Ma vie est
monotone. Je chasse les poules, les hommes me chassent. Toutes les poules se
ressemblent, et tous les hommes se ressemblent. Je m'ennuie donc un peu. Mais,
si tu m'apprivoises, ma vie sera comme ensoleillée. Je connaîtrai un bruit de
pas qui sera différent de tous les autres. Les autres pas me font rentrer sous
terre. Le tien m'appellera hors du terrier, comme une musique. Et puis regarde
! Tu vois, là-bas, les champs de blé ? Je ne mange pas de pain. Le blé pour moi
est inutile. Les champs de blé ne me rappellent rien. Et ça, c'est triste !
Mais tu as des cheveux couleur d'or. Alors ce sera merveilleux quand tu m'auras
apprivoisé ! Le blé, qui est doré, me fera souvenir de toi. Et
j'aimerai le bruit du vent dans le blé...
– Le Petit Prince,
Antoine de Saint-Exupéry
No soy grosero, ¿por qué dices que soy grosero?
¿porque no saludé a Viridiana? Más bien fue Viridiana quien no me saludó a mí.
¿Por qué lo digo? Porque es cierto. Ver a Viridiana es la única razón por la
que vine contigo a la fiesta. En algún momento estuve esperando este día
ansiosamente. Viridiana me vio, sé que me vio; sus ojos se encontraron con los
míos, esperaba a que se acercara a mí y me dijese hola pero de inmediato me
retiró la mirada. Así que no fui yo. Pero ¡bah! Qué diablos, ya vamos de
salida, la fiesta terminó, está oscuro y frío aquí afuera, así que no importa
lo que no haya sucedido allá dentro. A Viridiana no le importó lo que sucedió
entre nosotros en el verano hace un año. ¿No sabías que hubo algo entre
Viridiana y yo? Ah sí, nunca te conté; solamente estuviste presente algunas
veces cuando llegamos a salir en la noche. Si quieres te cuento; no tengo nada
que hacer más que caminar hacia la parada del autobús para ir a casa.
¿Recuerdas el cumpleaños de Meme el año pasado, cuando
no quise ir a su fiesta porque me sentía enfermo? Bueno, mentí. No estaba
enfermo; estaba hastiado de la gente. No quería salir, no quería ver a nadie.
Qué raro de mí, ¿no? Pero ése fue el pretexto que te di. Sin embargo, cuando
prendí mi computadora para escuchar música antes de ponerme a leer un libro,
¿quién crees que me habló por la red? Viridiana.
Holis, me saludó (así me saludaba ella).
¿Cómo estás? ¿harás algo esta noche?, preguntó.
Hola Viridiana, respondí. No, ¿por qué? ¿me vas a
invitar a algún lado?, pregunté irónico.
Mm de hecho sí, respondió.
Iré a una fiesta por el parque de Villahermosa, ¿qué
te parece si vamos?
¿Estás bromeando?, pregunté.
No, respondió. Vamos
De nuevo, ¿estás bromeando?
Que no. Responde, ándale. Porque ya me tengo que ir a
cambiar
¿Estás bromeando? No te creas, ya pues. Está bien,
respondí. Pero no quiero entrar a ninguna fiesta, repliqué berrinchudo. ¿Qué
tal si mejor nos salimos y vamos a caminar por el parque que está por ahí?
¿Yo invitándote y aún así te pones exigente?, me
respondió.
No, repliqué al instante.
Si tú quieres ir a la fiesta, entramos a la fiesta;
pero prefiero que vayamos a un parque.
Está bien, iremos al parque, respondió, haremos lo que
tú digas.
Qué sarcástica, respondí.
Llámame cuando llegues, tienes mi número, ¿cierto? Sí,
respondí. Bien, nos vemos ahí, ya me voy, xoxo, y se desconectó.
Me bañé, me cambié y treinta minutos después salí de
mi casa rumbo al parque Villahermosa. Era la primera vez que saldría con
Viridiana. A decir verdad, creo que era la primera vez que cruzaría palabra con
ella – en persona, me refiero. Habíamos hablado durante los últimos seis meses
únicamente por internet. ¿Te acuerdas que una vez fuimos a una fiesta en casa
de José Luis, el que estudia odontología? Bueno, no sé si recuerdes que nos
acoplaron a un círculo de gente que estudiaba odontología. Ahí la conocí.
