lunes, 2 de enero de 2012

Viridiana, otra de mis nostalgias


Ma vie est monotone. Je chasse les poules, les hommes me chassent. Toutes les poules se ressemblent, et tous les hommes se ressemblent. Je m'ennuie donc un peu. Mais, si tu m'apprivoises, ma vie sera comme ensoleillée. Je connaîtrai un bruit de pas qui sera différent de tous les autres. Les autres pas me font rentrer sous terre. Le tien m'appellera hors du terrier, comme une musique. Et puis regarde ! Tu vois, là-bas, les champs de blé ? Je ne mange pas de pain. Le blé pour moi est inutile. Les champs de blé ne me rappellent rien. Et ça, c'est triste ! Mais tu as des cheveux couleur d'or. Alors ce sera merveilleux quand tu m'auras apprivoisé ! Le blé, qui est doré, me fera souvenir de toi. Et j'aimerai le bruit du vent dans le blé...
  Le Petit Prince, Antoine de Saint-Exupéry

No soy grosero, ¿por qué dices que soy grosero? ¿porque no saludé a Viridiana? Más bien fue Viridiana quien no me saludó a mí. ¿Por qué lo digo? Porque es cierto. Ver a Viridiana es la única razón por la que vine contigo a la fiesta. En algún momento estuve esperando este día ansiosamente. Viridiana me vio, sé que me vio; sus ojos se encontraron con los míos, esperaba a que se acercara a mí y me dijese hola pero de inmediato me retiró la mirada. Así que no fui yo. Pero ¡bah! Qué diablos, ya vamos de salida, la fiesta terminó, está oscuro y frío aquí afuera, así que no importa lo que no haya sucedido allá dentro. A Viridiana no le importó lo que sucedió entre nosotros en el verano hace un año. ¿No sabías que hubo algo entre Viridiana y yo? Ah sí, nunca te conté; solamente estuviste presente algunas veces cuando llegamos a salir en la noche. Si quieres te cuento; no tengo nada que hacer más que caminar hacia la parada del autobús para ir a casa.

¿Recuerdas el cumpleaños de Meme el año pasado, cuando no quise ir a su fiesta porque me sentía enfermo? Bueno, mentí. No estaba enfermo; estaba hastiado de la gente. No quería salir, no quería ver a nadie. Qué raro de mí, ¿no? Pero ése fue el pretexto que te di. Sin embargo, cuando prendí mi computadora para escuchar música antes de ponerme a leer un libro, ¿quién crees que me habló por la red? Viridiana.

Holis, me saludó (así me saludaba ella).
¿Cómo estás? ¿harás algo esta noche?, preguntó.
Hola Viridiana, respondí. No, ¿por qué? ¿me vas a invitar a algún lado?, pregunté irónico.
Mm de hecho sí, respondió.
Iré a una fiesta por el parque de Villahermosa, ¿qué te parece si vamos?
¿Estás bromeando?, pregunté.
No, respondió. Vamos
De nuevo, ¿estás bromeando?
Que no. Responde, ándale. Porque ya me tengo que ir a cambiar
¿Estás bromeando? No te creas, ya pues. Está bien, respondí. Pero no quiero entrar a ninguna fiesta, repliqué berrinchudo. ¿Qué tal si mejor nos salimos y vamos a caminar por el parque que está por ahí?
¿Yo invitándote y aún así te pones exigente?, me respondió.
No, repliqué al instante.
Si tú quieres ir a la fiesta, entramos a la fiesta; pero prefiero que vayamos a un parque.
Está bien, iremos al parque, respondió, haremos lo que tú digas.
Qué sarcástica, respondí.
Llámame cuando llegues, tienes mi número, ¿cierto? Sí, respondí. Bien, nos vemos ahí, ya me voy, xoxo, y se desconectó.

