Últimamente
me han asaltado ideas de la filosofía de la literatura, sobre todo de la
ficción: la filosofía detrás de las historias. Conforme aumentan mis lecturas y
mis escritos, me he encontrado con preguntas e ideas en las que me debo detener
para reflexionar un poco.
Aristóteles
decía en la Poética que la parte más importante de una obra es, no el
personaje, no el lenguaje, sino la trama. Él, por ejemplo, decía que la mejor
historia para él era Edipo Rey, porque Edipo Rey es una obra con una trama
original: Edipo debe rescatar a Tebas de las plagas que acaecen y para esto
debe averiguar quién mató a Layo: Edipo al final descubre que es él mismo quien
mató a Layo y se casó con su madre. Edipo Rey es una obra detectivesca, quizá
la primera del mundo, y es original en el sentido de que Edipo, siendo
detective, resulta ser el criminal que en primer lugar él estaba buscando. Nadie
se lo esperaba, Aristóteles tampoco.
Sin
embargo, a lo largo de la historia se han desafiado todas las teorías
literarias que han existido y las de Aristóteles no son ninguna excepción. Jean
Cocteau, un dramaturgo francés del siglo XX, escribió La Machine Infernale, una
reinterpretación de la historia de Edipo, que, justo al principio de la obra, le
da al público el gran misterio de la obra. Edipo matará a su padre y se
acostará con su madre, se supone que debe decir una voz en off. ¿Para qué hacer
esto? ¿Para qué darle al público lo mejor de la historia según Aristóteles –
por qué darle la trama? Yo ofrezco dos respuestas: la primera es la
Fenomenología y la relación entre el lector y el texto. Pongo como ejemplo a
Julio Cortázar y a Edgar Allan Poe: ambos son escritores cuya cuentística
reside en la anagnórisis, es decir, el descubrimiento de la trama. Los finales
tanto de Poe como de Cortázar son sorprendes e inesperados. William Wilson de
Poe y Grafitti de Cortázar son cuentos en donde el final no lo podemos
anticipar claramente y por lo tanto resulta gratificante, casi orgásmico,
descubrirlos. Sin embargo, a medida que ha pasado el tiempo y tanto literatura
como cine se han incorporado a la cultura popular, el lector de hoy ya no es
tan ingenuo como el lector de hace años. Ya que, en primer lugar, hay lectores
que, si tienen una novela detectivesca en la mano, lo primero que hacen es irse
al final para descubrir al asesino, y por lo tanto el resto de la novela queda
suprimido. En el verano del 2012 fui al estreno de Batman: The Dark Knight
Rises, y recuerdo que, casi al final de la película, cuando descubrimos que
Miranda Tate es realmente Talia al Ghul, quien está detrás de toda la
conspiración contra Ciudad Gótica, unas chicas que estaban enseguida de mí
negaron con la cabeza y rieron: fue evidente que no se creyeron o no les gustó
ese giro en la trama. ¿Por qué? Porque el final inesperado de hoy en día ya no
es tan inesperado, y los lectores y espectadores ya no lo reciben tan bien como
antes. Por lo tanto, los escritores están forzados – incluso por iniciativa propia,
tal vez no tanto por el público – a explorar otros aspectos dentro de la
literatura. Y es ésta la segunda respuesta.
Hay dos
aspectos que construyen la literatura y el arte en general: contenido y forma.
En literatura es, básicamente, lo que se escribe y cómo se escribe. Cuando prescindimos
de la trama, estamos prescindiendo de lo que se dice y nos enfocamos, pues, en
cómo se cuenta la historia – la manera en la que se relata un cuento.
Y es aquí
donde hay varios ejemplos notables en la literatura. Por ejemplo, Crónica de
una Muerte Anunciada de García Márquez, In Cold Blood de Truman Capote: en
ambas novelas sabemos desde el primer capítulo la esencia de la trama, y sin
embargo las seguimos leyendo, porque ahora se nos ahorra el suspenso y se nos
abre la puerta a nuevas posibilidades de estética literaria: el lenguaje, por
ejemplo, la exploración de los personajes, etcétera. Alberto Ruy Sánchez, un
novelista mexicano contemporáneo, ha dicho que quiso escribir novelas que no
fueran guiadas por el suspenso, sino que fueran “novelas ámbito”, en las que
los lectores tengan, desde la primera página, un aumento a la intensidad de los
sentidos. En el caso de Crónica e In Cold Blood, ambas nuevas fueron bien
acogidas tanto por el público como por la crítica. Aun así, esto no quiere
decir que en la literatura la forma es más importante que el contenido.