Viridiana era la única que estudiaba arquitectura; es por eso que saludó al
resto de tus amigos. Sólo la vi esa vez. Al siguiente día varias personas
agregaron mi cuenta de correo; recibí como cinco o seis invitaciones: era la
gente que habíamos conocido la noche anterior. Una de esas invitaciones era la
de Viridiana. Le hablé porque era la única mujer que me agregó: ¡para qué
querría estar hablando con hombres!
Hola, la saludé.
Hola, me respondió.
¿Quién eres?, pregunté.
Viri, respondió.
Ah Viri…
¿Te conozco o algo?
Amm sí. Ayer, en la fiesta de José Luis. Eras el de
chamarra negro, ¿no? El de cabello largo
Había muchos con chamarra negra de cabello largo
Pero el que estudia letras o algo así, amigo de Marco
Ah sí, entonces sí, reí. Mucho gusto
Igual
Te fuiste temprano, ¿no? No recuerdo haberte visto
después que dijiste que irías al baño, algo así
Ah sí
¿Y eso?
Aburrido. Por cierto, ¿cómo estuvo el final?
Igual que como la dejaste; no te perdiste de nada
Claro. Oye, ¿Cuál es tu libro favorito?
Historia de cronopios y famas, de Julio Cortázar,
respondí. ¿Por qué?
Nomás. Bueno, chico amigo de Marco, me tengo que ir,
hablamos después, xoxo
Y ésa fue mi primera conversación con Viridiana.
Ahora, puede que no parezca la gran cosa porque no lo fue. Pero ¿sabes? ¿No te
sucede que a veces conoces a alguien, y aunque no te causa la mejor de las
primeras impresiones aún sientes deseos de hablarle después? Bueno, algo así me
sucedió con Viridiana. Durante la fiesta no cruzamos palabra alguna, y por
internet no era la mejor de las conversadoras. A decir verdad, hablaba como con
cierta molestia, como despachadora de tienda que atiende a un cliente mientras
lee una revista o ve la televisión. Bueno, algo así era Viridiana. Y hasta
sentía una cierta condescendencia de su parte, como si su mente estuviera
siempre ausente, pensando en otras cosas, y te dijera lo básico para que no preguntaras
por ella. Era raro, no lo sé, así es la maldita atracción.
Durante los siguientes meses no hablamos. La primera
conversación que tuve con ella al parecer fue la última. De vez en cuando la saludé,
pero fue muy casual, porque ella no me hacía conversación ni seguía la mía.
Quise darle el beneficio de la duda, así que supuse que estaba ocupada aquellas
veces en que le mandé un mensaje para saludarla, pero al final creo que se me
olvidó saludarla hasta que al final me olvidé de ella. Pero meses después, una
madrugada de julio cuando no podía dormir, me levanté y decidí prender la
computadora para leer el diccionario por un rato. Y a los pocos segundos
alguien me saludó.
Hola, me escribieron.
Hola
¿Cómo estás?
Con insomnio. ¿Tú qué tal?
Bien
Me alegro
Sí…
Oye, ¿quién eres?
¿Ya no me recuerdas?
Recordaba el correo; lo tenía ahí en mis contactos,
pero en ese momento no podía identificar de quién era.
No, lo siento, dije.
Qué mala memoria
Algo
Soy Viridiana
…
Eres amigo de Henry, ¿no?
Sí… ¡oh ya recuerdo!
Por fin
Lo siento, es que no tengo cabeza para pensar ahorita
Ya veo
¿Qué has hecho?
Vacaciones en las playas de Mazatlán, ¿y tú?
Mirar la pared
¿Y eso?
No he salido para nada de mi casa
¿Por?
Nomás
Y seguimos conversando toda la noche de la misma parca
manera. Me contó que entraría a estudiar arquitectura y a clases de portugués,
puesto que quería irse de intercambio a Brasil al año siguiente. Ya hasta tengo
reservado el lugar y todo, me dijo. ¿En serio?, pregunté. No, respondió. Pero
los tendré. Ya cuando nos despedimos era cuando salió el sol en Mazatlán y aquí
ya eran las siete de la mañana; me esperé con Viridiana hasta que saliera el
solo para que ella por fin pudiera irse a dormir. ¿Por qué hasta que saliera el
sol? No lo sé, así lo quiso y yo no le vi el problema en acompañarla en la
distancia. Cuando regreses a Juárez a ver si hacemos algo, le dije. Sí,
respondió.
