Hace mucho
tiempo vivía en una pequeña aldea de Japón un pescador llamado Urashima Taro,
quien vivía con sus padres ya viejos en una pequeña choza, con vista al mar.
Todos los días Urashima Taro se levantaba temprano, antes de que saliera el
sol, y se iba al mar en su bote de pescar, y regresaba hasta muy tarde. En los
días de buena suerte, que no eran muchos, regresaba del mar con canastas llenas
de pescados que vendía en el mercado de la aldea.
Un día,
mientras caminaba de regreso a casa con una canasta llena de pescados, vio a un
grupo de niños que gritaban alrededor de algo que no alcanza a distinguir en la
distancia. Se acercó, para ver qué era, y vio que los niños le estaban pegando
con piedras y un palo a una tortuga grande y café, tirada bocarriba en la arena.
Oigan,
exclamó Taro. ¿Por qué hacen eso? Dejen a la tortuga en paz.
Pero es
nuestra, replicó un niño. Nosotros la encontramos. Todos los demás niños
asintieron. Urashima Taro, además de buen pescador, era amable y bondadoso.
Mejor ¿qué les parece si les doy algo a cambio de la tortuga?, propuso. Los
niños, en silencio, aguardaban la oferta. Urashima Taro sacó de su bolsillo
diez monedas pequeñas y brillantes, y le dio una a cada a niño. Ahora la
tortuga es mía, sonrió. Los niños, el dinero en la mano, saltaron felices, y
salieron corriendo hacia la dulcería de la aldea.
Taro volteó
a la tortuga y la encaminó hacia el mar. A la próxima será mejor que te quedes
en casa, amiguito, le dijo, y la vio entrar el agua hasta perderse. Después,
regresó a cenar a casa de sus padres.
Días
después Taro se encontraba pescando de nuevo en su bote en la costa; ya se le
había olvidado todo lo de la tortuga. En ese instante escuchó una voz que venía
del mar y lo llamaba por su nombre: Urashima Taro.
Sorprendido,
Taro se incorporó y preguntó ¿Quién es?, mientras volteaba a todos lados. De
pronto, sobre la cresta de la ola, vio a la tortuga, quien lo saludó.
Hola, dijo
la vieja tortuga. Vengo para agradecerte por haberme salvado el otro día, dijo.
Por nada,
respondió feliz Urashima taro. Me da gusto haberte ayudado
Me gustaría
hacer por ti esta vez, dijo la tortuga. ¿Qué te parece si te llevo a visitar a
la princesa que vive en el Palacio del Mar?
¿La
princesa del mar?, exclamó Urashima. ¿Te refieres a la princesa que todo mundo
dice que es hermosa y cuyo palacio es el palacio más hermoso de todo el mundo?
Así es,
respondió la tortuga. Así que ¿qué dices?
Por
supuesto, respondió Urashima Taro. Pero ¿cómo podré visitar el palacio – viajar
al fondo del mar?
Eso déjamelo
a mí, respondió la tortuga. Sólo súbete a mi caparazón y no te sueltes. Yo soy
guardia del palacio; yo te dejaré entrar sin ningún problema.
Urashima Taro
saltó al suave caparazón de la vieja tortuga, y ambos partieron hacia el fondo
del mar. Taro sintió descender y descender y descender hasta las profundidades
del mar azul, pero no se sintió mojado ni le faltó nunca el aire. Parecía como
si las olas se abrieran suavemente ante él y la tortuga, haciéndole un camino
hacia el palacio. Es como un sueño, pensó Taro, un sueño muy agradable.
No tardaron
mucho en llegar al fondo del maro. Taro podía ver peces de brillantes color
jugar a las escondidas entre las algas y los corales. Podía ver a las almejas
mirarlo tímidas dentro de sus conchas. Y luego Taro vio algo grande y brillante
ondulando a la distancia.
¿Es ése el
palacio?, preguntó a la tortuga. Es hermoso.
Oh no,
respondió la vieja tortuga. Ésa es sólo la entrada.
Ambos
fueron hacia la entrada y Taro vio que n pez azul con armadura dorada resguardando
la entrada.
Mira a
quién he traído, comentó feliz la tortuga. El guardia hizo una suave reverencia
a Urashima Taro, quien apenas tuvo tiempo para responderle, ya que en su vista
se atravesó el palacio, aún más grande que la entrada, y hecho de piedras de
plata y coral. Una hilera de peces dorados resguardaba el palacio.
