jueves, 21 de julio de 2011

Kenshou acerca de protagonistas de mis cuentos

Detrás de todas
me voy
El inconstante, Pablo Neruda

Anoche fui con Laura, mi mejor amiga, a tomar unas cervezas a un café, en una terraza. Hacía más de dos años que no nos veíamos – se había ido a residir a Guadalajara –, tiempo en el cual Pasaron muchas cosas, me dijo. ¿Como qué?, pregunté.

En ese instante ¿Ya están listo para pedir? escuché. Volteé hacia la voz. Era la mesera. Una mesera hermosa. Un Martini, pedí. La mesera abrió los ojos, gratamente sorprendida. Muy bien gusto, me dijo. Yo le sonreí. Bajé la mirada, la subí al instante: la mesera aún me sonreía. ¿Y una Victoria?, propuse a Laura, quien asintió. Ahorita se las traigo, dijo. Tomó los menús, y entró de regreso al café.

Terminé con Asdrúbal, dijo Laura. ¿Qué? si ustedes eran perfecto el uno para el otro. Yo sé, aún lo somos, pero han pasado tantas cosas entre nosotros… llevamos dos años separados.¿y cómo lo llevas?, pregunté. No lo he podido olvidar, respondió. Nos quedamos en silencio; volteamos a ver las luces de la ciudad. Un hálito veraniego sopló en nuestra dirección. La mesera trajo nuestras bebidas. El Martini es para él, dijo Laura. ¿Oh en serio? ¡mejor aún!, me dijo. La mesera fue a tomar los pedidos de una pareja al lado nuestro; al pasar, me miraba seductoramente. Yo la miraba también.

¿Y tú, escritor? ¿qué dicen las morritas? Bueno, está Daniela (Carta a una joven suicida, El regalo de Daniela, Tú eres mi pared). Ya tiene años que sucedió lo nuestro, pero aún así la extraño. La vi en una fiesta hace cuatro meses en una fiesta – nótese que llevo la cuenta exacta del tiempo –, y sentí que mi pecho se estrujaba, como papel celofán. … está Andrea también (Carta a una posible exorcista, Cuento de amor contrariado). Con ella viví el episodio más vergonzoso de mi vida amorosa. A veces la veo, en la escuela. Primer día de clases, le tengo que decir Con permiso porque me estorba el paso de la línea en el puente para cruzar. La otra vez nos vimos en el camión. Fingí no verla, ella fingió no verme, pero antes de bajarse, volteó hacia mí, y me pasó una mirada. Yo sentí esa mirada como reflectores brillantes cayendo sobre mí. Está Gabriela (Carta a una señorita con compromiso). Esa mujer me trata cual trapo. Cuando quiere me habla, cuando quiere me ama; cuando no, termina conmigo y me deja de hablar, que pasa con la frecuencia de cada soplido del viento. ¿Y Victoria? (Mi última derrota ante Victoria) Victoria es un imposible. Victoria es como suelo americano, y yo un indocumentado que la contempla desde el otro lado de la cruel barda. Vaya, escritor, me dijo. Son muchas mujeres: ¡cómo aguantas!

Después de conversador dos horas, pagamos la cuenta, la acompañé a su casa y me fui a la mía. Al llegar, me senté a la orilla de la cama a oscuras, me quité los zapatos, pesados como grilletes, y solté un suspiro del tamaño del mundo. Cierto: ¿Cómo aguanto tantos desamores? ¡Cómo aguanta mi corazón tanto fracaso! ¿Cómo puedo vivir así?