Pero el verano pasó, ella regresó a Juárez, pero no
nos veíamos. Oye, le decía cuando la veía conectada, ¿estás libre el fin de semana?
Hagamos algo
Amm estaré ocupada, respondía. Tengo planes ya. No
puedo el viernes; tal vez el próximo fin de semana, ¿sí? Mejor el viernes. A
ver si el sábado. Estoy cansada. Tengo mucha tarea. Y respuestas así es las que
siempre me daba cuando la invitaba a salir. Llegaron días cuando me cansé y
resolví en ya no volverla a invitar a salir. Pero no sé por qué siempre la
volvía a invitar. A veces, los viernes, cuando llegaba de la escuela al
departamento y ya la tarde comenzaba a declinar, me esperanzaba a mí mismo con
la absurda idea de que tal el día de hoy Viridiana aceptara salir conmigo. A
veces me respondía que sí, pero cuando intentaba fijar una fecha ella se hacía
la loca, me cambiaba de tema.
Vamos, responde, le decía yo.
Contestarte ¿qué, querido?
¿Qué día saldremos?
Ah eso, pronto, pronto, ten paciencia
Pero si paciencia te he tenido todo este tiempo
Bueno, está bien
¿Está bien qué?
Lo que dices, oye, tengo que irme ya, adiós xoxo
Sólo la había visto una vez y ni siquiera hablábamos:
¿porqué seguir de rogón con ella? Oh no sé, llámame tonto, masoquista incluso,
pero sentía un extraño placer en insistirle, porque creo que llego un punto en
el que salir con ella ya no era importante: insistirle con la esperanza de que
aceptara era diversión con ella. Hasta que una noche de marzo finalmente aceptó
en salir conmigo.
Al llegar afuera de la fiesta le llamé por teléfono;
Viridiana salió a los pocos minutos. Se veía linda esa noche. Aquella imagen
que me había dibujado de ella hace un año se desdibujó por completo de mi mente
en cuanto la vi de nuevo al salir por la puerta de esa casa, y hasta el día de
hoy sigue intacta en mi cabeza. Me llamó la atención que llevara una bandita
morada puesta en la cabeza y una chamarra que más bien era de hombre y le
quedaba grande. Se veía graciosa e inexplicablemente atractiva.
Bonita chamarra, reí cuando se acercó a mí.
Cállate, respondió, aparentando enfadarse.
¿No iremos adentro?
No; iremos al parque, como dijiste
¿Quieres ir al parque?
¿Por qué no?
¿Porque hace frío?
Por eso traje esta chamarra, es de un amigo, Lester
Vaya, qué amable en prestártela
Tengo ganas de fumar, vamos a comprar unos cigarros a
la tienda
Vamos
Después de comprar los cigarros, fuimos y nos sentamos
sobre una banca del parque.
Oye, le pregunté, ¿por qué aceptaste mi invitación
hasta ahorita?
Nomás, me volteó a ver directamente a los ojos, y ni
siquiera sonreía.
¿Así de directa?
Aspiró de su cigarro: ¿algún problema?, me preguntó.
Si quieres me voy
…
¿eh? ¿no responderás? Qué grosero eh, no responder a
las preguntas que te hacen los demás, muy mal, cronopio
Tienes mala ortografía
Si, no me importa
Escribes “han” sin h
Y solamente porque lo dices lo haré a propósito
Oh en ese momento me entró la hirviente idea de
ponerme de pie y de decirle: Vete, adelante, por mí no hay problema, me estarás
haciendo un favor. Pero repentinamente, no sé por qué, mi enojo se enervó y lo
que salió de mi boca fue un: no, no te vayas, quédate aquí conmigo, quiero que
estés esta noche conmigo.
Oh Dios, pero qué idiota me estaba comportando. Pero
para serte sincero decirle aquello último y decírselo tan dulce y sinceramente
era lo que me nació hacer. Viridiana me hacía sentir tan vivo… Después de
terminada la fiesta, frente a su casa, sentí unas ganas locas de poner mis
labios sobre los suyos, calientes, pero me contuve. Me sentía inseguro para
acercarme tan íntimamente hacia ella. Así que sólo le dije adiós y me fui a la
casa con su cajetilla de cigarros en la bolsa porque Viridiana decidió
obsequiármelos.
