lunes, 19 de septiembre de 2011

Un hemisferio en tus cabellos

Déjame respirar por mucho, mucho tiempo, el olor de tus cabellos, y hundir en él mi rostro, como hombre encantado por el agua de una fuente, y agitarlos con la mano como pañuelo perfumado, para sacudir recuerdos bellos en el aire.

¡Oh si tú pudieras mirar lo que yo miro! ¡Si pudieras sentir lo que yo siento! ¡Entender lo que yo entiendo al mirar tu cabello! Mi alma surca el cielo de su perfume como el alma de otras gentes viajan, por ejemplo, con la música.

Tus cabellos guardan un sueño, lleno de velámenes y arboladura; tus cabellos guardan grandes mares en los que la espuma es más azul y más profunda, y donde el aire mismo es perfumado por frutas y hojas y la piel humana.

En el océano de tu cabello, yo entreveo un puerto formidable de cantares melancólicos, de hombres felices de todas partes del mundo y barcos de todas formas, cortando sus finas y complejas arquitecturas debajo de un cielo inmenso donde se extiende una eterna calidez.

En las caricias de tu pelo, yo encuentro la languidez de largas horas pasadas en un diván dentro de la cámara de un bello barco, mecidos ambos por el balanceo imperceptible del puerto, entre jarrones de flores y agua fresca.

En la chimenea de tu cabello, yo alcanzo a respirar el olor del tabaco y del opio y del azúcar; en la noche de tu cabello, yo veo el resplandor infinito del azul tropical; y, en los ríos aterciopelados de tu cabello, yo me embriago de los humos del alquitrán y el almizcle y del azul licor de coco.

Entonces, pues, permíteme morder durante mucho tiempo tus trenzas, largas y negras. Porque cuando yo muerto tus cabellos elásticos y rebeldes, siento alimentarme de bellos y lejanos recuerdos.