Yo soy un mujeriego, eso que ni qué. No hay ocasión en la que salga a la calle, en la que mi radar interno no esté encendido en busca de mujeres. Por lo general me involucro con diez o veinte al año. Al terminar tomo mi ropa, salgo de la habitación y no las vuelvo a ver nunca. Sin embargo, ha habido ocasiones en que, después de involucrarme con una mujer, he terminado con el corazón taladrado. He conocido a mujeres que al principio subestimé, quise jugar con ellas, pero al final terminé enamorándome de ellas. Y he cargado con los cadáveres de sus amores fracasados en mi pecho, amontonándolos, uno a uno, al final del pasillo de mis sentimientos. Sus fantasmas ululan y pululan mi mente, dejando tras de sí amargos sinsabores. Parece como yo si estuviera en un luto sempiterno, porque cuando no adolezco por Daniela, adolezco por Gabriela; cuando no adolezco por Victoria, adolezco por Andrea. A veces adolezco por ninguna en absoluto. A veces adolezca por todas a la vez. Me quejo de que las mujeres no me tienen respeto, pero yo he sido el primero en faltarle el respeto a mi corazón. Porque sé que soy sensible; y que, con la mujer correcta, mi alma puede llegar a temblar como gelatina; y que siempre existe el riesgo de que me salga el tiro por la culata. Lo cual ha sucedido varias veces en un lapso muy corto de tiempo: cuatro historias de amor escritas en los últimos casi tres años. Muy poco tiempo para tan – por falta de una menos dramática palabra – traumatizante. Aquellas mujeres se han llevado sin saberlo pedazos irrecuperables de mi corazón, que empolvados como viejos juguetes olvidados aún laten al unísono en la noche larga, solitaria, azul y triste.

Tú eres mi pared

It's better to burn out than to fade away
Suicide letter, Kurt Cobain

Daniela:

Siento la necesidad de escribirte de nuevo.

No debí dejarte de hablar. No debí sacarte de mi vida, ni como amiga ni como algo más. No por ti, sino por mí. No sirvo para la deserción. Porque cuando te saqué de mi vida, creí que solamente te irías tú. Pero no fue así. Te llevaste también una parte de mí. Me siento hueco de ti y de mí.

Me dolías cuando estabas en mi vida. Me buscabas cuando se te daba la gana. Me hablabas cuando se te daba la gana. Preferías irte con tus amigos. Y cuando me querías ver, yo por ti lo dejaba todo, y te seguía como perrito faldero. Miraba el teléfono por horas, esperando tu mensaje. Me emocionaba salir y toparte en algún sitio. Pensaba en ti en todo el tiempo. Esperaba por ti todo el tiempo. Ciertamente sentía que me dabas las sobras de tu cariño. No me quejo, no te lo reprocho. En verdad. Así es la vida, así eres tú, así soy yo. Pero sentía que debía sacarte de mi vida por mi propio bien. Toda la lógica me apuntaba a que no eras buena para mí. Y te saqué.

Pero no tengo remedio. Soy un romántico sin esperanza. Prefiero darme de topes contra una pared que darle la espalda e irme. Tú eres mi pared.

No me queda más que serte sincero, decirte lo que pienso, lo que siento.

Y siento y pienso que te quiero y que te extraño.

No sé si tú aún quieras aceptarme de nuevo. Tal vez no. Tal vez tengas a alguien especial a tu lado, tal vez te dejé con un mal sabor de mi boca. No sé. Lo que sea que elijas, lo entenderé. En serio.

Pero de mí no pasa.

domingo, 17 de julio de 2011

El tiempo es un pequeño cabrón

Time: what a tricky little fucker
Closer, Patrick Marber

Hoy, viernes, fue el día libre de Consuelo, por lo que decidió realizar los pendientes que durante la semana no pudo hacer. Así que se despertó temprano por la mañana – a las siete en punto–, le dejó una nota a Federico en el buró al lado de la cama, salió del departamento y no regresó hasta en la noche. Sin embargo, esta nota no es un recuento del día de Consuelo, sino el de Federico…