Me bañé, me cambié y treinta minutos después salí de mi casa rumbo al parque Villahermosa. Era la primera vez que saldría con Viridiana. A decir verdad, creo que era la primera vez que cruzaría palabra con ella – en persona, me refiero. Habíamos hablado durante los últimos seis meses únicamente por internet. ¿Te acuerdas que una vez fuimos a una fiesta en casa de José Luis, el que estudia odontología? Bueno, no sé si recuerdes que nos acoplaron a un círculo de gente que estudiaba odontología. Ahí la conocí. Viridiana era la única que estudiaba arquitectura; es por eso que saludó al resto de tus amigos. Sólo la vi esa vez. Al siguiente día varias personas agregaron mi cuenta de correo; recibí como cinco o seis invitaciones: era la gente que habíamos conocido la noche anterior. Una de esas invitaciones era la de Viridiana. Le hablé porque era la única mujer que me agregó: ¡para qué querría estar hablando con hombres!

Hola, la saludé.
Hola, me respondió.
¿Quién eres?, pregunté.
Viri, respondió.
Ah Viri…
¿Te conozco o algo?
Amm sí. Ayer, en la fiesta de José Luis. Eras el de chamarra negro, ¿no? El de cabello largo
Había muchos con chamarra negra de cabello largo
Pero el que estudia letras o algo así, amigo de Marco
Ah sí, entonces sí, reí. Mucho gusto
Igual
Te fuiste temprano, ¿no? No recuerdo haberte visto después que dijiste que irías al baño, algo así
Ah sí
¿Y eso?
Aburrido. Por cierto, ¿cómo estuvo el final?
Igual que como la dejaste; no te perdiste de nada
Claro. Oye, ¿Cuál es tu libro favorito?
Historia de cronopios y famas, de Julio Cortázar, respondí. ¿Por qué?
Nomás. Bueno, chico amigo de Marco, me tengo que ir, hablamos después, xoxo

Y ésa fue mi primera conversación con Viridiana. Ahora, puede que no parezca la gran cosa porque no lo fue. Pero ¿sabes? ¿No te sucede que a veces conoces a alguien, y aunque no te causa la mejor de las primeras impresiones aún sientes deseos de hablarle después? Bueno, algo así me sucedió con Viridiana. Durante la fiesta no cruzamos palabra alguna, y por internet no era la mejor de las conversadoras. A decir verdad, hablaba como con cierta molestia, como despachadora de tienda que atiende a un cliente mientras lee una revista o ve la televisión. Bueno, algo así era Viridiana. Y hasta sentía una cierta condescendencia de su parte, como si su mente estuviera siempre ausente, pensando en otras cosas, y te dijera lo básico para que no preguntaras por ella. Era raro, no lo sé, así es la maldita atracción.

Durante los siguientes meses no hablamos. La primera conversación que tuve con ella al parecer fue la última. De vez en cuando la saludé, pero fue muy casual, porque ella no me hacía conversación ni seguía la mía. Quise darle el beneficio de la duda, así que supuse que estaba ocupada aquellas veces en que le mandé un mensaje para saludarla, pero al final creo que se me olvidó saludarla hasta que al final me olvidé de ella. Pero meses después, una madrugada de julio cuando no podía dormir, me levanté y decidí prender la computadora para leer el diccionario por un rato. Y a los pocos segundos alguien me saludó.

Hola, me escribieron.
Hola
¿Cómo estás?
Con insomnio. ¿Tú qué tal?
Bien
Me alegro
Sí…
Oye, ¿quién eres?
¿Ya no me recuerdas?

Recordaba el correo; lo tenía ahí en mis contactos, pero en ese momento no podía identificar de quién era.

No, lo siento, dije.
Qué mala memoria
Algo
Soy Viridiana
Eres amigo de Henry, ¿no?
Sí… ¡oh ya recuerdo!
Por fin
Lo siento, es que no tengo cabeza para pensar ahorita
Ya veo
¿Qué has hecho?
Vacaciones en las playas de Mazatlán, ¿y tú?
Mirar la pared
¿Y eso?
No he salido para nada de mi casa
¿Por?
Nomás

Y seguimos conversando toda la noche de la misma parca manera. Me contó que entraría a estudiar arquitectura y a clases de portugués, puesto que quería irse de intercambio a Brasil al año siguiente. Ya hasta tengo reservado el lugar y todo, me dijo. ¿En serio?, pregunté. No, respondió. Pero los tendré. Ya cuando nos despedimos era cuando salió el sol en Mazatlán y aquí ya eran las siete de la mañana; me esperé con Viridiana hasta que saliera el solo para que ella por fin pudiera irse a dormir. ¿Por qué hasta que saliera el sol? No lo sé, así lo quiso y yo no le vi el problema en acompañarla en la distancia. Cuando regreses a Juárez a ver si hacemos algo, le dije. Sí, respondió.

