Carmen:
Seré sincero y
directo contigo. Últimamente he sentido, más que pensado, muchas cosas con
respecto a ti, y quiero confesar que este viernes en que nos vimos por un
momento sentí algo que no había sentido más que solamente una vez en la vida, a
los 19 años, cuando conocí a una mujer de la que me enamore mucho y me
inspiraba total entrega. Yo no me entrego nunca, Carmen. Soy una roca que nada
derrite. Pero en aquel momento con aquella mujer descubrí algo nuevo en mí,
angustiante y fascinante al mismo tiempo: un deseo de entrega, de decirlo todo
y darlo todo y recibir. En aquella ocasión, terminé decepcionado. Comencé a
hablar con ella por Messenger – nos había presentado una amiga en común – y nos
hicimos revelaciones y confesiones profundas e íntimas como nunca. De amor, de
dolor, de tristeza, de todo. Lo cual era milagroso, teniendo en cuenta que
éramos dos personas que nunca se habían visto en la vida y que se conocían
desde hace poco por internet. Cuando por fin la vi, tenerla a mi lado me
entusiasmaba como a un niño. Espíritus afines. Después de aquella noche,
decidió que ya no quería nada conmigo. Muy tarde para mí: yo ya estaba
enganchado. Te digo todo esto porque lo mismo que sentí con ella hace tanto
tiempo, siento ahora contigo. ¿Qué es este algo que sentí aquella vez y que
ahora regresa a mí como un búmeran y quiere salir de mi boca en forma de
alarido? Después de mucho cavilar puedo decir que es lo siguiente: es un anhelo
adolescente.
Eres alguien que siempre
quise para mí pero que por alguna incomprensible razón siempre me eludió. Yo
creí que de este algo que siento ya me había curado, que todas mis
insatisfacciones ya se habían desinflamado hace años. Pero hablo contigo y de
súbito se me presenta la oportunidad de regresar al pasado para recuperar el
tiempo y las ilusiones perdidas y hacerlas realidad en el presente. Hay algo en
ti que simplemente encuentro irresistible. Algo que me desquicia y me desnuda e
impela hacia la muerte pero que al mismo tiempo me entusiasma, como al metafísico
que una noche, al final de un túnel, encuentra todas las verdades del mundo. Develas
mi cobardía y apuntas a mi pájaro de fuego, prisionero en mí mismo, que anhela salir
y volar y desbaratarse en puñados de polvo, para luego revivir con renovados
deseos de muerte. Me haces querer quien siempre he querido ser en el fondo de
todas mis palabras. Me haces querer ser yo mismo.
Tengo
pareja. Ella tiene un lugar en mi vida. Últimamente no se lo he dado. La
verdad, tampoco te lo he dado a ti. Tú me has tomado desprevenido, porque
desprevenida casi siempre es la vida y el karma. Yo no soy un patán, Carmen, ni
me gusta jugar con los sentimientos de las mujeres. Yo no soy de estar viendo a
otras personas a espaldas de nadie ni de tomarme las cosas a la ligera. Pero tengo
que hablar. No puedo seguir engañándome ni tampoco puedo quedarme con mi pájaro
de fuego que me desborda sólo porque no lo puedo control. Yo no sé siquiera si tú
sientes algo remotamente parecido a lo que siento yo o si te gusto más allá de
ese sentido amplio de la palabra del que me hablaste, y justo pienso en ti,
vaticino el choque, ahora mismo me hago polvo, pero de mí no quedará de mí,
¿sabes? Tienes que saber esto. Que me gustas.
Atte. El adolescente