domingo, 26 de abril de 2015

El hombre lujurioso

               El hombre lujurioso, Pedro Acosta, era un hombre que gustaba de coger cada vez que podía, con su esposa, amantes, amigas de la esposa, putas, conocidos, desconocidas, actrices porno, con mujer que se le pusiera enfrente. Pero el problema es que nunca se saciaba; generalmente se venía dos, tres veces para poder medio saciarse bien. Si no fuera porque su cuerpo no le daba para más, el bato podía venirse hasta cinco o siete veces y seguidas, después de las cuales sólo era cuestión del descanso necesario para seguirle dando. El hombre lujurioso nunca se cansaba. Tan así era de lujurioso.
               Esto, desde luego, no quiere decir que no hubiera nada que lo satisficiera: ¡desde luego que lo había! Este algo, en su caso, era la imagen reflejado en el espejo de la mujer con la que estuviera cogiendo. Dicha imagen era lo que más lo encendía de todas las imágenes y todos los actos y todos los fetiches del mundo, inclusive mejor que la pornografía. Por eso es que al hombre lujurioso le gustaba hacerlo en moteles, donde hubiera espejos en los cuales pudiera ver no solamente a la mujer con la que cogiera sino pudiera ver la imagen reflejada de la mujer con la que cogiera. Las venidas con esa imagen en los ojos eran las venidas más gratificantes y placenteras y hasta dulces que había tenido en toda la vida.
               Fue con Jacqueline, la mujer más exquisita que él había visto en la vida – puta de profesión; tetas y culos perfectos, redondos y suculentos, según él – que sucedió lo que les voy a contar. Estaba pues el hombre lujurioso cogiendo a gusto con Jacqueline en el motel Rapid-Inn (rapidín, si se pronuncia rápido) cuando la imagen reflejada en el espejo se desfasó de la verdadera Jacqueline y lo invitó a unírsele con su yo reflejado. El hombre lujurioso apenas y pudo creer aquella imagen pero no le tuvieron que preguntar dos veces: se puso de pie y entró al espejo y en cuanto entró y tocó la imagen reflejada de Jacqueline se vino. Lo único rescatable de aquel inesperado y desconcertante suceso, quizá, fue que Jacqueline, antes de salir de ese cuarto de aquel de motel con el rostro pálido y con su ropa aún en las manos, vio en el rostro de Pedro una placidez que el jamás había conocido en vida.
               Desde entonces cada vez que la gente va a coger a ese cuarto en aquel motel a veces les sorprende que el reflejo de un hombre que nunca está con ellos le da por querer coger con sus propios reflejos. La gente se frikea, y por eso ya nadie va a ese motel: dicen que está embrujado. Y cuando el motel cierre definitivamente, naturalmente lo primero que harán será romper ese espejo. Pobre hombre lujurioso, tan tardado que le fue encontrar el paraíso. 

jueves, 23 de abril de 2015

El hombre fuerte

A René Sánchez, alias El Chiquito, le cagaba la madre que por lo menos una vez por semana allá por su barrio, la Altavista, le pusieron una chinga de aquéllas. Así que le pidió a la Santa Muerte que le tirara paro pa volverse más fuerte, el más fuerte de Sumalta, y la Santa Muerte acedió. Primero, de la noche a la mañana, lo puso bien mamer – El Chiquito era un ñango – y así bien mamer El Chiquito pudo partirles la madre a todos los de la cuadra, al principio, y luego a los de la colonia y todos a sus alrededores. Pero su fuerza de mamer tuvo un límite, y luego luego entraron a escena las fuscas y cuernos de chivo y hasta bombas. Para esto, la Santa Muerte le dio un arma de balas infinitas y con la cual podía partirles la madre a todo el que se le pusiera al tú por tú. El Chiquito hizo precisamente esto, pero al cabo de un rato vio que sus enemigos se multiplicaban y de nuevo regreso a la Santa Muerte. La Santa Muerte ahora lo que hizo fue volverlo de acero, para que no importara cuántos enemigos tuviera, El Chiquito siempre pudiera salir victorioso. Y así fue: El Chiquito le partió la madre a toda la ciudad y ahora era el rey de Sumalta. Pero ahora para continuar como rey de Sumalta, El Chiquito se enfrentó al ejército, porque obviamente el presidente no iba a permitir que alguien que no fuera del gobierno reinara en la ciudad, y por esto el presidente mandó varios batallones y pelotones pero ninguno pudo con El Chiquito. Sólo que para entonces ya se había armado la gorda y ahora El Chiquito se enfrentaba al ejército de todo un país. El Chiquito volvió a pedirle paro a la Santa Muerte, la cual lo hizo crecer de tamaño y le dio a entender que cada día crecería más para poder salvarse de cualquier ataque que le pudieran lanzar. Con este nuevo poder, El Chiquito le partió la madre a todos los ejércitos del país y a los de abajo también. Pero ahora El Chiquito se enfrentaría con todos los ejércitos del mundo, ya que la ONU no permitiría que en México reinara cualquier pelafustán. Así que con un nuevo arranque a El Chiquito le lanzaron bombas, granadas, misiles, proyectiles, balas de inmenso calibre, todo con lo que pudieran atacarlo: El Chiquito al principio resintió estos ataques pero sólo al principio, ya que al cabo de un rato se recuperó debido a su gran tamaño y aunque le tomó días y hasta semanas y creo que meses pudo partirles la madre a todos los ejércitos del mundo. Ahora El Chiquito ya era el hombre más fuerte del mundo y con esa fuerza y tamaño reinaba por siempre y para siempre. Sólo que El Chiquito no dejó de crecer y llegó a ser tan grande y tan alto y tan pesado que la Tierra no lo pudo sostener más y comenzó a caer hasta que la Tierra, de pronto, explotó. 

