miércoles, 15 de mayo de 2013

Carta a una joven suicida



Nor shall we descend together to the dust
 – Job 17

Daniela. Nunca te lo dije antes, pero me fascina tu nombre. Ha de ser por la d y la n y la l. Sonidos alveolares, placenteros al pronunciar.

Te dejé dormida sobre tu cama hace dos noches, y a la mañana siguiente no me encontraste. No dejé ni un recado ni nada; simplemente partí, viendo la sangre del ruiseñor embarrada en la calle.  Es por eso que te escribo ahora. Quiero decirte que aquella noche que pasamos juntos fue la última vez que nos veremos. Desde ahora en adelante tú y yo caminaremos separados. Ya no contestaré los mensajes que me mandes cada semana. Tampoco acudiré a tu casa cada mes como ha sido hasta ahora. Ya no te buscaré más ni me permitiré ser encontrado por ti. Lo que hemos tenido, si es que es algo, si es que tiene nombre, se ha acabado. Sé que esta carta te puede tomar por sorpresa, y lo siento.

Daniela, yo todo este tiempo he estado esperando por ti – por tu llamada, por tu voz, algo, lo que sea, que me arroje de nuevo hacia tu puerta para verte siquiera un par de horas. Pero tu sangre es un caballo desbocado. Todas las noches sales a la ciudad a beber agua muerta de estanques luminosos. Abres tus venas, para que serpientes te alimenten con veneno dulce, mientras deliras soñando con horizontes ya perdidos. Y mientras tanto, el ruiseñor que vuela por tus cielos vuela y llora por la espina que se le encaja en el corazón. A veces recibo una llamada a mitad de la madrugada, y eres tú quien me está llamando. Yo contesto, y te escucho sollozar desde el otro lado de la línea. Me dices que te sientes abatida y triste y quisieras morir siquiera un minuto, sólo uno, para callar tu cuerpo hambriento que ruge dentro de ti. Yo te recuerdo que te quiero, y tú me pides que te lo susurre al oído, mientras ambos abrimos nuestras venas a la noche.

Y yo no puedo seguir con esto, Daniela. Ni por ti ni por nadie. Nunca te lo he dicho, no me gusta recordar aquellos días, pero mi sangre también fue un caballo desbocado. Un día probé, y al final creo que probé demasiado. Pero no podía vivir así por siempre, y una noche caí como cometa herido hasta mi desengaño. Me puse de pie, y hasta hoy de pie he estado. Si te sigo, sería como arrojarme de nuevo hacia la nada. ¿Quién me sacaría esta vez? Yo todo este tiempo sólo he visto cómo te marchitas, cómo te deshojas, cómo te secas. Y es cruel, doloroso, insoportable. Porque yo te quiero, y quisiera que solamente a mí me dieras tu sangre y tus amaneceres, y que respondieras únicamente al llamado de mi boca que como ola se abre para darte un beso. Tampoco puedo pedirte que cambies, porque no lo harías – por lo menos por mí. Y si lo hicieras, Daniela, ¿por cuánto tiempo sería? ¿Cuánto tiempo habría hasta tu adiós? Cada mañana me iría de ti con la amenaza de tu partida, y no tardaría mucho para que yo regrese una tarde y te encuentre con tus maletas en el suelo o una nota pegada en la pared. No. Tu boca sólo atiende el llamado del vino y la jeringa y el hartazgo.

Mas todo termina. Y un día escucharás al ruiseñor muriendo cada noche durante su vuelo. Y la noche se vaciará de estrellas y de luna. Y el mundo enmudecerá de luces, y con el silencio llegará tu desengaño. Y hasta entonces debemos separarnos.

Hasta entonces debemos separarnos. Y yo me iré de tu lado, y con mi anhelo te irás a tus relieves. Mas en la lejanía del cariño ausente soñaré con tu locura. Espero que tu desengaño venga pronto, y que en la oscuridad que se aproxima alcances a ver la luz de mi recuerdo, y que regreses, amor, y que regreses a mí dorada como un sueño. Que yo, paciente como un faro, te esperaré hasta el día en que decidas volver a mi lado.