domingo, 1 de mayo de 2011

Mil dólares

Mil dólares, repitió grave y severamente el abogado Tolman. Aquí está el dinero.

El joven Gillian sonrió divertido mientras pasaba sus dedos por el fajo de billetes nuevos de 50 dólares cada uno.

Es una cantidad tan extraña, tan confusa, comentó amigable al abogado. Si hubieran sido diez mil dólares, habría una justificación para festejar y lanzar fuegos pirotécnicos. Inclusive 50 dólares no serían tanto problema.

Ya escuchó el testamento de su tío, continuó Tolman, siempre tan árido y profesional en sus palabras. No sé si prestó atención a los detalles – permítame recordarle uno. Usted a partir de ahora se encuentra obligado a rendirnos cuentas de la manera en que gastará estos mil dólares a medida que lo haga; el testamento lo estipula. Confío en que cumplirá con el deseo del difunto señor Gillian.

Cuente con eso, respondió amable el joven Gillian. A pesar del gasto extra que esta condición implique. Inclusive tal vez tenga que conseguirme una secretaria. Nunca fui bueno para manejar finanzas.

Gillian guardó su fajo de billetes en el bolsillo de su abrigo y se fue al club. Ahí buscó al tipo al que se refería como el Viejo Bryson.

El Viejo Bryson era un hombre tranquilo, de cuarenta y solitario. Leía un libro en una esquina, y cuando vio que Gillian se aproximaba, suspiró, cerró su libró y se quitó os lentes.

Oiga, Bryson, despierte, dijo Gillian. Tengo algo divertido qué contarle.

La verdad, me gustaría que se lo contaras a alguien del cuarto de billar, dijo Bryson. Ya sabes que no me gustan las cosas que me cuentas.

Pero lo que le voy a decir es mejor de las cosas que generalmente le cuento, dijo Gillian, enrollando un cigarro. Y se la voy a contar; en el billar no se puede hablar bien con tanto ruido. Acabo de llegar de visitar a los piratas legales de la firma de mi tío. Me ha dejado mil dólares. Ahora, ¿qué puede hacer alguien con mil dólares?

Yo creía, dijo Bryson, prestando la atención que prestaría una abeja a una vinagrera, que el difunto Gillian valía por lo menos medio millón de dólares.

Así es, asintió Gillian feliz. Y eso es lo gracioso del asunto. Mi tío le dejó todo su dinero a un microbio. Me refiero a que parte del dinero irá a quien descubra un nuevo bacilo, y el resto a fundar el hospital que descubra cómo destruirlo. Hay otros dos beneficiarios más – el mayordomo y la ama de llaves. Cada uno recibió un anillo familiar y 10 dólares cada uno. Y su sobrino mil.

Siempre has tenido mucho dinero que gastar, observó Bryson.

Montones, dio Gillian. Mi tío era el hada madrino en cuestión de dinero.

¿No hay más beneficiarios?

No, respondió Gillian, haciendo un gesto de disgusto a su cigarro. Hay una tal Miss Hayden, una protegida de mi tío, que vivía en su casa. Callada. La hija de un amigo que tuvo el infortunio de ser amigo de mi tío. Se me olvidó decir que a ella también le hicieron la broma del anillo y los 10 dólares. Cómo me hubiera gustado estar en su lugar. Así me podría comprar dos botellas de champaña, darle el anillo a la mesera de propina y librarme de todo este asunto. No se pongas pesado ni ofensivo, Bryson. Dime qué puedo hacer alguien con mil dólares.

Bryson limpió sus anteojos y sonrió. Y cuando Bryson sonreía Gillian sabía que se iba a poner más ofensivo y pesado que nunca.

Mil dólares, dijo, como puede ser mucho, como puede ser poco. Un hombre podría comprarse una linda casa y burlarse de Rockefeller en la sala. Otro podía mandar a su mujer al Sur y salvarse la vida. Con mis dólares se podría comprar leche para alimentar a cien bebés de junio a agosto y salvar a la mitad. Podrías jugar hasta por una hora en los casinos. Se podría impulsar la educación de un joven ambicioso. Me dijeron que un Coret genuino se compró con ese dinero en una subasta ayer. Podrías mudarte a New Hampshire y vivir decentemente por dos años. Podrías rentar todo el Madison Square Garden por una noche y dar conferencias a tu audiencia, si es que llegas a tener una, sobre la precariedad de la profesión de ser un heredero.