El hombre enfermo

Jonas Johanssen, médico inglés de la época del Renacimiento, estaba fastidiado de enfermarse a cada rato de gripa, de alergia, del estómago, pero le daba miedo probar métodos alternativos que requerían un mayor esfuerzo. No, decía, Yo lo único que quiero es prescindir de los síntomas, no de la enfermedad. Por esto, Jonas se dio a la tarea de diseñar una pastilla que le permitiera no solamente borrar los síntomas de toda alergia, sino también los síntomas de la gripa, la migraña, el estreñimiento y todos los males físicos que pudiera haber en el mundo, para almacenarlos en su cuerpo, como si el cuerpo fuera un banco de crédito que nunca pasara factura alguna. Día noche y noche y día se dedicó en cuerpo y mente a crear esta pastilla mágica que le hiciera la vida más cómoda (mientras intentaba, también, crear un invento que lo hiciera comunicarse más fácilmente con sus colegas que vivían en Roma, y otro invento que lo ayudara a conservar su carne comestible después de haber matado a la vaca; si no la consumía luego luego, la carne se echaba a perder). Tuvo días pesadillescos en los que no creía encontrar la clave, días en que las pocas fórmulas aprendidas en la escuela por completo le fallaban. Muchas veces quiso dejar todo botado y mejor acostumbrarse a la pena e incómoda situación de ser un hombre que estornudara sus tripas apenas llegara la primavera o tener que batallar para ir al baño. Sólo que un día el hallazgo lo asaltó mientras se encontraba dormido, después de tomarse una pastilla a la que no le tenía mucho pero que al último fue lo suficientemente efectiva como para cortarle el estreñimiento y controlarle la alergia y la gripa y los continuos dolores de cabeza. Jonas se despertó feliz y triunfante y supo que por fin había dado con el hallazgo del siglo y fue el hombre más feliz del mundo. 

Eso sí: al final de su vida, su cuerpo quedó desmoronado y en ruinas debido a lo que los médicos definieron como un vómito que albergaba todos los males que nunca quiso padecer, el cual Jonas jamás se atrevió a expulsar de su cuerpo. Porque ah, casi se me olvida mencionar: también le daba asco vomitar. 

miércoles, 22 de abril de 2015

El hombre afortunado

Guillermo Pérez jamás se había sacado nada en alguna rifa. O ganado dinero a través de un raspadito. Ni tenido suerte en el amor (todas las mujeres le cortaban las alas justo a la hora de la verdad). Así que cuando en el terreno baldío, de esos que abundan en Sumalta, el cual a diario cruzaba para llegar de la parada de autobús a su trabajo, se encontró, por tres días seguidos, dinero tirado en la calle, una moneda de 50 centavos, luego un penny y al última cinco pesos, supo – o más bien, quiso creer – que aquello era un augurio de cambio de suerte. Contador de profesión, tenía el universalmente mediocre empleo de cobrador de dinero, el tipo de persona que ve pasar mucho dinero entre sus manos pero dinero no de su propiedad, y pensó que ahora por fin la fortuna le sonreía, después de haber comprado y leído y memorizado en vano el libro El Secreto, sobre la famosa ley de la atracción, ley que aún no le funcionaba, y le daría aquello que siempre había anhelado: ser rico y exitoso, con fama incluida y una modelo de Victoria Secret también, si se pudiera.

