Omar Corral, estudiante
de literatura, siempre callado, ferviente creyente de la siguiente idea: el
necio grita, el inteligente opina pero el sabio calla. Prefiere que los demás hagan
el ridículo con sus estúpidas y cortas y muchas veces equivocadas opiniones. Algunas
veces su participación en algún debate o tertulia o simple plática con amigos puede
ser oportuna, un touché, algo admirable o simplemente le hubiera conseguido
otro trabajo, una novia o un aumento. Omar se rehúsa a opinar; cabeza llena de
palabras y de voces. Pronto, dolores de garganta, se le corta la voz al hablar,
se queda afónico, Omar no sabe qué sucede, hasta que decide abrir la boca. Él no
anticipa ni nadie que apenas separe los labios, explotará en mil pedazos,
liberando de sí un grito hecho de miles de gritos que por cuatro segundos
ensordece a toda la ciudad. Omar pasa a la historia como el hombre que dio el
grito más ensordecedor del mundo del récord Guinness, cosa que le hubiera satisfecho.
Omar, aunque nunca lo externó, siempre quiso ser famoso y escuchado y aplaudido
por todo el mundo.