Pero el verano pasó, ella regresó a Juárez, pero no nos veíamos. Oye, le decía cuando la veía conectada, ¿estás libre el fin de semana? Hagamos algo

Amm estaré ocupada, respondía. Tengo planes ya. No puedo el viernes; tal vez el próximo fin de semana, ¿sí? Mejor el viernes. A ver si el sábado. Estoy cansada. Tengo mucha tarea. Y respuestas así es las que siempre me daba cuando la invitaba a salir. Llegaron días cuando me cansé y resolví en ya no volverla a invitar a salir. Pero no sé por qué siempre la volvía a invitar. A veces, los viernes, cuando llegaba de la escuela al departamento y ya la tarde comenzaba a declinar, me esperanzaba a mí mismo con la absurda idea de que tal el día de hoy Viridiana aceptara salir conmigo. A veces me respondía que sí, pero cuando intentaba fijar una fecha ella se hacía la loca, me cambiaba de tema.

Vamos, responde, le decía yo.
Contestarte ¿qué, querido?
¿Qué día saldremos?
Ah eso, pronto, pronto, ten paciencia
Pero si paciencia te he tenido todo este tiempo
Bueno, está bien
¿Está bien qué?
Lo que dices, oye, tengo que irme ya, adiós xoxo

Sólo la había visto una vez y ni siquiera hablábamos: ¿porqué seguir de rogón con ella? Oh no sé, llámame tonto, masoquista incluso, pero sentía un extraño placer en insistirle, porque creo que llego un punto en el que salir con ella ya no era importante: insistirle con la esperanza de que aceptara era diversión con ella. Hasta que una noche de marzo finalmente aceptó en salir conmigo.

Al llegar afuera de la fiesta le llamé por teléfono; Viridiana salió a los pocos minutos. Se veía linda esa noche. Aquella imagen que me había dibujado de ella hace un año se desdibujó por completo de mi mente en cuanto la vi de nuevo al salir por la puerta de esa casa, y hasta el día de hoy sigue intacta en mi cabeza. Me llamó la atención que llevara una bandita morada puesta en la cabeza y una chamarra que más bien era de hombre y le quedaba grande. Se veía graciosa e inexplicablemente atractiva.

Bonita chamarra, reí cuando se acercó a mí.
Cállate, respondió, aparentando enfadarse.
¿No iremos adentro?
No; iremos al parque, como dijiste
¿Quieres ir al parque?
¿Por qué no?
¿Porque hace frío?
Por eso traje esta chamarra, es de un amigo, Lester
Vaya, qué amable en prestártela
Tengo ganas de fumar, vamos a comprar unos cigarros a la tienda
Vamos

Después de comprar los cigarros, fuimos y nos sentamos sobre una banca del parque.

Oye, le pregunté, ¿por qué aceptaste mi invitación hasta ahorita?
Nomás, me volteó a ver directamente a los ojos, y ni siquiera sonreía.
¿Así de directa?
Aspiró de su cigarro: ¿algún problema?, me preguntó. Si quieres me voy
¿eh? ¿no responderás? Qué grosero eh, no responder a las preguntas que te hacen los demás, muy mal, cronopio
Tienes mala ortografía
Si, no me importa
Escribes “han” sin h
Y solamente porque lo dices lo haré a propósito

Oh en ese momento me entró la hirviente idea de ponerme de pie y de decirle: Vete, adelante, por mí no hay problema, me estarás haciendo un favor. Pero repentinamente, no sé por qué, mi enojo se enervó y lo que salió de mi boca fue un: no, no te vayas, quédate aquí conmigo, quiero que estés esta noche conmigo.