Cosa que así pareció en su debido momento. Ya que, al poco tiempo, perdió su trabajo de cobrador pero sólo para vivir la frase que las cosas pasan por algo y no bien se le terminó su última quince cuando le ofrecieron un empleo con el doble de sueldo que ganaba, más prestaciones, mejores horarios y hasta almuerzo gratis le daban en la cafetería. Guillermo estaba contentísimo, y, les digo, bien suertudote. Porque cada día se iba contento al trabajo, aún tomaba la ruta 5B Universitaria, y de su casa a la parada o la parada al camión, Guillermo se encontraba por lo menos de 10 centavos o un penny americano una moneda. Siempre, todos los días, sin excepción alguna. Amigos suyos que al principio estaban incrédulos, no tuvieron de otra que rendirse ante la verdad arrolladora e inefable que, efectivamente, Guillermo se encontraba dinero en su camino, a sus pies, adonde quiera que fuera y por donde quiera que pasaba. Lo más asombroso de todo: mientras más pasaba el tiempo, mejor le iba en su trabajo: al cabo de unas semanas, ya tenía otro trabajo, con un mucho mejor sueldo que el del anterior trabajo, y ya hasta un carro se podía comprar, sólo que Guillermo no quiso. Él siguió tomando el camión para no perder la oportunidad de encontrar tirada su fortuna en la calle, junto con piedras, botellas vacías y aplastadas y cajetillas gastadas de cigarros mentolados.

Pero algo curioso sucedió. Guillermo dejó de encontrarse dinero en el suelo para comenzar a buscar dinero en el suelo. Ahora caminaba sin despegar su mirada del suelo y ahora, a todo objeto pequeño y brillante y circular, se le lanzaba con un salto de tigre. Todo objeto pequeño y brillante y circular como corcholatas y piedras, tornillos rotos y pedazos de aluminio, tuercas y pilas, es decir, cualquier semejanza con una moneda de verdad. Era como si Guillermo ya no se contentara únicamente con la buena suerte hasta entonces adquirida. No. Quería más: medio paranoico, quería asegurar toda la buena suerte que pudiera, al perpetuar su hallazgo aparentemente fortuito pero divinamente decretado. En consecuencia, su rendimiento en el trabajo cayó, tuvo pérdidas y su jefe inclusive estuvo a punto de correrlo porque no le daba confianza que su empleado cada vez que entrara a la oficina, entrara con la cabeza gacha, viendo hacia el suelo, como si hubiera perdido algo importante.

Justo esto le habían comentado algunos amigos suyos, cuando una tarde de abril, de ésas con mucho viento y tierra, Guillermo buscaba su moneda después de no haber encontrado alguna en todo el día. La buscaba cerca de su trabajo, en un sitio de taxis, por donde transitaban mucha gente y carros, a un lado de una avenida larga y también muy concurrida. De pronto, Guillermo aparentemente perdió la notición de espacio y tiempo y comenzó a caminar rumbo hacia el centro de la avenida, la cual, en ese momento estaba vacía pero no por mucho tiempo. Su búsqueda se había hecho tan intensa que hacia allá lo llevó. Justo cuando el semáforo a varios metros de donde Guillermo daba rienda a su búsqueda se puso en verde, Guillermo vio algo que le pareció una moneda. Decidido, sin aún comprender en dónde se encontraba, caminó hacia aquel objeto pequeño y redondo y brillante. Un carro frenó de súbito frente a él, pero otro carro que cambió de carril no lo vio y pum, screech, silencio, golpe, estruendo, lo sacó volando a varios metros por el aire hasta caer al suelo. Y sí, Guillermo Pérez murió pero murió con una suerte coherente con sus últimos días de vida. Ya que aquel Guillermo salió disparado hacia un puesto de periódicos y, al caer, una cajita llena de monedas que el periodiquero guardaba ahí le cayó encima, bañándolo con monedas, como antes lo había bañado, todo, desde pies hasta cabeza, su propia sangre.

