Por lo menos, algo así
Entonces ¿sí
sabes cómo llegar a mi casa?, preguntó Evelyn por celular, ¿No te pierdes?
Sí,
respondí yo. Miré mi reloj: 5 40 de la tarde.
¿Sí te
pierdes?, preguntó extrañada ella.
No, o sea,
sí sé cómo llegar a tu casa, dije yo, Sí recuerdo…
Bueno,
respondió Evelyn, Ps aquí te espero
Te hablo en
cuanto llegue, dije yo.
Sale pues,
dijo ella, y ambos colgamos.
Me embolsé
las llaves de mi departamento grotesco y, tras apagar las luces y también la
televisión y la cafetera, subí a mi carro para arrancar rumbo a la avenida
Revolución, la principal, y más ajetreada, avenida de la ciudad.
Ya en la
Revolución, manejé derecho, recibiendo algunos maltratos de otros conductores.
Pasado el centro comercial Plaza Nueva, viré hacia la derecha, en una cuchilla,
hacia la avenida Rosales, en construcción. En la Rosales manejé todo derecho
hasta llegar al semáforo, que estaba en rojo, de la Pérez Morín. Una vez en
verde, viraría hacia la derecha y seguirme todo todo derecho hasta llegar al
semáforo de la Siete Siglos; de ahí, unos cuantos movimientos, darme la U en un
retorno, unas cuantas cuadras más y ya, llegar hasta su frac. Ventaja: Más
rápido y menos semáforos.
Semáforo por
fin en verde, mejor viré hacia la izquierda. Desconocido el camino de la
izquierda para mí pero mi deseo en aquel momento era ver a Evelyn lo más rápido
posible, llegar a su casa, dar con la chica que me había dado una segunda cita.
Y es que, para mí, en aquel momento, a esas alturas de mi vida, con sinceridad
de corazón en la mano, una segunda cita era mucho que decir. Yo siempre había
tenido mala suerte con las mujeres; la ciudad nunca me había dado siquiera un
dejo de ternura, una caricia de amabilidad. Porque las mujeres que me
despertaban en mí un gusto o no me pelaban o me mandaban a la chingada después
de la primera cita y las que querían conmigo no me llegaron a gustar lo
suficientemente a mí. Llamaba esto el Síndrome del Soneto ese de Sor Juana, al
que ingrato me deja busco amante y demás fregaderas. Como sea, mi límite era la
primera cita y jamás pude pasar a una segunda. Por eso, que Evelyn, la hermosa
y agradable Evelyn, me diera una segunda cita era la excepción a la regla,
motivo de celebración, el resquicio hacia la vida nueva, la felicidad, el
futuro, carajo. ¿Ya entienden por qué debía llegar lo más rápido posible?
Sentía que todo dependía de aquello.
Luego luego
pasado el semáforo, entré a una calle, la Prados, pero unos metros más adelante
me detuvo un alto. Izquierda o derecha: Tomé la izquierda, hacia una calle
curveada, con casas grandes y ostentosas a la derecha, que a su vez me lanzó,
sin posibilidad de irme por hacia la derecha, que es adonde yo realmente debía
ir, otra vez hacia la izquierda. Me metí a una de esas calles de la derecha,
una tal Riachuelo, a ver qué encontraba por ahí. Un buen rato buscando el
mentado atajo y nada, nomás hice un espagueti enmarañado con mi recorrido y
vueltas. Evelyn aguardándome. Mejor, pensé, regresar hacia el alto de dos
direcciones y de ahí irme todo derecho, chance por ahí sí podía llegar.