Viridiana y yo seguimos hablando en línea durante la
siguiente semana. Y sorpresivamente aceptó a salir conmigo de nuevo; la invité
a salir a un bar con mis amigos.
De acuerdo, cronopio, me respondió. ¿A qué hora pasas
por mí?
Esa noche pasé por ella a las nueve. A las 8:30, de
camino hacia su casa, me llamó al celular. ¿Sí vendrás por mí verdad?, me
preguntó.
Sí, respondí extrañado. Tal como quedamos…
¿A qué hora sales de tu casa?
Ya estoy en camino
Oh está bien, aquí te espero, cronopio, besos, y
colgó.
En el bar, después de algunos tragos coquetos, según
su expresión, y de media hora de estar conversando en una esquina apartados de
mis amigos, Viridiana y yo nos abrazamos por primera vez.
Estás muy alto, me dijo, bájate un poquito, y me
abrazó. Cuando la abracé, oh Dios, sentí una calidez tan placentera en el pecho
y en los brazos, como cuando estás cansado y por fin llegas a tu casa a echarte
sobre la cama.
Hueles rico, le susurré.
Tú también, cronopio, me respondió. Y ahí, apartados
de la gente, en una esquina de un bar ruidosa, me aventuré a darle un beso.
Ahí vas, me dijo, volteándome la cara.
¿Qué?
¿Por qué me quieres besar?
Me gustas, dije sintiendo sin tratar de ocultar mis
sentimientos.
Viridiana no contestó nada y bajó la mirada para verse
las uñas. Así estuvo durante un tiempo cuando noté una pareja a varios metros
de mí, besándose. Era Victoria. Oh no es posible, pensé. Sentí algo estrujarse
dentro de mi pecho y ensordecí para el mundo de afuera.
¿Qué ves?, me preguntó Viridiana volteando hacia donde
yo veía.
Nada, mentí. Y seguí viendo
Oye, ponme atención, dijo con una nota de súplica en
su voz. Volteé a verla pero de inmediato subí la mirada para seguir viendo a
Victoria besándose con otro tipo. Viridiana se echó hacia mí y comenzó a
apretarme con suavidad por la espalda y, súbitamente, Viridiana me dio un beso.
En otro caso, con otra mujer, un beso arrebatado como aquel no me hubiera
provocado nada. No soy grosero, soy un caballero y se lo hubiera respondido,
abriendo los ojos de vez en cuando para echarme sal en los ojos al ver a la
mujer de quien estuve enamorado cuatro años besándose frente a mí con un
desconocido. Pero esa vez fue diferente. Sintiendo algo caliente dentro de mí,
tomé el rostro de Viridiana entre las manos y apenas y acerqué mis labios para
que rozaran los suyos, que tibios recibían mi lengua que buscaba enlazar la
tuya con la mía, Viridiana, como un par de manos que se entrelazan con los
dedos, mis labios que como caminantes en una playa buscan resguardarse de la
lluvia en la cueva de tu boca, mis manos que avanzan más y más, de tu cintura
al centro de tu espalda, por debajo de tu blusa, porque alguien alguna vez les
dijo que, mientras más palpen y más suavidad en las yemas de los dedos sientan,
un calor secreto premiará su hambre, sed de saliva, en algún momento abrí los
ojos sólo para saber que estaba sucediendo algo que mi cuerpo desde hace tiempo
me pidió de ti, Viridiana, de ti.
Ah qué tristeza, qué dolor tan exquisito el recuerdo
de aquella noche. Hubo un momento en que una chica con un chico se me acercó y
me saludó.
Oye, tú eres el autor de los poemas de la revista
Semanal, ¿no?
Sí…
Soy Julieta (una lectora que leyó mis poemas en la
revista Semanal y que quiso escribirme y con la que desde entonces mantenía un intercambio
epistolar). Qué sorpresa encontrarte aquí
Oh hola, Julieta
Te vi y te reconocí por las fotos de la revista. ¿Cómo
estás?
… bien, gracias
Me alegro. Oye, ¿quieres tomarte unos tragos conmigo?
