domingo, 3 de julio de 2011

Carta a Fanny Brawne , 3 de Julio de 1819

Julio 3 de 1819

Shanklin, Isla de Wright, jueves



Mi señorita más querida:

Me alegro de no haber tenido la oportunidad de mandarte la carta que te escribí el jueves por la noche; se parece mucho a una de las cartas que Rousseau le escribió a su Heloise. Me encuentro más elocuente esta mañana. La mañana es la hora apropiada para que yo le escriba a la hermosa mujercita a quien tanto amo. Ya que, por la noche, cuando mi día solitario se ha apagado, y la desolada y silenciosa e inarmónica habitación espera a recibirme en su sepulcro, entonces, créeme, mis sentimientos se apoderan completamente de mí. Por lo cual no te dejaría mirar ninguna de las vehemencias que alguna vez juzgué imposible de sentir, y de las cuales con frecuencia me burlaba en otros hombres: por temor a que me taches de infeliz o tal vez de loco.

Ahorita me encuentro sentado frente a una ventana de una agradable casita, mirando hacia el vasto campo, que tiene una hermosa vista al mar. La mañana también es muy agradable. No sé qué tanto pueda abarcar mi espíritu, ni qué de placeres pudiera obtener habitando este sitio, y respirando y divagando, libre como venado, en esta exquisita costa si el recuerdo de ti no me pesara sobre las espaldas. Nunca he conocido alegrías completas, que no fuesen en algún momento agujeradas; la muerte o enfermedad de algún ser querido siempre la han estropeado, y ahora que ninguna aflicción me mortifica, debes confesar tú misma que otro tipo de aflicción me atormenta.

Pregúntate tú, amor mío, si no es que eres en extremo cruel por haberme encarcelado, por haber destruido mi libertad. ¿Me darías la razón en la carta que debes escribirme inmediatamente, y hacer todo lo posible para consolarme a través de tus palabras? ¿Hacerla deliciosa como un barril de Papaverales para drogarme? Oh escribe las palabras más suaves que se te ocurran, y besa la hoja donde las escribas, para que yo toque con mis labios aquello donde los tuyos han estado.

En cuanto a mí, no tengo idea de cómo expresar mi fervor a figura tan hermosa como la tuya. Quisiera palabras más brillantes que brillantes, más adecuadas que adecuadas. Cómo quisiera que tú y yo fuéramos mariposas, y viviéramos sólo tres días de verano. Ya que tres días así contigo me inyectarían más felicidad que en cincuenta años normales pudiera encontrar.

Pero aunque yo me haya tornado egoísta, nunca actuaría egoístamente, ya que, como te dije hace unos días en Hampstead, nunca regresaré a Londres sin saber lo que es el éxito. Aunque pueda dirigir toda mi felicidad hacia ti, no puedo pedirte que estires tus sentimientos; si yo supiera que me amas tanto como yo te amo a ti, no podría esperar hasta mañana para verte, y ahora mismo correría hacia ti para encontrar el dulce placer de un abrazo tuyo.

Pero no; mi vida depende del azar y la esperanza. En caso de que una desgracia ocurriera, yo aún te amaría, pero ¡con qué encono odiaría a otro hombre!

Leí un poema hace poco, y sus versos aún retumban en mis oídos como doblar de campanas:

Ver esos ojos que más valoro que a los propios,
Mirar enamorados a otro,
Y ver esos dulces labios, humectados con néctar inmortal,
Apretados suavemente por alguien más:
Piensa, Francesca, qué maldición sería verte así,
Más allá de lo inefable.

John.

Escribe por favor inmediatamente. No hay servicio de correos en este sitio, así que debes remitir la carta a la Isla de Wright, en Newport. Sé que para cuando llegue la noche me reprocharé haberte escrito una carta tan fría, pero es mejor escribirte así, en la claridad de mis sentidos. Aunque estemos separados, que esto no sea un obstáculo para que seas amable conmigo.

Dale mis saludos a tu madre, mi amor a Margaret, y mis mejores deseos a tu hermano.