jueves, 13 de febrero de 2014

Oda al ruiseñor

Mi corazón se aflige, y un letárgico sopor 
Pincha mis sentidos, como si de cicuta
Me hubiese embriagado 
O hastiado de opio hacía un momento 
Y en el Leteo me hubiese bañado,
Mas no porque envidie tu feliz suerte,
Sino porque en tu dicha soy también dichoso,
Y porque tú, dríade voladora de los bosques,
En conciertos musicales y sombras infinitas,
Único solista cantas al verano.

¡Beber un céfiro de vino! añejado 
Por mucho tiempo en las profundidades de la Tierra
Que supiera a flor y a verde campo,
A Baile, a canciones provenzales, a alegría soleada.
¡Una taza de Sur cálido!
Lleno de Hipocrene, rojizo y verdadero,
Con tiras de burbujas en la orilla,
Boca morada,
Y Beber y partir del mundo inadvertido
Y a tu lado perderme en el bosque oscuro.

Sí, perderme y evaporarme y olvidarme
De aquello que tú en la patrio de las ramas ignoras:
Cansancio y fiebre, esta inquietud donde me encuentro
Junto con otros para escuchar enojos y lamentos;
Donde las canas viejas se estremecen,
Donde la juventud enjuta y pálida para morir crece
Donde la cavilación es vasija de dolor llena
Y desencantos de pesados ojos,
Donde la belleza el brillo de sus ojos pierde
Y donde el amor les llora en duelo sin descanso. 

¡Lejos, muy lejos! Y yo a ti iré,
No en el carruaje de Baco y sus leopardos,
Sino en las etéreas alas de la poesía
Aunque la mente dude y se retraiga.
Ya contigo tierna es la noche
Y en su trono feliz la Luna Reina
Escoltada por su corte de estrellas hadas,
Pero aquí no hay luz alguna,
Salvo la que del cielo el viento sopla,
En medio de pesares verdosos y podridos caminos sinuosos. 

Mirar qué flores que mis pies pisan, ya no puedo, 
Ni el incienso suave que de las ramas cuelga
Pero en esta oscuridad embalsamada, 
Escucho las dulzuras con que el mes adecuado 
Riegan el pasto y matorral y árbol de frutas,
La blanca majuela y la rosa eglantina
Y las violetas de corta vida cubierta de hojas
Y el retoño primogénito de Mayo,
Y la roza almizclada cubierta de vino tinto,
El murmullo del vuelo de las moscas en las tardes veraniegas.

En la penumbra esto escucho; y por largo tiempo
Dócil me he dejado llevar por la tibia muerte 
Y le he pedido en muchas rimas inspiradas por las musas
Hacer mi pobre aliento uno con el aire.
Y ah hoy más que nunca qué feraz sería morir:
Fallecer a la medianoche, tranquilo, sin dolor alguno,
Mientras tú viertes mi alma en un éxtasis total
Puesto que tu música perpetua 
Mis oídos limitados no alcanzan a escuchar 
Y tu réquiem no sería más que tierra y polvo sucio. 

Tú naciste para no morir, ave inmortal.
Ninguna criatura podrá devorarte nunca,
La inefable voz que esta noche me atrapó
Cantó también en tiempos de emperadores y bufones,
Y quizá esa misma canción llegó hasta el 
Herido corazón de Ruth, cuando, 
Nostálgica por su patria,
Lloró en medio de cultivos extranjeros,
El mismo que encantó ventanas increíbles, abriéndolas a
La espuma de mares peligrosos en mágicas tierras desoladas.

¡Desolado! Palabra que como campana
Me dobla de tu lado a mis tristezas.
Adiós. Mi imaginación no puede engañarme
Por tanto tiempo, como a otros sí, 
Engañoso duende.
Adiós, adiós. Tu lastimero himno languidece
Más allá de los prados, donde corre el riachuelo de la colina
Y que ahora sepultado corre callado en los claros del valle.
¿Fue aquello una visión o epifanía?
Ida es ya la música: ¿Despierto ahora o duermo nunca?