Federico se levantó a las diez con quince de la mañana, y encontró la casa vacía y silenciosa. Vio la nota de su novia Consuelo, y la leyó. Se metió a bañar, y quince minutos después salió, y se cambió, y bajó a desayunar. Desayunó durante veinte minutos. Al terminar, lavó sus trastes sucios y los que encontró en el fregadero, y también los pisos y los baños, y hasta regó las plantas de jazmines del patio trasero. Alzó su habitación, y ordenó los libros de los estantes, y sacó la basura a la calle. Eran pasadas las 12: 30 cuando terminó. Se sentó a la sala a leer un libro y luego a ver la televisión. Se aburrió a la 2:45, y la apagó, y se puso a pensar. El tiempo: es lo más valioso que tenemos en la vida, pero cuando no se le quiere cómo pesa. Federico y Consuelo habían estado juntos desde hace tres años, y desde el comienzo todo el tiempo libre de Federico era como una planta que deshojaba hasta el momento de verla. Podía estarse contando las horas del reloj hasta que, una hora antes de encontrarse, se metía a bañar, se cambiaba y arreglaba y esperaba sentado en el sillón hasta veinte minutos antes partir. Ir al cine, pasear por el parque, ver una película, escuchar música: cualquier cosa que hicieran juntos le producía felicidad más exquisita y real y sublime que había conocido en su vida. Cuando resolvieron vivir juntos, Federico fue el más feliz. Hacían sus actividades de diario: iban a la escuela (cuando aún no se graduaban de la escuela), iban al trabajo, pero todo el tiempo que Federico tenía libre se lo dedicaba a Consuelo. Y Consuelo lo aceptaba. Tenían, al parecer, una buena relación. Habían tenido problemas, claro, como todas las parejas. Incluso uno muy doloroso, que involucró también a… Fidel ya ni quería recordarlo; le bastaba con saber que Consuelo estaba con él. Así que en tiempos muertos como los de hoy, Federico estaba como perdido; no sabía qué hacer con tanto tiempo entre sus manos, y por eso lo mataba. Pero esta vez, por alguna ignota razón, resolvió salir a la calle, siquiera afuerita. Encontró la tarde brillante y solitaria y sosegada, casi como tarde de domingo. Vio pasar un chico en bicicleta, haciendo un suave ruido con su campanita. Doce minutos después vio pasar una señora sosteniendo una sombrilla, tapándose del sol. La señora caminaba lentamente. A las 3:12 vio pasar un carro cuyo motor componía un ronroneo casi arrullador. Después, silencio y soledad. Volteó hacia el final de la calle y vio un camión parándose frente a un árbol frondoso. Un muchacho con una mochila se subía al camión. El camión aún no se iba. Y por otra ignota razón, corrió hacia él para abordarlo. Sintió el inédito deseo dar un paseo por el centro. Eran las 3: 14 de la tarde.

Quince minutos después divisaba la Basílica de la Soledad a la distancia. Decidió bajarse antes de llegar a su destino. Quería comprar una nieve antes de llegar al zócalo. Caminando entre las calles de piedra, se acordó la calle donde había una paletería, y en un par de minutos llegó a ella. Estuvo de pie en la esquina por varios segundos. La calle era larga y vacía de gente. Del otro lado vio una señora salir de la esquina con un niño pequeño, y ambos llevaban una paleta en la mano. Se encaminó hacia la esquina, feliz. Y ya había pasado la mitad de la calle cuando repentinamente se dio la vuelta, y caminó hasta detenerse frente a la entrada de un local. Era una lavandería que no tenía puerta. Sin querer, había atrapado parte de una conversación entre una joven y una amiga suya – al parecer –, que tomaba lugar dentro de la lavandería, y quiso escuchar el resto. Realmente quería escuchar el resto. Así que se recargó sobre la pared, para que desde adentro nadie lo viera, y puso cuidadosa atención de modo que no se le escapara nada.

… sí, lo sé, Adriana. Me siento tan egoísta, tan falsa. Porque juro que lo amo, pero eventualmente siento que no es así; de otro modo, no me hubiera fijado en alguien más… Se llama Ricardo. Juega basquetbol. Es muy apuesto. Voy a verlo entrenar al gimnasio cada lunes. Siempre llevo un libro para disimular que lo veo. Tiene algo que no sé qué es que me encanta. Tal vez su altura. Tal vez su mirada como de borrego a medio morir jaja. Tal vez su voz tan varonil que encaja perfectamente con su físico, alto y fornido… Es un hombre sencillo, abierto a cualquier tema. Sabe reír y bromear y también cuándo ser serio. Pero lo que más me atrae es que es un hombre prohibido. Tiene novia. Él me respeta porque sabe que tengo novio también, aunque siempre me dice que dejaría a su novia si yo dejo a… ¡Exacto! A mí me gusta salir y bailar y divertirme. Soy muy fiestera, pero mi novio no. Esto me limita mucho. Pero con Ricardo es diferente. Siempre quiere salir, a cada rato me invita; pero para no tener problemas con mi novio lo evito. En ocasiones mi novio me aburre; y aunque suene vulgar lo que te voy a decir, solamente en la cama se me olvidan los complejos de esta relación. No sé qué hacer. Solamente me la paso pensando en Ricardo, hasta el grado de sentir lástima por mi novio. Si él terminara conmigo, otra cosa sería… Bueno amiga, te dejo, ya se me hizo tarde, aún tengo que… Sí, gracias por escucharme, adiós, nos hablamos al rato.