Sabes, Bryson, dijo Gillian, siempre tranquilo, tú le agradarías a la gente si es que no fueras tan moralista. Te pedí que me dijeras qué se puede hacer con mil dólares

¿Tú?, preguntó Byrson con una leve risa. Bueno, Bobby Gillian, sólo hay una cosa congruente que puedes hacer tú. Puedes ir a comparle un pendiente de diamantes a Lotty Lauriere y luego irte a plantar tu cuerpo en un rancho – te sugiero un rancho de ovejas, puesto que detesto particularmente a las ovejas.

Gracias, dijo Gillian, poniéndose de pie. Debía saber que podía contar contigo, Bryson. Siempre das en el tino. Quería deshacerme del dinero en un segundo; tengo que rendir cuentas de mis gastos y detesto dar pormenores de mis gastos.

Gillian pidió un taxi por teléfono y le pidió al chofer ir a la entrada del teatro Columbine.

La señorita Lotta Lauriere se daba los últimos retoques con su maquillaje, casi lista para su llamada, con el teatro lleno, cuando el vestuarista mencionó el nombre de Gillian.

Déjalo entra, pidió Lotta. Ahora ¿qué pasa, Bobby? Saldré a escena un cualquier momento

Te hace falta un poco de polvo en la oreja, sugirió Gillian, con aire de crítico. Así está mejor. No tomaré mucho de tu tiempo. ¿Qué te parece una pequeña cosa brillante colgando en tu cuello? Puedo pagar hasta un uno con tres ceros a su lado, ¿cómo ves?

Como digas, cantó Miss Lauriere. Mi guante blanco, Adams. Bobby, ¿has visto el collar que Della Stacey traía puesto la otra noche? 2,200 dólares costó en Tiffany’s. Pero por supuesto – jala un poco mi faja hacia la izquierda, Adams.

Miss Lauriere, coro inicial, anunció un chico desde la puerta.

Gilian paseó hasta la slaida, donde lo esperaba su taxi.

¿Usted qué haría con mil dólares?, preguntó al taxista.

Abrir un salón, contestó el taxista, su voz ronca, al instante. Sé de un lugar que podría comprar – un edificio rojo en una esquina. Ya lo tengo todo planeado: segundo piso: asiáticas y chop suey, tercer piso manicure y agencia de viajes, cuarto piso mesas de billar. Si está buscando un socio –

Oh no, dijo Gillian. Pura curiosidad. No me ponga atención. Siga hasta que le diga que se detenga.

Ocho cuadras después de Broadway, Gillian le pegó al techo con su bastón y salió. Un hombre ciego sentado sobre un banquillo en la banqueta vendía lápices. Gillian se paró frente a él.

Disculpe, dijo, pero ¿le molestaría decirme qué haría con mil dólares?

Acaba de salir del taxi que acaba de llegar, ¿cierto?
Así es, respondió. Gillian.
Supongo que le va bien, dijo el ciego, si es que va por la ciudad en día en taxi. Échele un vistazo a esto, por favor. El ciego sacó un librito de su abrigo y se lo extendió a Gillilan.

Gillian lo tomó, y vio que era un estado de cuenta. Había en total un balance de 1,785 dólares del ciego.

Gillian regresó el libro y se subió de nuevo al taxi.

Olvidé algo, dijo al conductor. Lléveme al despacho de abogados de Tolman & Sharp en Broadway.

Tolman lo miró hostil e inquisitivamente a través de sus lentes de armazón dorado.

Disculpe, dijo Gillian entusiasmado, pero ¿puedo preguntarle algo? No es la gran cosa. ¿Se le dejó algo alao g Miss Hayden aparte del anillo y los 10 dólares/

No, respondió Tolman. Nada más.
Bueno, muchas gracias, dijo Gillian y salió de nuevo hacia el taxi. Le dio la dirección de la casa de su difunto tío.

