domingo, 17 de julio de 2011

El tiempo es un pequeño cabrón

Time: what a tricky little fucker
Closer, Patrick Marber

Hoy, viernes, fue el día libre de Consuelo, por lo que decidió realizar los pendientes que durante la semana no pudo hacer. Así que se despertó temprano por la mañana – a las siete en punto–, le dejó una nota a Federico en el buró al lado de la cama, salió del departamento y no regresó hasta en la noche. Sin embargo, esta nota no es un recuento del día de Consuelo, sino el de Federico…

Federico se levantó a las diez con quince de la mañana, y encontró la casa vacía y silenciosa. Vio la nota de su novia Consuelo, y la leyó. Se metió a bañar, y quince minutos después salió, y se cambió, y bajó a desayunar. Desayunó durante veinte minutos. Al terminar, lavó sus trastes sucios y los que encontró en el fregadero, y también los pisos y los baños, y hasta regó las plantas de jazmines del patio trasero. Alzó su habitación, y ordenó los libros de los estantes, y sacó la basura a la calle. Eran pasadas las 12: 30 cuando terminó. Se sentó a la sala a leer un libro y luego a ver la televisión. Se aburrió a la 2:45, y la apagó, y se puso a pensar. El tiempo: es lo más valioso que tenemos en la vida, pero cuando no se le quiere cómo pesa. Federico y Consuelo habían estado juntos desde hace tres años, y desde el comienzo todo el tiempo libre de Federico era como una planta que deshojaba hasta el momento de verla. Podía estarse contando las horas del reloj hasta que, una hora antes de encontrarse, se metía a bañar, se cambiaba y arreglaba y esperaba sentado en el sillón hasta veinte minutos antes partir. Ir al cine, pasear por el parque, ver una película, escuchar música: cualquier cosa que hicieran juntos le producía felicidad más exquisita y real y sublime que había conocido en su vida. Cuando resolvieron vivir juntos, Federico fue el más feliz. Hacían sus actividades de diario: iban a la escuela (cuando aún no se graduaban de la escuela), iban al trabajo, pero todo el tiempo que Federico tenía libre se lo dedicaba a Consuelo. Y Consuelo lo aceptaba. Tenían, al parecer, una buena relación. Habían tenido problemas, claro, como todas las parejas. Incluso uno muy doloroso, que involucró también a… Fidel ya ni quería recordarlo; le bastaba con saber que Consuelo estaba con él. Así que en tiempos muertos como los de hoy, Federico estaba como perdido; no sabía qué hacer con tanto tiempo entre sus manos, y por eso lo mataba. Pero esta vez, por alguna ignota razón, resolvió salir a la calle, siquiera afuerita. Encontró la tarde brillante y solitaria y sosegada, casi como tarde de domingo. Vio pasar un chico en bicicleta, haciendo un suave ruido con su campanita. Doce minutos después vio pasar una señora sosteniendo una sombrilla, tapándose del sol. La señora caminaba lentamente. A las 3:12 vio pasar un carro cuyo motor componía un ronroneo casi arrullador. Después, silencio y soledad. Volteó hacia el final de la calle y vio un camión parándose frente a un árbol frondoso. Un muchacho con una mochila se subía al camión. El camión aún no se iba. Y por otra ignota razón, corrió hacia él para abordarlo. Sintió el inédito deseo dar un paseo por el centro. Eran las 3: 14 de la tarde.

Quince minutos después divisaba la Basílica de la Soledad a la distancia. Decidió bajarse antes de llegar a su destino. Quería comprar una nieve antes de llegar al zócalo. Caminando entre las calles de piedra, se acordó la calle donde había una paletería, y en un par de minutos llegó a ella. Estuvo de pie en la esquina por varios segundos. La calle era larga y vacía de gente. Del otro lado vio una señora salir de la esquina con un niño pequeño, y ambos llevaban una paleta en la mano. Se encaminó hacia la esquina, feliz. Y ya había pasado la mitad de la calle cuando repentinamente se dio la vuelta, y caminó hasta detenerse frente a la entrada de un local. Era una lavandería que no tenía puerta. Sin querer, había atrapado parte de una conversación entre una joven y una amiga suya – al parecer –, que tomaba lugar dentro de la lavandería, y quiso escuchar el resto. Realmente quería escuchar el resto. Así que se recargó sobre la pared, para que desde adentro nadie lo viera, y puso cuidadosa atención de modo que no se le escapara nada.

