sábado, 27 de noviembre de 2010

Carta a una señorita con compromiso



Por Bécquer y Cortázar


It's way too late to be this locked inside ourselves

– C'mere, Interpol

Antes de comenzar quisiera asegurarle que nunca hice algo parecido, señorita, nunca. Desde que tengo conciencia he evitado mentir y engañar y omitir: cualquier tipo de tergiversación de la verdad. He evitado caer precisamente en este tipo de situaciones dramáticas y complicadas. Tal vez porque en mi infancia tuve buenos modelos a seguir, o tal vez porque hasta conocerla a usted comprendí que mentir a veces es necesario para que ocurra el amor.

Me sucede que estoy enamorado de usted. Esto ya lo sabe; ya me lo escuchado con anterioridad. Pero el lenguaje, señorita, es una fuente de malentendidos, y así como mesa o silla o noche o amor significan algo para mí, pueden encerrar otro significado, ajeno a mi definición, para usted. Le digo esto porque en nuestra particular y desdichada situación, las palabras pueden – o se quieren, tal vez – malinterpretar. Puede sucedes que, por ejemplo, usted piense que me es un juego, una aventura; que soy un donjuán cuya vanidad no conoce límites; que soy un envidioso, un ser triste y amargado que no soporta ver felicidad de sus semejantes, y por lo cual desea destruirla a toda cosa, para sobrellevar así su barata existencia. Mas por esto le escribo esta carta: para aclararle mis intenciones; para que mis verdaderos sentimientos salgan a flote, y pedirle comenzar una relación siquiera clandestina conmigo.

En cierta ocasión me comentó – casi reprochó – que usted sabe muy poco acerca de mí, y que esto es una barrera, que nos aleja el uno del otro. Bueno, creo que comenzaré por ahí.  Primero, me considero un ser solitario y desdichado; desde niño fui así. Mis padres fallecieron al ser yo muy  chico: mi padre, cuando apenas tenía cinco años, mi madre, cuando tenía once. Desde entonces, vago por el mundo, llevado por las corrientes caprichosas de la vida: casas de tíos, abuelos, familiares lejanos, incluso amigos: siempre sin rumbo fijo, viviendo al día, esperando nada del mañana. Y aunque ésta ciertamente no fue la mejor manera para un hombre de vivir su infancia, llegó un punto en que tanto desorden e inestabilidad se me convirtió en una especie de rutina, la cual a que al cabo de un tiempo llegué a disfrutar porque se hizo una parte indeleble de mí. Es por lo cual cualquier intento de imponerme orden resulta pura pérdida: soy como un resorte, que, al sentirse aplastado, rebota con furia, llevándose consigo la mano que lo aplasta y todo lo que encuentre a su paso. Y es que sí, señorita: hay algo podrido o desgarrado en mí, que me hace huir y despreciar la monotonía y resequedad de la vida rutinaria, ésa de trabajos de oficina, diversiones programadas los fines de semana, espera frívola del dinero, cuerpo esclavizado al consumo. Razón por la cual también tiendo a alejarme de las gentes, de las masas, las modas y lo novedoso, para quedarme a solas conmigo mismo y explotar al máximo mi imaginación, consuelo de mis celos, y sacar de ahí un mundo nuevo, mágico y especial y lleno de infinitas posibilidades, que siempre está abierto a quien guste compartirlo, pero que siempre ve su mano rechazada y preferida a cambio por las cosas más nimias y simples y vacías que se pueden encontrar tras la vitrina de cualquier centro comercial o una pantalla de cine o televisión.

