domingo, 14 de septiembre de 2014

Instrucciones para perderse de camino a una segunda cita

Por lo menos, algo así

Entonces ¿sí sabes cómo llegar a mi casa?, preguntó Evelyn por celular, ¿No te pierdes?
Sí, respondí yo. Miré mi reloj: 5 40 de la tarde.
¿Sí te pierdes?, preguntó extrañada ella.
No, o sea, sí sé cómo llegar a tu casa, dije yo, Sí recuerdo…
Bueno, respondió Evelyn, Ps aquí te espero
Te hablo en cuanto llegue, dije yo.
Sale pues, dijo ella, y ambos colgamos.

Me embolsé las llaves de mi departamento grotesco y, tras apagar las luces y también la televisión y la cafetera, subí a mi carro para arrancar rumbo a la avenida Revolución, la principal, y más ajetreada, avenida de la ciudad.

Ya en la Revolución, manejé derecho, recibiendo algunos maltratos de otros conductores. Pasado el centro comercial Plaza Nueva, viré hacia la derecha, en una cuchilla, hacia la avenida Rosales, en construcción. En la Rosales manejé todo derecho hasta llegar al semáforo, que estaba en rojo, de la Pérez Morín. Una vez en verde, viraría hacia la derecha y seguirme todo todo derecho hasta llegar al semáforo de la Siete Siglos; de ahí, unos cuantos movimientos, darme la U en un retorno, unas cuantas cuadras más y ya, llegar hasta su frac. Ventaja: Más rápido y menos semáforos.

Semáforo por fin en verde, mejor viré hacia la izquierda. Desconocido el camino de la izquierda para mí pero mi deseo en aquel momento era ver a Evelyn lo más rápido posible, llegar a su casa, dar con la chica que me había dado una segunda cita. Y es que, para mí, en aquel momento, a esas alturas de mi vida, con sinceridad de corazón en la mano, una segunda cita era mucho que decir. Yo siempre había tenido mala suerte con las mujeres; la ciudad nunca me había dado siquiera un dejo de ternura, una caricia de amabilidad. Porque las mujeres que me despertaban en mí un gusto o no me pelaban o me mandaban a la chingada después de la primera cita y las que querían conmigo no me llegaron a gustar lo suficientemente a mí. Llamaba esto el Síndrome del Soneto ese de Sor Juana, al que ingrato me deja busco amante y demás fregaderas. Como sea, mi límite era la primera cita y jamás pude pasar a una segunda. Por eso, que Evelyn, la hermosa y agradable Evelyn, me diera una segunda cita era la excepción a la regla, motivo de celebración, el resquicio hacia la vida nueva, la felicidad, el futuro, carajo. ¿Ya entienden por qué debía llegar lo más rápido posible? Sentía que todo dependía de aquello.

