Muerte, no te ufanes, pues aunque te llamen
Temible y
poderosa, tanto no lo eres.
Aquellos a
quienes has tumbado
No han
muerto aún, ingenua, así como yo, que de pie sigo.
Del lecho
al sueño, laxas copias de ti misma,
Fino gozo
hay; de ti fluye más vida de la quisieras dar,
Y tarde que
temprano los más valientes y robustos a ti van,
A descansar
sus huesos, a entregar su espíritu.
Eres tú
esclava del destino, de la suerte, de reyes y de infaustos.
Y venenos y
guerras y brotes súbitos de peste
Y ricina y conjuros
mágicos nos hacen caer más rápido
Y mejor que
el triste roce de tu dedo: ¿por qué, pues, el alarde?
Ppasado un
sueño corto, en la eternidad despertaremos
Y la muerte
será sino un recuerdo; Muerte, muerta acabarás.