Mario
Vargas Llosa, figura estelar de la literatura latinoamericana contemporánea, es
un escritor que, desde sus comienzos, se ha preocupado por la técnica
literaria. Aprendiendo por contraste, Mario Vargas Llosa vivió sus primeros años
de aprendiz de escritor, sorprendido por el desdén hacia el estilo que veía en
los escritores peruanos de distintas generaciones. Por ende, él creció con la
idea, y con ésta sustentó su obra, de que la literatura es “fundamentalmente
forma” y que cualquier historia podría ser buena o mala dependiendo si estaba
bien contada o no. Sin embargo, con el paso del tiempo, él mismo desafiaría su
propia creencia, y llegaría a la conclusión de que hay historias más
importantes que otras. Según Vargas Llosa, hay temas que son más fuertes que
otros, y son estos temas fuertes en los que podemos converger toda la
humanidad, y que el estilo puede mejorar o empobrecer, pero nunca puede
superar.
Contenido y
forma – ambas son importantes, desde luego, y un escritor, si quiere lograr
algo de calidad y a la vez trascendente, se debe ocupar de ambos. Aun así,
estoy de acuerdo con Vargas Llosa en el sentido de que la forma es muy importante,
ya que si hay algo que un joven escritor puede comenzar a practicar y a
construir es su propio estilo: a través de lecturas, del estudio de voces
narrativas y estructuras, de filosofía del lenguaje. Sin embargo, algo que
depende del espíritu del escritor es el contenido: hay obras y temas que se
deben o vivir intensamente o comprender con profundidad para poder ser escritas
de la manera correcta. Yo, por ejemplo, antes pensaba que podría escribir
cualquier historia que tuviera en mente, siempre y cuando tuviera la forma
correcta de contarlas. Yo ya no pienso así. Pienso que hay historias para la
cual los escritores no estamos preparados aún. Las historias son, ante todo,
madurez y comprensión, y la madurez personal del escritor, pienso, no se puede apresurar;
de lo contrario, muchas grandes historias se hubieran presentado al mundo antes
de cuando fueron presentadas. Por ejemplo, Goethe terminó de escribir Fausto un año antes de morir; a García
Márquez le tomó veinte años madurar Cien
años de Soledad; y muchas novelas de Fitzgerald las pudo vivir porque las
vivió y las comprendió profunda y dolorosamente. Hay un caso particular, que es
el de José Donoso, novelista chileno, que durante años escribió y reescribió El Obsceno Pájaro de la noche sin
poderla terminar. No fue hasta que le dio una úlcera, lo operaron y lo
anestesiaron con morfina (a la que, sin saberlo, era alérgico, lo que le
provocó un ataque de esquizofrenia), pudo terminar su novela. Escribir es,
además de un acto de habilidad, un acto espiritual, que, en mi caso, es un
registro de mis epifanías y madurez en el punto exacto en que estoy escribiendo.
Como los protagonistas de Hemingway, mis personajes evolucionan a medida que
Hemingway iba madurando como persona. Es por esta razón que, al igual que
Donoso, siempre trato de escribir mi biografía. La novela Bildungsroman, pues,
la novela de madurez o crecimiento, ha sido uno de los pilares de mi formación
literario y personal. Great Expectations de Charles Dickens, This Side of
Paradise de Fitzgerald y Norwegian Wood de Haruki Murakami son algunas novelas
Bilungsroman que me han marcado para toda la vida. Yo anhelo escribir mis
propias Bildungsroman con mi sello personal. Pero, para que esto ocurra, para
que suceda el milagro de la literatura, contenido y forma, como dos
desconocidos, deben cruzar la misma avenida para convertirse en amantes.