Por Bécquer y
Cortázar
It's way too late to
be this locked inside ourselves
– C'mere, Interpol
Antes de comenzar quisiera asegurarle que nunca hice
algo parecido, señorita, nunca. Desde que tengo conciencia he evitado mentir y
engañar y omitir: cualquier tipo de tergiversación de la verdad. He evitado
caer precisamente en este tipo de situaciones dramáticas y complicadas. Tal vez
porque en mi infancia tuve buenos modelos a seguir, o tal vez porque hasta
conocerla a usted comprendí que mentir a veces es necesario para que ocurra el
amor.
Me sucede que estoy enamorado de usted. Esto ya lo
sabe; ya me lo escuchado con anterioridad. Pero el lenguaje, señorita, es una
fuente de malentendidos, y así como
mesa o silla o noche o amor significan algo para mí, pueden encerrar otro
significado, ajeno a mi definición, para usted. Le digo esto porque en nuestra particular
y desdichada situación, las palabras pueden – o se quieren, tal vez –
malinterpretar. Puede sucedes que, por ejemplo, usted piense que me es un
juego, una aventura; que soy un donjuán cuya vanidad no conoce límites; que soy
un envidioso, un ser triste y amargado que no soporta ver felicidad de sus
semejantes, y por lo cual desea destruirla a toda cosa, para sobrellevar así su
barata existencia. Mas por esto le escribo esta carta: para aclararle mis
intenciones; para que mis verdaderos sentimientos salgan a flote, y pedirle
comenzar una relación siquiera clandestina conmigo.
En cierta ocasión me comentó – casi reprochó – que
usted sabe muy poco acerca de mí, y que esto es una barrera, que nos aleja el
uno del otro. Bueno, creo que comenzaré por ahí. Primero, me considero un ser solitario y desdichado;
desde niño fui así. Mis padres fallecieron al ser yo muy chico: mi padre, cuando apenas tenía cinco
años, mi madre, cuando tenía once. Desde entonces, vago por el mundo, llevado
por las corrientes caprichosas de la vida: casas de tíos, abuelos, familiares
lejanos, incluso amigos: siempre sin rumbo fijo, viviendo al día, esperando
nada del mañana. Y aunque ésta ciertamente no fue la mejor manera para un
hombre de vivir su infancia, llegó un punto en que tanto desorden e
inestabilidad se me convirtió en una especie de rutina, la cual a que al cabo
de un tiempo llegué a disfrutar porque se hizo una parte indeleble de mí. Es
por lo cual cualquier intento de imponerme orden resulta pura pérdida: soy como
un resorte, que, al sentirse aplastado, rebota con furia, llevándose consigo la
mano que lo aplasta y todo lo que encuentre a su paso. Y es que sí, señorita:
hay algo podrido o desgarrado en mí, que me hace huir y despreciar la monotonía
y resequedad de la vida rutinaria, ésa de trabajos de oficina, diversiones
programadas los fines de semana, espera frívola del dinero, cuerpo esclavizado
al consumo. Razón por la cual también tiendo a alejarme de las gentes, de las
masas, las modas y lo novedoso, para quedarme a solas conmigo mismo y explotar
al máximo mi imaginación, consuelo de mis celos, y sacar de ahí un mundo nuevo,
mágico y especial y lleno de infinitas posibilidades, que siempre está abierto
a quien guste compartirlo, pero que siempre ve su mano rechazada y preferida a
cambio por las cosas más nimias y simples y vacías que se pueden encontrar tras
la vitrina de cualquier centro comercial o una pantalla de cine o televisión.
