miércoles, 8 de abril de 2015

Mario

Pues te diré, mi carnal el Mario era un bato cuya vida giraba en torno a Facebook. Trabajaba como administrador de redes sociales de una banda de rock local, los Cacos, y siempre se la pasaba posteando, twitteando, platicando por Facebook, subiendo fotos a Instagram, agarrándose a palabras con gente, a todas horas, en todo lugar, incluso en las actividades C: comer, cagar y coger. El bato nunca dejaba Facebook en paz; eran de plano inseparables, como uña y mugre. Luego vino la balacera de la Tecnológico, dos heridos, cinco muertos, y, según mi carnal, él pudo haber sido el sexto, de no ser porque vio en Facebook la publicación de alguien sobre el desmadre que acaecía en la avenida, salvando así su vida. Facebook era como su ventana hacia el mundo, la nariz por la cual respiraba, así de intenso era mi carnal. A mí me desesperaba harto porque vivíamos juntos, éramos roomies y así, y a veces el bato me hablaba desde su cuarto para pedirme que prendiera la cafela o respondiera a la puerta o contestara el teléfono, cosas de ese tipo. Mario, le solía decir de frente, cara a cara, Deja de hablarme por inbox, no manches, me tienes a un lado, me haces sentir como a un fantasma. Pero el bato no capeó la onda y siguió haciendo lo mismo; por mi parte, no insistí más. Mario no era mi hijo, era mi carnal.

Así que supongo que entenderán cómo el bato se debió poner cuando se cayó Facebook, acá, inesperadamente. Sucedió una noche de pronto, y Facebook tardaba mucho en cargarse, retachaba patrás los mensajes, ya no se actualizaba nada en el muro, y al poco tiempo salió el mensaje -

N’hombre, mi carnal se puso como un loco. Bueno, la verdad no se puso como loco, pero se desesperó un bien, Eh carnal, me dijo, No manches, qué le pasa a Facebook, ¿no se carga?, No, ps no se carga, Chingada madre, ¿y ahora?, Y ahora ps a esperar, chavo, qué se le hará, ¿o quieres que le llame al Mark Zuckchingatumadre para que lo arregle en fa o qué?, No ps si puedes, te lo agradecería, No manche, ese. Total, esperamos un ratillo, yo en ese momento platicaba con mi morra, la Lupe, pero al cabo de media hora, también me di por rendido, y mejor me fui a hacer otras cosas. Mi carnal aún aferrado en el Facebook, y ya cuando el bato comprendió que por lo menos durante el resto de la noche el Facebook no iba a regresar, se rindió y mejor se fue a pistear con sus compas, pero estoy seguro que entre pisto y pisto y frajo y frajo, sacaba su cel de su chamarra café – esa chamarra apestosa que siempre usaba cuando salía – para ver si Facebook ya había regresado.

Al día siguiente, como era Semana Santa, mi carnal no fue a trabajar, pero esto le hizo como el viento a Juárez, porque cuando me levanté tempranillo – yo sí tenía que trabajar – y bajé a la cocina pa tomar mi confleis, ¡el bato estaba pegado a la compu! ¿Qué tranza, carnal?, lo saludé, ¿Ya desayunaste? ¡No! El bato aún no había desayunado; había gastado todas sus horas desde que se levantó en preocuparse y ocuparse de que Facebook pronto regresara. Estás de vacas, le dije, No tienes que usar Facebook hasta cuando regreses, además tienes Twitter e Instagram y Whatsapp, así que desconectado desconectado, no estás. Simón, me dijo, Pero mis compas casi no usan Twitter, usan Facebook, respondió, Entonces ellos han de estar igual que tú, dije, Así que mejor salgan al mundo y hagan algo, no sé, algo. Pero mi carnal no hizo caso, muy al contrario. Había horas enteras que dedicaba a presionar la tecla F5 de su teclado, actualizando la página, esperando que en una de ésas, la pantalla cambiara de gris a azul con blanco, pero no, nada, y lo hacía como si el regreso de Facebook fuese algo que dependiera enteramente de él. Bien raro. Luego, mi carnal se ponía bien intenso, bien dramático, bien ansioso, como si lo que sucedía en el mundo y la vida, sus amigos y conocidos, cercanía y lejanía, todo lo consumiera vía Facebook, y ahora que estaba desconectado, era como si el mundo se callara y se congelara en un presente perpetuo de silencio y desierto. Como si la vida, la vida que en verdad contaba y no la otra, esa que se puede desperdiciar, se le escapara, como agua entre las manos, y sucediera acá en un lugar bien lejos de él, y lo desquiciara acá machín. Ahora mi carnal podía leer, podía correr, podía bailar, podía hacer lo que se le diera la gana, tal cual lo había hecho durante toda la vida antes del Facebook, pero no, el bato no podía, era como si la vida sin Facebook fuese la revista aburrida de homeopatía que se lee al esperar al médico, la canción simplona del elevador que se escucha mientras se viaja al piso deseado, algo que hacía sólo para matar el tiempo, porque en realidad lo suyo suyo era estar en otra parte, atender el llamado que le lanzaban desde algún rincón de eso que llaman el ciberespacio. Total, lo dejé hacer lo que él quisiera; finalmente yo no lo iba a hacer cambiar de opinión. Como dije al principio, Mario no era mi hijo; era mi carnal.