No obstante, le confieso que el único orden que he conocido y respetado en mi vida es el amor. Yo sólo soy feliz cuando me enamoro y mi búsqueda por la felicidad me ha traído a usted. Mas la conocí en un tiempo inadecuado, ya que cuando entramos mutuamente a nuestras vidas, usted ya cultivaba su amor para alguien más. Mas el trato frecuente es el traidor de los amantes imposibles. Usted no quería quererme, yo tampoco tenía intereses de unirme a la cosecha, ya que usted es hermosa, por supuesto, pero la belleza física no es lo único que existe. Yo comprendí esto cuando usted se acercó a mí, subestimando mis sentimientos, los suyos de pasada, viéndome sólo como un amigo, el misterioso compañero de la oficina. Una comida a la semana no significaba nada; dos tampoco; tres, simpatía; cuatro, compañerismo; cinco, amistad. Mas seis era compatibilidad; siete, verse fuera del trabajo; ocho, la sinécdoque de un amor templado; nueve, besos en la oscuridad. ¿Mas diez? ¿Diez qué es, señorita? Yo se lo diré. Diez es esconderse. Porque usted es una señorita del orden del mundo, usted es una señorita con compromiso. Y el compromiso es algo real y tangible: es ascenso laboral, fotografía de la boda en el periódico, casa en fraccionamiento privado y vacaciones cada verano en la playa, dos carros del año, y los chicos en el colegio inglés: no es un extraño sentimiento de felicidad y tranquilidad al fumar desnuda acostada sobre mi cama mientras le susurro poesía mía al oído a las dos de la mañana. Usted sabe muy bien lo que quiere, cómo lo quiere y cuándo; entre sus planes no estoy yo, aunque sus sentimientos la traicionen cada vez que se encuentra cerca de mí: cuando le comento, por ejemplo, escucharla teclear en su escritorio es escuchar el sonido de la lluvia; cuando hace calor y yo inesperadamente le traigo una botella con agua para que se refresque, y usted se alegra; cuando la hago sonreír cuando se encuentra triste o estresada; cuando me dice que le fascina platicar conmigo, porque siente que yo soy el único que la escucha y la comprende, algo que ni siquiera su novio hace. Y esto me mata, señorita. Porque yo he despertado algo en usted que dormía y no quería ser despertado, que usted tachaba de inaceptable en su rígida vida de éxito. Se puede decir que yo la he condenado al sufrimiento, ya que ahora que ha probado el otro lado de la vida, ha resuelto que le gusta. Es insoportable serle un gusto culpable. Además de que yo tengo mis propias dolencias secretas. No se las comparto porque no quisiera perturbarla. Usted extendida sobre la cama, saciada de mi cuerpo, plácida en su cansancio, leyendo escritos míos, tal vez observa mi rostro y lo encuentra compungido, y me pregunta si algo me sucede. Yo, sentado a la orilla de la cama, le acaricio la pierna y le respondo que no, que suceden sólo mis usuales tristezas. Usted se incorpora y me alcanza y me abraza y me besa. Pero las tardes mueren, las lunas suben, los grillos cantan la noche: usted tiene que irse ya. Recoge sus ropas, se mete a bañar para que el aroma de su cuerpo no despierte sospechas, y se va y me deja a la deriva de su amor, adoleciendo por usted. Porque soy hombre, sí, pero también soy un ser humano, y que usted me dé su cuerpo cada noche dos veces por semana porque su novio se va a beber con sus amigos o al gimnasio, se siente bien, oh sí, algunos podrían pensar que con eso es suficiente para conformarme. Pero no puedo, porque usted es más que solamente un cuerpo hermoso y suave y caliente y aquiescente: usted es mi señorita: la que me embruja las tardes con la imagen de su sonrisa enervante, la que me fabrica un sentimiento cálido en el pecho al hablarme, la que con sus abrazos me hace sentir parte de este mundo, la que puede cerrarme los ojos con las manos y hacerme confiar en ella. Por eso tener que compartir su amor con un segundo es doloroso. Cada partida suya por las noches es un golpe de martillo a mi pecho, que quiebra mis entrañas, pero deja intacto el cascarón de mi cuerpo. Porque yo siento todo el amor del mundo, mas no puedo expresárselo libremente. Su celular a ciertas horas está apagado, el teléfono de su casa está prohibidísimo, salir juntos del trabajo es ya un riesgo y tomarla de la mano es impensable. Las veces que le he insistido reciprocidad, usted se exaspera y me trata groseramente. Me dice que no quiere más problemas, que si no me gusta como son las cosas ya sé dónde está la puerta. No crea que se lo reprocho – en absoluto. Yo ya sabía lo que me esperaba de usted el día en que crucé el transparente umbral hacia su vida íntima. Yo firmé el contrato sabiendo de antemano las letras pequeñas.
Aún así, amarla a usted es un milagro. Y aunque sienta que usted y yo no llegaremos a nada, sepa que después de mí usted ya no será la misma. Me he compenetrado tanto en usted que me he vuelto parte de usted, así como usted se ha vuelto para de mí. Adonde vaya yo irá usted, y adonde vaya yo irá usted. Porque somos dos espíritus afines que tuvieron la bendita desdichha de encontrarse en el momento equivocado a la hora equivocada. Si le damos la espalda al amor, tal vez no lo volvamos a encontrar una segunda oportunidad.