viernes, 8 de julio de 2016

Supermercado en California

Cómo he pensado en ti, Walt Whitman, al recorrer las calles bajo los árboles con jaqueca, consciente de mí, siguiendo la luna llena.
En mi hambrienta fatiga, consumiendo imágenes, fui al supermercado, soñando en tus enumeraciones.
Qué duraznos, qué penumbras. Familias enteras comprando de noche. Pasillos repletos de esposos, esposas en los aguacates, recién nacidos en los tomates. Y tú, García Lorca, ¿qué hacías ahí junto a las sandías?
Te vi, Walt Whitman, viejo, sin hijos, mendigo solitario hurgando entre las carnes de los refrigeradores, con la mirada fija en los chicos empacadores.
Te escuché yendo con todos ahí para preguntarles: ¿Quién mató las chuletas de cerdos? ¿Cuánto cuestan los plátanos? ¿Eres tú mi Ángel?
Fui y vine entre los brillantes estantes de latas, siguiéndote, como en mi imaginación me seguía el guardia de seguridad de la tienda.
Juntos recorrimos a zancadas los pasillos abiertos en nuestra solitaria fantasía, saboreando alcachofas, haciendo tuya y mía cada delicadeza congelada, sin pagar al cajero lo debido.
¿Adónde ir, Walt Whitman? La tienda cierra en una hora. ¿A qué dirección apunta tu barba esta noche?
(Toco tu libro y sueño en nuestra odisea en el supermercado y me siento absurdo).
¿Habremos de caminar toda la noche a través de calles solitarias? Los árboles oscurecen más las sombras, las casas están apagadas, nadie nos acompañará.
¿Habremos de pasear soñando con la América perdida, amor pasado, carros quietos en las entradas de las casas, de regreso a nuestra cabaña silenciosa?
Oh, querido padre barba gris, maestro solitario de valentías de antaño, ¿qué América te tocó vivir cuando Caronte renunció a remar su barca y tú emergiste de una orilla humeante y te quedaste a ver la barca desparecer en las negras aguas del río Lete?