría de nosotros,
entes aburridos y pobres, vivimos en una realidad con leyes y reglas que se nos
es permitido romper romper en la fiesta, como dice Paz, pero estas fiestas no
suceden siempre; se dan de vez en cuando (dependiendo de las costumbres de cada
quién, ¿cierto). Pero por falta de recursos o libertad o tiempo, por trabajo o
escuela, no podemos vivírnosla de fiesta siempre. La fiesta, al igual que el
sueño y la vida y casi todo en el universo, tiene principio y fin, límite y
durabilidad. Quizá ése sea su atractivo: que sucede esporádicamente. De otra
manera, si la fiesta fuese eterna, ¿aburriría? Probablemente sí.
Pero en El Lobo
de Wallstreet no es el caso. Los personajes se drogan y tienen sexo y beben
a toda hora, en cualquier lugar (en el baño, en el trabajo, en vuelos
privados), no piden permiso a nadie, tampoco perdón, el único descanso que
conocen es el preludio a la fiesta. En pocas palabras, hacen lo que se les da
la gana. ¿Por qué? Su dinero se los permite. En El Lobo de Wallstreet sueño y realidad no son líneas separadas sino
líneas convergentes que se acercan, la una a la otra, cada vez más hasta
fundirse en una sola. Por ende, podríamos decir que El Lobo de Wallstreet es una película cuya realidad es surreal.
¿Qué es el Surrealismo? Etimologicamente, el término surrealismo se compone de sur (por encima, en francés) y realismo.
Es decir, lo que está por encima de la realidad. André Breton, en su Manifiesto Surrealista, lo define como el
movimiento que estriba en la creencia de la superioridad de la realidad de
“ciertas formas de asociación hasta hace tiempo despreciadas” (Podemos traducir
esta frase, para darle sentido a El Lobo
de Wallstreet, como la superioridad de una realidad cargada de prostitutas
suculentas y dinero a raudales, drogas únicas y alcohol exquisito); la creencia
en “la omnipotencia del sueño” (¿Qué tipo de sueño? Ah muy fácil – todo aquel
cargado de prostitutas suculentas y dinero a raudales, drogas únicas y alcohol
exquisito); la creencia en “el desinteresado juego del pensamiento” (es decir, a
hacer y cumplir cualquier capricho y deseo al cual el “desinteresado juego del
pensamiento” nos lleve”). El surrealismo además tiende a “arruinar los otros
mecanismo físicos” (como, por ejemplo, todas las reglas y hábitos y dificultades
que nos impidan ser amos absolutos de harenes cargados de coca y billetes y
mujeres) y, por último, el surrealismo tiende a sustituir estas costumbres como
fuente de soluciones “a todos los principales problemas de la vida” (¿Cuáles
son estos “principales problemas de la vida” en El Lobo de Wallstreet? La falta de dinero y sexo y drogas a
raudales. Ésta es la realidad de Jordan Belfort, la realidad con la cual
nosotros, pobres ilusos, sólo podemos vivir en la fiesta, según Octavio Paz,
pero, desde luego, muy de vez en cuando y muy limitadamente, ya que ¿quién de
nosotros tiene tanto dinero como para gastarse $250, 000 dólares en una fiesta
de una sola noche? Entre muchos otros, Jordan Belfort, y he aquí la diferencia
entre la fiesta de Jordan y la fiesta nuestra: Gracias a su dinero y poder, Jordan
Belfort sí puede vivir prolongar su orgasmo hasta el infinito. ¿Qué lo detiene?
Casi nada; hasta la última parte de la película, el gobierno, pero fuera de
todas sus irregularidades fiscales y transgresiones legales, nada. Por esta
razón podemos decir que la vida de Jordan Belfrot es un surrealista: porque ha
traspuesto su realidad de hijo legítimo de Dionisio, el dios del vino, la
locura y el éxtasis. Es decir, Jordan vive la realidad surrealista de vivir en
un perpetuo orgasmo. Bien por él, ¿no? Casi bien por él, más bien, si no es
que, según Fromm, Jordan es un pozo sin fondo.
En un lugar y época que comunican que el cielo es el
límite, todo es proclive a pervertirse y degradarse, como en este caso, Jordan
Belfort. El Lobo de Wallstreet es una
comedia negra, razón por la cual todos los desórdenes mentales y existenciales
de Jordan no se ven con solemnidad de manicomio o diagnóstico psiquiátrico sino
con risa y cinismo. Y no es para menos. Jordan Belfort, corredor de bolsas
mezquino y sin escrúpulos, misógino infiel y descarado, consumió tantas drogas
que bien se pudo haber quedado en el viaje en una de ésas. Su sobrevivencia es
un milagro. Y los milagros siempre son material de comedia.
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