martes, 20 de septiembre de 2011

Deseos de pintar

Infeliz tal vez el hombre, pero infeliz el artista afligido por el deseo.

Yo ardo de pintar aquella mujer que se me aparece raramente y que huyó de pronto, como una hermosa cosa lamentable detrás del viajero arrastrado por la noche. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde que ella desapareció!

Ella es hermosa, más que hermosa; ella es sorprendente. En ella el negro abunda: y todo lo que ella inspira es nocturno y profundo. Sus ojos son dos cuevas donde vagamente brilla el misterio, y su mirada ilumina como un rayo. Porque es una explosión en las tinieblas.

La compararía a un sol negro, si pudiera concebirse un astro negro que derramara luz y dicha. Pero ella más bien hace pensar en la luna, que sin duda la ha marcado con su temible influencia; no en la luna blanca de amor, semejante a una novia fría, mas en la luna siniestra, embriagadora, flotando en el fondo de una noche tormentosa, empujada por las nubes acechantes; no en la luna apacible, discreta, ésa que visita el sueño de los hombres puros, sino la luna arrancada del cielo, vencida y sublevada, que los brujos tesalienses hacen bailar sobre la hierba aterrada.

En su pequeña fuente se encuentra la voluntad tenaz y el amor hacia la presa. Sin embargo, debajo de aquel rostro inquietador, donde la nariz respira lo ignoto, lo imposible, estalla, con una gracia que no puedo explicar, la risa de una boca hermosa, y roja, y blanca, y deliciosa, que hace soñar el milagro de una soberbia flor abrirse en un terreno volcánico.

Hay mujeres que inspiran ganas de conquistarlas o disfrutarlas; pero ella provoca las ganas de morir lentamente debajo de su mirada.