Mari:
Te regreso
el libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez que me prestaste. Sé lo emocionada que
estabas por que lo leyera, puesto que a ti te gustó y, según me comentaste,
ayudó mucho. Me da gusto que te haya ayudado – la palabra escrita tiene más
poder del que aparenta. Sin embargo, no lo leí. Y no lo leí por varias razones
– entre ellas, ya sé qué tipo de literatura y consejos da Carlos Cuauhtémoc
Sánchez (mi papá, cuando yo era puberto, me solía regalar sus libros que,
aunque me dé pena confesar, leí aunque sin interés). No critico la literatura
de autoayuda – finalmente por algo existen y no dudo que ayuden a alguien. Y no
es que no la lea porque yo quiero ser un escritor entre comillas serio ni
porque me guste leer Shakespeare; es más bien porque pienso que, en mi caso, es
una pérdida de tiempo leer este tipo de literatura.
Hasta hace
unos meses yo era un fanático de Haruki Murakami, un escritor japonés que está
de moda últimamente. La primera novela suya que leí fue Norwegian Wood, cuando
tenía yo veintidós años: fue un parteaguas en mi vida. Solamente El Retrato de
Dorian Gray y Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar me habían impactado
tanto hasta entonces. Pero Norwegian Wood fue un caso especial – mientras la
leía pude sentir el hambre y la tristeza de Toru Watanabe, porque sentí mi
hambre y tristeza propias. Hay muchas similitudes entre nosotros dos, lo cual,
supongo, se debe a que ambos, Murakami y yo, somos capricornio.
Desde
entonces he leído con interés toda su literatura. Encontré ideas
interesantes es South of the Border, West of the Sun y Sputnik Sweetheart. Seguí leyendo con interés sus demás
libros, pero, a medida que los iba tomando de los anaqueles de la biblioteca de
la escuela, me fui poco a poco desencantado con Murakami: sus libros se
enfocaban cada vez más en, precisamente, la autoayuda y no tanto en una
exploración artística de temas que pudieran aportar algo a la discusión
literaria. Su novela 1Q84, aunque es una placentera prolongación del orgasmo
literario, es un libro de autoayuda, y en él he encontrado consejos increíbles
como: No puedes decidir cómo nacer, pero cómo puedes decidir cómo morir. A mí
este tipo de consejos, además de sosos, me parecen risibles. Y no porque piense
que Murakami no esté bien en lo que dice – técnicamente tiene razón (aunque soy
un poco budista y me gusta aunque a la vez me aterra la idea de la
reencarnación, y creo que sí podemos decidir dónde nacer). Tampoco es eso.
A veces me
encuentro a mí mismo en un bar, hablando con amigos acerca de sus propios
problemas y, tú sabes, cosas cotidianas de la vida en las que a veces nos atascamos
como en un pantano. Yo a veces les doy alguna sugerencia que, a mi punto de vista,
es práctica y funcional, pero ellos terminan optando por otra decisión que los
lleva, casi siempre, al lugar donde empezaron. A mí también me sucede, no creas:
la gente me sugiere algo y yo termino haciéndolo todo al revés, y no solamente
pierdo el tiempo, sino que mi problema no se resuelve y yo termino, al igual
que muchos, hablando con algún amigo en algún bar.
Tu libro me
recuerda a otro de los libros que me han
marcado en la vida – Siddartha de Herman Hesse. El libro es cortito, se lee
fácil y rápido y es poético. Bueno, en esta novela, Siddartha, el protagonista,
trata de encontrar la paz en su vida, a pesar de que la ha buscado con hambre y
desesperación. Después de muchos años, ya cuando está viejo, por fin la
encuentra: con un anciano barquero que vive cerca de un río. Todos los días los
dos ancianos se sientan cerca del río y lo “escuchan” y de él aprenden todos
los misterios que todo el mundo ignora pero que son valiosísimos y
fundamentales para la vida misma, y son felices. La novela dice que hay
curiosos que se acercan y piden pasar la noche con ellos, para poder escuchar
el río pero sin recibir contestación. ¿Por qué? No están preparados para
escuchar al río aún. Pienso que algo así es la vida con respecto a los
consejos. Cada persona tenemos una senda por recorrer – una senda que, puede
tener parecidos con otras sendas, pero que no deja de ser única e indivisible;
y por lo tanto, los consejos resultan inútiles porque nadie aprende en cabeza
ajena. Hay consejos que, como dije, son buenos, pero a veces las personas no
estamos listas para recibirlos – mucho menos para llevarlos a la práctica. A
veces las personas debemos darnos de topes contra la pared, para comprender que
tal o tal camino es incorrecto. Hay gente que tal vez no: hay gente que tenga
un ego más dócil y no tan fuerte, que le encuentre el lado simple y bonito a la
vida y no se complica. Pero otros necesitamos incluso quebrarnos la cabeza
contra la pared para entender. Creo que yo soy así. Y la verdad no me enorgullezco
en decirlo; finalmente un ego fuerte solamente me perjudica a mí mismo. Pero
por eso es que leo literatura – a veces me encuentro con libros bien escritos
con historias humanas y sinceras, con las cuales me identifico a un nivel muy
personal, como en mi caso con Norwegian Wood – aunque han sido varios libros
(Casi todas las novelas de Scott Fitzgerald, Great Expectations de Charles
Dickens, Closer de Patrick Marber, las Églogas de Garcisalo de la Vega,
etcétera). Cuando leo libros así, Mari, algo me sucede – entro en una catarsis:
soy capaz de un segundo verme en un espejo hablado, un espejo de palabras, y,
cuando cierro el libro en la página final, yo ya no soy el mismo – yo ya he
evolucionado. Me he acercado por lo menos un poco más a escuchar el río del que
habla Herman Hesse – me he acercado un poco más a la tranquilidad. Desde luego
esta tranquilidad no la encontraré en los libros; finalmente la vida no es ficción
aunque se parezca a ella – aunque
queramos que sea ella. No. La vida es la calle y es el mundo y es la gente y es
en la gente, y es en la gente, en la fiesta de lo colectivo, como diría Paco
Ignacio Taibo II, donde podemos reconciliarnos con nosotros mismos: no puedo
dar amor a los demás sin darme algo de amor a mí también.
En fin. Te
mando, con tu libro, esta carta y un abrazo y espero que tu senda y la mía no
sean tan dificultosas de recorrer. Hasta luego.