Federico escuchó pasos acercándose, así que se metió al local de enseguida, una caseta telefónica. La chica salió de la lavandería, y algo se le cayó al suelo. La chica lo notó, pero no se agachó a recogerlo. Escuchó un ruido, vio una sombra en el local de al lado, una idea le cruzó por la cabeza, pero no le dio mayor importancia. Se subió al carro y se fue. Federico salió, y se encontró de nuevo solo en la calle. Vio lo que aquella chica tiró al suelo, lo recogió y se fue a caminar. Eran las 3: 44 de la tarde.

A las 9: 20 de la noche Federico entraba por la puerta de su casa. El cielo estaba oscuro. Fue a la cocina, encendió las luces y comenzó a preparar lasaña para la cena, para Consuelo. Al cabo de una 45 minutos la lasaña ya estaba lista. Eran las 9: 20 de la noche. Consuelo no tardaría en llegar. Federico se sentó en la silla de la mesa a esperarla. Exactamente diez minutos después Consuelo entraba por la puerta estrepitosamente, cargando bolsas en ambas manos. Las puso sobre el suelo, y se quitó su saco, y lo lanzó al sillón junto con sus llaves. Volteó y encontró a Federico sentado en la silla.

Ay me asustaste, menso, sonrió Consuelo. Todo oscuro y de pronto tú en la cocina sentado
Federico sonrió, aún sentado.
Consuelo se acercó, y le dio un beso en la boca, y le sonrió.
¿Cómo estuvo tu día?
Aburrido, ¿y el tuyo?
Súper cansado
¿Pues qué hiciste?, preguntó Federico poniéndose de pie e yendo hacia la alacena por un plato.
Qué no hice: fui a pagar recibos, a pelearme con los del teléfono, compré la despensa, fui a la mueblería, etcétera… ¿Y tú?
Matar el tiempo hasta que regresaras
Consuelo le sonrió.
¿Qué buscas?
Ah, un recibo para hacer mi contabilidad, no lo encuentro. Creo que…
Al rato aparece… Ahí vengo, voy a cambiarme.

Federico fue hacia su chamarra, y sacó el papelito blanco y lo metió a la bolsa de su pantalón. Suspiró, y caminó hacia Consuelo.

Te quiero preguntar algo, dijo Federico calmadamente.

Dime, dijo Consuelo. Se encontraba tranquila y serena y, sobre todo y por alguna razón, aliviada.

A Federico le latía el pecho duramente. Tragó saliva. Apretaba el recibo de la lavandería con fuerza.

¿Quieres vino tinto o blanco con la lasaña?, tragó saliva.

Consuelo bajó la mirada de golpe. La subió al cabo de varios segundos para ver el rostro triste, desesperado de Federico.

Alzó los hombros y, con todo el cansancio del mundo recién recobrado, respondió

Tinto. Vino tinto estaría bien.

sábado, 9 de julio de 2011

Carta a una futura nostalgia

All that remains is a desert
South of the Border, West of the Sun, Haruki Murakami

Marianela, estos años junto a ti han pasado felices como un sueño. Pero ahora nos encontramos en el abismo de una encrucijada, y nuestros caminos pueden bifurcarse: se me ha ofrecido una oportunidad de una nueva vida en otro lado, lejos de aquí y lejos de ti. Me encuentro entre la espada y la pared. Porque ésta es la oportunidad que he estado esperando durante mucho tiempo, pero tú, Marianela, eres la mujer que he estado esperando toda mi vida, incluso antes de que yo mismo lo supiera.