Mira, ven y te presento a mis amigos…
Híjole, es que ando ocupado, ahorita te hablo, ¿te
parece?
Oh está bien, ahorita nos vemos, pero me hablas eh
Sí, y se fue.
Cuando volteé a ver a Viridiana, me dijo con voz
serena y dulce, sin sonreír (Viridiana rara vez sonreía): qué grosero, no me
presentaste con tu amiga
Oh disculpa, contesté. Es que me tomó sorpresa
… su amigo nomás se me quedaba viendo con cara de
hola, ¿cómo estás?
En serio, disculpa
Ya ni lo digas, ya pasó, dijo molesta.
Bueno, entonces seguiré viendo lo que estaba viendo
hace apenas unos minutos
No, no, dijo abrazándome. Te disculpo, te disculpo, no
hay problema.
Oh si supieras cuánto me gustó que Viridiana dijera
eso. Claramente afectaba arrepentimiento, pero dentro de ese juego alcancé a
ver un rasgo de sinceridad. Viridiana quería que le diera su lugar, que la
tratase como persona, a algunas mujeres que he conocido en la vida les hubiera
importado un comino si las hubiera presentado o no, porque a ellas les hubiera
presentado un comino no presentarme con los demás. Viridiana exigía atención,
lo que significaba que ella estaba dispuesta a darme atención a mí.
Al día siguiente, que prendí la computadora, al cabo
de un par de minutos, Viridiana me mandó un mensaje.
Salúdame
Hola Viri
Amm debiste saludarme en cuanto te conectaste
¿Ah sí?
Sí. Debiste preguntarme: ¿qué haremos hoy?
Oh qué hermosa, Viridiana aún me exigía atención, me
exigía a mí, a mis palabras, mi interés. Yo no podía hacer nada más que
conmoverme y rendirme por voluntad propia ante ella.
Hagamos lo que tú quieras, contesté.
Amm hay una fiesta de cumpleaños de un amigo en un
antro
Vamos, pero no quiero entrar, ¡quedémonos afuera!
De acuerdo
Al llegar al antro, entró a felicitar a su amigo;
salió, y luego fuimos a sentarnos al alumbrado estacionamiento del hotel que
estaba detrás del antro. No había nadie en el estacionamiento. Vi que había una
pared del estacionamiento cubierta de enredaderas.
Esa pared me recuerda un poema, comenté.
¿Ah sí, cuál?
Te lo digo si me das un beso
No hay trato
Cerré los ojos.
"Mis miradas te cubren como yedra / eres una
ciudad que el mar asedia / una muralla que la luz divide / en dos mitades de
color durazno, / un paraje de sal, rocas y pájaros / bajo la ley del mediodía
absorto".
¿De quién es?
Octavio Paz
Ah
Contéstame algo
Dime
¿Cuál es tu peor temor en la vida?
Mi peor temor
Sí
Déjame pensar. Dime cuál es el tuyo
Fracaso en el amor. A eso sí le tengo mucho miedo
¿Por?
Amm he fracasado antes. Mi último novio me engañó con
una amiga en un viaje. Me dolió mucho, dijo expulsando aire por la boca,
tranquilamente, como si estuviera contándome como a los nueve años se cayó de
la bicicleta. Y oh si supieras cuánto desee cómo deseé, si supieras cuánto, que
ella estuviera a mi lado para abrazarla, consolarla diciendo que ya, ya, todo
va a estar bien, no te preocupes, ya ya, yo soy como tú, un ser herido también,
un cronopio como una vez me llamaste, te quiero ahora pero puedo quererte más,
solamente ven aquí, eres una hermosa fuente de palabras mudas, un nocturno mar
de agua quieta y silenciosa, un muro de ladrillos sin palabras, ven, ven,
háblame con tu silencio que tanto me gusta y te gusta, el ruido es una
trasgresión en nuestro mundo, lo sé, contigo y conmigo el habla prescinde de la
lengua y los dientes y las gargantas y los oídos y si te acercas más puedo
saber lo que me sienten tus latidos sin hablar, virgen de lenguaje, surtidora
de afonías, ámame como yo te amo, ámame como el silencio ama las bocas
cerradas, y sólo ábrela si la mía se acerca la tuya, que ha de ser porque
quiere en un beso decirte un poco más de mil palabras, amor mío, Viridiana, mi
Viridiana, mi amor mío, mi silencio, mi Viridiana, mía, mía, mi Viridiana. Y
fue en ese momento que decidí enamorarme de ella. Al cabo de unas horas me dijo
que ya era hora de partir y se puso de pie, seguida de mí. ¡Abrázame!, con tono
berrinchudo, y abrazándome. La abracé, sentí una deliciosa calidez entre mis
brazos. Y, antes de que pudiera preverlo, Viridiana me estampó un beso directo
a la boca. Le respondí el beso de inmediato. Y así, besándonos con los ojos
cerrados, abrazados por la cintura, caminamos hacia la parada del autobús. Yo
terminé extasiado de tanto probar su saliva caliente. Y al llegar a la parada
de autobús, después de acompañarla a su casa, súbitamente resentí el peso de su
futura partida a Brasil, como una piedra soltada a mis espaldas, y pensé en el
momento en que la volvería a ver. Aún no se iba, aún ni compraba el boleto de
avión para Brasil, aún había tiempo para tenerla a mi lado y conversar, pero yo
ya la estaba extrañando, y peor aún, yo ya la estaba deseando de vuelta.
