‘Lindo
perro mío, bello perro, pulguiento, acércate, ven y respira este delicioso
perfume, que compré para ti en la mejor perfumería de la ciudad’.
Y el perro,
moviendo la cola, signo, yo creo, de esos pobres seres, de la sonrisa y la
alegría, viene y curioso acerca su húmeda nariz en la boca del frasco; y en
seguida, salta hacia atrás con súbito temor, y me lanza un ladrido, como reproche.