jueves, 23 de abril de 2015

El hombre enfermo

Jonas Johanssen, médico inglés de la época del Renacimiento, estaba fastidiado de enfermarse a cada rato de gripa, de alergia, del estómago, pero le daba miedo probar métodos alternativos que requerían un mayor esfuerzo. No, decía, Yo lo único que quiero es prescindir de los síntomas, no de la enfermedad. Por esto, Jonas se dio a la tarea de diseñar una pastilla que le permitiera no solamente borrar los síntomas de toda alergia, sino también los síntomas de la gripa, la migraña, el estreñimiento y todos los males físicos que pudiera haber en el mundo, para almacenarlos en su cuerpo, como si el cuerpo fuera un banco de crédito que nunca pasara factura alguna. Día noche y noche y día se dedicó en cuerpo y mente a crear esta pastilla mágica que le hiciera la vida más cómoda (mientras intentaba, también, crear un invento que lo hiciera comunicarse más fácilmente con sus colegas que vivían en Roma, y otro invento que lo ayudara a conservar su carne comestible después de haber matado a la vaca; si no la consumía luego luego, la carne se echaba a perder). Tuvo días pesadillescos en los que no creía encontrar la clave, días en que las pocas fórmulas aprendidas en la escuela por completo le fallaban. Muchas veces quiso dejar todo botado y mejor acostumbrarse a la pena e incómoda situación de ser un hombre que estornudara sus tripas apenas llegara la primavera o tener que batallar para ir al baño. Sólo que un día el hallazgo lo asaltó mientras se encontraba dormido, después de tomarse una pastilla a la que no le tenía mucho pero que al último fue lo suficientemente efectiva como para cortarle el estreñimiento y controlarle la alergia y la gripa y los continuos dolores de cabeza. Jonas se despertó feliz y triunfante y supo que por fin había dado con el hallazgo del siglo y fue el hombre más feliz del mundo. 

Eso sí: al final de su vida, su cuerpo quedó desmoronado y en ruinas debido a lo que los médicos definieron como un vómito que albergaba todos los males que nunca quiso padecer, el cual Jonas jamás se atrevió a expulsar de su cuerpo. Porque ah, casi se me olvida mencionar: también le daba asco vomitar.