domingo, 31 de mayo de 2015

El hombre feliz

Enrique Buendía, muchacho infeliz con vida infeliz y trabajo infeliz, pero que guarda un alarido de alegría en el último rincón de su alma. Sobre esto, él sabe. Dejados de lado sus discos de Chopin, blues y baladas, en ocasiones escucha cumbia y el alarido se enciende, amenazando con salir. Enrique se siente estúpido y soso: la gente a su alrededor es también infeliz y por ende frenan y ridiculizan a quien se atreve a ser feliz. Nueva actividad: novia aburrida, con el fin de llenar su aburrimiento, propone clases de cumbia. Intrigado, Enrique acepta. En cuanto entra a la academia, cumbia por doquier. Lo ponen a bailar. Sus pies, curiosamente, reaccionan al baile: se dejan llevar. Al principio frío, luego caliente. Al cabo de un momento, ya está bailando. Enrique es feliz, por primera vez el alarido oculto sale, brinca, brilla, es inefable, no puede dejar de bailar. La felicidad lo embarga, no lo suelta, Enrique no puede controlarla, el alarido es grandísimo y viene desde hondo, Ayuda, dice feliz y sonriente hasta el desfiguro, No puedo – pum. Cae al suelo, todos conmocionados. Viejita por ahí comenta que no es la primera vez que a alguien se le para el corazón de tanta felicidad súbita. Naturalmente, pocos van a su funeral.