Oh Dios, pero qué idiota me estaba comportando. Pero para serte sincero decirle aquello último y decírselo tan dulce y sinceramente era lo que me nació hacer. Viridiana me hacía sentir tan vivo… Después de terminada la fiesta, frente a su casa, sentí unas ganas locas de poner mis labios sobre los suyos, calientes, pero me contuve. Me sentía inseguro para acercarme tan íntimamente hacia ella. Así que sólo le dije adiós y me fui a la casa con su cajetilla de cigarros en la bolsa porque Viridiana decidió obsequiármelos.

Viridiana y yo seguimos hablando en línea durante la siguiente semana. Y sorpresivamente aceptó a salir conmigo de nuevo; la invité a salir a un bar con mis amigos.

De acuerdo, cronopio, me respondió. ¿A qué hora pasas por mí?

Esa noche pasé por ella a las nueve. A las 8:30, de camino hacia su casa, me llamó al celular. ¿Sí vendrás por mí verdad?, me preguntó.
Sí, respondí extrañado. Tal como quedamos…
¿A qué hora sales de tu casa?
Ya estoy en camino
Oh está bien, aquí te espero, cronopio, besos, y colgó.

En el bar, después de algunos tragos coquetos, según su expresión, y de media hora de estar conversando en una esquina apartados de mis amigos, Viridiana y yo nos abrazamos por primera vez.

Estás muy alto, me dijo, bájate un poquito, y me abrazó. Cuando la abracé, oh Dios, sentí una calidez tan placentera en el pecho y en los brazos, como cuando estás cansado y por fin llegas a tu casa a echarte sobre la cama.

Hueles rico, le susurré.
Tú también, cronopio, me respondió. Y ahí, apartados de la gente, en una esquina de un bar ruidosa, me aventuré a darle un beso.

Ahí vas, me dijo, volteándome la cara.
¿Qué?
¿Por qué me quieres besar?
Me gustas, dije sintiendo sin tratar de ocultar mis sentimientos.
Viridiana no contestó nada y bajó la mirada para verse las uñas. Así estuvo durante un tiempo cuando noté una pareja a varios metros de mí, besándose. Era Victoria. Oh no es posible, pensé. Sentí algo estrujarse dentro de mi pecho y ensordecí para el mundo de afuera.

¿Qué ves?, me preguntó Viridiana volteando hacia donde yo veía.
Nada, mentí. Y seguí viendo
Oye, ponme atención, dijo con una nota de súplica en su voz. Volteé a verla pero de inmediato subí la mirada para seguir viendo a Victoria besándose con otro tipo. Viridiana se echó hacia mí y comenzó a apretarme con suavidad por la espalda y, súbitamente, Viridiana me dio un beso. En otro caso, con otra mujer, un beso arrebatado como aquel no me hubiera provocado nada. No soy grosero, soy un caballero y se lo hubiera respondido, abriendo los ojos de vez en cuando para echarme sal en los ojos al ver a la mujer de quien estuve enamorado cuatro años besándose frente a mí con un desconocido. Pero esa vez fue diferente. Sintiendo algo caliente dentro de mí, tomé el rostro de Viridiana entre las manos y apenas y acerqué mis labios para que rozaran los suyos, que tibios recibían mi lengua que buscaba enlazar la tuya con la mía, Viridiana, como un par de manos que se entrelazan con los dedos, mis labios que como caminantes en una playa buscan resguardarse de la lluvia en la cueva de tu boca, mis manos que avanzan más y más, de tu cintura al centro de tu espalda, por debajo de tu blusa, porque alguien alguna vez les dijo que, mientras más palpen y más suavidad en las yemas de los dedos sientan, un calor secreto premiará su hambre, sed de saliva, en algún momento abrí los ojos sólo para saber que estaba sucediendo algo que mi cuerpo desde hace tiempo me pidió de ti, Viridiana, de ti.

Ah qué tristeza, qué dolor tan exquisito el recuerdo de aquella noche. Hubo un momento en que una chica con un chico se me acercó y me saludó.

Oye, tú eres el autor de los poemas de la revista Semanal, ¿no?
Sí…
Soy Julieta (una lectora que leyó mis poemas en la revista Semanal y que quiso escribirme y con la que desde entonces mantenía un intercambio epistolar). Qué sorpresa encontrarte aquí
Oh hola, Julieta
Te vi y te reconocí por las fotos de la revista. ¿Cómo estás?
… bien, gracias
Me alegro. Oye, ¿quieres tomarte unos tragos conmigo? Mira, ven y te presento a mis amigos…
Híjole, es que ando ocupado, ahorita te hablo, ¿te parece?
Oh está bien, ahorita nos vemos, pero me hablas eh
Sí, y se fue.