Regresé, pero ahora no encontraba la salida hacia la calle Prados. Chingado,
qué onda, me decía, recorriendo cada calle y deteniéndome en sus esquinas para
ver si reconocía la calle que en primer lugar había recorrido. Otro buen rato
buscando la salida. Mi teléfono sin señal. Por fin encontré la mentada calle
Prados, por fin, chingado, ya era hora, órale, a salir de este laberinto. Pero
por más que manejaba, no encontraba aquel alto de dos direcciones. El sol
poniéndose. Después de varias maldiciones y cambiar de dirección varias veces,
desesperado hasta la náusea, me doy la U y le doy todo derecho, así, hasta
donde tope. Pero quién sabe cómo no me encuentro ya en la calle Prados, estoy
en la calle Bolivia, ¿cuándo giré a la Bolivia? ¿cuándo la Prados dejó de ser
la Prados? Ay no sé, me vale madre. Mi celular aún sin señal. Crepúsculo, casi
noche. Chingado, Evelyn de seguro toda desesperada. Veo más casas y más calles,
pero las calles están más maltratadas, hay más baches, y las casas son más
pálidas, tristes, definitivamente no son ostentosas. Parece que estoy en otra
zona de la ciudad. Comprendo que le he dado en la dirección opuesta, que yo
realmente debí irme en la dirección contraria. AH, grito con furia, y me
regreso y le piso a madre y decido irme todo todo derecho, así hasta donde
tope, no puede haber ahora pierde, ahora sí chingada madre, y luego, milagro,
en serio, casi milagro, encuentro el alto de dos direcciones, pero ¿cómo?, si
recuerdo haber pasado por aquí mil veces, increíble, da igual. Ya para entonces
ni de chiste pienso en tomar el camino hacia la derecha, me pienso ir por donde
siempre, chingue su madre, por ahí debí irme en un principio, maldita sea. ¿Qué
onda? En serio, ¿qué onda? El camino por la cual entré en primer lugar viniendo
de la avenida no está, de plano no está, es el mismo alto, lo reconozco
perfectamente bien, pero la calle que me haría salir hacia la avenida y de ahí
a tomar, chingue su madre, el camino de siempre hacia casa de Evelyn, no está.
Ay no sé, ni modo, me voy por el camino derecho y después de un súper ratotote
de buscar y meterme por calles no encuentro salida alguna: YA QUIERO SALIR. Evelyn
toda desesperada, de seguro, CHINGADA MADRE. Me bajo de la camioneta casi en la
esquina de la calle Robles, enseguida de una farmacia cerrada. Noche completa,
luna llena: No mames, es tardísimo, desde cuándo debí haber llegado. Pienso en
buscar a alguien que me dé direcciones específicas, casi casi un mapa, para
salirme de todo este embrollo. Sigo el ruido y las luces y por fin doy con una
michoacana. Gente comprando, comiendo, platicando. Le pregunto a alguien por
cómo salir, no sabe. Le pregunto a otra persona, tampoco sabe. Le pregunto a
todas y cada una, no saben, ni idea, ni sé de la avenida de la que hablas,
chavo, ¿seguro que eres de aquí? NO MAMEEEEES. Finalmente doy con alguien que
me dice cómo salir de este maldito laberinto, un hamburguesero en su puesto
callejero, y sí, me dice, a la Pérez de nuevo, está pelada, ponga atención
chavo, no me gusta repetir las cosas. Todo es tan complicado, no importa, yo me
acordaré. Regreso a madre hacia donde dejé estacionado mi carro, no encuentro
la calle, recorro muchas calles, regreso, doy mil vueltas, no la encuentro,
CHINGADOOOOOO. Por fin, calle Robles, voy a la esquina. Mi carro no está, la
farmacia tampoco, ésta es la calle Robles pero al mismo tiempo no es la calle
Robles, es otra calle, otra cosa, Evelyn, EVELYN, EVELYYYYYN.
Camino sin
rumbo, entre estas calles que parecen murallas, estos caminos que son como
laberintos vivos que se acomodan y reajustan según los ando con mis pasos
cansados de viandante extraviado. ¿Dónde estoy? ¿cómo llegué aquí? ¿cómo puedo salir
de aquí? Oh, pinche ciudad mía de mi corazón que tanto he amado, ¿por qué no me
permites tener siquiera un ínfimo respiro de vida entre toda esta perpetua
oscuridad?