miércoles, 13 de julio de 2016

El hombre que gustaba crear castillos en el aire

Bueno, no solamente castillos. Renato gustaba de construir ciudades enteras. Pasaba horas y horas construyendo edificios, casas, parques, calles y callejones, personas, todo lo que se encuentra en una ciudad. Cuando se cansaba de construir o le llamaba más la atención alguna otra idea, la abandonaba para que el viento se la llevara. Así era con todas las ciudades, excepto con una que una noche de abril comenzó a construir. La idea lo asaltó mientras caminaba hacia el trabajo y no la soltó en toda la tarde, para enojo de su jefe. Ya en casa, intentó dormir pero la ciudad en construcción no lo dejaba en paz ni él a ella. Le gustó demasiado. Era la primera ciudad en la cual él se sentía cómodo. Todo era a su gusto y predilección. Las calles eran modernas y limpias, sin baches; no había accidentes de tráfico; los parques no los ensuciaba nadie, las personas eran corteses y buscaban no estorbar a sus vecinos. Renato dedicó horas enteras a la ampliación de la ciudad y la llevaba a todas partes para que en los momentos libres o muertos pudiera refinar alguna calle o ampliar más parque. Fascinación por la ciudad. El problema era que la ciudad cada vez se hacía más pesada, y se hacía más pesada porque se hacía más real. A Renato no le importó. Es más, ni siquiera lo notó. Maravillado y absorto por su creación, no sentía el peso que cualquier otro (o quizá no cualquier otro) hubiera sentido acercarse, lentamente, hacia él. Creía que no era real, aunque sí lo era, y por eso no la abandonaba. A costa de su trabajo y su esposa embarazada y cinco hijos, cada día dedicaba un par de horas a la construcción de parques y a la refinación de edificios hermosos, inconsciente de que las nubes que sostenían la ciudad flotando en el aire se resquebrajaban como débiles maderas por encima de él. En un momento las nubes terminaron por romperse y la ciudad le cayó encima y Renato apenas y tuvo el tiempo suficiente para sostenerla con sus propias manos. Una voz le dijo Déjala ir y Renato por un momento pensó en dejarla ir, pero no, no podía, la ciudad era demasiado bella, demasiado perfecta, la utopía inalcanzable que el mundo le había negado, no podía dejarla ir así como así, sería un crimen, un insulto, me niego, no, no quiero dejarla ir nunca, NOOOOO. Passs. La ciudad cayó sobre Renato, aplastándolo completamente. No aplastó a los ciudadanos de la ciudad en la que antes vivía; los ciudadanos solamente se maravillaron al salir a las calles y ver una ciudad totalmente distinta, más limpia y colorida que antes. Unos cuantos se quedaron perplejos, pero fueron los que estaban cerca de Renato cuando, repentinamente, lo vieron desplomarse en medio de la calle. Lo llevaron al hospital donde lo declararon muerto. Su esposa llorando rabia lo insultaba en su tumba mientras que sus hijos, desconcertados, aún no terminaban de asimilar la idea de que papi ya no iba nunca a regresar a casa.