Cuando volteé a ver a Viridiana, me dijo con voz serena y dulce, sin sonreír (Viridiana rara vez sonreía): qué grosero, no me presentaste con tu amiga
Oh disculpa, contesté. Es que me tomó sorpresa
… su amigo nomás se me quedaba viendo con cara de hola, ¿cómo estás?
En serio, disculpa
Ya ni lo digas, ya pasó, dijo molesta.
Bueno, entonces seguiré viendo lo que estaba viendo hace apenas unos minutos
No, no, dijo abrazándome. Te disculpo, te disculpo, no hay problema.

Oh si supieras cuánto me gustó que Viridiana dijera eso. Claramente afectaba arrepentimiento, pero dentro de ese juego alcancé a ver un rasgo de sinceridad. Viridiana quería que le diera su lugar, que la tratase como persona, a algunas mujeres que he conocido en la vida les hubiera importado un comino si las hubiera presentado o no, porque a ellas les hubiera presentado un comino no presentarme con los demás. Viridiana exigía atención, lo que significaba que ella estaba dispuesta a darme atención a mí.

Al día siguiente, que prendí la computadora, al cabo de un par de minutos, Viridiana me mandó un mensaje.

Salúdame
Hola Viri
Amm debiste saludarme en cuanto te conectaste
¿Ah sí?
Sí. Debiste preguntarme: ¿qué haremos hoy?

Oh qué hermosa, Viridiana aún me exigía atención, me exigía a mí, a mis palabras, mi interés. Yo no podía hacer nada más que conmoverme y rendirme por voluntad propia ante ella.

Hagamos lo que tú quieras, contesté.
Amm hay una fiesta de cumpleaños de un amigo en un antro
Vamos, pero no quiero entrar, ¡quedémonos afuera!
De acuerdo

Al llegar al antro, entró a felicitar a su amigo; salió, y luego fuimos a sentarnos al alumbrado estacionamiento del hotel que estaba detrás del antro. No había nadie en el estacionamiento. Vi que había una pared del estacionamiento cubierta de enredaderas.