Luego luego pasado el semáforo, entré a una calle, la Prados, pero unos metros más adelante me detuvo un alto. Izquierda o derecha: Tomé la izquierda, hacia una calle curveada, con casas grandes y ostentosas a la derecha, que a su vez me lanzó, sin posibilidad de irme por hacia la derecha, que es adonde yo realmente debía ir, otra vez hacia la izquierda. Me metí a una de esas calles de la derecha, una tal Riachuelo, a ver qué encontraba por ahí. Un buen rato buscando el mentado atajo y nada, nomás hice un espagueti enmarañado con mi recorrido y vueltas. Evelyn aguardándome. Mejor, pensé, regresar hacia el alto de dos direcciones y de ahí irme todo derecho, chance por ahí sí podía llegar. Regresé, pero ahora no encontraba la salida hacia la calle Prados. Chingado, qué onda, me decía, recorriendo cada calle y deteniéndome en sus esquinas para ver si reconocía la calle que en primer lugar había recorrido. Otro buen rato buscando la salida. Mi teléfono sin señal. Por fin encontré la mentada calle Prados, por fin, chingado, ya era hora, órale, a salir de este laberinto. Pero por más que manejaba, no encontraba aquel alto de dos direcciones. El sol poniéndose. Después de varias maldiciones y cambiar de dirección varias veces, desesperado hasta la náusea, me doy la U y le doy todo derecho, así, hasta donde tope. Pero quién sabe cómo no me encuentro ya en la calle Prados, estoy en la calle Bolivia, ¿cuándo giré a la Bolivia? ¿cuándo la Prados dejó de ser la Prados? Ay no sé, me vale madre. Mi celular aún sin señal. Crepúsculo, casi noche. Chingado, Evelyn de seguro toda desesperada. Veo más casas y más calles, pero las calles están más maltratadas, hay más baches, y las casas son más pálidas, tristes, definitivamente no son ostentosas. Parece que estoy en otra zona de la ciudad. Comprendo que le he dado en la dirección opuesta, que yo realmente debí irme en la dirección contraria. AH, grito con furia, y me regreso y le piso a madre y decido irme todo todo derecho, así hasta donde tope, no puede haber ahora pierde, ahora sí chingada madre, y luego, milagro, en serio, casi milagro, encuentro el alto de dos direcciones, pero ¿cómo?, si recuerdo haber pasado por aquí mil veces, increíble, da igual. Ya para entonces ni de chiste pienso en tomar el camino hacia la derecha, me pienso ir por donde siempre, chingue su madre, por ahí debí irme en un principio, maldita sea. ¿Qué onda? En serio, ¿qué onda? El camino por la cual entré en primer lugar viniendo de la avenida no está, de plano no está, es el mismo alto, lo reconozco perfectamente bien, pero la calle que me haría salir hacia la avenida y de ahí a tomar, chingue su madre, el camino de siempre hacia casa de Evelyn, no está. Ay no sé, ni modo, me voy por el camino derecho y después de un súper ratotote de buscar y meterme por calles no encuentro salida alguna: YA QUIERO SALIR. Evelyn toda desesperada, de seguro, CHINGADA MADRE. Me bajo de la camioneta casi en la esquina de la calle Robles, enseguida de una farmacia cerrada. Noche completa, luna llena: No mames, es tardísimo, desde cuándo debí haber llegado. Pienso en buscar a alguien que me dé direcciones específicas, casi casi un mapa, para salirme de todo este embrollo. Sigo el ruido y las luces y por fin doy con una michoacana. Gente comprando, comiendo, platicando. Le pregunto a alguien por cómo salir, no sabe. Le pregunto a otra persona, tampoco sabe. Le pregunto a todas y cada una, no saben, ni idea, ni sé de la avenida de la que hablas, chavo, ¿seguro que eres de aquí? NO MAMEEEEES. Finalmente doy con alguien que me dice cómo salir de este maldito laberinto, un hamburguesero en su puesto callejero, y sí, me dice, a la Pérez de nuevo, está pelada, ponga atención chavo, no me gusta repetir las cosas. Todo es tan complicado, no importa, yo me acordaré. Regreso a madre hacia donde dejé estacionado mi carro, no encuentro la calle, recorro muchas calles, regreso, doy mil vueltas, no la encuentro, CHINGADOOOOOO. Por fin, calle Robles, voy a la esquina. Mi carro no está, la farmacia tampoco, ésta es la calle Robles pero al mismo tiempo no es la calle Robles, es otra calle, otra cosa, Evelyn, EVELYN, EVELYYYYYN.


Camino sin rumbo, entre estas calles que parecen murallas, estos caminos que son como laberintos vivos que se acomodan y reajustan según los ando con mis pasos cansados de viandante extraviado. ¿Dónde estoy? ¿cómo llegué aquí? ¿cómo puedo salir de aquí? Oh, pinche ciudad mía de mi corazón que tanto he amado, ¿por qué no me permites tener siquiera un ínfimo respiro de vida entre toda esta perpetua oscuridad?