Más o menos así pasó la primera semana de vacaciones; mi carnal gravitando alrededor de la computadora o el cel, sin despegarse un solo momento, y yo pidiéndole que tocara el suelo, que regresara al mundo real, pero siempre para pura pérdida. Para entonces Facebook ya había regresado un día, no recuerdo cuál, pero sólo para volverse a ir. Supongo que los batos de Facebook pudieron hacerlo regresar un poco, pero no lo pudieron sostener por mucho. N’hombre, mi carnal, por su parte, andaba pero mega picadote, atento a cada movimiento de la inerte red social, no separándose de la compu o el cel en cambio de que, como papá que abandonó a su familia en plena madrugada, regresara en cualquier momento, picándole F5 al teclado ya sin siquiera esperar a que el Facebook regresara, algo así como un tic nervioso, no sé. Una noche llegué a casa del jale con comida para hacer tacos de carne asada. Llegué con un buen de bolsas en las manos, pero era como si no hubiera llegado, porque mi carnal ni enterado se dio, y no fue hasta cuando le di un bachoncillo pa que se dejara de mermas, que agarró la onda. Eh, bato, le dije, Traje pa cenar tacos, ayúdame a lavar la verdura, ándale. Pero mi carnal no me ayudaba. Llegará en cualquier momento, me dijo. Pero no regresará, respondí yo, Sólo porque tú le estés picando a cada rato.

Como yo no me iba a quedar con hambre nomás porque el bato no me iba a ayudar, me fui a la cocina para hacerme los tacos yo solo.

Sólo que el constante teclear in crescendo de la F5 traspasaba la pared de la cocina que me taladreaba el cerebro. En ese momento me imaginé a mi carnal bien serio, bien clavado, viendo fijamente a la pantalla, concentrado como si estuviera en el momento de su vida y, a medida que más picaba la tecla F5, más se acercaba ahí, adonde él quería estar, adonde él pertenecía, adónde durante por una semana había intentado regresar. En eso Ahh, lo escuché gritar. No fue un gritó acá mortal, fue más bien un grito de mordedura de hormiga. Bien pude seguir en la cocina, pero por algo quise salir a ver qué había pasado.

No encontré nada. La silla estaba vacía aunque la computadora, con Facebook, el cual ya había regresado. Llamé a mi carnal, pero mi carnal no respondió. Bah, qué raro.

En eso, me llegó una notificación al celular.

Era de mi carnal.

Qué onda, carnalito, me dijo, Sorry haberte asustado.

¿On tás, Mario?, pregunté.

Aquí en el Facebook, respondió, Dentro del Facebook. No sé cómo pasó, sólo pasó...

Ya veo, respondí, ¿Algún día regresarás?

Nel, no creo, dijo, Pero no te agüites, estoy bien, estoy a todo dar, me siento en la zona, como dicen, pero no te agüites, carnal, seguiremos en touch, te lo prometo, ¿simonkis?, al rato vengo, voy a explorar.

Ps vas, respondí, Está bien.

Cerré la conversación.

Ésa fue la última vez que vi a mi carnal el Mario. Desde entonces nos hablamos casi todos los días, casualón el asunto. De vez en cuando postea cosas, videos musicales, pensamientos, cosas que se le ocurren. A veces, lo admito, me agüito, pero luego recuerdo que está donde siempre quiso estar. Lo único que me hace ruido es si allá en donde está tienen la necesidad de cotorrear como nosotros - mi carnal y yo le llamamos cotorrear al acto de tener sexo. No le pregunto nada pa no verme metichón, pero quién sabe. Quizá al rato le formule la pregunta.