Esa pared me recuerda un poema, comenté.
¿Ah sí, cuál?
Te lo digo si me das un beso
No hay trato
Cerré los ojos.
"Mis miradas te cubren como yedra / eres una ciudad que el mar asedia / una muralla que la luz divide / en dos mitades de color durazno, / un paraje de sal, rocas y pájaros / bajo la ley del mediodía absorto".
¿De quién es?
Octavio Paz
Ah
Contéstame algo
Dime
¿Cuál es tu peor temor en la vida?
Mi peor temor
Déjame pensar. Dime cuál es el tuyo
Fracaso en el amor. A eso sí le tengo mucho miedo
¿Por?
Amm he fracasado antes. Mi último novio me engañó con una amiga en un viaje. Me dolió mucho, dijo expulsando aire por la boca, tranquilamente, como si estuviera contándome como a los nueve años se cayó de la bicicleta. Y oh si supieras cuánto desee cómo deseé, si supieras cuánto, que ella estuviera a mi lado para abrazarla, consolarla diciendo que ya, ya, todo va a estar bien, no te preocupes, ya ya, yo soy como tú, un ser herido también, un cronopio como una vez me llamaste, te quiero ahora pero puedo quererte más, solamente ven aquí, eres una hermosa fuente de palabras mudas, un nocturno mar de agua quieta y silenciosa, un muro de ladrillos sin palabras, ven, ven, háblame con tu silencio que tanto me gusta y te gusta, el ruido es una trasgresión en nuestro mundo, lo sé, contigo y conmigo el habla prescinde de la lengua y los dientes y las gargantas y los oídos y si te acercas más puedo saber lo que me sienten tus latidos sin hablar, virgen de lenguaje, surtidora de afonías, ámame como yo te amo, ámame como el silencio ama las bocas cerradas, y sólo ábrela si la mía se acerca la tuya, que ha de ser porque quiere en un beso decirte un poco más de mil palabras, amor mío, Viridiana, mi Viridiana, mi amor mío, mi silencio, mi Viridiana, mía, mía, mi Viridiana. Y fue en ese momento que decidí enamorarme de ella. Al cabo de unas horas me dijo que ya era hora de partir y se puso de pie, seguida de mí. ¡Abrázame!, con tono berrinchudo, y abrazándome. La abracé, sentí una deliciosa calidez entre mis brazos. Y, antes de que pudiera preverlo, Viridiana me estampó un beso directo a la boca. Le respondí el beso de inmediato. Y así, besándonos con los ojos cerrados, abrazados por la cintura, caminamos hacia la parada del autobús. Yo terminé extasiado de tanto probar su saliva caliente. Y al llegar a la parada de autobús, después de acompañarla a su casa, súbitamente resentí el peso de su futura partida a Brasil, como una piedra soltada a mis espaldas, y pensé en el momento en que la volvería a ver. Aún no se iba, aún ni compraba el boleto de avión para Brasil, aún había tiempo para tenerla a mi lado y conversar, pero yo ya la estaba extrañando, y peor aún, yo ya la estaba deseando de vuelta. Pensaba que su partida era inevitable, pero que su regreso sería el día más alegre que hubiera tenido en mucho tiempo. Como niño que espera la navidad, yo esperaba cada día ese regreso, porque sería un día mágico. Porque, pensé: Viridiana y yo nos seguiremos viendo hasta el día en que tuviera que partir, alimentando un cariño mutuo y recíproco con silencios y palabras y besos y miradas. La acompañaré al aeropuerto ese triste día, la despediré. Y cada día que pase, antes de dormir, depositaré una moneda en la alcancía de mis deseos, llenándola poco a poco, hasta que tenga que romperla el día que la vuelva regresar por la puerta que se la llevó, y estaré alegre y enamorado y sereno y mi vida estará completa.

Pero esto nunca se cumplió. Viridiana y yo no nos volvimos a hablar. Un día la invité a salir, pero me dijo que estaba ocupada.

Pues ¿qué has hecho?, le pregunté.
Estar con el novio, respondió.
¿Qué? ¿el novio? Pero ¿cómo…? ¿cuándo? No entiendo, ¿por qué?, pero ya no le dije nada. Me lo dijo así de simple, así de directo, en la computadora. No estaba bromeando; tenía una foto de ella besando en la mejilla a su novio: qué más palabras necesitaba, qué más explicaciones quería. No pude seguir hablando con ella. No estaba enojado, solamente estupefacto. Apagué la computadora y salí de mi casa a caminar sin ningún lugar como destino; sólo sentí la necesidad de caminar.

Dos semanas después fui al antro ese contigo, ¿recuerdas? Ahí la volví a ver. De hecho tú me la señalaste. Dijiste: ahí está Viridiana. Y yo la vi, tomada de la mano con un tipo, seguramente su novio. De pronto, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia nosotros. Pasó a mi lado y me sonrió con una sonrisa estirada pero sin abrir la boca y me dijo hola con los dedos. Yo la saludé pero no le dije nada más. Tres meses después Viridiana partió a Brasil; me enteré por el amigo de un amigo quien lo comentó en una fiesta: que una amiga suya se fue de intercambio a Brasil por un año. Yo no dije nada.

Viridiana regresó antier, hoy la volví a ver Pero algo ya no era lo mismo, y ¿sabes qué fue? Yo. Yo ya no era lo mismo. Viridiana ya no significaba nada para mí. Cuando me dijo aquello de su novio, en ese momento cualquier sentimiento que sentía se desvaneció. Cualquier cosa que se hubiera dado entre nosotros ya no se iba a dar. Viridiana fue como un pulmón o un hígado, un nuevo órgano vital formándose dentro de mis entrañas, pero que alguien vino a pisotear como a un huevo: el órgano ya no se formó, mas yo aún siento sus flemas amarillas corriendo por mi cuerpo. Y Viridiana ahora ha venido a pasar a ser otra más de mis nostalgias. En fin. ¿Tienes cambio para el autobús? Si no tienes, puedo prestarte lo que falte.