sábado, 14 de junio de 2014

Mensaje hallado en una cajetilla de cigarros

Mi nombre no importa (por lo menos, por ahora); lo que importa es lo que soy (y lo que soy definiré más adelante). La pregunta urgente es, más bien, dónde anido. Y anido, pues, solo, en este morada de andamiajes oscuros e indescifrables y pasillos interminables cuya solución únicamente yo conozco, dentro del mundo pero al mismo tiempo alejado de él. Ignoro por qué me encuentro aquí; ignoro si se debe al azar o designo de los dioses o ese mentado ente ubicuo que llaman destino (el cual, dicho sea de paso, me parece una aberración, porque yo creo en el libre albedrío y yo soy dueño absoluto de mi destino, excepto que yo, a diferencia de muchos, sí estoy destinado para la grandeza; en esto el hado sí existe y me tiene un camino ya trazado: el de la grandeza). Lo cierto es que un conflicto me supone estar aquí porque, ahora sí, ¿quién soy yo? Soy, en pocas palabras y para no exagerar, un ser grandioso, hermoso, excepcional, brillante, un ser dotado de mil y un dones y talentos y aptitudes para la vida, una estrella radiante enviada a la tierra única y exclusivamente para brillar. Esto que les digo no digo por vanidad o arrogancia (detesto a las personas que se dan ínfulas de lo que no son), en resumidas cuentas, no por subjetividad, sino todo lo contrario: Objetividad. El único compañero perpetuo que tengo aquí en mi morada es el espejo, el cual me refleja verdades objetivas que, me gusten o no, las quiera o no, allí están. Además, brillar es lo de menos. Soy de la firme convicción de que se me ha enviado a la vida tocado por los dioses, o lo que sea que me haya creado (porque yo sé que existe un creador), para el mejoramiento del mundo.

Por tal razón, imaginen cuán triste es mi situación, ésta de encontrarme aquí, encerrado en mi morada, mientras el mundo, ése al que vine a ayudar, a enriquecer, el cual, despreciable e ingrato, ignora mi existencia, y sigue girando inconsciente de que yo, alguien como yo, existe, sin tener el lugar que le corresponde. En cambio, a manos llenas su estima y adoración regalan a imbéciles y pelmazos que no poseen ni la mitad del talento que yo en una mano, sin escatimar. Tontos, ingenuos, ciegos estúpidos. No sé quién es peor: Ustedes los farsantes que, autocomplacientes, se congratulan por hacer cosas en realidad mediocres pero que al ojo experto dejan mucho que desear o ustedes los patéticos inocentes que se dejan comprar al no ser capaces de ver más allá de sus narices, o sea, a mí. Yo sé esto porque nuestros mundos colindan y noches enteras paso en vigilia observando con lupa estudiosa lo que sucede en el mundo exterior. Estoy muy al tanto de lo que sucede afuera de morada.

Si puedo salir, entonces, ¿por qué no salgo?, algunos se han de preguntar. Sí salgo, de noche siempre (de día absolutamente no), mas no es por timidez ni incapacidad. Más bien porque prefiero aguardar el día en que yo recorra la tierra con la distinción que desde el nacimiento se me ha prometido, para lo cual necesito, y deseo con fervor, ser encontrado. Yo no puedo darme a conocer porque esto sí es síntoma de vanidad y pretensión y yo estoy por encima de estas actitudes. Además, no. Simplemente no puedo hacerlo. Por eso paso mis días aguardando por ese alguien que sea dueño – o dueña – de la pericia para rasgar los pasillos de mis aposentos hasta dar conmigo y descubrir qué soy yo y llevarme hacia el exterior. Quienes piensen, por prejuicio o temor, que les haré daño, no tienen que temer. A contrario de los rumores malditos y las formas que adopta mi sombra oscura, soy inofensivo. No albergo sentimientos de destrucción hacia ustedes sino puros, vehementes deseos de ser alcanzado, invadido, penetrado. Liberado. Les aseguro que el día en que por fin esto me suceda, todos los terribles pensamientos hacia ustedes y el mundo se esfumarán en un instante. Deseo rendirme ante ustedes.

En ocasiones, por descuido por respuesta a este mensaje, personas – específicamente mujeres – entran aquí. Me ven, las veo, nos encontramos, y por un instante mi salida parece real pero nunca se concreta: Algunas terminan yéndose, para mi pesar; otras se quedan, también para mi pesar. Los primeros casos me llenan de amargura; los segundos de tristeza. No importa; mi fe es grande. Ese día tiene que venir, el día en que yo por fin sea descubierto y visto por lo que soy. Hasta ese entonces mi orgullo y vanidad justificados son monedas de oro depositados en una alcancía que cada momento crece más y que algún día rico me hará. Y ese día, oh, casi puedo saborearlo, será sublime. Justificará este mi encierro, de principio a fin mi existencia. Abro mis ojos gastados por el insomnio y mi imaginación vigorosa cada mañana y los cierro cada noche con esta ilusión dentro de mí.


Este mensaje, que me ha embrujado por leerlo más de cien veces, encontré un día en la calle en que, imaginando mi futuro como poeta, vagaba solitario y triste como siempre.