martes, 19 de marzo de 2013

Carta a una amiga lectora


Mari:

Te regreso el libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez que me prestaste. Sé lo emocionada que estabas por que lo leyera, puesto que a ti te gustó y, según me comentaste, ayudó mucho. Me da gusto que te haya ayudado – la palabra escrita tiene más poder del que aparenta. Sin embargo, no lo leí. Y no lo leí por varias razones – entre ellas, ya sé qué tipo de literatura y consejos da Carlos Cuauhtémoc Sánchez (mi papá, cuando yo era puberto, me solía regalar sus libros que, aunque me dé pena confesar, leí aunque sin interés). No critico la literatura de autoayuda – finalmente por algo existen y no dudo que ayuden a alguien. Y no es que no la lea porque yo quiero ser un escritor entre comillas serio ni porque me guste leer Shakespeare; es más bien porque pienso que, en mi caso, es una pérdida de tiempo leer este tipo de literatura.

Hasta hace unos meses yo era un fanático de Haruki Murakami, un escritor japonés que está de moda últimamente. La primera novela suya que leí fue Norwegian Wood, cuando tenía yo veintidós años: fue un parteaguas en mi vida. Solamente El Retrato de Dorian Gray y Todos los fuegos el fuego de Julio Cortázar me habían impactado tanto hasta entonces. Pero Norwegian Wood fue un caso especial – mientras la leía pude sentir el hambre y la tristeza de Toru Watanabe, porque sentí mi hambre y tristeza propias. Hay muchas similitudes entre nosotros dos, lo cual, supongo, se debe a que ambos, Murakami y yo, somos capricornio.

Desde entonces he leído con interés toda su literatura. Encontré ideas interesantes es South of the Border, West of the Sun y Sputnik Sweetheart. Seguí leyendo con interés sus demás libros, pero, a medida que los iba tomando de los anaqueles de la biblioteca de la escuela, me fui poco a poco desencantado con Murakami: sus libros se enfocaban cada vez más en, precisamente, la autoayuda y no tanto en una exploración artística de temas que pudieran aportar algo a la discusión literaria. Su novela 1Q84, aunque es una placentera prolongación del orgasmo literario, es un libro de autoayuda, y en él he encontrado consejos increíbles como: No puedes decidir cómo nacer, pero cómo puedes decidir cómo morir. A mí este tipo de consejos, además de sosos, me parecen risibles. Y no porque piense que Murakami no esté bien en lo que dice – técnicamente tiene razón (aunque soy un poco budista y me gusta aunque a la vez me aterra la idea de la reencarnación, y creo que sí podemos decidir dónde nacer). Tampoco es eso.

A veces me encuentro a mí mismo en un bar, hablando con amigos acerca de sus propios problemas y, tú sabes, cosas cotidianas de la vida en las que a veces nos atascamos como en un pantano. Yo a veces les doy alguna sugerencia que, a mi punto de vista, es práctica y funcional, pero ellos terminan optando por otra decisión que los lleva, casi siempre, al lugar donde empezaron. A mí también me sucede, no creas: la gente me sugiere algo y yo termino haciéndolo todo al revés, y no solamente pierdo el tiempo, sino que mi problema no se resuelve y yo termino, al igual que muchos, hablando con algún amigo en algún bar.

Tu libro me recuerda a otro de  los libros que me han marcado en la vida – Siddartha de Herman Hesse. El libro es cortito, se lee fácil y rápido y es poético. Bueno, en esta novela, Siddartha, el protagonista, trata de encontrar la paz en su vida, a pesar de que la ha buscado con hambre y desesperación. Después de muchos años, ya cuando está viejo, por fin la encuentra: con un anciano barquero que vive cerca de un río. Todos los días los dos ancianos se sientan cerca del río y lo “escuchan” y de él aprenden todos los misterios que todo el mundo ignora pero que son valiosísimos y fundamentales para la vida misma, y son felices. La novela dice que hay curiosos que se acercan y piden pasar la noche con ellos, para poder escuchar el río pero sin recibir contestación. ¿Por qué? No están preparados para escuchar al río aún. Pienso que algo así es la vida con respecto a los consejos. Cada persona tenemos una senda por recorrer – una senda que, puede tener parecidos con otras sendas, pero que no deja de ser única e indivisible; y por lo tanto, los consejos resultan inútiles porque nadie aprende en cabeza ajena. Hay consejos que, como dije, son buenos, pero a veces las personas no estamos listas para recibirlos – mucho menos para llevarlos a la práctica. A veces las personas debemos darnos de topes contra la pared, para comprender que tal o tal camino es incorrecto. Hay gente que tal vez no: hay gente que tenga un ego más dócil y no tan fuerte, que le encuentre el lado simple y bonito a la vida y no se complica. Pero otros necesitamos incluso quebrarnos la cabeza contra la pared para entender. Creo que yo soy así. Y la verdad no me enorgullezco en decirlo; finalmente un ego fuerte solamente me perjudica a mí mismo. Pero por eso es que leo literatura – a veces me encuentro con libros bien escritos con historias humanas y sinceras, con las cuales me identifico a un nivel muy personal, como en mi caso con Norwegian Wood – aunque han sido varios libros (Casi todas las novelas de Scott Fitzgerald, Great Expectations de Charles Dickens, Closer de Patrick Marber, las Églogas de Garcisalo de la Vega, etcétera). Cuando leo libros así, Mari, algo me sucede – entro en una catarsis: soy capaz de un segundo verme en un espejo hablado, un espejo de palabras, y, cuando cierro el libro en la página final, yo ya no soy el mismo – yo ya he evolucionado. Me he acercado por lo menos un poco más a escuchar el río del que habla Herman Hesse – me he acercado un poco más a la tranquilidad. Desde luego esta tranquilidad no la encontraré en los libros; finalmente la vida no es ficción aunque se parezca a ella –  aunque queramos que sea ella. No. La vida es la calle y es el mundo y es la gente y es en la gente, y es en la gente, en la fiesta de lo colectivo, como diría Paco Ignacio Taibo II, donde podemos reconciliarnos con nosotros mismos: no puedo dar amor a los demás sin darme algo de amor a mí también.

En fin. Te mando, con tu libro, esta carta y un abrazo y espero que tu senda y la mía no sean tan dificultosas de recorrer. Hasta luego.