Qué difícil situación, ¿no lo crees? Esta decisión nos afectará a ambos, como una movida de piezas en un juego de ajedrez, que desencadenará una serie de eventos cuyas repercusiones las conoceremos dentro de un futuro.

Entre tú y yo hay algo; llámalo como quieras: destino, karma, casualidad. Sea lo que sea, ese algo nos ha llevado a tener algo mágico y especial y trascendente. No fue fácil, ni tampoco rápido ni instantáneo. Al principio tú no confiabas en mí ni yo en ti, e incluso dejamos de salir porque pensaste que yo no valía la pena y que encontrarías algo mejor en otros rumbos. Pero, como alfileres en lados opuestos del mundo, el ineluctable imán de nuestra atracción nos jaló y nos unió, haciéndonos explotar al unísono como estrellas. En ti encontré el necesario impulso para que, como agua de surtidor, siguiera brotando, y no me estancara como agua de charco, y tú en mis brazos encontraste – me dijiste – el rincón destinado para ti en el universo, donde un sentimiento de alegría y sosiego te ahonda, porque me sabes cercano y a tu lado. Mas soy realista: no sé si yo puedo encontrar tal sentimiento en el futuro, ni tampoco sé si tú encuentres aquello que en mí encontraste si llegamos a separarnos. Esta duda me llena de aprensiones.

La vida no es un horario programado, Marianela, tú una vez me lo dijiste. En estos días la gente piensa que así es. La gente quiere ir a la escuela, terminarla; después viajar; después trabajar; después conocer el amor de su vida en el momento justo; después enamorarse y casarse y tener hijos y vivir la vida felices hasta el fin de sus días… Bueno, Marianela, ¿qué pensarías si te digo que yo ya encontré al amor de mi vida y lo encontré a deshoras? Lo encontré en ti al ser yo muy joven.

Yo sé que tú tienes planes distintos para ti misma Sé que quieres estudiar, viajar, conocer el mundo, luego trabajar; me lo dijiste cuando comenzamos a salir: Francisco, la gente necesita vivir su vida, realizar sus sueños, ésa es la razón por la cual las parejas se divorcian: están insatisfechos, y cuando lo comprenden ya se encuentran atadas, yo no quiero que me suceda esto. Yo tampoco quiero que esto te suceda, Marianela. Yo quiero que seas feliz, que estés satisfecha, que aspires cada polen que quieras aspirar en esta vida, y que hagas con amor cada cosa que realices. Pero a mi lado. Que sea lo que hagamos en esta vida, lo hagamos juntos. Yo no quiero que muchos años después de que te escriba esta carta, tu recuerdo fantasma me persiga a través de los pasillos de los años. No quiero casarme y tener hijos y conseguir el éxito que tanto busco, para que un día te encuentre al doblar una esquina, y de pronto sienta mi corazón inflarse y salírseme del pecho. No quiero llegar a ser un adulto, atormentado por la nostalgia, y llegar a la amarga conclusión de que solamente a tu lado hubiera sido feliz. No. Te quiero a ti. Quiero que estés a mi lado. Quiero despertar a tu lado. Quiero cruzar el mar de la vida en un barco, cuya tripulación y capitán seamos tú y yo. Quiero sacrificar lo necesario para que tú y yo estemos juntos. Un idilio es como una obra de arte, Marianela: sólo con el tiempo se sabrá si es verdadero. Yo no quiero arrepentirme ni siquiera haberte conocido… Mi futuro por ti puede esperar.