Miss Hayden se encontraba escribiendo en la biblioteca. Era alta, delgada y vestía siempre de negro. Pero sus ojos, oh sus ojos eran algo que no se podían olvidar. Gillian entró con un aire como si el mundo no importara nada.

Vengo de ver al viejo Tolman, explicó Gillian. Al parecer ha estado revisando el testamento y encontró – Gillian pensó en un término legal – y al parecer el viejo tío aflojó un poco al final de todo y te dejó mil dólares. Venía de pasada, y el viejo Tolman me pidió que te los diera. Gillian le puso el dinero en el escritorio, junto a su mano.

Miss Hayde palideció. Oh, exclamó. Oh, exclamó den nuevo. Gillian volteó y miró hacia la ventana.

Supongo desde luego, dijo en voz baja, que sabes que te amo
Lo siento, dijo Miss Hayden, tomando el dinero.
¿No tengo posibilidades?, preguntó Gillian, casi desenfadado.
Lo siento, dijo de nuevo.

¿Te importa si escribo algo?, preguntó Gillian sonriendo. Se sentó en la mesa grande de la biblioteca; Miss Hayden le trajo papel y pluma, y volvió a su escritorio.

Gillian escribió su cuenta de los mil dólares en las siguientes palabras:

Pago hecho por la oveja negra, Robert Gillian, mil dólares para la felicidad de la mujer más hermosa de todo el mundo.

Gillian guardó la nota en un sobre, lo cerró y salió de la casa.

El taxi regresó de nuevo a las oficinas de Tolman & Sharp.

He gastado los mil dólares, dijo a Tolman, el de los lentes de oro, entusiasmado. Y he venido a rendir cuentas de mis gastos, como acordado. Se siente como si fuera verano, ¿no lo creen? Puso el sobre blanco sobre la mesa. Encontrará ahí el memorándum del modus operandi del dinero gastado

Sin haber tocado el sobre, Tolman se dirigió a la puerta y llamó a su socio, Sharp. Juntos abrieron una caja fuerte y comenzaron a hurgar. Trajeron un sobre grande sellado con cera, lo abrieron y comenzaron a leerlo. Tolman anunció lo que decía.

Señor Gillian, dijo formalmente. Hay un anexo al testamento de su tío. Se nos confió en privado, con instrucciones de no abrirlo hasta que no se diera una completa rendición de cuentas de los mil dólares de la herencia. Como ya ha cumplido con dicha condición, mi socio aquí y yo hemos leído el anexo. No quisiera abrumarlo con toda la fraseología legal, pero le informaré de la esencia del contenido.

El anexo promete que en caso de que usted haya gastado los mil dólares de la manera como estipula el testamento, usted saldrá muy beneficiado. El señor Sharp y yo fungiremos como jueces, y le aseguro que cumpliremos con nuestro deber, ajustándonos estrictamente a la justicia – con generosidad, desde luego. Le aseguro que ninguno de nosotros aquí le tiene mala voluntad, señor Gillian. Pero permítame regresar a lo de antes. El anexo estipula que si el gasto del dinero que le dejó su tío ha sido prudente, sabio o desinteresado, está en nuestro poder entregarle acciones con valor de 50 mil dólares. Pero si usted ha gastado los mil dólares de manera – y aquí cito al difunto señor Gillian – en desperdicio inmoral o con dudosas compañías, como ha sido en el pasado, los 50 mil dólares pasarán entonces a manos de Miriam Hayden, protegida de su difunto tío, lo más rápido posible. Ahora, señor Gillian, el señor Sharp y yo examinaremos la rendición de cuentas de los mil dólares. Nos ha entregado una cuenta escrita, me parece. Espero que confíe en nosotros y en nuestra decisión.

Tolman estiró la mano para tomar el sobre, pero Gillian fue más rápido y lo tomó primero. Hizo trizas el sobro y los guardó en su bolsillo.

No importa, dijo sonriendo. No hay necesidad de molestarlos con esto. No creo que quiera leer los pormenores de una apuesta tonta. Los perdí en los caballos. Buen día, caballeros.


Tolman y Sharp se vieron, y negaron la cabeza con tristeza cuando Gillian salió, ya que lo escucharon silbar alegremente en el pasillo mientras esperaba a que subiera el ascensor.