No obstante, le confieso que el único orden que he
conocido y respetado en mi vida es el amor. Yo sólo soy feliz cuando me enamoro
y mi búsqueda por la felicidad me ha traído a usted. Mas la conocí en un tiempo
inadecuado, ya que cuando entramos mutuamente a nuestras vidas, usted ya
cultivaba su amor para alguien más. Mas el trato frecuente es el traidor de los
amantes imposibles. Usted no quería quererme, yo tampoco tenía intereses de
unirme a la cosecha, ya que usted es hermosa, por supuesto, pero la belleza
física no es lo único que existe. Yo comprendí esto cuando usted se acercó a
mí, subestimando mis sentimientos, los suyos de pasada, viéndome sólo como un
amigo, el misterioso compañero de la oficina. Una comida a la semana no
significaba nada; dos tampoco; tres, simpatía; cuatro, compañerismo; cinco,
amistad. Mas seis era compatibilidad; siete, verse fuera del trabajo; ocho, la
sinécdoque de un amor templado; nueve, besos en la oscuridad. ¿Mas diez? ¿Diez
qué es, señorita? Yo se lo diré. Diez es esconderse. Porque usted es una
señorita del orden del mundo, usted es una señorita con compromiso. Y el
compromiso es algo real y tangible: es ascenso laboral, fotografía de la boda
en el periódico, casa en fraccionamiento privado y vacaciones cada verano en la
playa, dos carros del año, y los chicos en el colegio inglés: no es un extraño
sentimiento de felicidad y tranquilidad al fumar desnuda acostada sobre mi cama
mientras le susurro poesía mía al oído a las dos de la mañana. Usted sabe muy
bien lo que quiere, cómo lo quiere y cuándo; entre sus planes no estoy yo,
aunque sus sentimientos la traicionen cada vez que se encuentra cerca de mí:
cuando le comento, por ejemplo, escucharla teclear en su escritorio es escuchar
el sonido de la lluvia; cuando hace calor y yo inesperadamente le traigo una
botella con agua para que se refresque, y usted se alegra; cuando la hago sonreír
cuando se encuentra triste o estresada; cuando me dice que le fascina platicar
conmigo, porque siente que yo soy el único que la escucha y la comprende, algo
que ni siquiera su novio hace. Y esto me mata, señorita. Porque yo he
despertado algo en usted que dormía y no quería ser despertado, que usted
tachaba de inaceptable en su rígida vida de éxito. Se puede decir que yo la he
condenado al sufrimiento, ya que ahora que ha probado el otro lado de la vida,
ha resuelto que le gusta. Es insoportable serle un gusto culpable. Además de
que yo tengo mis propias dolencias secretas. No se las comparto porque no
quisiera perturbarla. Usted extendida sobre la cama, saciada de mi cuerpo,
plácida en su cansancio, leyendo escritos míos, tal vez observa mi rostro y lo
encuentra compungido, y me pregunta si algo me sucede. Yo, sentado a la orilla
de la cama, le acaricio la pierna y le respondo que no, que suceden sólo mis
usuales tristezas. Usted se incorpora y me alcanza y me abraza y me besa. Pero
las tardes mueren, las lunas suben, los grillos cantan la noche: usted tiene
que irse ya. Recoge sus ropas, se mete a bañar para que el aroma de su cuerpo
no despierte sospechas, y se va y me deja a la deriva de su amor, adoleciendo
por usted. Porque soy hombre, sí, pero también soy un ser humano, y que usted
me dé su cuerpo cada noche dos veces por semana porque su novio se va a beber
con sus amigos o al gimnasio, se siente bien, oh sí, algunos podrían pensar que
con eso es suficiente para conformarme. Pero no puedo, porque usted es más que
solamente un cuerpo hermoso y suave y caliente y aquiescente: usted es mi
señorita: la que me embruja las tardes con la imagen de su sonrisa enervante,
la que me fabrica un sentimiento cálido en el pecho al hablarme, la que con sus
abrazos me hace sentir parte de este mundo, la que puede cerrarme los ojos con
las manos y hacerme confiar en ella. Por eso tener que compartir su amor con un
segundo es doloroso. Cada partida suya por las noches es un golpe de martillo a
mi pecho, que quiebra mis entrañas, pero deja intacto el cascarón de mi cuerpo.
Porque yo siento todo el amor del mundo, mas no puedo expresárselo libremente.
Su celular a ciertas horas está apagado, el teléfono de su casa está
prohibidísimo, salir juntos del trabajo es ya un riesgo y tomarla de la mano es
impensable. Las veces que le he insistido reciprocidad, usted se exaspera y me
trata groseramente. Me dice que no quiere más problemas, que si no me gusta como
son las cosas ya sé dónde está la puerta. No crea que se lo reprocho – en absoluto.
Yo ya sabía lo que me esperaba de usted el día en que crucé el transparente
umbral hacia su vida íntima. Yo firmé el contrato sabiendo de antemano las
letras pequeñas.
Aún así, amarla a usted es un milagro. Y aunque sienta
que usted y yo no llegaremos a nada, sepa que después de mí usted ya no será la
misma. Me he compenetrado tanto en usted que me he vuelto parte de usted, así
como usted se ha vuelto para de mí. Adonde vaya yo irá usted, y adonde vaya yo
irá usted. Porque somos dos espíritus afines que tuvieron la bendita desdichha
de encontrarse en el momento equivocado a la hora equivocada. Si le damos la
espalda al amor, tal vez no lo volvamos a encontrar una segunda oportunidad.