Te dejaré esta carta en la ventana de tu casa, a un lado de la puerta para que la adviertas al regresar. Al terminar de leerla, te encontrarás, como yo, en la difícil de pedirme que me quede o quedarte aquí sin mí. De cualquier manera, permíteme decirte algo; tómalo si quieres como una advertencia. Me conozco bien: si decides no seguirme ni pedirme que me quede y nuestros caminos se bifurcan finalmente, entonces que no te sorprenda que en unos veinte años, en un día como cualquier otro, llegue yo a tocar a tu puerta en nombre de viejos y nunca extintos sentimientos.

domingo, 3 de julio de 2011

Carta a Fanny Brawne , 3 de Julio de 1819

Julio 3 de 1819

Shanklin, Isla de Wright, jueves



Mi señorita más querida:

Me alegro de no haber tenido la oportunidad de mandarte la carta que te escribí el jueves por la noche; se parece mucho a una de las cartas que Rousseau le escribió a su Heloise. Me encuentro más elocuente esta mañana. La mañana es la hora apropiada para que yo le escriba a la hermosa mujercita a quien tanto amo. Ya que, por la noche, cuando mi día solitario se ha apagado, y la desolada y silenciosa e inarmónica habitación espera a recibirme en su sepulcro, entonces, créeme, mis sentimientos se apoderan completamente de mí. Por lo cual no te dejaría mirar ninguna de las vehemencias que alguna vez juzgué imposible de sentir, y de las cuales con frecuencia me burlaba en otros hombres: por temor a que me taches de infeliz o tal vez de loco.

Ahorita me encuentro sentado frente a una ventana de una agradable casita, mirando hacia el vasto campo, que tiene una hermosa vista al mar. La mañana también es muy agradable. No sé qué tanto pueda abarcar mi espíritu, ni qué de placeres pudiera obtener habitando este sitio, y respirando y divagando, libre como venado, en esta exquisita costa si el recuerdo de ti no me pesara sobre las espaldas. Nunca he conocido alegrías completas, que no fuesen en algún momento agujeradas; la muerte o enfermedad de algún ser querido siempre la han estropeado, y ahora que ninguna aflicción me mortifica, debes confesar tú misma que otro tipo de aflicción me atormenta.

Pregúntate tú, amor mío, si no es que eres en extremo cruel por haberme encarcelado, por haber destruido mi libertad. ¿Me darías la razón en la carta que debes escribirme inmediatamente, y hacer todo lo posible para consolarme a través de tus palabras? ¿Hacerla deliciosa como un barril de Papaverales para drogarme? Oh escribe las palabras más suaves que se te ocurran, y besa la hoja donde las escribas, para que yo toque con mis labios aquello donde los tuyos han estado.

En cuanto a mí, no tengo idea de cómo expresar mi fervor a figura tan hermosa como la tuya. Quisiera palabras más brillantes que brillantes, más adecuadas que adecuadas. Cómo quisiera que tú y yo fuéramos mariposas, y viviéramos sólo tres días de verano. Ya que tres días así contigo me inyectarían más felicidad que en cincuenta años normales pudiera encontrar.

Pero aunque yo me haya tornado egoísta, nunca actuaría egoístamente, ya que, como te dije hace unos días en Hampstead, nunca regresaré a Londres sin saber lo que es el éxito. Aunque pueda dirigir toda mi felicidad hacia ti, no puedo pedirte que estires tus sentimientos; si yo supiera que me amas tanto como yo te amo a ti, no podría esperar hasta mañana para verte, y ahora mismo correría hacia ti para encontrar el dulce placer de un abrazo tuyo.

Pero no; mi vida depende del azar y la esperanza. En caso de que una desgracia ocurriera, yo aún te amaría, pero ¡con qué encono odiaría a otro hombre!

Leí un poema hace poco, y sus versos aún retumban en mis oídos como doblar de campanas:

Ver esos ojos que más valoro que a los propios,
Mirar enamorados a otro,
Y ver esos dulces labios, humectados con néctar inmortal,
Apretados suavemente por alguien más:
Piensa, Francesca, qué maldición sería verte así,
Más allá de lo inefable.

John.

Escribe por favor inmediatamente. No hay servicio de correos en este sitio, así que debes remitir la carta a la Isla de Wright, en Newport. Sé que para cuando llegue la noche me reprocharé haberte escrito una carta tan fría, pero es mejor escribirte así, en la claridad de mis sentidos. Aunque estemos separados, que esto no sea un obstáculo para que seas amable conmigo.

Dale mis saludos a tu madre, mi amor a Margaret, y mis mejores deseos a tu hermano.