… sí, lo sé, Adriana. Me siento tan egoísta, tan falsa. Porque juro que lo amo, pero eventualmente siento que no es así; de otro modo, no me hubiera fijado en alguien más… Se llama Ricardo. Juega basquetbol. Es muy apuesto. Voy a verlo entrenar al gimnasio cada lunes. Siempre llevo un libro para disimular que lo veo. Tiene algo que no sé qué es que me encanta. Tal vez su altura. Tal vez su mirada como de borrego a medio morir jaja. Tal vez su voz tan varonil que encaja perfectamente con su físico, alto y fornido… Es un hombre sencillo, abierto a cualquier tema. Sabe reír y bromear y también cuándo ser serio. Pero lo que más me atrae es que es un hombre prohibido. Tiene novia. Él me respeta porque sabe que tengo novio también, aunque siempre me dice que dejaría a su novia si yo dejo a… ¡Exacto! A mí me gusta salir y bailar y divertirme. Soy muy fiestera, pero mi novio no. Esto me limita mucho. Pero con Ricardo es diferente. Siempre quiere salir, a cada rato me invita; pero para no tener problemas con mi novio lo evito. En ocasiones mi novio me aburre; y aunque suene vulgar lo que te voy a decir, solamente en la cama se me olvidan los complejos de esta relación. No sé qué hacer. Solamente me la paso pensando en Ricardo, hasta el grado de sentir lástima por mi novio. Si él terminara conmigo, otra cosa sería… Bueno amiga, te dejo, ya se me hizo tarde, aún tengo que… Sí, gracias por escucharme, adiós, nos hablamos al rato.

Federico escuchó pasos acercándose, así que se metió al local de enseguida, una caseta telefónica. La chica salió de la lavandería, y algo se le cayó al suelo. La chica lo notó, pero no se agachó a recogerlo. Escuchó un ruido, vio una sombra en el local de al lado, una idea le cruzó por la cabeza, pero no le dio mayor importancia. Se subió al carro y se fue. Federico salió, y se encontró de nuevo solo en la calle. Vio lo que aquella chica tiró al suelo, lo recogió y se fue a caminar. Eran las 3: 44 de la tarde.

A las 9: 20 de la noche Federico entraba por la puerta de su casa. El cielo estaba oscuro. Fue a la cocina, encendió las luces y comenzó a preparar lasaña para la cena, para Consuelo. Al cabo de una 45 minutos la lasaña ya estaba lista. Eran las 9: 20 de la noche. Consuelo no tardaría en llegar. Federico se sentó en la silla de la mesa a esperarla. Exactamente diez minutos después Consuelo entraba por la puerta estrepitosamente, cargando bolsas en ambas manos. Las puso sobre el suelo, y se quitó su saco, y lo lanzó al sillón junto con sus llaves. Volteó y encontró a Federico sentado en la silla.

Ay me asustaste, menso, sonrió Consuelo. Todo oscuro y de pronto tú en la cocina sentado
Federico sonrió, aún sentado.
Consuelo se acercó, y le dio un beso en la boca, y le sonrió.
¿Cómo estuvo tu día?
Aburrido, ¿y el tuyo?
Súper cansado
¿Pues qué hiciste?, preguntó Federico poniéndose de pie e yendo hacia la alacena por un plato.
Qué no hice: fui a pagar recibos, a pelearme con los del teléfono, compré la despensa, fui a la mueblería, etcétera… ¿Y tú?
Matar el tiempo hasta que regresaras
Consuelo le sonrió.
¿Qué buscas?
Ah, un recibo para hacer mi contabilidad, no lo encuentro. Creo que…
Al rato aparece… Ahí vengo, voy a cambiarme.

Federico fue hacia su chamarra, y sacó el papelito blanco y lo metió a la bolsa de su pantalón. Suspiró, y caminó hacia Consuelo.

Te quiero preguntar algo, dijo Federico calmadamente.

Dime, dijo Consuelo. Se encontraba tranquila y serena y, sobre todo y por alguna razón, aliviada.

A Federico le latía el pecho duramente. Tragó saliva. Apretaba el recibo de la lavandería con fuerza.

¿Quieres vino tinto o blanco con la lasaña?, tragó saliva.

Consuelo bajó la mirada de golpe. La subió al cabo de varios segundos para ver el rostro triste, desesperado de Federico.

Alzó los hombros y, con todo el cansancio del mundo recién recobrado, respondió

Tinto. Vino tinto estaría bien.