Cómo he pensado en ti, Walt Whitman, al
recorrer las calles bajo los árboles con jaqueca, consciente de mí, siguiendo
la luna llena.
En mi hambrienta fatiga, consumiendo imágenes,
fui al supermercado, soñando en tus enumeraciones.
Qué duraznos, qué penumbras. Familias enteras
comprando de noche. Pasillos repletos de esposos, esposas en los aguacates,
recién nacidos en los tomates. Y tú, García Lorca, ¿qué hacías ahí junto a las
sandías?
Te vi, Walt Whitman, viejo, sin hijos, mendigo
solitario hurgando entre las carnes de los refrigeradores, con la mirada fija
en los chicos empacadores.
Te escuché yendo con todos ahí para
preguntarles: ¿Quién mató las chuletas de cerdos? ¿Cuánto cuestan los plátanos?
¿Eres tú mi Ángel?
Fui y vine entre los brillantes estantes de
latas, siguiéndote, como en mi imaginación me seguía el guardia de seguridad de
la tienda.
Juntos recorrimos a zancadas los pasillos
abiertos en nuestra solitaria fantasía, saboreando alcachofas, haciendo tuya y
mía cada delicadeza congelada, sin pagar al cajero lo debido.
¿Adónde ir, Walt Whitman? La tienda cierra en
una hora. ¿A qué dirección apunta tu barba esta noche?
(Toco tu libro y sueño en nuestra odisea en el
supermercado y me siento absurdo).
¿Habremos de caminar toda la noche a través de
calles solitarias? Los árboles oscurecen más las sombras, las casas están
apagadas, nadie nos acompañará.
¿Habremos de pasear soñando con la América
perdida, amor pasado, carros quietos en las entradas de las casas, de regreso a
nuestra cabaña silenciosa?
Oh, querido padre barba gris, maestro
solitario de valentías de antaño, ¿qué América te tocó vivir cuando Caronte
renunció a remar su barca y tú emergiste de una orilla humeante y te quedaste a
ver la barca desparecer en las negras aguas del río Lete?