Urashima-san,
dijo la vieja tortuga. Espérame aquí; iré a avisarle a la princesa que ya
llegaste. Está ansiosa de verte. La tortuga entró al palacio, mientras Taro
seguía viendo el espléndido palacio. Parecía como si las piedras doradas de la
puerta le sonrieran con su brillo. Taro apenas y podía creerlo.
La tortuga
regresó al cabo de unos instantes y le pidió que lo siguiera. Ambos entraron
por la puerta de plata y coral y caminaron por un pasillo hecho de piezas
doradas que daban hacia el palacio. La princesa, con sus doncellas, lo
aguardaban de pie.
Bienvenido
al Palacio del Mar, Urashima Taro, dijo la princesa. A Taro le pareció que la
voz de la princesa era como el tintineo de pequeñas campanas de plata. Siéntete
como en tu casa – es increíble, eres tan apuesto, dijo. Ven, sígueme, te
mostrare todo el palacio
Taro abrió
la boca, queriendo responder algo, pero de su boca no salió nada. La princesa
comprendió esto, así que se limitó a sonreír y lo encaminó hacia un pasillo
decorado con blancas y suaves perlas.
Llegaron a
un comedor en cuyo centro había una grande y hermosa silla frente con una mesa.
Urashima Taro pensó que la silla debía ser del rey. Pero Toma asiento, sonrió
la princesa. Debes tener hambre después de tan largo viaje. Taro se sentó, y al
instante las doncellas de la princesa aparecieron de ambos lados con toda la
comida exquisita que a él se le pudiera ocurrir. Mientras comes, dijo la
princesa, mis doncellas y yo bailaremos y cantaremos para ti. El cuarto de
pronto se llenó de voces y de cantos. Urashima Taro no comía; miraba fija y
enamoradamente a la princesa.
Esto debe
ser un sueño, pensó Urashima Taro. Pero cuando la princesa se acercó y le dio
un beso y sintió los labios suaves y húmedos de la princesa, comprendió que no
era un sueño. Al terminar el baile, la princesa lo condujo hacia un cuarto que
parecía estar hecho todo de hielo y nieve; había perlas cremosas y diamantes
rosados por doquier. Aquí la princesa y Urashima Taro se quedaron solos, y
sobre un lecho tan suave como una nube, hicieron el amor una y otra vez hasta
que se quedaron dormidos, desnudos y fatigados, uno en los brazos del otro.
Al
despertar, la princesa lo condujo hacia otro cuarto, enorme y vacío. ¿Qué te
parecería ver todas las estaciones del año, amor mío?, susurró en el oído de
Taro. Oh, me encantaría, respondió el pescador. Una puerta que daba al este se
abrió; Urashima vio nubes rosas y rojas y grades árboles que la brisa suave
mecía como una cuna. Escuchaba el ruido de pájaros amarillos volar por el cielo
azul. Esto es primavera, exclamó Taro. La princesa lo condujo hacia la puerta
sur de la habitación. Cuando se abrió, Taro vio girasoles flotar suavemente sobre
un estanque de agua verde, el chirrido flojo de los grillos a lo lejos. Esto es
verano, murmuró Taro. La princesa ahora lo condujo hacia la puerta oeste del
cuarto y abrió la puerta, y Taro vio árboles de maple y hojas verdes y
amarillas mecerse en el aire, como había visto en su aldea cada año en el
otoño. Y cuando la princesa abrió la última puerta, Taro sintió una brisa
helada cortarle suavemente la piel. Tembló, y vio caer copos de nieve desde nubes
del cielo gris. Cubrían con una capa fina todos los techos de las casas y las
copas altas de los árboles, como azúcar. Ahora ya he visto todas las estaciones
del año, dijo Taro.
La princesa
de nuevo lo condujo hacia el comedor, donde de nuevo comieron y bailaron y
cantaron, y de nuevo fueron al cuarto de nieve donde hicieron el amor hasta fatigarse,
Taro recorriendo el hermoso cuerpo de la princesa como recorriera el palacio.
Así estuvo viviendo en el palacio tres meses, hasta que un día sintió un
remordimiento al recordar a sus padres y se sintió triste.