miércoles, 8 de abril de 2015

Mario

Pues te diré, mi carnal el Mario era un bato cuya vida giraba en torno a Facebook. Trabajaba como administrador de redes sociales de una banda de rock local, los Cacos, y siempre se la pasaba posteando, twitteando, platicando por Facebook, subiendo fotos a Instagram, agarrándose a palabras con gente, a todas horas, en todo lugar, incluso en las actividades C: comer, cagar y coger. El bato nunca dejaba Facebook en paz; eran de plano inseparables, como uña y mugre. Luego vino la balacera de la Tecnológico, dos heridos, cinco muertos, y, según mi carnal, él pudo haber sido el sexto, de no ser porque vio en Facebook la publicación de alguien sobre el desmadre que acaecía en la avenida, salvando así su vida. Facebook era como su ventana hacia el mundo, la nariz por la cual respiraba, así de intenso era mi carnal. A mí me desesperaba harto porque vivíamos juntos, éramos roomies y así, y a veces el bato me hablaba desde su cuarto para pedirme que prendiera la cafela o respondiera a la puerta o contestara el teléfono, cosas de ese tipo. Mario, le solía decir de frente, cara a cara, Deja de hablarme por inbox, no manches, me tienes a un lado, me haces sentir como a un fantasma. Pero el bato no capeó la onda y siguió haciendo lo mismo; por mi parte, no insistí más. Mario no era mi hijo, era mi carnal.

Así que supongo que entenderán cómo el bato se debió poner cuando se cayó Facebook, acá, inesperadamente. Sucedió una noche de pronto, y Facebook tardaba mucho en cargarse, retachaba patrás los mensajes, ya no se actualizaba nada en el muro, y al poco tiempo salió el mensaje -

N’hombre, mi carnal se puso como un loco. Bueno, la verdad no se puso como loco, pero se desesperó un bien, Eh carnal, me dijo, No manches, qué le pasa a Facebook, ¿no se carga?, No, ps no se carga, Chingada madre, ¿y ahora?, Y ahora ps a esperar, chavo, qué se le hará, ¿o quieres que le llame al Mark Zuckchingatumadre para que lo arregle en fa o qué?, No ps si puedes, te lo agradecería, No manche, ese. Total, esperamos un ratillo, yo en ese momento platicaba con mi morra, la Lupe, pero al cabo de media hora, también me di por rendido, y mejor me fui a hacer otras cosas. Mi carnal aún aferrado en el Facebook, y ya cuando el bato comprendió que por lo menos durante el resto de la noche el Facebook no iba a regresar, se rindió y mejor se fue a pistear con sus compas, pero estoy seguro que entre pisto y pisto y frajo y frajo, sacaba su cel de su chamarra café – esa chamarra apestosa que siempre usaba cuando salía – para ver si Facebook ya había regresado.

Al día siguiente, como era Semana Santa, mi carnal no fue a trabajar, pero esto le hizo como el viento a Juárez, porque cuando me levanté tempranillo – yo sí tenía que trabajar – y bajé a la cocina pa tomar mi confleis, ¡el bato estaba pegado a la compu! ¿Qué tranza, carnal?, lo saludé, ¿Ya desayunaste? ¡No! El bato aún no había desayunado; había gastado todas sus horas desde que se levantó en preocuparse y ocuparse de que Facebook pronto regresara. Estás de vacas, le dije, No tienes que usar Facebook hasta cuando regreses, además tienes Twitter e Instagram y Whatsapp, así que desconectado desconectado, no estás. Simón, me dijo, Pero mis compas casi no usan Twitter, usan Facebook, respondió, Entonces ellos han de estar igual que tú, dije, Así que mejor salgan al mundo y hagan algo, no sé, algo. Pero mi carnal no hizo caso, muy al contrario. Había horas enteras que dedicaba a presionar la tecla F5 de su teclado, actualizando la página, esperando que en una de ésas, la pantalla cambiara de gris a azul con blanco, pero no, nada, y lo hacía como si el regreso de Facebook fuese algo que dependiera enteramente de él. Bien raro. Luego, mi carnal se ponía bien intenso, bien dramático, bien ansioso, como si lo que sucedía en el mundo y la vida, sus amigos y conocidos, cercanía y lejanía, todo lo consumiera vía Facebook, y ahora que estaba desconectado, era como si el mundo se callara y se congelara en un presente perpetuo de silencio y desierto. Como si la vida, la vida que en verdad contaba y no la otra, esa que se puede desperdiciar, se le escapara, como agua entre las manos, y sucediera acá en un lugar bien lejos de él, y lo desquiciara acá machín. Ahora mi carnal podía leer, podía correr, podía bailar, podía hacer lo que se le diera la gana, tal cual lo había hecho durante toda la vida antes del Facebook, pero no, el bato no podía, era como si la vida sin Facebook fuese la revista aburrida de homeopatía que se lee al esperar al médico, la canción simplona del elevador que se escucha mientras se viaja al piso deseado, algo que hacía sólo para matar el tiempo, porque en realidad lo suyo suyo era estar en otra parte, atender el llamado que le lanzaban desde algún rincón de eso que llaman el ciberespacio. Total, lo dejé hacer lo que él quisiera; finalmente yo no lo iba a hacer cambiar de opinión. Como dije al principio, Mario no era mi hijo; era mi carnal.