Pensaba que su partida era inevitable, pero que su regreso sería el día más
alegre que hubiera tenido en mucho tiempo. Como niño que espera la navidad, yo
esperaba cada día ese regreso, porque sería un día mágico. Porque, pensé:
Viridiana y yo nos seguiremos viendo hasta el día en que tuviera que partir,
alimentando un cariño mutuo y recíproco con silencios y palabras y besos y
miradas. La acompañaré al aeropuerto ese triste día, la despediré. Y cada día
que pase, antes de dormir, depositaré una moneda en la alcancía de mis deseos,
llenándola poco a poco, hasta que tenga que romperla el día que la vuelva
regresar por la puerta que se la llevó, y estaré alegre y enamorado y sereno y
mi vida estará completa.
Pero esto nunca se cumplió. Viridiana y yo no nos
volvimos a hablar. Un día la invité a salir, pero me dijo que estaba ocupada.
Pues ¿qué has hecho?, le pregunté.
Estar con el novio, respondió.
¿Qué? ¿el novio? Pero ¿cómo…? ¿cuándo? No entiendo,
¿por qué?, pero ya no le dije nada. Me lo dijo así de simple, así de directo,
en la computadora. No estaba bromeando; tenía una foto de ella besando en la
mejilla a su novio: qué más palabras necesitaba, qué más explicaciones quería.
No pude seguir hablando con ella. No estaba enojado, solamente estupefacto.
Apagué la computadora y salí de mi casa a caminar sin ningún lugar como
destino; sólo sentí la necesidad de caminar.
Dos semanas después fui al antro ese contigo,
¿recuerdas? Ahí la volví a ver. De hecho tú me la señalaste. Dijiste: ahí está
Viridiana. Y yo la vi, tomada de la mano con un tipo, seguramente su novio. De
pronto, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia nosotros. Pasó a mi lado y
me sonrió con una sonrisa estirada pero sin abrir la boca y me dijo hola con
los dedos. Yo la saludé pero no le dije nada más. Tres meses después Viridiana
partió a Brasil; me enteré por el amigo de un amigo quien lo comentó en una
fiesta: que una amiga suya se fue de intercambio a Brasil por un año. Yo no
dije nada.
Viridiana regresó antier, hoy la volví a ver Pero algo
ya no era lo mismo, y ¿sabes qué fue? Yo. Yo ya no era lo mismo. Viridiana ya
no significaba nada para mí. Cuando me dijo aquello de su novio, en ese momento
cualquier sentimiento que sentía se desvaneció. Cualquier cosa que se hubiera
dado entre nosotros ya no se iba a dar. Viridiana fue como un pulmón o un
hígado, un nuevo órgano vital formándose dentro de mis entrañas, pero que
alguien vino a pisotear como a un huevo: el órgano ya no se formó, mas yo aún
siento sus flemas amarillas corriendo por mi cuerpo. Y Viridiana ahora ha
venido a pasar a ser otra más de mis nostalgias. En fin. ¿Tienes cambio para el
autobús? Si no tienes, puedo prestarte lo que falte.