¿Qué pasa?,
le preguntó la princesa. ¿Por qué tan triste?
Mis padres,
respondió. Los echo de menos, ya es hora de que me vaya
Pero
¿regresarás, verdad?, preguntó la princesa.
Claro que
regresaré, respondió Taro.
Antes de
que te vayas, dijo la princesa, quiero darte algo, y le dio un pequeño joyero
con pequeñas joyas incrustadas en él. Si algún día deseas regresar, continuó la
princesa, llévate este joyero, pero nunca, nunca lo abras, ¿de acuerdo?
De acuerdo,
respondió Taro. Lo prometo
Taro y la
princesa se abrazaron, se despidió de todos y partió hacia su aldea, en la
espalda de la vieja tortuga. La princesa y sus doncellas le decían adiós con la
mano, hasta que Taro las perdió de vista. Los peces de colores los siguieron
hasta que poco a poco comenzaron a dar la vuelta y regresar al fondo del mar.
No pasó mucho tiempo hasta que Taro comenzó a divisar la costa donde se
encontraba su aldea y su casa y sus padres. Se bajó en la playa, la cálida
arena blanca en sus pies.
Adiós,
viejo amigo, dijo Taro a la tortuga. Has sido muy bueno conmigo y nunca te
olvidaré.
Adiós,
Urashima respondió la tortuga. Espero vernos de nuevo algún día. Se dio la
media vuelta y lenta comenzó a nadar hasta sumergirse de nuevo en el agua.
De vuelta
en la playa, Taro se encontraba ansioso de regresar a su casa y ver a sus
viejos y amados padres. Corrió hacia su casa con el joyero debajo del brazo, mirando
el rostro de todos que encontraba a su paso. Quiso saludarlos a todos, pero
ningún rostro era conocido; todos eran nuevos para él. Llegó al lugar donde
estaba su casa, pero no encontró nada. Su casa ahora era un espacio vacío donde
crecían plantas verdes y largas. Taro no podía creer lo que veía. ¿Qué pasó?,
se preguntó desesperado. ¿Dónde está mi casa y mis padres? Volteó a la derecha,
y una señora muy anciana caminaba hacia él.
Disculpe,
la llamó Urashima Taro. ¿Usted sabe lo que sucedió con la casa de Urashima
Taro?
¿Urashima
Taro?, repitió la señora. No, lo siento, ese nombre no me suena
Debe de,
replicó Urashima. Solía vivir justo aquí
Déjeme ver,
suspiró la anciana, su rostro pensativo. Ah sí, ya me acordé, exclamó. Es una
leyenda – Urashima Taro era un pescado que un día fue al mar a pescar y ya
nunca regresó. Dicen que se ahogó. Sucedió hasta trescientos años. Esa leyenda
me la solía contar mi bisabuela cuando era yo muy niña.
¡Trescientos
años!, exclamó Taro, sus ojos abiertos hasta la locura. No puede ser…
Pero como
dije, dijo la anciana. Eso sucedió hace trescientos años - ¿cuál es la
importancia ahora? La anciana siguió su camino.
Entonces
fue cuando Urashima Taro comprendió: tres meses en el palacio fueron realmente
trescientos años. Por eso ya no está mi casa, ni papá y mamá, murmuró triste.
En ese
instante recordó el pequeño joyero que le había regalado la princesa. Pensó que
dentro habría algo que le ayudaría a salir de su triste situación. Taro la
abrió, rompiendo la promesa que le hizo a la princesa. Un humo blanco lo
envolvió, que no lo dejaba ver. Al esfumarse el humo, Taro vio sus manos y eran
las manos de un viejo. Se tocó la cara, y sintió arrugas duras en la piel. En
ese momento comprendió que ahora tenía los trescientos años que no había
envejecido en el palacio. Recordó la promesa a la princesa, y supo que ya nunca
más podría visitar el Palacio del Mar. Se echó al suelo, triste,
derrotado y viejo.
Pero quién sabe, tal vez algún día la tortuga regrese del mar y ayude otra vez a su amigo Urashima Taro.
Basado
parcialmente en el cuento Urashima Taro
and the Princess of The Sea de Yoshiko Uchida y en Urashima Taro the Fisherman – traducido por Royall Tyler, parte de
su antología Japanese Tales