Más o menos así pasó la primera semana de vacaciones; mi carnal gravitando alrededor de la computadora o el cel, sin despegarse un solo momento, y yo pidiéndole que tocara el suelo, que regresara al mundo real, pero siempre para pura pérdida. Para entonces Facebook ya había regresado un día, no recuerdo cuál, pero sólo para volverse a ir. Supongo que los batos de Facebook pudieron hacerlo regresar un poco, pero no lo pudieron sostener por mucho. N’hombre, mi carnal, por su parte, andaba pero mega picadote, atento a cada movimiento de la inerte red social, no separándose de la compu o el cel en cambio de que, como papá que abandonó a su familia en plena madrugada, regresara en cualquier momento, picándole F5 al teclado ya sin siquiera esperar a que el Facebook regresara, algo así como un tic nervioso, no sé. Una noche llegué a casa del jale con comida para hacer tacos de carne asada. Llegué con un buen de bolsas en las manos, pero era como si no hubiera llegado, porque mi carnal ni enterado se dio, y no fue hasta cuando le di un bachoncillo pa que se dejara de mermas, que agarró la onda. Eh, bato, le dije, Traje pa cenar tacos, ayúdame a lavar la verdura, ándale. Pero mi carnal no me ayudaba. Llegará en cualquier momento, me dijo. Pero no regresará, respondí yo, Sólo porque tú le estés picando a cada rato.

Como yo no me iba a quedar con hambre nomás porque el bato no me iba a ayudar, me fui a la cocina para hacerme los tacos yo solo.

Sólo que el constante teclear in crescendo de la F5 traspasaba la pared de la cocina que me taladreaba el cerebro. En ese momento me imaginé a mi carnal bien serio, bien clavado, viendo fijamente a la pantalla, concentrado como si estuviera en el momento de su vida y, a medida que más picaba la tecla F5, más se acercaba ahí, adonde él quería estar, adonde él pertenecía, adónde durante por una semana había intentado regresar. En eso Ahh, lo escuché gritar. No fue un gritó acá mortal, fue más bien un grito de mordedura de hormiga. Bien pude seguir en la cocina, pero por algo quise salir a ver qué había pasado.

No encontré nada. La silla estaba vacía aunque la computadora, con Facebook, el cual ya había regresado. Llamé a mi carnal, pero mi carnal no respondió. Bah, qué raro.

En eso, me llegó una notificación al celular.

Era de mi carnal.

Qué onda, carnalito, me dijo, Sorry haberte asustado.

¿On tás, Mario?, pregunté.

Aquí en el Facebook, respondió, Dentro del Facebook. No sé cómo pasó, sólo pasó...

Ya veo, respondí, ¿Algún día regresarás?

Nel, no creo, dijo, Pero no te agüites, estoy bien, estoy a todo dar, me siento en la zona, como dicen, pero no te agüites, carnal, seguiremos en touch, te lo prometo, ¿simonkis?, al rato vengo, voy a explorar.

Ps vas, respondí, Está bien.

Cerré la conversación.

Ésa fue la última vez que vi a mi carnal el Mario. Desde entonces nos hablamos casi todos los días, casualón el asunto. De vez en cuando postea cosas, videos musicales, pensamientos, cosas que se le ocurren. A veces, lo admito, me agüito, pero luego recuerdo que está donde siempre quiso estar. Lo único que me hace ruido es si allá en donde está tienen la necesidad de cotorrear como nosotros - mi carnal y yo le llamamos cotorrear al acto de tener sexo. No le pregunto nada pa no verme metichón, pero quién sabe. Quizá al rato le formule la pregunta.